Trastornos límites de la personalidad en la adolescencia
Alfons Icart Pujol
RESUMEN
Este artículo hace un breve repaso de lo que entendemos por adolescencia y de la influencia que tienen las primeras relaciones. Después se describe las cuatro etapas que se diferencian en el proceso evolutivo de la persona: dos en la primera infancia y dos en la adolescencia. Finalmente se describen como se manifiestan los trastornos límites de la personalidad en la adolescencia. El trabajo termina con una viñeta clínica. PALABRAS CLAVE: indiferenciación, triangulación, relación dual, yo débil, preadolescencia, adolescencia.
ABSTRACT
Borderline personality disorders in adolescence. This paper reviews what we mean by ‘adolescence’ and underlies the particular influence of early relationships and bonds. Four stages of human development, two in infancy and two in adolescence, are explained. The paper describes how borderline personality disorders manifest themselves during adolescence. Clinical case material is finally presented. KEY WORDS: indifferentiation, triangulation, dual relationship, ego weakness, preadolescence, adolescence.
RESUM
Trastorns límits de la personalitat a l’adolescència. L’article fa un breu repàs del que entenem per adolescència i de la influència que tenen les primeres relaciones. Després es descriu les quatre etapes que es diferencien en el procés evolutiu de la persona: dues en la primera infància i dues en l’adolescència. Finalment es descriuen com es manifesten els trastorns límits de la personalitat en l’adolescència. El treball acaba amb una vinyeta clínica. PARAULES CLAU: indiferenciació, triangulació, relació dual, jo dèbil, pre adolescència, adolescència.
La adolescencia tiene sus inicios al final de la latencia, cuando el preadolescente, mediante la idealización y sublimación, empieza a interesarse por el mundo joven que le envuelve. Anhela entrar en este mundo, en el cual espera encontrar además de un lugar y sentirse reconocido por los compañeros, la fuerza que le ayude a superar los aspectos de dependencia infantil, todavía no superados satisfactoriamente. En París, en 1938, Leconte-Lorsignol, en su tesis doctoral decía que la pubertad-adolescencia no era más que el final de un largo periodo y el inicio de un estado.
Como todos sabemos, la adolescencia es una etapa evolutiva intrínsecamente muy intensa, compleja y a veces imprevisible, que nos sorprende día a día. Normalmente los adolescentes se mueven con parámetros de normalidad y anormalidad diferentes de los adultos. En esta etapa (la adolescencia) se da un movimiento que afecta al niño y a los adultos. El niño (hasta aquí) tiene que renunciar a la condición de niño, con todo lo que comporta de seguridad, protección y dependencia, para acceder al mundo adolescente. Los padres también tienen que renunciar a la visión infantil que tienen de su hijo como irresponsable, inmaduro, inexperto, etc., y confiar que podrá ir cambiando su actitud, que aprenderá a madurar y darle oportunidades para que pueda ir acercándose a esta nueva etapa que es la adolescencia (Icart, A. 2000). Solamente este punto puede generarnos grandes discusiones y no sabría decir a quienes les cuesta más, si al adolescente renunciar a sus aspectos infantiles o a los adultos tolerar la integración del adolescente en su mundo adolescente-adulto. Renunciar al niño que los haría sentir jóvenes y que muchas veces da sentido a su vida, no es nada fácil para los padres.
El púber y el adolescente reclaman y a menudo exigen a los padres, a los adultos, que respeten su manera de ser y de pensar, de hacer, de comportarse cuando todavía son profundamente dependientes de sus aspectos infantiles y consecuentemente de la familia. Recordamos que uno de los aspectos más importantes de esta etapa, es resolver aquellos aspectos infantiles no resueltos para poder entrar en el mundo juvenil y de los adultos (Meltzer, 1974). Es una etapa de mucho sufrimiento para ellos y para su familia. Tienen que hacer frente a un cambio en la manera de ser, de pensar, de vivir las cosas complejas y difíciles, lo que generará verdaderas crisis de ansiedad, vividas de maneras muy diferentes.
Grimberg (1985) dice que el individuo ante los cambios no reacciona sólo con angustia por la situación nueva a que se siente enfrentado, sino también con sentimientos depresivos, puesto que el cambio significa la pérdida de vínculos anteriores (duelo por el objeto) más la pérdida de los aspectos del propio self (duelo por el self); si este duelo ante el cambio no puede ser elaborado, dificultará la separación de esta etapa aumentando las resistencias al cambio y los miedos, tanto en el niño como en los padres.
La adolescencia es una etapa de muchos cambios, tanto a nivel interno y personal como relacional y social. Bion (1970) hablando de la angustia que producen los cambios nos dice que una idea nueva puede ser vivida como disyuntiva, y el grupo/sociedad puede fracasar en su función de contenerla adecuadamente. Podrá reaccionar como un “continente” que ahoga y priva de vida al “contenido-idea nueva”, a lo cual atribuye el riesgo de un cambio catastrófico. Entonces la angustia, delante del cambio, surge no solo a consecuencia de los conflictos internos en ese momento de cambio, de crecimiento, sino también en relación al mundo familiar y social externo. Este ejemplo de no tolerar los cambios, o de vivirlos como una amenaza es lo que encontramos en aquellas familias a las que les cuesta tolerar que sus hijos se hagan grandes, que piensen diferente y que puedan aportar nuevas ideas en el funcionamiento familiar, diferente de cómo lo habrían previsto los padres. Y es que por ser diferentes no quiere decir que atenten contra la familia.
Trastornos límites de la personalidad en la adolescencia
Los trastornos límites de la personalidad (TLP) tienen sus inicios en la adolescencia aunque sus raíces las encontraremos en la primera infancia (Palacio, 2007). Es el trastorno de personalidad más frecuente en nuestra población adolescente y adulta. Una de las características más significativas del TLP es la persistencia de la inestabilidad en las relaciones interpersonales de los afectos y de la autoimagen, y el gran descontrol de los impulsos. Los TLP causan mucho malestar en la familia y en el entorno social y funcional en general: relaciones inestables, impulsividad, dificultades para controlar la ira y el malhumor, comportamientos con amenazas de suicidio, gran inestabilidad emocional, un gran vacío emocional, soledad y, en los casos más graves, ideas paranoides y síntomas disociativos graves. Según Kernberg (2006), los pacientes con trastornos graves de la personalidad u organización límite de la personalidad, sufren de disfunción de la identidad, de una falta de integración del concepto del self. Al no haber superado la separación-individuación, el adolescente se siente inmerso en una confusión relacional y envuelto por la dependencia infantil. No puede integrar el concepto de self y no puede estructurar su propia identidad. Se siente inmerso en un yo difuso, débil y deformado, aunque no fragmentado como en el psicótico. Y el ideal del yo tiende a aferrarse vorazmente al objeto para satisfacer sus elementos más primarios, como el placer inmediato.
Seguirá atrapado por sus aspectos infantiles y el yo de estos pacientes está fijado a este nivel infantil de dependencia familiar con mecanismos de defensa primitivos. La difusión de la identidad se refleja clínicamente en la incapacidad para evaluar de forma efectiva, el sí mismo, comprometerse en profundidad con el trabajo terapéutico, establecer y sobre todo mantener relaciones afectivas estables. En el tratamiento con adolescentes nos encontramos muy frecuentemente que el adolescente, ante los padres y el terapeuta, se compromete a cambiar, a realizar los pactos establecidos a cambio que se le conceda alguna cosa, algo que él está deseando obtener en aquel momento, pero cuando consigue lo que pretendía ya no se acuerda de lo prometido y se olvida de su promesa o compromiso. Si además se le suman las graves repercusiones en el ámbito de la familia, escuela, social, jurídico y hasta económico, es evidente que estamos ante un trastorno psicopatológico que merece que le prestemos mucha atención. Es un momento evolutivo de cambio donde el adolescente ha de consolidar su estructura de personalidad. Al estar inmerso en este cambio, tiene más flexibilidad y capacidad de modificar, puede estar más receptivo e incorporar elementos nuevos, y dejar atrás aquellos otros más indiferenciados de la primera infancia causantes de su personalidad difusa y avanzar hacia una identidad sana y autónoma.
Pero todos sabemos que las raíces, las causas que hacen que aparezcan estos conflictos en la adolescencia, las encontramos en las primeras etapas de la vida. Es por este motivo que he pensado que en primer lugar hablaría, brevemente, de las primeras relaciones del niño con la madre y de la manera como va estructurando su psiquismo. Después, a través de un gráfico, mostraré los cuatro momentos evolutivos más importantes del niño y del adolescente. Comentaré brevemente las dos primeras etapas ya descritas en las primeras relaciones y, a continuación, desarrollaré más ampliamente las dos etapas siguientes, las que se dan al inicio y durante la adolescencia, que es precisamente cuando empiezan a manifestarse los TLP. Y acabaré el trabajo con una viñeta clínica.
Las primeras relaciones
Inicialmente el niño parte de una indiferenciación con la madre tanto a nivel corporal como psíquico. Su evolución irá desde esta indiferenciación inicial hacia una separación o diferenciación self-objecto, hasta conseguir una identidad propia, física y mental, que le permita adquirir grados de autonomía suficientes. La madre o la persona que hace las funciones maternas saben que cuanto más pequeño es el niño, más depende de ella y más ella lo cuida como una parte de sí misma (Aguilar, 2011). La madre comprende las demandas que le hace su hijo por más que sólo sean muestras de la tensión que le generan las necesidades. Y el niño se va calmando en la medida que recobra la homeostasis física y mental, a través de los cuidados maternos. El pecho le calma el hambre y la actitud comprensiva de la madre hacia su hijo le calma la desesperanza. La madre o la persona que desarrolla este “maternaje”, sin tener conciencia, hace dos funciones: por una parte tiene cuidado del cuerpo y de las necesidades corporales (hambre, sed, dolor físico, etc.); por otra, le ayuda a conocer y a desarrollar sus emociones (si está triste, si se siente solo, si está enfadado, etc.). Es a través de estas primeras relaciones que la madre establece un vínculo con el niño y mediante este proceso interactivo gradual, el niño interiorizará el funcionamiento de la madre (Adroer, Icart, 1989).
Si un recién nacido no tuviera a su lado un adulto dispuesto a cuidarlo hasta que el bebé se pudiera valer por sí mismo, no podría sobrevivir. Lo mismo podemos decir de un niño que si no tiene al lado un adulto que sienta las emociones, las escucha y se las devuelva al niño transformadas -siempre que sea posible- en sensaciones placenteras, gratificantes (función de revêrie de Bion, 1975), no podrá aprender a sentirlas y diferenciarlas de las sensaciones corporales y no desarrollará un aparato mental donde incorporarlas.
Hacia el final del periodo simbiótico y durante el proceso de separación-individuación (Malher, 1968) el niño ya está en vías de diferenciarse, estructurando un yo que le proporciona cierta capacidad defensiva (Békei, 1992). Para Klein (1975) el yo del niño es uno de los elementos claves su desarrollo y aunque rudimentario, está presente desde los inicios de su vida.
Los investigadores han llegado a la conclusión de que el niño más difícil o irritable puede recuperar su equilibrio si sus padres son receptivos y saben adaptarse a sus necesidades. Incluso algunos dudan de que en las primeras semanas de vida pueda decirse de un bebé que es “muy difícil” y sugieren que esta consideración depende, en gran parte, de la percepción de los progenitores (Walke y St. James-Robert, 1987). En este sentido, sugieren que los bebés difíciles puede ser que lo sean, debido a que la respuesta emocional de los progenitores es deficiente (Egeland y Sraufe, 1981). Ajuriaguerra y Diatkine han insistido que solamente el estado de necesidad hace o vuelve receptivo al reciente nacido, seguramente por la tensión que le genera la necesidad.
La manera de explicar los trastornos funcionales del lactante según Kreisler, Fain, Soulé (1999), es a través de la comunicación y de la relación “madreniño”. En la relación “madre-niño”, uno estructura al otro y al mismo tiempo es estructurado por él. Y podemos concebir los trastornos funcionales del lactante como un síndrome causado por la disfunción de la relación madre-niño (díada). El niño no puede regular gran parte de los estímulos que recibe y es la madre quién tiene que comportarse como reguladora, para que el niño consiga la homeostasis.
En investigaciones recientes, Fonagy (2002) estudiando los trastornos de la vinculación afectiva, dice: “los trastornos del vínculo producen discontinuidad en la estructura del self y discontinuidades pues, en la formación de la identidad; y cuando hay una mentalización pobre de las emociones en los padres, a menudo encontramos también una mentalización pobre de las emociones en los hijos”. Precisamente Foelsch, Odon, Kernberg (2008), insisten en que uno de los aspectos que observamos en los TLP es el trastorno del vínculo que producen discontinuidad en la estructura del self y en la formación de su identidad.
Así que, no podemos olvidar, que los factores relacionales y la influencia de los padres en los hijos son elementos cualitativos y determinantes que intervienen activamente en la estructuración de ciertas psicopatologías como son los TLP.
Principales etapas del niño y del adolescente
Las principales etapas o momentos evolutivos que tiene que ir superando el niño desde los inicios de la vida hasta la adolescencia son cuatro, entrelazados uno con el otro; la manera como supere cada uno influirá en la etapa siguiente y consecuentemente en el futuro de la estructura de la personalidad, tal como podemos ver en el gráfico que viene a continuación. Si no se supera satisfactoriamente la primera etapa, difícilmente se podrá superar la siguiente y así sucesivamente. En los tratamientos psicoanalíticos cuando se observa que las relaciones indiferenciadas no están resueltas, el tratamiento se tiene que basar en la resolución de la separaciónindividuación, para poder dar pasos hacia la identidad joica. Estos cuatro momentos evolutivos son, a grandes rasgos, los principales pasos que tiene que superar el niño y el adolescente para llegar a la edad adulta.
El bebé nace programado y preparado para entrar en relación con su entorno, sus padres o personas que realicen estas funciones. Se comporta como un receptor preparado para captar todo lo que pasa a su alrededor. La internalización de memorias positivas produce segmentos de seguridad. Desde el nacimiento tendrá que ir superando obstáculos, etapas que irán construyendo y modelando su estructura de personalidad.
La primera etapa que tendrá que superar es el proceso que tiene que hacer el niño para diferenciarse, física y mentalmente, de la madre. Su evolución irá desde la indiferenciación inicial hacia la separación self-objecto (Malher, 1968) que, como ya he indicado al hablar de las primeras relaciones, es un proceso que se va dando desde el inicio de la vida. Aquí es donde se dan los inicios de la formación del yo. La resolución satisfactoria o no de esta primera etapa tendrá una incidencia directa con la aparición de la psicopatología que se manifestarán en este mismo momento o en la crisis al inicio de la adolescencia. Es aquí donde encontraremos las raíces de las psicosis, de los trastornos graves de la personalidad y de las estructuras borderlines.
El segundo momento o etapa que se da en el desarrollo emocional normal es el proceso que tiene que hacer el niño para dejar atrás su relación indiferenciada con la madre y tolerar que en esta relación aparezcan nuevas personas. Es el proceso de triangulación y socialización del niño, la vivencia del complejo de Edipo. Peter Fonagy (2002), uno de los investigadores más importantes en el campo del apego, da mucha importancia a aquello que llama “mentalización”; es decir, la capacidad de darse cuenta de que los otros también tienen aparato mental, piensan; en definitiva, que son diferentes que él. Es el momento evolutivo durante el cual el bebé va aumentando su capacidad de observar, pensar y comprender las cosas que suceden a su alrededor y de empezar a tolerar la ambigüedad, la incertidumbre, a dudar de las cosas; o sea, a ampliar su capacidad de pensar.
Pero el momento evolutivo más importante, lo encontramos en esta tercera fase o crisis al inicio de la adolescencia. Los preadolescentes que han superado positivamente las dos etapas anteriores, pueden afrontar la adolescencia sin demasiadas complicaciones ni alteraciones en su dinámica personal. Pueden dejar atrás la dependencia infantil y el dominio del entorno familiar y dar el paso hacia la adolescencia o dominancia del entorno juvenil (Lasa, 2010). El problema aparece cuando estos preadolescentes no pueden superar esta etapa y quedan atrapados en la dependencia del entorno familiar. Son preadolescentes que no superaron correctamente la primera etapa, la separación-individualización, ni tampoco la etapa dual o la triangulación, continúan inmersos en un estado confusional relacional, no pueden renunciar a los aspectos infantiles de la dependencia familiar y no pueden entrar en la adolescencia, dominio del entorno juvenil. Cómo dice Meltzer (1974), el preadolescente para integrarse en el mundo juvenil tiene que dejar atrás los aspectos de dependencia con los padres. Tampoco los padres pueden renunciar a seguir protegiéndolos. Perdura el narcisismo de los padres y las funciones yoicas sustitutorias que ejercen los padres en sus hijos, no dejando que éstos puedan estructurar su propia identidad, su yo. Para Nicolò (2009), estos adolescentes, según sea su evolución, pueden quedar atrapados en esta identidad confusional y sufrir una descompensación psicótica.
En más o menos grado los preadolescentes que no superan esta etapa pueden tener graves trastornos de la organización, debido a que no han podido estructurar una identidad yoica sana. Siguen atrapados en aspectos indiferenciados que les hacen mantener una identidad difusa. No piensan las cosas, no tienen conciencia ni se responsabilizan de sus actos; no sienten la angustia y la suelen vivir a través del cuerpo o del movimiento. Y como dice Kernberg (1994), la difusión de la identidad se refleja clínicamente en la incapacidad para evaluar de forma efectiva el sí mismo y el otro en profundidad. No pueden comprometerse en profundidad en el trabajo o en los estudios, establecer o mantener relaciones afectivas estables, y en la falta de la normal sutileza para comprender y tener tacto en las relaciones interpersonales y familiares. Por otra parte, estos preadolescentes lo quieren todo, no aceptan limitaciones ni toleran el no. Prometen constantemente que cambiarán y no paran de hacer promesas hasta que consiguen lo que quieren. Una vez han conseguido lo que querían ya no se acuerdan de las promesas. Estos preadolescentes tienen conductas irresponsables y conflictivas en la familia, la escuela y con los amigos. Se muestran inadaptados y mantienen relaciones de una cierta promiscuidad. Se mueven por lugares peligrosos y no suelen aceptar la autoridad ni en la escuela ni en casa ni en el entorno social. En cambio, son los padres los que sufren, los que se comprometen, los que se preocupan de todo. Como ya decía Otto Kernberg (1984) al ser los padres los que sufren o padecen el conflicto que tiene su hijo son, por un lado, los que acompañan al adolescente al tratamiento y al mismo tiempo los que pueden, en ciertos momentos difíciles, poner trabas a seguir el proceso terapéutico por el dolor que les representa enfrentarse a las ansiedades de separación. La psicopatología, como nos indica Manzano (2004), es muy variable y grave en la adolescencia: desde trastornos graves del comportamiento, crisis psicóticas, inicio de la anorexia nerviosa, fobias escolares y sociales graves, manifestaciones psicosomáticas y, por supuesto, los TLP.
Según Paulina Kernberg (1994), una crisis identitaria se resuelve habitualmente en una identidad normal y se consolida con un funcionamiento flexible y adaptativo. Al contrario que la difusión de la identidad que está en la base de patologías subsecuentes de la personalidad conduciendo a una gran variedad de comportamientos inadaptados y disfuncionales. Los preadolescentes que no pueden superar esta crisis al inicio de la adolescencia, suelen tener una difusión de la identidad. Seguramente que la falta de figuras parentales bien diferenciadas, no les permitió estructurar unos modelos identificatorios sanos. Y en el futuro tendrá grandes dificultades para superar esta crisis y lo más corriente sería que estructura una personalidad-pseudo. El caso clínico que presento al final del artículo es un claro ejemplo de la crisis al inicio de la adolescencia que, en esta ocasión, el tratamiento resultó resolutivo.
La cuarta etapa o crisis durante la adolescencia que se da durante el proceso de superación de la adolescencia, tiene unas características muy concretas y diferentes de las otras. Son adolescentes que han superado la crisis del inicio de la adolescencia, aunque de una manera poco satisfactoria, y que se encuentran en pleno proceso para entrar en el mundo adulto. Pero son adolescentes con una estructura de personalidad frágil. Han superado la dependencia infantil con ciertas dificultades. Viven sometidos bajo una estructura superyoica con excesiva exigencia y crueldad. Se sienten presionados a satisfacer a padres y maestros renunciando a lo que a ellos les gustaría. No han podido estructurar una buena identidad, organización mental, seguridad y fortaleza yoica. Tienen baja autoestima, lo que hace que sean inseguros, dependientes y llenos de dudas. Los miedos continuados y las dudas de no poder dar aquello que sienten y les exigen (superyó) y superar las dificultades que le vienen al paso, suelen ser las causas de las crisis de ansiedad, propias de esta etapa. Así como en la crisis al inicio de la adolescencia son frecuentes los intentos de suicidio o autolisis, como una manera de llamar la atención del adulto, en la crisis durante la adolescencia es cuando aparecen las grandes crisis de ansiedad. En esta etapa los actos para atentar contra la propia vida no son intentos, sino que cuando se dan son acciones encaminadas a provocar un suicidio, como una manera de salir de aquel estado de ansiedad insuperable.
Es un conflicto interno entre las exigencias a las que se siente presionado o presionada y las dificultades del propio self para superarlas. Es una crisis personal que vive y sufre en soledad. La terapéutica también tiene que ser individual, focalizando la reducción de la presión del superyó, ayudando a elaborar la ansiedad y potenciando los aspectos yoicos y progresivos de la personalidad para aumentar la autoestima.
Los TLP tienen sus raíces a caballo de estas dos etapas. La crisis al inicio y durante la adolescencia. En aquellos adolescentes que tienen poco resuelto los aspectos indiferenciados self-objeto y siguen atrapados en la dependencia infantil cuando llegan al inicio de la adolescencia no pueden renunciar –dejar atrás– los aspectos infantiles y consecuentemente no podrán entrar con buen pie a formar parte del entorno juvenil, la adolescencia. Estos preadolescentes no han podido estructurar su propia identidad, viven bajo la identidad de los padres y son los padres quienes desarrollan las funciones yoicas de su hijo. Son adolescentes con una identidad difusa (según O. Kernberg). Estos TLP son más graves y difíciles de tratar. Seguramente durante su tratamiento necesitarán más apoyo familiar e incluso ingresar temporalmente en el hospital de día para adolescentes. Esta gravedad está en relación al grado de indiferenciación self-objeto. La confusión de roles en el entorno familiar y la falta de modelos identificatorios son las causas que dificultan al adolescente estructurar su propia identidad.
En cambio, tenemos un número muy importante de adolescentes que tienen menos dificultades a superar esta etapa y que están más cerca de la denominada crisis de identidad normal (O. Kernberg) o crisis durante la adolescencia, como muestro en el gráfico. Perduran algunos elementos de indiferenciación, que vienen a dificultar y distorsionar la superación total de la adolescencia. Han superado la primera crisis al inicio de la adolescencia pero, cómo he dicho antes, la fragilidad yoica producida por las fuertes exigencias del superyó no les permiten estructurar una personalidad sana basada en la seguridad y la autoestima. Perduran elementos de identificación difusa y en una situación de crisis o conflictos graves, con los padres, los profesores o los amigos, tienen importantes dificultades para superar las dichas dificultades. Su yo se tambalea y duda de sus posibilidades para superar la crisis. Son los TLP más fáciles de ser atendidos ambulatoriamente.
Según O. Kernberg es importante intentar diferenciar la crisis de identidad normal en la adolescencia de la identidad difusa. La primera es, para mí, lo que muestro como “crisis durante la adolescencia” y la crisis de identidad difusa es la que se da cuando no pueden superar la crisis al inicio de la adolescencia, porque no tienen resuelto la separación-individuación. La identidad integrada es un principio organizador fundamental que permite funcionar de manera relativamente diferenciada del otro.
La identidad juega un rol importante en el aprecio de uno mismo y da seguridad y capacidad de diferenciarse del otro. Una buena identidad aporta gran tranquilidad a los adolescentes y a los adultos y continuidad en el funcionamiento sano del individuo.
En forma de síntesis diré: durante la crisis de identidad normal, la evolución del adolescente atraviesa situaciones variadas a lo largo del tiempo pero, a pesar de las diferentes experiencias que vive, perdura una identidad normal e integrada y la crisis se va resolviendo poco a poco. Esta resolución le permite al adolescente y al adulto joven cultivar unas amistades satisfactorias y sentirse valorado al saber que puede conseguir los objetivos de la vida. Se relaciona correctamente con sus padres y profesores y establece relaciones íntimas y sexuales con aquellas personas que ama. Es lo que llamo la crisis durante la adolescencia.
En cambio, la identidad difusa comporta muchas alteraciones y dificultades en la estructuración del psiquismo del individuo como son: una dificultad de la capacidad para definirse uno mismo y las personas significativas de su alrededor, falta de funcionamiento autónomo, falta de integración de uno mismo en relación con las otras personas significativas en su vida, una inestabilidad en la representación de uno mismo y de sus objetos, pérdida de perspectiva, viéndose a menudo caótico y contradictorio con conductas rígidas incapaz de definirse él mismo ante el mundo. La identidad difusa y las psicopatologías que lo rodean contribuyen de forma significativa a hacer que el adolescente adopte ciertas maneras de relaciones problemáticas y que en la personalidad se perpetúen los conflictos no resueltos de la identidad difusa que lo llevará a estructurar una personalidad pseudo adulta.
Viñeta clínica
Los padres de Alex (14 años) consultan por los problemas que tienen con su hijo. Desde hace dos años no quiere ir a la escuela, quiere hacer lo que le da la gana, siempre está pidiendo cosas nuevas y no tiene nunca bastante, es insaciable. Dice que no se siente bien para ir a la escuela y en cambio quiere salir con los amigos sin límite de horarios. Sólo quiere caprichos y cuando ha conseguido algo que según él le hacía mucha ilusión, no le dura la satisfacción, ya piensa en otra cosa y empieza a pedirla sin cesar. Algunos caprichos son caros y cuando le dicen los padres que no se los pueden pagar porque van justos económicamente, él dice: “Es vuestro problema”. No pide, “exige”.
La madre dice: “Es un caso insaciable que va cada vez a más. Hemos gastado mucho dinero con él y no ha servido para nada. Todo es disfrutar, darse todos los caprichos, exigir que le compremos cantidad de cosas. Pero si todavía lo viéramos satisfecho te quedarías más tranquila, pero no, está triste, insatisfecho y siempre quiere más. Es como un niño pequeño que se deja influenciar por todos, hace lo que le dicen, es que no tiene carácter. Y además, ahora hemos llegado a un momento que se ha vuelto violento, con amenazas a mí y a su padre. A veces, ha querido pegar a su padre, suerte que yo me he metido en medio y lo he impedido. Tan guapo, dócil, creyente y educado que fue hasta los 11 años; yo no sé qué ha pasado, pero mire cómo estamos. En casa es un infierno”. Perdura la relación simbiótica entre la madre y el chico que han tenido durante la infancia. Han vivido en un mundo ideal que no puede perdurar. Ahora el chico quiere las ventajas del adulto, pero se comporta como un niño pequeño.
Alex no respeta el lugar de los padres. Dice que quiere fumar en casa y lo hace; aunque la madre está operada del pulmón y le perjudica el humo del tabaco. Aquí los padres hablan y hablan contra Alex y él insiste que hará lo que quiera. Los padres se quejan que Alex invade su terreno.
Y en parte tienen razón. No tiene un pensamiento coherente, maduro, que le permita darse cuenta del daño que le hace a su madre cuando fuma en casa. Pero en parte, la madre le favorece que se comporte como un niño, cuando es ella quien le compra el tabaco. Alex vive inmerso en una confusión, no sabe quién es, no tiene conciencia de lo que hace, ni tiene sentido de responsabilidad, está atrapado por un pensamiento difuso que no le permite estructurar su propia identidad. Un núcleo familiar de base confusional, con roles ausentes de autoridad e indiferenciados, propician que el adolescente estructure una identidad dispersa y difusa. Cuando se lo muestro, los padres empiezan a darse cuenta de la relación confusa e indiferenciada que mantienen entre ellos, pero no es fácil cambiar. La dificultad está en afrontar las ansiedades primitivas de separación.
Empiezan a entender la base del conflicto: para resolverlo han de diferenciarse padre-madre-hijo y tener cada uno su propia identidad, y también se dan cuenta de lo complicado y doloroso que es. En este momento la dependencia es madre-chico y el padre queda fuera, hablando mucho, pero sin poder hacer nada. No tiene lugar en la relación que mantienen la madre y el chico. La madre no deja entrar en la relación al padre, lo aparta, argumentando que quiere protegerlo de la violencia de su hijo y le pide que se mantenga al margen. Madre y chico, en definitiva, apartan al padre. La madre queriendo proteger al padre no le deja desarrollar las funciones y, así, perpetua la relación indiferenciada con su hijo.
La madre dice que el chico le ha pegado, precisamente con las sortijas que le han regalado por su aniversario. La falta de la propia identidad lleva al adolescente a estructurar una identidad pseudo y violenta. El motivo del conflicto violento es que no le dejan que se vaya al apartamento, porque dice que quiere ir con los amigos para emborracharse; por eso no se quiere tomar los fármacos, pues el psiquiatra le ha advertido que mientras tome los fármacos no puede tomar alcohol.
Potencio la decisión de los padres, y el chico me amenaza que me dará un puñetazo. La madre llorosa dice que quiere denunciar al chico. El padre sigue diciendo como cree que el chico tendría de comportarse y lo que tendría que hacer, pero de una manera teórica. El chico los escucha pero no hace caso de lo que le dicen y amenaza que él irá al apartamento.
Muestro este funcionamiento desorganizado de la familia, donde cada cual sigue sus ideas de cómo los otros tendrían que cambiar pero sin cambiar él: el padre con sus ideas de cómo se tiene que comportar el chico, pero sin estar por lo que pasa; el chico con su obsesión y sus intenciones; y la madre, por primera vez, dice que el chico tiene dinero que no le han dado ellos. Aquí, con dificultades, la madre relata que tiene miedo que esté metido en las drogas; mientras, el chico le tapa la boca. Al final la madre dice: “Bien, no diré nada más, pero tú lo dejas de hacer”. Muestro este vínculo y compromiso de sangre madre-hijo del cual el padre queda fuera. Pregunto si el chico tiene su paga. El padre quiere hablar… pero la madre le hace callar como diciendo que no sabe lo que dice.
Cómo podemos ver se trata de un caso muy grave, más que dependencia madre-hijo hay muchos aspectos simbióticos indiferenciados y el padre ha quedado relegado a una figura que se cuida de traer el dinero a casa. El chico tiene una estructura de personalidad infantil, no tolera el no, la frustración, y por más que consigue todo lo que quiere, es un niño muy insatisfecho. Es un niño y quiere todas las ventajas sin aportar nada a cambio, un pseudo-adolescente. Es un grupo fragmentado, que evidencia la dispersión mental de cada uno de ellos. El trabajo familiar ha de ayudar a poder crear un espacio mental grupal compartido, que servirá como modelo para organizar la identidad yoica del paciente. Hay mucho malestar en la familia y en el entorno educativo y social, relaciones inestables, impulsividad, inestabilidad afectiva, descontrol emocional, amenazas y maltratos, y como el chico dice, mucha soledad, etc.
Fue derivado a un hospital de día para adolescente y el resultado terapéutico fue satisfactorio. Durante la estancia en el hospital de día notaron que el chico empezaba a aceptar las limitaciones, a tolerar el no, a poder esperar. Y precisamente en estos momentos la madre en la entrevista familiar dijo que creía que en casa las relaciones no iban bien. En la sesión la madre se queja del padre porque últimamente se pone más duro con el chico, no le deja hacer lo que quiere “y dice que tampoco le deja que, la madre, le administre el dinero, el tabaco, y otras cosas”. Se queja que el padre no le deja desarrollar las funciones de madre.
Pudimos entender que las mejoras comportaban cambios en las relaciones entre ellos. Ahora el padre hacía de padre y el chico y la madre veían peligrar su relación indiferenciada y confusa. Pero esto permitía que el chico se separara de la madre, ganara autonomía y los padres pudieran rehacer su relación de pareja. El dolor de la madre estaba relacionado con las ansiedades de separación y duelo por el objeto que pierde: su hijo que poco a poco deja de depender de ella. A cambio, el chico va estructurando su personalidad, su yo, y ella puede rehacer la maltrecha relación con su marido. Ahora bien, no todos los casos son tan graves, ni necesitan de un ingreso al hospital de día para adolescentes. Pero sí que en la gran mayoría de los TLP adolescentes podemos observar aspectos indiferenciados con los padres, en mayor o menor grado. El tratamiento individual continuó un tiempo más con buenos resultados.
Si la causa del conflicto se encuentra más en las dificultades para superar la crisis al inicio de la adolescencia, nos encontraremos con adolescentes más graves, con elementos de la personalidad más desestructurados, con problemas de comportamiento y de personalidad límite. Consecuentemente, presentarán más dificultades para ser ayudados y casi siempre tendremos que incluir a los padres en algún momento del proceso terapéutico y recurrir, si es necesario, a la ayuda de los fármacos para el tratamiento del chico. Por supuesto que cuanto más desestructurada sea la familia más posibilidades hay que el chico tenga una identidad difusa, desorganizada y consecuentemente más difícil.
Conclusiones
Como he mostrado en el gráfico, para mí hay cuatro momentos o etapas en la vida del niño y del adolescente que nos pueden ayudar a entender su evolución y, al mismo tiempo, identificar los momentos evolutivos con el inicio de las psicopatologías. Sabemos que cuanto más temprano se den alteraciones o dificultades en la relación madrehijo, más graves serán las consecuencias. Al mismo tiempo, he intentado aportar alguna reflexión al entorno de los TLP siguiendo los pasos, entre otros, del profesor Otto Kernberg.
Según estos autores, los pacientes con TLP sufren una difusión de la identidad, esto es, una falta de integración del concepto del self. En la crisis al inicio de la adolescencia es cuando se ve de forma más clara la dificultad del preadolescente de estructurar su propia identidad, debido a las relaciones confusas e indiferenciadas con sus padres, producidas por la no superación de la primera etapa de la vida (gráfico 1). El adolescente no encuentra figuras parentales suficientemente claras para poderse identificar. En cambio, cuando se trata de crisis durante la adolescencia no son tan graves, todo y la amenaza del suicidio en momentos de mucha ansiedad. Hay más indicios de identidad sana, más organización yoica, más conciencia de conflicto y, consecuentemente, más deseos de ser ayudados.
Por esto, la principal estrategia de la psicoterapia basada en la transferencia consiste en facilitar la reactivación en el tratamiento de las relaciones objetales internalizadas escindidas del paciente. Es el proceso que el adolescente tiene que hacer para salir de la confusión familiar y de su difusión psíquica y poder estructurar su propia identidad yoica.
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