¿Dónde encontrar refugio hoy en día? El modelo de los tres centros

Silvia Caggiano, Alice Titia Rizzi y Marie Rose Moro

RESUMEN  

¿Dónde encontrar refugio hoy en día? El modelo de los tres centros. A partir de las consultas psicológicas con 456 operadores humanitarios, este estudio proporciona un nuevo modelo holístico que considera los tres cen­tros principales de la persona -cognición, emoción y cuerpo- para llegar a la integración de las dos dimensiones típicamente percibidas: la de “casa” y la de “misión”. Los factores de riesgo en el proceso de readaptación son identificados, al igual que los de protección, que facilitan la sostenibilidad de este estilo de vida y reducen el malestar. Palabras clave: expat, operador humanitario, misión, exposición, fragmentación, compartimentación, congelamiento.

ABSTRACT 

Where can you find shelter nowadays? The model of the three centres. As a result of the psychological consul­tations among 456 humanitarian operators, this study provides a new holistic model considering the three main centres of the person-cognition, emotion and body – to achieve the integration of the two typically perceived dimensions: the “home” and the “mission”. Both risk factors and protection factors in the readaptation process are identified; the latest facilitating the sustainability of this lifestyle and reducing discomfort. Keywords: expat, humanitarian operator, mission, exposure, fragmentation, compartmentalization, freezing.  

RESUM 

On trobar refugi avui en dia? El model dels tres centres. A partir de les consultes psicològiques amb 456 ope­radors humanitaris, aquest estudi proporciona un nou model holístic que considera els tres centres principals de la persona -cognició, emoció i cos- per arribar a la integració de les dues dimensions típicament percebudes: la de “casa” i la de “missió”. Els factors de risc en el procés de readaptació són identificats, a l’igual que els de pro­tecció, que faciliten la sostenibilitat d’aquest estil de vida i redueixen el malestar. Paraules clau: expat, operador humanitari, missió, exposició, fragmentació, compartimentació, congelament.

Introducción

Este artículo se propone dar una nueva visión sobre las dinámicas que entran en juego en la vida de los expats, o sea de las personas que deciden ir en misiones humanitarias en países desventajados a causa de guerras, catástrofes naturales, estructuras sanitarias ausentes o in­accesibles. Este estilo de vida, que podemos de­finir de migración voluntaria y repetida, conlleva ciertas consecuencias a nivel de desarraigo, re­adaptación a la vuelta e integración de las dos dimensiones de la vida en misión/burbuja y vida normal/casa, muchas veces percibidas como contrastantes.  Se identificarán los factores de riesgo en el proceso de readaptación en el momento del re­greso y los de protección que facilitan la sos­tenibilidad de este estilo de vida a largo plazo. Para lograr la integración de estas dos vidas, solo aparentemente separadas e incompatibles, se propone un modelo holístico que considera los tres centros a la vez: el de las cogniciones, las emociones y el cuerpo (Albert, 2014). El presente estudio ha sido posible con el com­promiso de mantener la confidencialidad tanto de la organización no gubernamental como de las personas de las que se han transcrito los tes­timonios. Por tales razones, se presentarán úni­camente los resultados del análisis del discurso llevada a cabo previamente.

Metodología  

Muestra La muestra consiste en 456 operadores hu­manitarios, de los cuales 80, o sea el 17,5 %, han reportado un malestar más profundo y durade­ro; el restante 82,5 % ha vivido la experiencia de la misión en su conjunto de manera positiva. Sin embargo, todo el mundo refiere sentimientos parecidos a los destacados en las macro cate­gorías. Lo que varía es la intensidad y la dura­ción; en el 82,5 % de los casos han sido en forma ligera y transitoria.  Las entrevistas han sido efectuadas durante dos años, de marzo del 2016 a marzo del 2018. Recogida de datos Los datos han sido recopilados a través de dos entrevistas semiestructuradas de una hora de duración aproximadamente, que profundi­zan aspectos diferentes en la ida y en la vuelta. También ha habido intervenciones mientras los operadores estaban en misión, pero estas sesio­nes no siguen un modelo de entrevista definido. Las consultas a la ida se centran en los siguien­tes aspectos: situación familiar, laboral y relacio­nal del operador al momento presente; fantasías relacionadas con la misión, puntos de fuerza y fragilidades percibidas; señales personales de estrés negativo y mecanismos de coping.  Al regreso, se analiza cómo ha ido la misión: relaciones interpersonales y laborales, con­tactos con los otros significativos en el país al que volverá, mecanismos de coping utilizados, señales de estrés acumulado, fatiga por com­pasión, desarraigo; se pone especial atención en la representación personal de la misión y de casa/heim. Se explora también cómo está yendo el regreso: relaciones con la familia y la red social, empleo/remuneración, tiempo para descansar frente vuelta inmediata al trabajo, si­tuación logística (donde el operador se quedará físicamente en este periodo) y planificación del futuro.  

Análisis y resultados  

Se ha efectuado un análisis del discurso (AD) (Sayago, 2014; Pedon y Gnisci, 2016) de 483 unidades de análisis (UA), o sea sesiones/talks llevadas a cabo con 456 operadores. 27 talks han sido repetidas con los mismos operadores, ya que han hecho más de una misión en el curso del estudio. Por cada UA se ha efectuado un análisis ver­tical de los contenidos mayormente reportados y, seguidamente, un análisis transversal, que ha llevado a resumir los temas en las siguientes macro-categorías: Sentimiento de no ser entendidos / Prejuicios ajenos. “¿Pero, quién te ha mandado a hacerlo?” “¿Por qué no te buscas un trabajo normal?”  Falta de interés por parte de los demás. “Se nota cuando te hacen preguntas porque real­mente les interesa y cuando es solo por cir­cunstancia”; “con los demás no hablo mucho porque bueno, se interesan, pero te ponen un par de preguntas y luego ya está o te dicen ¿para qué has ido allí?”; “me preguntan qué tal, pero al cabo de un rato ya no escuchan o cam­bian de tema”. Pérdida de sentido, como falta de interés del operador humanitario hacia los problemas de los demás en el contexto social de regreso. “No me interesa discutir media hora sobre dónde vamos a cenar”; “en el fondo no me interesa si la hija de mi amiga está resfriada, me sabe mal, porque parece que no les quiero, pero es que, en realidad, no me parece que sus problemas sean serios”; “el regreso es frustrante porque oigo hablar siempre de los mismos temas”. Irascibilidad / intolerancia. “Me da mucha ra­bia escuchar los discursos de la gente en el bus sobre los migrantes”; “los discursos de la gente a mi alrededor me angustian”. Dificultad en la gestión de la necesidad de descansar frente las ganas de quedar con ami­gos y familia. Soledad, como pérdida de entorno social. “Aquí en mi ciudad me aburro, me siento solo, el trabajo es estéril”. Aburrimiento. Factores de riesgo y de protección Los estudios sobre los factores de riesgo y de protección del estrés cumulativo / fatiga por compasión / trauma vicario / burn out son nu­merosos, por lo que el análisis aquí desarrolla­do se centra únicamente en los que influencian todos los procesos de regreso e idas y vueltas repetidas de los operadores humanitarios, tanto si desarrollan un malestar como si han percibido la experiencia positivamente. Estos factores han sido identificados a partir del análisis de las ma­cro-categorías y la observación en la práctica clínica diaria y son utilizados para la psicoedu­cación durante las consultas, cuya finalidad es ayudar la inserción del estilo de vida del expat, que podemos inscribir en un marco nómada, en el marco sedentario típico de las personas que se quedan. Factores de riesgo  • Número de misiones  • Personalidad • Momento vital actual: necesidades, edad, si­tuación familiar (hijos, pareja estable, etc.)  En misión: • Intensidad y duración de la exposición  • Falta de apoyo social percibido: en el trabajo y las relaciones interpersonales  Al regreso: • Red social y apoyo percibido • Situación logística • Empleo/remuneración  Por exposición del expat en el terreno, se en­tiende exposición al sufrimiento humano, el tra­bajo demandante (gestión de equipos, casos diferentes a los habituales, escasez de recursos; alta carga de trabajo), unicidad del rol (mu­chas veces hay solo un profesional expat por cada posición) y soledad (lejanía física durante varios meses de los otros significativos que se han quedado). A veces se pueden añadir el no encontrar un entorno acogedor en el lugar de misión, micromanagement, falta de supervisión e indicaciones claras, abuso de poder, enferme­dades o profilaxis con efectos secundarios des­agradables.  Factores de protección  En el lugar de regreso: • Red social (familia, amigos, colegas) positiva y capacidad de escucha activa percibida • Empleo satisfactorio  • Fuente de remuneración que permita que la vuelta a misión sea una elección dictada por las ganas más que por una necesidad econó­mica • Vuelta a un espacio propio en el que la perso­na se siente “en casa” • Tiempo para involucrarse en actividades: de­portes, cursos, actividades que mantengan el operador en contacto con la vida de expat • Posibilidad de mantener contactos con ambos ambientes • Contacto con la naturaleza  Todo esto permite la integración de los dos ambientes psicológicos, el de allá y el de acá, donde el allá y el acá sólo dependen del pun­to de vista y facilita el movimiento del uno al otro sin fracturas. Esto se entrelaza con el movi­miento de “contacto/retirada” (Naranjo, 2004), o sea el poder transitar del contacto con uno mismo al contacto con el otro/los otros en un movimiento de “adentro/afuera” constante, pa­sando de momentos de soledad a momentos de socialización.  Mecanismos de Coping  A: En los seis meses de misión he escuchado historias durísimas de tortura y violación. Casi todas las mujeres que venían a la clínica habían sido violadas, algunas muy jóvenes, algunas me­nores de 12 años […]. Fue muy duro, acabé ago­tada. Cuando me pidieron si quería extender dije que no, no podía más, sentía que me habría roto del todo, pero me quedo con sentido de culpa­bilidad por haberme ido. Psicóloga: ¿Cómo sacaste todo el dolor que acumulabas cada día escuchando las historias? […] ¿Te dabas momentos para llorar? A: Bueno, por la noche lo hablábamos durante la cena, nos tomábamos unas cervezas y pasaba así” De este testigo se ve el mecanismo de llenar con algo que tape el dolor; muy a menudo se trata de alcohol y tabaco.  A: No lloré en toda la misión, me siento fría, no me ha salido en todos estos meses, y no me sale ahora. Sólo hubo un momento en el que me conmoví, mirando una película en el avión devuelta. […] Ahora mi novio me dice que soy fría; me gustaría intimar más con él, siento que es lo que necesito, pero no sé cómo hacerlo. Tengo miedo a haber perdido mi empatía y mi sensi­bilidad.  La identidad, así escindida, pierde compleji­dad y posibilidades de acción. Los mecanismos de enfrentamiento se cristalizan en unos pocos sobreutilizados. El tabaco y el alcohol se defi­nen como el tercero que solventa el dolor y el cansancio. El cigarrillo es el objeto transicional que permite gestionar, sustituyéndolo, el llanto reprimido, y, al mismo tiempo, placa el cansan­cio físico inmediato y aumenta la concentración.  Cuando estoy cansada, fumo. Fumo mucho más porque tengo que estar concentrada para operar y no tengo tiempo para descansar. El alcohol sustituye el dolor anímico, la sole­dad, y se configura como el tercero que media entre relaciones interpersonales vividas como fragmentadas (difíciles y fugaces).  De la observación corporal y del comporta­miento manifiesto, se destaca cómo la falta de expresión plena de las necesidades (de reposo, llanto, aislamiento, intimidad, lentitud) se acopla a un investimiento de la zona oral, por lo que el comportamiento vierte alrededor de la inges­tión/no ingestión. A este propósito, podemos pensar en el tabaco, el alcohol, pero también en el nudo en el estómago y el aumento o bien la pérdida de apetito (a veces no debida única­mente al posible calor y el cambio de hábitos alimentarios).  

Discusión  

Los modelos existentes de intervención (Pearl­man y McKay, 2008; McKay, 2007) son esen­cialmente cognitivo-conductuales. Reconocen la sintomatología en caso de burn-out, trauma­tización directa o vicaria, fatiga por compasión, y sugieren estrategias para gestionar el estrés a partir de una reformulación que involucra la es­fera cognitiva. El supuesto es que el cambio de pensamientos y actitudes conlleva también una mejora a nivel emocional. Sin embargo, el cuerpo no está contemplado en ningún enfoque. Nues­tro modelo se basa en la idea de los tres centros propuesta por Albert (2014) para llegar a juntar los modelos cognitivos-conductuales con los que se centran en el cuerpo (Kepner, 2015; Lowen, 2001, 2003). Gracias a esto, se puede lograr un entendimiento mucho más completo de la vida del expat. De la observación clínica, se ve como el simple listado de posibles reacciones al estrés no es suficiente a dar cuenta de toda la vivencia de la persona que, por lo tanto, tiende a no iden­tificarse con ellos y, por ende, a no acudir a los servicios prepuestos, aunque sienta un malestar. Son muy comunes situaciones como la siguiente:  B: Estaba nerviosa, dormía muy poco, me des­pertaba pensando en el trabajo y no conseguía volverme a dormir […]. Me sentía ansiosa e irri­table Psicóloga: ¿Por qué no llamaste el servicio de apoyo psicológico?  B: Bueno, no estaba teniendo ataques de páni­co, no me sentía tan “grave” De testigos como éste, se nota como hay una discrepancia entre lo percibido por la persona y lo descrito por los listados de síntomas normal­mente presentados antes de que el operador vaya en misión. Por un lado, puede ser debido al lenguaje a veces poco accesible y, por otro, al hecho de que se pretende llegar a abordar vivencias que no pasan por el nivel cognitivo secuencial, a través de comunicaciones que re­suenan esencialmente en el hemisferio izquier­do (Dehaene, Spelke, Pinel, Stanescu y Tsivkin 1999). Los modelos clásicos se quedan, por lo tanto, en un conjunto de reacciones y posibles soluciones poco caladas en la experiencia diaria de la misión y, sobre todo, poco “encarnadas”, o sea poco físicamente sentidas y reconocidas por los expatriados. A través de la práctica clí­nica, nos hemos dado cuenta de la importancia de dar espacio a lo que no tiene palabras y a la memoria corporal. Especialmente interesante es el mundo psicológico que abre en las frases “no sé cómo explicarlo”. El foco de nuestro in­terés está precisamente ahí. Hemos visto cómo la atención puesta en los procesos corporales, junto con técnicas gestálticas (Perls, 1977; Na­ranjo, 2004) y de dramatización (Moreno, cita­do por Montero, 2005; Boal, 2005), ayudan la expresión de la esfera que se escapa al dominio de la palabra secuencial y contribuye a la res­titución de la complejidad de la persona, finali­dad última de la intervención.  Siguiendo este objetivo, la primera dificultad que se encuentra es la definición de “casa”. De repente nos damos cuenta de que es un tema mucho más complejo de lo que parece a simple vista, ya que no es únicamente el lugar donde se vive (también se vive en el lugar de la misión durante unos cuantos meses), ni el donde se re­side habitualmente, ya que la persona puede no sentir una pertenencia. Para muchos, la “casa” es el lugar de los lazos sentimentales, por lo que la multiplicidad de este concepto es aún más evidente, ya que hay lazos tanto donde viven los padres, como donde están los amigos más íntimos, lo que significa que, en una sociedad como la de hoy en día, pueden encontrarse en muchos lugares físicos lejanos entre ellos. Fi­nalmente, “casa” puede no coincidir con el lu­gar de nacimiento, ni con el país. Por esta serie de razones, a la hora de considerar el proceso de construcción de nuevas representaciones (Moro, 2006), es preferible hablar del “sitio al que vuelves”. Denominar un lugar específico “casa” tiene el riesgo de pedir a la persona que se decante por un lugar físico concreto, el su­puesto “normal”, implicando, de esta manera, que existe uno “raro”, diferente, que “las per­sonas normales no entienden”. Esto aumenta la compartimentación, o sea el vivir ámbitos del sí mismo (Fromm, 1962) de manera escindida. He­mos visto que finalidad de la intervención es la opuesta. Por esta serie de razones, en el modelo de los tres centros, se evita la dicotomía que se puede encontrar en la literatura (McKay 2007) entre “casa” y “extranjero”.  Al regreso, el mundo interior de nueva adqui­sición se encuentra en un entorno donde ya no tiene posibilidad de ser expresado como en el terreno. Esta incomunicabilidad hace que se cree una fractura entre la vida exterior de re­laciones sociales, mantenidas como antes de la misión, y una interior en las que se mueven las nuevas vivencias.  Hay varios aspectos a la base de esta limita­ción en la comunicabilidad: la imagen pública de la ONG en el país de residencia, la exposición a las vivencias reales en el terreno, los cambios que la experiencia conlleva a nivel de identidad del expat, el hecho de que el entorno social al que se regresa no está preparado a ellos.  En cuanto a la imagen pública de las ONG, es interesante retomar las observaciones de Gaulejac (1987). Este autor nos habla de un en­revesamiento ideológico donde el ser humano es un recurso para la empresa, o sea, se vuel­ve un objeto cuya finalidad es el desarrollo de la empresa, más que a la inversa. En el terreno, los operadores son sujetos a una contradicción entre lo que pide la sede principal, números e indicadores, y lo que se percibe como esencial e importante. Gaulejac destaca una folie objec­tiviste por la que hay que medirlo todo y se ex­cluye todo lo que no es medible, aunque sea lo más importante para las personas: la dignidad, el honor y el amor. Estos valores son los pro­movidos a nivel macro por las ONG y, de aquí, la discrepancia entre la imagen externa presen­tada de lo que es el terreno y los operadores humanitarios por un lado y, por otro, la realidad que se encuentra efectivamente. Este proceso tiene muchas similitudes con el viaje migratorio. Esta otra realidad no es comprendida por los que se quedan, que viven con la imagen social­mente transmitida, funcional al mantenimien­to de la máquina humanitaria (Gaulejac, 1987). Esto aumenta la fractura al regreso en forma de no entendimiento por parte de los otros, y de incomunicabilidad por parte del operador. A esto se le suma la sobreexposición del ex­pat en el terreno que tiene la consecuencia de un aumento de la rigidez de los movimientos y hace que la persona empiece a escindir par­tes de su personalidad y a funcionar sólo con las aceptadas por el contexto y la cultura de la organización. Por decirlo con Moreno (en Mon­tero, 2005), hay una reducción de la espon­taneidad (factor e) a la que corresponde una contracción del Yo. Según el modelo de los tres centros, la espontaneidad se expresa también por los movimientos corporales, cuya rigidiza­ción lleva al encogimiento musculo-esquelético, o sea a replegarse hacia el centro, en un senti­do de cierre. La respiración es alta, es decir, que involucra principalmente la zona pulmonar, sin bajar debajo del diafragma que, por lo tanto, se vuelve una barrera para el fluir de la energía a zonas más bajas y blandas, que son el cajón de resonancia de las emociones y la expresión más instintiva (Albert, 2014). No consigo encontrar mi espacio […], respiro mal […], no me encuentro a gusto con la gen­te. La personalidad se escinde y entra en un proceso de fragmentación, donde los aspectos más relacionados con la efectividad, la rapidez, el asertividad, etc., se vuelven hipertróficos en detrimento de los correspondientes a la esfera de la afectividad (ternura, necesidad de apoyo, lentitud, etc.), que se quedan literalmente con­gelados, ya que no tienen la posibilidad de ser expresados. Con el paso del tiempo y la falta de costumbre a expresar unas partes del sí mismo, la persona se encuentra dividida en comparti­mentos estancos de los que no tiene conscien­cia. Esto vuelve muy complejo el proceso de re­adaptación al volver de misión. Muy a menudo, la idea de poder retomar a la vuelta los ámbitos negados durante el periodo en terreno resulta muy ilusoria, pues la persona se da cuenta de que ya no sabe cómo hacerlo y, sobre todo, que el proceso de “descongelamiento” lleva un tiem­po en el que se perciben sentimientos de angus­tia y vacío.  Me siento bastante solo ahora que he vuelto; no tengo gente con la que pueda compartir a nivel más íntimo y evito a los conocidos porque tienen muchos prejuicios sobre mi trabajo. Solo me preguntan que por qué voy allí, cuando ten­go un buen trabajo aquí y todo eso. Este vacío disfórico, que Lachal (2006) llama la “caída nar­cisista de la vuelta”, resulta de la discrepancia entre las dos dimensiones de la vida: la del mar­co sedentario del lugar al que se vuelve y la del marco nómada de las idas y venidas. Véanse las características en la tabla 1 del anexo. El opera­dor se encuentra inscrito en las dos dimensiones a la vez, mientras que los que se han quedado sólo viven en la sedentaria, hecho que dificulta el encajar las nuevas vivencias en el sistema de experiencias que existe en el entorno social ha­bitual y que se ha estructurado, hasta ese mo­mento, de manera diferente. La negación de las nuevas vivencias se configura como el mecanis­mo defensivo más utilizado y la salida más típi­ca es volver enseguida en misión. Esto tiene el doble efecto de refuerzo narcisista de un lado y, por otro, de aumento del desarraigo, que será aún más evidente al regreso siguiente, ya que el volver en misión por el hecho de no encontrar su propio lugar en el sitio de vuelta cronifica los elementos del sí mismo congelados.  Por lo general, el marco sedentario contem­pla toda la esfera de las emociones ligadas a la tranquilidad y familiaridad que explican bien el sentimiento de “casa/heim”, mientras que el ambiente del terreno responde a la esfera de las emociones nuevas, intensas, cargadas de adre­nalina, donde se está en “primera línea”, que ca­racterizan un viaje del sabor mitológico, donde el motor es el amor y la búsqueda, y donde los operadores humanitarios son precisamente los héroes contemporáneos. Estos son fuertes re­fuerzos narcisistas y se pueden ver de los testi­gos siguientes: “ahí he sido una cirujana de ver­dad”, “ahí soy como quiero ser”, “ahí tengo mi lugar”, “he descubierto que soy la responsable que siempre he deseado ser”, “el placer es cuan­do ves los ojos de gratitud de los pacientes […]. Allí hago la diferencia. En mi hospital, en Italia, los pacientes no miran así, no reconocen mi tra­bajo, sólo exigen y cuestionan”.  Es muy habitual tener sentimientos de ser in­dispensables y de gran responsabilidad hacia el proyecto, que dificultan el tomar distancia para coger vacaciones o días de reposo. Otra dificul­tad para coger tiempo de descanso hace nue­vamente referencia a la máquina humanitaria que funciona gracias al compromiso individual, donde trabajar es igual a ayudar y, por ende, no trabajar es no estar ayudando a los que “lo nece­sitan más que yo”. En último análisis, también es difícil desapegarse de un proyecto al que la per­sona ha dedicado los últimos meses de su vida, debido también a la típica escasez de estímulos en el terreno.  Muchas veces los operadores no renuncian a la misión y la llevan a cabo aunque perciban se­ñales de agotamiento. Esto pasa principalmente por sensación de fracaso si se abandona antes del previsto y por no querer dejar los usuarios y el proyecto descubiertos sin un reemplazo. Irme y renunciar para mí equivale a fracasar. Todos me decían que no estaba bien […], me preguntaban qué tal estaba y eso me ponía de los nervios […], hasta que me dijeron que me tenía que ir. Yo me enfadé mucho y empecé a resistir […]. El último mes fue de mal en peor, llo­raba y me enfadaba mucho […]. Irme habría sido fracasar […]. El psicólogo me dijo que me estaba haciendo daño en quedarme, pero si me iba, iba a estar aún peor. He tirado la cuerda y he acabado muy cansa­do: estoy nervioso, hiperactivo, trabajo hasta en la cama, siento que tengo muchas responsabili­dades que no puedo fallar, desde el HQ cuentan más conmigo que con el jefe de misión […]; ne­cesito aprender a decir que no. La vuelta puede ser especialmente difícil cuan­do sigue a una evacuación repentina por razo­nes de seguridad, frecuentemente vivida como una ulterior fractura en las experiencias vitales a las que se añaden sentimientos de culpabilidad por dejar los colegas nacionales y los usuarios. Casi todos los operadores que han vivido esta experiencia han utilizado las palabras “dejarles así”, donde el “así” es rico de significados y de un profundo sentimiento de abandono.  Empezaron los bombardeos y los disparos y nos evacuaron enseguida. Habían sitiado la mez­quita, estábamos todos expuestos y teníamos miedo. Ahora que he vuelto, pienso en el staff nacional que se ha tenido que quedar allí, estoy preocupada. Ha sido muy duro irse sin poder de­cir adiós, pero la verdad es que no podía quedar­me, estaba al límite de mis energías […]. Siento que los he abandonado […]. Haberme separado así de ellos no me hace bien. Me evacuaron por problemas de seguridad. El hospital en el que trabajábamos estaba en el hot spot del conflicto armado y en ese momen­to tuve miedo. Me ha costado mucho irme. No tuve tiempo de despedirme y me quedo muy enganchada pensando en el staff que se queda allí, siento que les abandono. Ahora que estoy en casa me doy cuenta de lo que realmente ha pasado. De estos testigos, se puede notar el impacto de las evacuaciones, donde el operador pier­de todo sentido de control sobre los aconteci­mientos, ya que la evacuación es decidida por la organización que define todos los detalles logísticos y temporales. Este acontecimiento es potencialmente traumático por el reabrirse del abandono, que coincide con los desarraigos re­petidos vividos tanto en el pasado como en el presente y se junta con las consecuencias de la exposición en sí misma al evento que determina la evacuación.  Por último, otro factor que obstaculiza la co­municabilidad de las vivencias es que habitual­mente los expats no quieren contar los detalles más duros para no preocupar a la gente que se ha quedado, que no recibiría todo el contexto, perdiendo así la visión del conjunto y lo mucho que, al mismo tiempo, la experiencia ha apor­tado, poniendo en evidencia sólo los riesgos y el sufrimiento humano. Mis padres no me pre­guntan y yo no les quiero contar para que no se preocupen.Hay un creciente interés de parte de los inves­tigadores en temáticas relacionadas a la gestión del estrés, la resiliencia, el trauma, etc. (McKay, 2007) y de las ONG, en el impacto que la vio­lencia, el sufrimiento y el desarraigo tienen so­bre la salud psicofísica de los expatriados. Sin embargo, el foco está puesto únicamente en los contextos definidos “altamente inseguros”, es decir, las guerras, riesgo de secuestro, de robo y agresiones perpetradas por los grupos armados presentes en el sitio donde se implementan las actividades. Es importante destacar cómo los procesos descritos aquí se aplican tanto a los operadores que van a dichos contextos como a los que van a los más alejados, donde el riesgo no es la incolumidad física, sino la soledad y la falta de contacto humano.

Conclusiones  

Como se puede ver de todos los elementos destacados en este estudio, cada experiencia contiene elementos de refuerzo y de exposición y fractura a la vez, por lo que es difícil para el operador discernir, sobre todo si la idea de base es la de tenerse que decantar por una definición clara de sí mismo.  La intervención en el modelo de los tres cen­tros tiene por objetivo principal el de restable­cer la complejidad de la identidad de la persona entrenando el expat en el estar al 100 % en cada contexto donde se desarrolla su vida; es decir, estar con todos los ámbitos vitales puestos a la vez en el lugar donde se encuentre, evitando de ser únicamente el trabajador en un sitio, el hijo/a en otro, el colega de trabajo en otro aún, etc. El ser el 100 % de uno mismo conlleva como efecto secundario el sentimiento de no haber perdido tiempo vital, de mantenerse atento a las que son las necesidades de realización profesio­nal, ayuda al otro, calor humano, entusiasmo y curiosidad, reposo, emociones fuertes, fuerza y ternura. Para lograrlo es básico tener a un guía experto que proporcione una escucha activa y una psicoeducación específica que ayude a po­ner nombre a vivencias que, de otro modo, no tendrían posibilidad de ser detectadas y elabo­radas.  La intervención promueve también el volver a sentir el “niño interior” (Jung en Abrahams, 1994; Zicari, 2017), la inocencia y la belleza de la vida, volver a contactar con la lentitud para redescu­brir el sabor de las cosas, practicar el “parar”. Esto solitamente resulta de extrema dificultad para un colectivo acostumbrado a la resolución de problemas de manera rápida, orientada a la efectividad y a la eficacia, a cambios repentinos, altos niveles de adrenalina y cortisol, extrema flexibilidad y adaptabilidad a nuevos contextos.  En el trabajo corporal, se promueven movi­mientos expansivos que le restituyan la comple­jidad expresivo-músculo-esquelética y permitan a la persona reapropiarse de todas sus posibili­dades de movimiento.  Este modelo, ya a nivel de marco terapéuti­co, es un contenedor que amplia espacios in­trapsíquicos, favoreciendo las relaciones in­terpersonales y restableciendo la complejidad de la identidad personal. Todo esto permite el rencontrarse en el refugio interior de cada uno, base estable para moverse.  

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