Logros y fracasos de la latencia como parámetros del diagnóstico clínico

Alberto Lasa Zulueta

 

RESUMEN

A la franja de edades durante las cuales transcurre el periodo de latencia (desde los 6-7 hasta los 11-12 años) pertenecen la mayoría de niños que consultan en los servicios de salud mental. Se trata por tanto de una etapa del desarrollo importante por la cantidad de intervenciones de diagnóstico y tratamiento que genera. Es también una etapa en la que se consolidan importantes cambios psíquicos que tienen trascendencia en el equilibrio psíquico y la organización de la personalidad posteriores. PALABRAS CLAVE: latencia, diagnóstico clínico, trastorno de la personalidad.

ABSTRACT

Success es and failures of latency as clinical diagnostic parameters. The majority of children attended in mental heath centres belong to the latency period, that is, they are between 6-7 and 11-12 years of age. This developmental stage is thus relevant due to the high number of diagnostic and treatment interventions it generates. It is also a stage where important psychological changes that have a repercussion on later psychic equilibrium and personality organization are consolidated. KEY WORDS: latency, intrapsychic changes, diagnostic assessment, personality organization.

RESUM

Èxits i fracass os de la latència com a paràmetres del diagnòstic clínic. A la franja d’edats durant les quals transcorre el període de latència (des dels 6-7 fins als 11-12 anys) pertanyen la majoria de nens que consulten en els serveis de salut mental. Es tracta per tant d’una etapa del desenvolupament important per la quantitat d’intervencions de diagnòstic i tractament que genera. És també una etapa en la qual es consoliden importants canvis psíquics que tenen transcendència en l’equilibri psíquic i l‘organització de la personalitat posteriors. PARAULES CLAU: latència, canvis intrapsíquics, avaluació diagnòstica, organització de la personalitat.

A la franja de edades durante las cuales transcorre el periodo de latencia (desde los 6-7 hasta los 11-12 años) pertenecen la mayoría de niños que consultan en los servicios de salud mental. Se trata por tanto de una etapa del desarrollo importante por la cantidad de intervencions de diagnóstico y tratamiento que genera. Es también una etapa en la que se consolidan importantes cambios psíquicos que tienen trascendencia en el equilibrio psíquico y la organización de la personalidad posteriores. Además, los cambios intrapsíquicos son coetáneos con importantes cambios exteriores a los que el niño deberá, o no podrá, adaptarse: tareas escolares más complejas; distanciamiento y autonomia progresiva de sus padres; descubrimiento y afrontamiento de nuevas situaciones con sus iguales (juegos sociales y competitivos, situaciones de rivalidad, repercusión psicológica y psicopatológica). Esta apreciación coincide con los recuerdos de los adultos que suelen rememorar este periodo de su vida –que se extiende durante 4 o 5 largos e intensos años– como el más significativo y determinante de su pasado, considerándolo como “su infancia”. El término, elegido por Freud, para denominar esta fase del crecimiento, alude a dos de sus características fundamentales. De un lado a su psicogénesis: la necesidad para el niño, tanto por razones educativas como por la interiorización que hace de la conveniencia de adoptar ciertas medidas, de atemperar, disimular y camuflar sus impulsos pulsionales. En segundo lugar, al carácter semioculto y discreto de los importantes movimientos psíquicos que acontecen. Trataré de resumir, primero, las características fundamentales de estos cambios para describir, después, las consecuencias clínicas y repercusiones en la organización de la personalidad que tendrá. Daré por supuesta, por ya conocida y aquí innecesaria, la descripción de las imprescindibles adquisiciones psíquicas anteriores en el desarrollo, que posibilitan y sobre las que asientan las sofisticadas operaciones mentales de este trascendental periodo de transición hacia la pubertad y la adolescencia, momento en que nuevas necesidades de adaptarse, a cambios internos y externos, pondrán a prueba la solidez o fragilidad psíquicas previas.

Adquisiciones y cambios de la latencia

Entendiendo que son muchos e importantes, trataré de ordenarlos esquemáticamente describiendo su doble condición de cambios metapsicológicos, por un lado, y de su correlato con cambios de actitudes y de comportamiento, por su otra cara, la más visible y observable. En cuanto a la nueva dinámica pulsional, a un nivel metapsicológico, se ve condicionada por la necesidad de encauzar las pulsiones sexuales, ahora demasiado conflictivas y transparentes para quien siente que debe –o se ve obligado a– abandonar y camuflar sus anteriores y declaradas manifestaciones de amor, exigència y curiosidad edípicas. En consecuencia aparecen “expresiones libidinales inhibidas” (K. Abraham) caracterizadas por expresar afectos e impulsos, positivos o negativos, de manera más discreta y atemperada. Además, el espacio y experiencia que aportan los juegos “sociales” compartidos con compañeros les posibilitan encarrilar y descargar expresiones libidinales y agresivas “permitidas” y reguladas por las reglas del propio juego (que incluyen tanto bromas amoroses como maniobras y habilidades motoras muy controlades e incluso descargas de violencia obligatoriamente contenidas y, en caso de no hacerlo, la expulsión del juego). A nivel del comportamiento manifiesto, el interés, curiosidad y atractivo anteriores por todo lo relacionado con la curiosidad sexual va a quedar disimulado por una operación de camuflaje –inconsciente y egosintónica (formación reactiva)– que transforma totalmente el afecto asociado a esas actividades, ahora revestidas de actitudes y declaraciones de pudor y vergüenza e incluso asco. Las ruidosas, exigentes y aparatosas manifestacions de amor-odio del periodo edípico anterior se ven sustituidas por manifestaciones matizadas de ternura y apego. En cuanto a las descargas agresivas impulsivas o inmoderadas, van siendo canalizadas por crecientes manifestacions de control motriz, en gran medida aprendidas y practicadas en el contexto de juegos reglados y compartidos que permiten por ejemplo: correr, para ganar, a toda velocidad y frenar justo en el límite (el pañuelito); cantar y saltar sincrónicamente a la vez con compleja habilidad y con festivo, o no tan festivo, ímpetu competitivo (salto a la cuerda-comba y a la goma); lanzar potentemente y al tiempo introducir un complejo gesto de frenado e inversión del impulso (peonza o trompa); saltar con violencia contenida sobre la espalda de compañeros, uno de los cuales ejerce funciones de ley reguladora y sancionadora en caso de agresión excesiva (“chorro, morro…” o “churro, medio mango, mangotero”); juegos deportivos en los que habilidad, empuje y violencia se entremezclan convenientemente arbitrados (fútbol y otros) o velocidad y moderación hábilmente reguladas permiten la emoción de la competición y el riesgo (bicicleta, patines y otros juegos rodantes). Podrían enumerarse otras muchas actividades y juegos que, esencialmente, lo que proporcionan es la posibilidad de compartir, con placer lúdico, y de experimentar y aprender, con esfuerzo, complejas experiencias, logros y fracasos, de elevado valor formativo. Dejaré abierta aquí la mención de si no sería conveniente reflexionar sobre las posibles consecuencias de perderse todas estas actividades compartidas tal y como les ocurre cada vez más a quienes permanecen casi todo su tiempo libre en actividades individuales compartidas únicamente en el marco doméstico a soles con una maquinita programada que permite pocas libertades creativas. Otro cambio importante, quizás el que más notan los padres es la modificación de sus investimientos objetales. A nivel metapsicológico, se produce una “disminución del intenso investimiento anterior ligado a las figures parentales”, que es correlativa con un “aumento progresivo de interés, narcisista, hacia sus propias capacidades de autonomía afectiva y de decisión”. El mayor interés del niño hacia sus propios logros y actividades, la posibilidad de disfrutar y elegir su espacio lúdico y sus amigos, le libera, parcialmente, de la marcada dependencia anterior hacia sus padres. La cara externa de estos cambios se transparenta en las actitudes de repliegue y autonomía en búsqueda de un espacio personal propio. Al ser más capaz de entretenerse y de crear sus propios juegos y de buscar el compartirlos con los de sus amigos, su interés se desplaza hacia el patio de la escuela y la calle como lugares de encuentro preferidos. Los padres suelen vivir este cambio como un alivio: “ahora ya empieza a entretenerse por su cuenta”. En este nuevo mundo “amigos/juegos/escuela” transcurren nuevas e intensas experiencias compartides de “intimidad sin sexo”. En los nuevos juegos compartidos queda camuflado el marcado interés por lo sexual que caracterizaba los juegos anteriores (jugar “a los médicos” o “a papás y mamás”) y que sin embargo persiste muy vivo, pero latente. Por eso pueden pasar de ser “secretos” a ser “públicos”. Basta oír ciertas canciones lúdicas infantiles y observar las reglas y prohibiciones de ciertos juegos para descobrir su contenido erótico, con alusiones disfrazadas de ironía, pero muy claras, a la sexualidad, que son mostrades con un claro componente exhibicionista y festivo. El aspecto de reafirmación narcisista, que el nuevo espacio lúdico y social permite y favorece, viene dado por las repetidas experiencias de competitividad, de rivalidades y alianzas, en las que el niño –que ahora ya no busca el verse defendido por sus padres “delante de los demás” porque sería visto como signo de debilidad– debe “mostrar su carácter” para afrontar éxitos y fracasos. Las primeras y sucesivas experiències quedan marcadas con un intenso afecto de “triunfo” o de “humillación” ante sus iguales. Tan intenso que son recordadas toda la vida. Además irán marcando la tendencia –y el carácter– del niño para afrontar las nuevas situaciones con “vergüenza” (inferioridad e inseguridad) o con “fanfarronería” (prepotencia y arrogancia). Entre ambos extremos, encontrar el buen término medio –consistente en conocer sus puntós fuertes y débiles y ejercer un sano autocontrol en la elección de lo que se domina y se tolera y en la renuncia a lo que puede implicar el riesgo de hacer el ridículo– constituye, a mi juicio, una de las tareas esenciales de este período. Su exploración tiene un gran valor clínico porque permite evaluar lo que esta ocurriendo con la construcción de un super-yo flexible y protector, elemento fundamental en la evolución de la personalidad. Esta tarea forma parte de los cambios que afectan y subyacen en la organización del yo, que se ve afectado por el doble descubrimiento de dos nuevas y profundes gratificaciones: el “placer del funcionamiento del yo” (E. Kestemberg) y el “placer del descubrimiento de sí mismo”. Estos términos, metapsicológicos, denominan el placer que supone no sólo la capacidad de aprender y desarrollar nuevas habilidades sino de, además, disfrutar con ello. Este placer “yoico” de descubrirse “capaz de hacer y de disfrutar haciendo” abre la puerta a la capacidad, también placentera, de planificar y diseñar su propio proyecto de vida: “lo que yo quiero hacer, tener o ser” adquiere ahora un caràcter propio que puede liberarse de proyectos absolutamente marcados por los deseos paternos y maternos. Con frecuencia, en estas edades y en un diálogo franco, surge la cuestión del “lo que a mí me gustaría pero a mis padres no”. Lo que muestra que comienza aquí la capacidad de ir elaborando sus propios proyectos e il·lusiones de futuro (ideal del yo). Para ello la flexibilización de las autoexigencias superyoicas es, como ya ha quedado dicho, esencial. Si los aspectos punitivos y extremadamente exigentes de un superyó sádico y tiránico (“como hagas eso te la cargas”) predominan, su efecto será paralizador y el resultado será la inhibición en la elaboración de nuevas iniciativas y en el inicio de actividades encaminadas a ellos. Si, por el contrario, predominan los aspectos protectores de un superyó más tolerante (“lo que puedes hacer y te convendría más es…”) se abren las posibilidades de desplegar Nuevos intentos y de atreverse con el desafío y la intriga de lo desconocido. Recordaré aquí que es la interiorización de los mandatos educativos el componente inicial que fundamenta el superyó como instancia intrapsíquica. Añadiré también aquí que, por eso, la influencia en la latencia de otras aportaciones por parte de sustitutos parentales –otros adultos admirados e influyentes (maestros) o incluso de amigos inteligentes y espabilados– puede ser determinante y liberadora. Hasta el punto que, en ciertos casos, puede liberar al niño de esta edad del peso de la pseudoaceptación de proyectos impuestos (falso self) por el narcisismo o los sueños desmesurados de algunos padres. Tan significativos cambios en la organización del yo se acompañan de otros, no menos importantes, al nivel más manifiesto de la aparición y desarrollo gradual de nuevos comportamientos. Su percepción de un nuevo presente alejado de su pasado “más infantil” da paso a la emergencia de sentimientos de duelo por “la niñez perdida” (con la correspondiente aparición de crisis de quejas y temores regresivos) que anticipa un movimiento que se repetirá más intensamente al llegar a la adolescencia. Descubre con nostalgia los privilegios de protección y mimos que antes recibía y que ahora –“que dirían mis amigos”– no puede ya permitirse. Este pequeño drama personal “lo que me pierdo, lo que salgo ganando” va tejiendo su intimidad, con las vacil·lacions y el sufrimiento propios de la ambivalencia: “soy yo el que duda, soy yo el que tiene que decidir”. En consecuencia, para confrontarse adecuadamente con las exigencias de su nuevo medio social, en el que ya no está acompañado por sus padres, deben substituir la opción anterior: “haré lo que decidan mis padres”. Muchos pensarán al leer estas líneas en las repercusiones de cierto estilo educativo actual, caracterizado por la presencia y acompañamiento activo de padres y madres con actitud “participativa” en múltiples actividades de sus hijos y que, además, consideran que no hacerlo es un abandono de sus hijos y de sus responsabilidades. Muchas veces hemos visto que esta preocupación tiene más que ver con sus propias experiències y sentimientos de haberse sentido abandonados en su infancia; con sus necesidades de confirmar y contemplar el éxito y excelencia “de su hijo” en sus actividades escolares, sociales o deportivas; y con rivalidades, reproches y litigios de pareja respecto a sus respectives dedicaciones a los hijos. Nada de todo ello es anormal y puede ser incluso loable, pero conviene en muchas situaciones clínicas abordar estas cuestiones familiares, para evitar que de lugar a dos complicaciones frecuentes: la sobreprotección excesiva que dificulta al niño el poder afrontar situaciones que debe superar por sí mismo y la sobrecarga que supone en sus actividades el depositar en ellas y en la exigencia de éxito “el honor familiar” que queda traducido en “tienes que ser el mejor”. Es muy diferente pedir y animar el esfuerzo del niño que exigirle el éxito culpándole del sentimiento de fracaso familiar si no lo logra. Afortunadamente las experiencias de la latència –que implican compartir y comparar con sus iguales sus respectivas opiniones y críticas respecto a sus diversos padres, madres y situaciones familiares– pueden y suelen ser una fuente de experiencias e informacions que permiten relativizar y desarrollar capacidades de crítica, e incluso ironía, hacia los antes intocables e incuestionables padres. La curiosidad hacia las situacions que aquejan a otros puede generar compasión, tolerancia y comprensión hacia “los que están igual o peor que yo” y extenderse también hacia su propia família “tampoco somos tan raros, o tan tarados, o tan privilegiados… otros lo son más aun”. Otra consecuencia de sus nuevas capacidades es la aparición de proyectos y aspiraciones morales y estéticas, que nos permiten también un enriquecimiento del diálogo clínico: “que te gustaría hacer, cambiar…en ti, en los demás, en el mundo”. En cuanto a las relaciones objetales, ya se ha mencionado como el alejamiento de los objetos edípicos (progresivamente los padres idealizados son confrontados a los padres reales) y el desplazamiento de su función educativa, normativa y afectiva hacia sus sustitutos, los maestros. Siempre y cuando los padres acepten delegar en ellos sus funciones, pues de no ser así los niños tienen más dificultad para identificarse con los maestros cuando son permanentemente descalificados desde el medio familiar. La importancia que adquiere la figura de los adultos como sustitutos parentales es tal que raro es el adulto que, para bien o para mal, no recuerde la influencia, favorable o desfavorable, que sobre él ejercieron algunos de sus profesores, personajes inolvidables de su infancia…y bueno es recordárselo actualmente a los profesores que dudan de su carisma y su capacidad de influir en sus alumnos. Otro cambio muy significativo es el descubrimiento de la riqueza y complejidad de las relaciones de amistad con sus compañeros de juegos, de experiencias y de secretos compartidos. Para empezar se les plantea un nuevo dilema: la posibilidad de elegir y excluir con quién quieren compartir su intimidad. Toda elección implica a su vez otro problema: a quien dejar excluido o relegado. Un problema práctico se plantea con frecuencia a la hora de elegir compañeros de equipo: ¿es más importante elegir primero al más amigo o al mejor?, ¿cómo decidir entre ser fiel al amigo o preferir la posibilidad de éxito? El grado de importancia del secreto compartido marca la importancia de la amistad. Con ciertas amistades se comparte sólo el barrio o el portal de casa. Con otras se les invita y se les muestra su habitación o, según a quién, otras dependencias de la casa. El grado máximo de amistad lo marca el compartir la complicidad en actividades prohibidas. Por ejemplo investigar conjuntamente en la habitación de sus padres o adentrarse en otros espacios de exploración y temas de aprendizaje sancionables. La consecuencia immediata es muy importante: la amistad obliga a guardar los secretos. La indiscreción se transforma en grave falta de infidelidad y la discreción cobra valor de virtud muy respetada. Podemos preguntarnos –a la vista de las tendencias a favorecer la “extimidad” en nuestra sociedad actual– que consecuencias traerá el frecuente y mediático espectáculo bufonesco de transformar en feria grotesca y chillona la narración, impúdica y difamatoria, de las miserias propias o ajenas. Como la elección y la exclusión son recíprocas, la cuestión de que hacer para merecer la preferencia por parte del amigo deseado, obliga a explorar los deseos, cualidades y defectos del otro y a reconocer los propios, lo que supone todo un ejercicio de empatía y de aceptación tolerante además del correspondiente sacrificio de la egolatría. Un dato clínico particularment relevante a esta edad lo muestra claramente; los niños con problemas narcisistas tienen serios problemas para hacer amigos. La elección y exclusión en función del sexo, “los chicos con los chicos y las chicas con las chicas” es otra característica de la relaciones en la latencia. Pese a la tendencia actual “contra la educación sexista” todavía persisten, aunque cada vez menos, juegos “sólo de chicos” o “sólo de chicas”. Que la educación deba ser igualitaria en derechos y deberes –y por tanto en el acceso a cualquier actividad– nadie lo discute. En cambio que en esa igualdad convenga, o no, que se mantengan rasgos diferenciales que permiten identificaciones propias de cada sexo, o si se prefiere de cada género, es seguramente cuestión que suscita muchos desacuerdos psicológicos e ideológicos. En cualquier caso –volviendo a las relaciones propias de la latencia– es un hecho fácilmente observable que, pese a las apariencias de separación radical, los grupos masculinos o femeninos no dejan de incordiarse mutuamente en actitudes que tienen más de tentadoras que de excluyentes (lo que una vez más confirma la potente corriente subterránea de atracción eròtica mutua que persiste bajo el “desinterés” o el “desprecio” recíproco que ambos colectivos declaran). Aunque sus protagonistas no lo sepan, ponen en juego y transforman diferentes mecanismos de defensa. El juego combinado de represión (que oculta pero genera una presión que empuja a la búsqueda de salidas) y sublimación (que crea actividades simbólicas que proporcionan una satisfacción que motiva al esfuerzo de aprenderlas y practicarlas) permite investir y encontrar nuevos intereses. El sutil equilibrio entre función defensiva –que oculta los motivos de angustia de los que quiere protegerse– y función sublimatoria –que permite liberarse de esta situación descubriendo con curiosidad el interés de nuevos conocimientos y respuestas– salva el riesgo de la inhibición y de la autoprohibición de atreverse a aprendizajes y actividades desconocidas. Por si lo dicho resultará abstracto en exceso, concretaré algunas consecuencias conocidas de estas operaciones mentales. La necesidad de reprimir fantasías agresivas y eróticas propias de la conflictiva edípica encontrará diversas salidas. Por ejemplo, las fantasías de competición, rebelión, exclusión y rechazo encuentran salidas simbólicas diversas. La pasión repetitiva y perfeccionista por dibujar batallas de guerras de aviones y barcos cada cual con artilugios más potentes y agresivos, o por las historias de reyes, reinas y princeses encerradas, perdonadas o rescatadas suele ser una de ellas. Por algo el dibujo de una familia “imaginaria” es una de las pruebas psicológicas preferidas por la información que aporta. Aún más transparente es la fascinación universal que les despiertan –aunque sorprendentemente declaran “no saber porqué”– ciertos personajes de tebeos. Citaré algunos ejemplos: la estupidez y torpeza erótica del fuerte (Obelix) y la astúcia y habilidad del pequeñito (Asterix) dotados ambos de un ridículo pero sorprendente apéndice en forma de perrito (Idefix); la triunfal alianza de ambos frente a la absoluta incapacidad del opresor romano y la impotència de un César de solemnidad risible; la irònica pero feroz agresividad de Mortadelo, siempre capaz de disfrazarse, hacia su jefe que sufre sistemàticament los ataques involuntarios “¡ha sido sin querer, jefe, je je!” de su irreverente subordinado; la complicidad de ambos ante sus superjefes (en clara ilustración de la estructura trigeneracional de la familia). Ya se ha escrito mucho sobre las fantasías universales contenidas en los cuentos “de hadas” pero también merecería un capítulo propio comentar la riqueza de fantasías –crudamente agresivas y festivamente obscenas– que se filtran en las canciones infantiles que acompañan “inocentemente” cierto juegos con gran desplieguemotriz y sugerentes gestos y movimientos. Subrayaré nuevamente que la sublimación necessita de la represión previa de ciertas ideas, que proporciona energía psíquica necesaria para desplazar el interés prohibido hacia la lectura o el dibujo. Es importante recordarlo a la hora de la técnica psicoterapéutica interpretativa porque revelar inadecuada o precipitadamente lo que debe ser respetado (determinadas fantasías preconscientes o inconscientes) puede bloquear –al forzar formaciones reactivas negativas– su apertura a nuevos intereses. A esta edad, como al amigo, al terapeuta también se le exige discreción y tino. Estas sutilezas mentales tienen también su correlato en el comportamiento. La alternancia y simultaneidad entre enseñar y esconder sus intereses; entre permitirse o prohibirse, comentar o callar, ciertas curiosidades y el deseo de extender y controlar sus conocimientos, dan lugar a pasiones tan sorprendentes y tan propias de esta edad como los innumerables tipos de coleccionismo que surgen. Acumular, controlar, organizar y completar todo tipo de objetos y de saberes, tiene tal atractivo que la comercialización de diferente tipo de colecciones se ha convertido en un éxito… y en una afición –sobre todo si se trata de coleccionismos libremente elegidos como resultado de sublimaciones enriquecedoras– que persiste en la edad adulta.

La construcción del carácter en la latencia

Este periodo supone un largo periplo de experiències y emociones contrapuestas. Se pueden experimentar en la misma situación sensaciones y vivencias tan contrapuestas como la fuerza y la potencia o la fragilidad y la debilidad; se puede enseñar y exhibir sus capacidades o por el contrario esconder y ocultar con pudor sus limitaciones; se puede conocer el éxito y la presunción o el fracaso y la vergüenza; se puede practicar la expulsión y descarga de impulsividad o disfrutar también con la retención y el control. De todo ello se puede hablar o callar. Para todo ello se puede buscar el contacto o evitarlo. Y sobre todo ello se va acumulando experiència y tomando conciencia. El resultado global es que el niño va recogiendo, en su intimidad y en la discreción, los elementos que configuran su historia personal y su propia imagen. Para una perspectiva clínica, conviene aclarar una evidencia: los fenómenos que estamos describiendo son difícilmente accesibles para niños con un funcionamiento previo de tipo psicótico. Hablamos de experiències que permiten consolidar un funcionamiento neurótico y que, en cambio, sí pueden ser útiles para el diagnostico diferencial y evolutivo de los trastornos límite de la personalidad. Desde el punto de vista de la organización de su personalidad el paso por la latència deberá navegar entre dos excesos. Uno –más frecuente en los tiempos actuales– es el de desarrollar mecanismos maníacos, con tendencia a exigirse una imagen megalománica de sí mismo, que le hace esclavo de perseguir un yo ideal inalcanzable por desmesurado y grandioso. La prepotencia y la arrogància son el precio que pagará para tratar de mantener una autoestima permanentemente amenazada que le obliga a imponer su superioridad, tratando de abusar de la tirania y la imposición violenta. La impaciencia, la impulsividad y la discontinuidad marcarán su sintomatología, relaciones y comportamiento. La segunda posibilidad, en el polo opuesto, es el desarrollo de una posición de victimismo e inferioridad, con tendencia permanente a desvalorizarse y a buscar un consuelo imposible en los beneficios de la queja y la impotencia. La atribución de la causa de su sufrimiento a la maldad ajena suele acompañarse del férreo bloqueo de cualquier respuesta agresiva con lo que su infancia es un recorrido de pasividad inerme, siempre al borde de la depresión. La inhibición, la dependencia infantilizada y el fracaso, con conductas de autosabotaje de sus posibilidades, jalonarán su evolución. Afortunadamente son mayoría las evoluciones que evitan ambos extremos. Para ello es necesario que en vez de padecer –como en las dos trayectorias que acabo de resumir– los efectos demoledores de un superyó sádico e intolerante (proyectado en los demás así convertidos en incapaces a los que hay que someter en las variante maníaca y sufrido por el propio sujeto en la variante depresiva) se vayan viendo los beneficiosos efectos de un superyó más benévolo y comprensivo. La latencia y las relaciones que la acompañan deben ser una escuela de tolerancia y de humor. El conocer, en el juego y en el aprendizaje, las capacidades y limitacions propias y ajenas, permite la aceptación relajada de éxitos y fracasos, satisfacciones y frustraciones, alegrías y cóleras. El saber que lo que un día les pasa a sus compañeros, le puede ocurrir mañana o ya le ocurrió ayer a él –“hoy por ti mañana por mí”– ayuda a tomarse las alegrías y las desgracias “con deportividad” y sin que afecten a la capacidad de regular su estado de ánimo y bienestar. El reconocimiento de los deseos ambivalentes “puedo amar y odiar a la vez”, “quiero y no quiero”, “puedo y no puedo” y la aceptación de las dudas, vacilaciones y arrepentimientos propios y ajenos le proporciona una percepción más amable de su vida y sus relaciones. Todo ello es lo que quedaba incluido en el término de “elaboración depresiva”, útil denominación psicoanalítica kleiniana, a menudo mal comprendida cuando se piensa erróneamente que alude a la depresión clínica. Si los efectos de esta latencia “apacible” se hacen sentir –aunque como toda fase del desarrollo tenga obligatoriamente sus conflictos– veremos consolidarse: un ideal del yo asequible y razonablemente satisfactorio; un enriquecimiento en el encuentro con el otro y una tendencia creciente a aceptar, comprender y tolerar las diferencias. Creo poder afirmar que el niño que en la fase de latencia no vaya sumando estas capacidades será altamente inquietante en cuanto a su evolución (y nos suele inquietar clínicamente, en particular en lo referente al equilibrio de su personalidad y de sus estados de ánimo).

Latencia fallida, pubertad complicada

Recapitularé las aadquisiciones de la latencia, de cuya consolidación, fracaso o dilución, dependerá el futuro psíquico en la pubertad y la adolescencia.

El descubrimiento y desarrollo del placer del funcionamiento psíquico. La capacidad de desplazamientos simbólicos permite investir el conocimiento y permite la canalización y vitalidad permanente de la curiosidad. El descubrir con sorpresa nuevos intereses es correlativo de la búsqueda activa de conocimientos y experiencias. Su consolidación favorece el desarrollo intelectual, su carencia la inhibición mental, el bloqueo de salidas simbólicas y el desinterés por el aprendizaje.

El dominio del equilibrio control del placer / placer del control. La obligación (moral y educativa) de frenar y controlar el placer corporal directo y sus descargas esporádicas o repetitivas (impulsos agresivos, masturbación genital) encuentra una salida en su canalización hacia actividades que suponen otras satisfacciones corporales autoeróticas (placer de dominar su propio cuerpo y de progressar en ello) a las que se añade la gratificación de lo lúdico (diversión, competitividad festiva y amistosa, no exenta de agresividad transformada en rivalidad aceptada “ser el mejor jugando a…”). Son fundamentalmente los juegos y habilidades motrices que permiten descubrir lo divertido que es correr, saltar, empujar, golpear e incluso pegar “dentro de los límites” y reglas que los estructuran, regulan y, por tanto, los permiten. Además de la canalización de la excitación corporal también la mental, el exceso de fantasías conflictivas (principalmente de contenido agresivo y erótico), la “masturbación mental”, también debe encontrar su acomodo en otras actividades mentales satisfactorias y repetitivas. El voyeurismo Encuentra un placer aceptado en el descubrimiento de lecturas que camuflan -es decir que a la vez ocultan y muestran– contenidos pulsionales directamente relacionados con las fantasías reprimidas por el apasionado lector. Si faltan el interés por el juego, el esfuerzo y trabajo corporal, la espera del turno y el respeto del compañero y la motivación por la lectura –que permite esperar con paciencia y sorpresa sus interesantes descubrimientos– la vía directa abierta a la descarga pulsional impulsiva, a la satisfacción inmediata y directa, pese a quien pese y la incapacidad de espera, abre la puerta a los conocidos y cada vez más frecuentes trastornos del comportamiento y a la inadaptación escolar primero y social después (y tiene mucha relación con la hiperactividad y el dèficit de atención).

La capacidad de sublimación. Es la resultante de lo antedicho. La canalización y modulación de la pulsión agresiva en habilidades y actividades interesantes y productivas (juego, lectura, dibujo) es la que permite la adaptación y el interés por el mundo escolar y social. Además la transformación de la impulsividad sexual y agresiva en afectos eróticos indirectos (ternura, nostalgia, pudor) y en contactos físicos moderados (palmadas o empujones de saludo o de felicitación por el triunfo individual o compartido) va a modular todo un mundo de sensaciones, vivencias y experiencias marcadas por la amistad y la empatía. El desinterés y la falta de respeto por el otro, el menosprecio de lo que puede aportar el (o lo) desconocido, se instalan como factor condicionante de actitudes de desconfianza y rechazo o, en los casos más moderados, de un pasotismo que también cierra puertas a relaciones y aprendizajes enriquecedores.

La integración de sentimientos ambivalentes: “elaboración depresiva”. Permite reconocer y tolerar las limitaciones y virtudes propias y ajenas, posibilitando la capacidad de juzgar –y de juzgarse- de manera ponderada sin que envidias y rivalidades distorsionen la apreciación de puntós positivos y negativos. La capacidad de mantener un equilibrio entre pulsiones agresivas y libidinales hará posible simultanear el competir y el reparar, rivalidad y complicidad, recibir y dar sin rencores, aceptar y restituir. Será la base del reconocimiento de sentimientos de gratitud y de deuda. Si falla, la escisión y desconocimiento de los conflictos y limitaciones propias llevará a depositarlos, proyectivamente, en los demás, a descalificarles y a rechazar y no reconocer cualquier influencia positiva que pudieran aportar. Aunque esta descalificación queda inicialmente limitada a compañeros y a adultos exteriores a la familia (profesores), suele ir infiltrando progresivamente las relaciones familiares y la desconfiança y menosprecio hacia los padres, depositarios de todos los defectos, alcanzará su cenit y violencia máxima en la adolescencia.

– Consistencia y estabilidad de las figuras paternales y maternales. Justamente lo contrario ocurre cuando la autonomia y distancia progresivas entre el niño y sus padres y el desplazamiento, sobre otros adultos sustitutivos, de sus funciones educativas, normativas –y también afectivas– va consolidando la interiorización de figuras sólidas de identificación “alcanzables”. La confianza en “quien sabe más” puede ofrecer, permite aceptar la posición depresiva de quien depende del otro para salir de su propia ignorancia. Si no se confía y no se espera nada de la capacidad del otro, el esfuerzo que necesita el aprendizaje no es fácil. Si el “no saber y querer saber” se convierte en motivación positiva –en lugar de ser vivido como limitación humillante que provoca el rechazo de quien se acerque para aportar algo– la vida escolar y la actitud ante nuevos conocimientos y relaciones estará a salvo de actitudes de rechazo y menosprecio. En cambio, si se permite el acercamiento y se acepta el saber de quien educa, la aventura del saber queda garantizada. El futuro de aprendizajes y relaciones dependerá también de estos movimientos.

Para concluir

La latencia supone un largo viaje, lleno de nuevas experiències y relaciones. Se acompaña, si las cosas van bien, de una importante reorganización del psiquismo, que supone el paso por nuevos conflictos resueltos con la adquisición de sofisticados mecanismos defensivos. Además se enriquece con la integración de Nuevos aprendizajes escolares y sociales. Este conjunto de experiències y vivencias es imprescindible para la consolidación y maduración de la personalidad. Paradójicamente, la naturaleza discreta y subterránea de muchos de estos procesos puede dar la impresión de que el desarrollo normal en este periodo debe ser silencioso y de que su repercusión es menos determinante que la de otras fases del desarrollo como la primera infancia o la adolescencia. Por eso he tratado de describir los fenómenos que explican su importancia trascendental para el desarrollo de la personalidad y para poder detectar como las fallas de esta etapa determinan importantes manifestaciones, durante y después de la latencia, que pueden ser muy útiles como parámetros clínicos de diagnóstico de evaluación y de intervención.