Adolescencias en pandemia: acerca de las conductas de riesgo y la construcción del “cuidado de sí”
Jorge E. Catelli
RESUMEN
Adolescencias en pandemia: acerca de las conductas de riesgo y la construcción del “cuidado de sí”. Las adolescencias plantean hoy renovados desafíos. En nuestros días, los clásicos duelos adolescentes cobran sentidos que interpelan, tanto por las situaciones de riesgo actual y sus modos de darse, como por las circunstancias de una época signada por la inmediatez, las tecnologías y la pandemia de la COVID-19. El autor propone en este artículo un análisis de la construcción del “cuidado de sí” como un modo del “cuidado del otro”, articulando la constitución del sujeto desde las dimensiones del prójimo y del semejante, en tanto formas del Nebenmensch freudiano, con categorías foucaultianas, para desarrollar sus ideas. Palabras clave: adolescencias, riesgos, cuidados, duelos, acting-out.
ABSTRACT
Adolescences in a pandemic: about risk behaviours and the construction of “self-care”. Adolescence poses new challenges today. In our times, the classic adolescent mourning takes on new meanings that challenge us, both because of the current risk situations and the ways in which they occur, and because of the circumstances of an era marked by immediacy, technologies, and the pandemic of COVID-19. In this article, the author proposes an analysis of the construction of “self-care” as a way of “caring for the other”, articulating the constitution of the subject from the dimensions of the other and the similar, as forms of the Freudian Nebenmensch, with “Foucauldian” categories, in order to develop his ideas. Keywords: adolescence, risks, care, mourning, acting-out.
RESUM
Adolescències en pandèmia: sobre les conductes de risc i la construcció de la “cura d’un mateix”. Les adolescències plantegen avui renovats desafiaments. En els nostres dies, els clàssics duels adolescents cobren sentits que interpel·len, tant per les situacions de risc actual i les maneres com es donen, com per les circumstàncies d’una època signada per la immediatesa, les tecnologies i la pandèmia de la COVID-19. L’autor proposa en aquest article una anàlisi de la construcció de la “cura d’un mateix” com una manera de la “cura de l’altre”, articulant la constitució del subjecte des de les dimensions de l’altre i del semblant, a la manera del Nebenmensch freudià, amb categories foucaultianes, per desenvolupar les seves idees. Paraules clau: adolescències, riscos, cures, duels, acting-out.
“Nacemos, por decirlo así, en dos veces: una para existir, y la otra, para vivir. Una para la especie, y la otra para el sexo.” Jean-Jacques Rousseau, Emilio, Tomo V “Mi primer pensamiento al despertarme fueron los verbos griegos con terminación μι. – ¡Mierda, carajo! durante el desayuno y en el camino me la pasé conjugando tanto que quedé abrumado. Debo haber cortado poco después de las tres. La pluma me hizo otra mancha en el libro. La lámpara humeaba cuando Mathilde me despertó; en los arbustos de lilas debajo de la ventana los mirlos gorjeaban tan felices. Yo, inmediatamente me puse inexpresablemente melancólico de nuevo. Ajusté mi cuello y pasé el cepillo por mi cabello. ¡Pero se siente, cuando se le ha arrebatado algo a su propia naturaleza!” Franz Wedekind, 1891.
Adolescencias en pandemia: acerca de las conductas de riesgo y la construcción del “cuidado de sí” Las adolescencias como travesía Las adolescencias, en términos generales -y tal vez con el riesgo de plantearlo de modo generalizante-, se caracterizan por el intento de consolidación de una identidad, en medio de múltiples transformaciones y mutaciones. Me propongo hablar de adolescencias en plural, ya que considero que esto implica una apuesta por subrayar la diversidad, en relación con las formas de vivirla, así como una multiplicidad de factores que las atraviesan. Estos factores los pienso tal como vengo investigando con Kaplan y equipo (UBACyT, 2018 – 2020 [2]), tanto en relación con el momento histórico, la configuración social y las tramas culturales, así como lo que podríamos enunciar en términos de “la época” en que se ha de inscribir el sujeto, que también demarcan una diversidad de marcos referenciales y variaciones dentro de ellos mismos, para pensar a los sujetos. De este modo, el abordaje de “las adolescencias en plural” señala también poder estar advertidos y dejar de manifiesto esta múltiple inscripción, para poder pensar una pluralidad de adolescencias posibles, de este modo contextuadas, para ubicar allí las coordenadas subjetivas. Este hito significativo para la cristalización del sujeto tiene lugar en medio de un complejo proceso de elaboración de duelos propios de la infancia que comienza a abandonarse en que, tal como Sara Zusman de Arbiser (2018) refiere, “el cuerpo es el gran protagonista. Es el lugar donde se manifiesta el sufrimiento, un lugar de exhibición y escritura.”. Al decir de Knobel y Aberastury (1971) (3), el cuerpo es parte de estos objetos a duelar y “los fenómenos de depresión y duelo acompañan el proceso identificatorio en la adolescencia” (p. 100). A propósito de los primeros señalamientos en relación con las adolescencias “en plural”, me resulta interesante la posibilidad de acentuar los años de publicación de las ideas mencionadas supra, para reconsiderar la validez de estas cincuenta años después, así como la posibilidad de repensarlas hoy. A su vez, como parte de los procesos mencionados, se impone la necesidad de confrontación con los modelos de las generaciones anteriores, como modo de diferenciación y construcción posible de un proyecto de vida (Catelli, 2018a) que, a su vez, es un proyecto identificatorio inconsciente y cristalización en ciernes de la subjetividad, echando mano “a todos los recursos para aflojar los lazos que mantienen con su familia, los únicos decisivos en la infancia” (Freud, 1905, p. 205). El desafío hacia las figuras que encarnan al Otro, como modo confrontativo, responde a modos más bien maníacos de esos recorridos subjetivos, en que los adolescentes pueden oscilar entre momentos de euforia y omnipotencia y otros de tristeza y melancolía, en que “se consuma uno de los logros psíquicos más importantes, pero también más dolorosos, […]: el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición tan importante para el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua” (Ibíd, p. 207). Claro que esto no es de un solo movimiento y para siempre. Básicamente podemos ubicar dos tiempos que se ponen en juego: uno de “alienación” en relación con las figuras que han encarnado las funciones parentales previamente, y otro de “separación” de esas mismas figuras y su autoridad. Esta travesía implica un doloroso trabajo, que los duelos anteriormente mencionados implican, imbricando múltiples procesos de despliegue psíquico, orgánico, corporal y social, entre otros, e inmerso en un contexto histórico y entramado de prácticas, discursos, ideales, deseos, ideologías y prohibiciones. Esta imbricación se despliega en movimientos progresivos y regresivos de la trama simbólica en que el sujeto en cuestión va haciendo su despliegue. El ánimo repentinamente triste y en apariencia inmotivado, los saltos de humor extremos, así como las reacciones de angustia profunda, van mostrando, tal como afirma L. Kaplan (1991, p. 131), “la lucha interior por renunciar al pasado y al mismo tiempo no perderlo del todo”. Las añoranzas retornan, de todas maneras, una y otra vez, a veces como las grandes reflexiones por “el tiempo perdido”, “la angustia por aprovechar el tiempo y no desperdiciarlo -por ejemplo, en la elección adecuada de sus vocaciones y proyectos de vida-” y, a la vez, la sensación, el insistente y agridulce recuerdo de lo que no puede volver a ser. En muchas ocasiones, ciertas “fugas hacia adelante”, se manifiestan como virulentas acciones, a veces “pulsando el acelerador”, como modo maníaco de darle a esta encrucijada una resolución posible. Es considerable el número de accidentes y muertes por accidentes de tránsito de los cuales son protagonistas adolescentes o, para ser más acotados, adolescentes tardíos. Los momentos de euforia se manifiestan en actos virulentos de violencia que, en muchos casos, terminan siendo autodestructivos. No son ajenas a este contexto las conductas que venimos observando actualmente en relación con los cuidados necesarios e indicados en plena pandemia de la COVID-19. La reacción casi oposicionista, que se viene viendo en las conductas sociales, protagonizadas por adolescentes, muestra aspectos negadores y autodestructivos que está potenciada por las particularidades planteadas anteriormente en relación con los picos anímicos observados en estos grupos etarios; aunque no exclusivamente y, siempre, en articulación con la singularidad de la constitución subjetiva. Otra variable importante a tener en cuenta es el factor social, en relación con las adolescencias vulnerables, marginales y desprotegidas, de sectores populares y empobrecidos de Latinoamérica (4). Esta vulnerabilidad propia de las adolescencias se ve acrecentada y potenciada por el riesgo y la vulnerabilidad social implicados en grupos que presentan aún mayores riesgos y, proporcionalmente, necesidad de cuidado, que muchas veces queda incrementado por estigmatizaciones alienantes, de las que también son víctimas. Las derivas de estos potenciales modos de darse del sujeto en esa etapa de la vida varían de acuerdo con la singularidad propia de su organización psíquica. El cuidado de sí, tanto en los momentos más melancólicos como en los más maníacos, queda particularmente afectado, ya sea por un descuido activo, sostenido en la sensación de omnipotencia, como por una actitud que implica una dedicatoria a un otro a quien se desafía, tal como dejé explicitado más arriba. Las diversas conductas, ya sea en relación con los cuidados necesarios para evitar los riesgos de contagio, como también en relación con conductas desafiantes hacia los otros, van mostrando la convocatoria a las generaciones de los adultos que somos convocados a hacernos cargo de su cuidado. En esta misma línea, es el mismo Estado el que debe asumir esa tarea a través de sus estamentos y agencias de llegada a la comunidad. Muchos problemas de salud, como las enfermedades de transmisión sexual, el consumo problemático de sustancias y, en nuestro contexto actual de pandemia, la exposición a los contagios de COVID-19, encuentran una particular facilitación en la adolescencia, en relación con las anteriormente mencionadas “conductas de riesgo”. Alcanzar cierta posibilidad de cuidado de sí, respecto del que me referiré infra, cabalga en momentos de zozobra identificatoria en un mar de actos y actings, en búsqueda de procesos psíquicos de anclaje de la cristalización de la subjetividad en ciernes. Del acting-out y el acto psíquico completo “El distingo entre la actividad psíquica preconsciente e inconsciente no es primario, sino que sólo se establece después que ha entrado en juego la defensa. Sólo entonces cobra valor tanto teórico como práctico el distingo entre unos pensamientos preconscientes que aparecen en la consciencia y pueden regresar a ella en cualquier momento, y unos pensamientos inconscientes que lo tienen prohibido”. Sigmund Freud, 1912, p. 275 Casi a la inversa de la llamada “inopia” (Dolto, 1988, p. 13), en que, por propia indefensión y debilidad, como los bogavantes y las langostas, “se ocultan […] en ese momento […] para adquirir defensas”, el movimiento maníaco tiende a llevar a los jóvenes a la actuación (Garma y Garma, 1966). La salida a la acción de modo compulsivo, bajo una premisa inconsciente de negación de los riesgos efectivos de la realidad exterior, que no llegan a ser tramitados psíquicamente, van mostrando una hipertrofia en el circuito del acto psíquico que me parece importante situar metapsicológicamente. Siguiendo con las ideas de Freud, “todo acto psíquico comienza por ser inconsciente” (1912, p. 275); el desarrollo de aquella primera idea inconsciente puede conducir al sujeto a una “conducta adecuada a fines” (1926 [1925]) que llevaría a conseguir “un trabajo que opere sobre el mundo exterior: […] ya no es autoplástica, sino aloplástica.” La resolución autoplástica implica una modificación en el mundo interno, así como también la formación de un síntoma o una modificación tal que no permite la acción “adecuada a fines”, sino el acting-out o, en el peor de los casos, el “pasaje al acto”. En ese sentido, las conquistas psíquicas implicadas en relación con la posibilidad de llegar a un cuidado de sí darían cuenta del desarrollo de un acto psíquico completo, cuya consecuencia sería ese cuidado como producto de una modificación aloplástica. Hasta tanto esto pueda darse, algo del orden del Otro, a veces encarnado en algún modo de una familia habrá de ser, tal como revela la etimología, “el conjunto de fámulas y fámulos, es decir, el conjunto de los siervos, porque la familia se constituye por el servicio o la servidumbre de cada uno de los integrantes para sostener al otro”. (Zusman de Arbiser, 1986, p. 370) En el reverso del sostenimiento, según Lacan (2007), se encontraría algo propio de la madre fálica, no como normalmente se la imaginariza, sino en relación con dejar caer, al estilo del reclamo de Electra a Clytemnestra, en relación con la madre fálica: “alguien que les dice que cuanto más precioso es un objeto para ella, ella sufrirá la atroz tentación de no retenerlo en una caída esperando vaya a saber qué milagro en esa suerte de catástrofe, y que el niño más amado es justamente ése al que un día dejó caer inexplicablemente”. Considero que este punto es un articulador central, en relación con un lugar de pasaje que las adolescencias necesariamente transitan, en que el sostenimiento simbólico de las generaciones mayores encarna una función central para un pasaje posible al cuidado de sí. Cuidado de sí, cuidado del otro: epimeleia heautou “Sobre el prójimo, el ser humano aprende a discernir”. Sigmund Freud, (1950 [1887-1902]), p. 376. El desafío que las adolescencias hoy nos proponen tiene que ver con la necesidad de cuidado. Ese cuidado no siempre es posible que se lo procure el adolescente mismo, por las razones explicitadas anteriormente, en un momento en que están involucrados procesos complejos, respecto de hacer el duelo del cuerpo infantil, del lugar de niño e incluso de los padres de la infancia, junto con la consolidación y puesta a prueba de identificaciones que le den solidez a su personalidad. Con la influencia nietzscheana en el así llamado “momento genealógico” de las investigaciones de Foucault (2009), en cuanto a lo metodológico y al análisis del poder en términos de luchas de fuerzas, nos encontramos con una nueva etapa en sus investigaciones y producciones teóricas, en que el sujeto aparece en su constitución, delineado a partir de las propias prácticas: “cómo se llega a ser el que se es”. La idea nietzscheana del superhombre podría ser pensada, de algún modo, la de aquel que puede “darse su propia ley y crear sus propios valores”. En ese sentido, hay algo de la concepción de un “crearse a sí mismo” -o mejor aún, hacerse cargo de sí- y esta será una línea que Foucault ha de tomar en relación con lo que va a llamar “la inquietud de sí”. Esta noción constituye una actitud general, una manera determinada de atención, de mirada sobre lo que se piensa y lo que sucede en el pensamiento. “Implica también acciones que uno ejerce sobre sí, mediante las cuales se hace cargo de sí mismo, se modifica, […] se transforma y transfigura” (Vignale, 2012, p. 30). Se trata de una “actitud con respecto de sí mismo, con respecto a los otros, y con respecto al mundo” (Foucault, 2009, p. 28). En este sentido, esta idea cobra un volumen conceptual, a mi criterio significativo, para nosotros psicoanalistas, en tanto que concierne a la “historia de las prácticas de la subjetividad” (Ibíd. supra), y contribuye con la reflexión acerca de la precipitación de la subjetividad como “modo de darse del sujeto”. La sospecha de la cual Foucault es heredero proviene en términos generales de Marx, Nietzsche y Freud, quienes la ubican en relación con la estructura del conócete a ti mismo. La gran y significativa importancia del concepto de inconsciente para el psicoanálisis se juega en estas líneas, en relación con la desaparición de la identificación de la conciencia con la representación, entre múltiples otros elementos. Ese “sí mismo” del cual hay que ocuparse, particularmente en relación con nuestros jóvenes, es posible que sea traducido por una nueva pregunta en relación con ese pronombre reflexivo heauton, ¿cuál sería entonces ese elemento que es igual del lado del sujeto y del lado del objeto? Ocuparse de sí mismo implica ocuparse de algo que es lo mismo que el sujeto que “se ocupa de” uno mismo como objeto (Foucault, 2009, p. 66; Vignale, 2012, p. 313). Considero que estas reflexiones se encuentran en relación con la concepción acerca de la identificación para nuestro arte y ciencia, como una constitución que se juega en relación con el semejante, tal como vengo desarrollando en otros escritos, desde hace años (Catelli, 1989 a 2020), a partir de la idea temprana de Freud (1950 [1895], respecto del complejo del semejante / prójimo. La convocatoria al Otro: entre el prójimo y el semejante “El adolescente reacciona frente a la diferencia entre su actitud actual hacia los padres y la que tuvo en su infancia.” Freud, 1905 (n. de 1920), p. 206. Considero que parte de la mentada sospecha, ahora en relación con el sintagma inconsciente de convocatoria de los jóvenes al Otro, se ubica en el entramado de la reedición edípica de la dramática de la constitución psíquica, anclada en la identificación y los procesos involucrados, para darle consistencia a ese potencial cuidado de sí. Las figuras de quienes encarnan las funciones tanto materna como paterna son convocadas en relación con el cuidado y también en relación con la necesidad de confrontación, como representantes de una legalidad puesta en cuestión. La condición edípica, en plena reedición adolescente, contribuye, como fuente principal y estímulo, a la transformación permanente de quienes encarnan ese Otro en un ser repudiable, rival y ajeno, oscilando con momentos de reconocimiento, amor e idealización. Tal como comentaba en otro lugar, “en tiempos en que los pueblos estaban divididos por accidentes naturales, como los ríos, quienes quedaban de uno u otro lado del river se transformaban automáticamente en rivales, prójimos peligrosos, ajenos al lugar propio” (Catelli, 2020), aún con la cercanía y familiaridad de esa proximidad. Siguiendo a Freud y las lecturas que de él hace Jorge Winocur (1996a, 1996b), podemos situar un modelo de aparato psíquico refractario al estímulo -tanto pulsional como externo- como el aparato regido al comienzo por el principio de inercia, incapaz de tolerar el aumento de cantidad: funciona de un modo narcisista, refractario, reflejo, intentando despojarse de la excitación y, de este modo, del objeto, al estilo del modelo que propone Freud. En términos de este aparato psíquico narcisista y refractario, el tratamiento del otro, del vecino -ese otro repudiable del mundo exterior, ese prójimo temido- será como el del extranjero pulsional que lo habita, con rechazo y repulsión (Ibíd.). De este modo, queda en gran parte dirimido el universo adolescente -en términos generales-, oscilante en su funcionamiento psíquico, entre idealizaciones y rechazos radicales, virulentos repudios que desmienten la tridimensionalidad del otro y, por lo tanto, la posibilidad de darle lugar de consideración a los signos de la realidad material que se imponen, tales como las amenazas de la actual pandemia de COVID-19. El universo adolescente exige un acompañamiento especialmente cuidadoso en relación con los peligros ante los que queda expuesto y sin defensas (Dolto, 1988, p. 13). De ahí la particular importancia de la recomendación clínica al trabajar en psicoanálisis con adolescentes respecto de “tratar de entender los contenidos inconscientes y el tipo de defensas que predominan, […] de los padres, además de los del niño” (Zusman de Arbiser, 1985, p. 164). ya que, en ese entramado, en ese “entre”, se irá dando la precipitación subjetiva del adolescente. El primer modelo del aparato psíquico, tal como mencionaba anteriormente, muestra un sistema “saturado”, como el llamado “esquema del peine”, en que todo estímulo sería refractado, rechazado, en la medida que carece de toda capacidad para contenerlo, al estilo del sistema reflejo, del mismo modo en que la realidad exterior, en tanto objeto, es rechazada (Catelli y Zaefferer, 2013). Conjeturo que este modo de funcionamiento, articulado con el sistema de reconocimiento del otro, para rechazarlo en tanto diferente a sí, se potencia en el universo adolescente, de modo ostensible y virulento, con particular dificultad para el funcionamiento tridimensional, propio del segundo modelo de aparato psíquico que plantea Freud (1923), que lo involucra en ese “sí mismo” como objeto tridimensional de su propio cuidado. Esta “inquietud de sí” (cf. supra), leída en clave psicoanalítica, da cuenta de la escisión del sujeto en que como “objeto de sí”, puede ser algo más que destinatario de los maltratos del superyó, aun considerándolos como parte de esa “constitución melancólica” (Catelli y Zaefferer, 2013) y, en relación con la instancia del yo, ahora como objeto de cuidado. Me importa diferenciar esta instancia de posible “cuidado de sí” de un “superyó protector”, en relación con mi desacuerdo con esta última formulación, apoyado en las ideas de Ángel Garma (1966), Jorge Winocur (1996) y José Treszesamsky (2016). La convocatoria al Otro y la disponibilidad ante el llamado. El escenario de la COVID-19 De tal manera, el superyó sigue cumpliendo para el yo el papel de un mundo exterior, aunque haya devenido una pieza del mundo interior. Para todas las posteriores épocas de la vida subroga el influjo de la infancia del individuo, el cuidado del niño, la educación y la dependencia de los progenitores. Sigmund Freud (1940) A condición de la prematuración y la “necesidad de ayuda del otro” para la supervivencia del ser humano -más literalmente lo señala el término original alemán Hilflosigkeit-, se despliega la dependencia de modos diversos a lo largo de la historia singular de los sujetos, que muestra una relación con el Otro, y en relación con sus modos de aparición encarnada. Las adolescencias, de diversos modos y con los recursos con que cuentan a disposición, convocan de un modo insistente y diverso, tal como planteé supra en el primer apartado, en una necesidad de confrontación en el universo simbólico, con quienes encarnan los derivados de la función paterna, para erigir sobre su falta una identidad posible. El significante tapabocas ha adquirido una variada connotación en nuestros tiempos actuales, en un momento en que estamos transitando una pandemia, durante la cual cierto universo de prevención puede ofrecer una buena materialidad para dar lugar a cierta representación del Otro a confrontar. Ese significante puede ser cualquiera; sin embargo, articulado en nuestra época, adquiere un cariz singular en cada trama subjetiva que me parece interesante. Un paciente de 19 años, a quien atiendo desde hace no más de un año, se comunica telefónicamente en una sesión a distancia, en tiempos pandémicos, y habiendo tenido en el inicio muy pocas sesiones presenciales, y me dice con orgullo (¿superyoico?): “en la costa nos contagiamos todos. No quedó nadie sin corona.” “Unos reyes totales”, le respondí, “es que estábamos solos y nos íbamos reuniendo de los distintos grupos: de Pinamar, de Villa Gesell, de Mar de las Pampas, de Cariló… Íbamos rotando de un lado a otro y cuando ya no sabíamos adónde ir, cambiábamos de rumbo. Siempre había amigos en todos lados, pero todos la teníamos clara: a nosotros no nos iban a tapar la boca.” ¿Quién les quería tapar la boca? “Los mismos de siempre, los que nos dicen cómo debemos ser y qué tenemos que hacer. Si los viejos tienen miedo, que se cuiden ellos”. En este punto, el paciente estaba haciendo una referencia a una línea de su trabajo en análisis, en relación con figuras parentales, superyoicas y arrasadoras de su deseo singular. Tales figuras, a lo largo del tiempo, se habían encargado de ser agentes de ciertos sometimientos cruciales, para lo que luego fue la formación de síntomas, que lo condujeron al tratamiento psicoanalítico. El falso enlace entre el otro “sometedor y tapabocas” y el “otro del cuidado” facilitaron “los engaños del superyó” -parafraseando a Ángel Garma (1966)- confundidos en una acción permanente, insistente y masoquista, no sin revelar una convocatoria ostensible y de diversos modos, a ese conglomerado representacional que adquiere para el analizante el Otro. La apuesta por el “cuidado del otro” como “cuidado de sí” Para pensar de algún modo estas situaciones de convocatoria a las generaciones que para los jóvenes encarnan al Otro, me gusta pensar con dos metáforas: la primera es la de la “estación de servicio”, volviendo al análisis del “cuidado del otro” de Zusman de Arbiser (1986, p. 370). Una buena estación de servicio está en la ruta bien visible y permite que se identifique claramente cómo acceder a ella para buscar ayuda. Claro que esto no es sin equívocos. En el entramado de las series que constituyen al sujeto, los caminos son múltiples para la posibilidad de transformar accesos en puntos de rechazo, ofrecimientos en repudios y así sucesivamente, de acuerdo con las configuraciones más o menos patológicas. Sea tal vez la apuesta, instrumentar los medios para que quienes han de ejercer ese cuidado puedan explicitar esa disponibilidad ante los jóvenes. Tal como ahondaba supra, en los apartados 3 y 4, por constitución identificatoria, el “cuidado del otro” es potencialmente parte del “cuidado de sí”. La segunda metáfora es la del “auxilio mecánico”, aquel que va hacia quien no puede llegar a la estación de servicio, aquel que quedó varado, expuesto, en riesgo y necesitado de auxilio, aquel que a veces tampoco puede gritar la ayuda que precisa. Considero que quienes están convocados a cuidar de sus adolescentes requerirían también de esta capacidad de poder “ir hacia ellos”, ir a buscarlos en momentos en que el auxilio tal vez no se pueda pedir, para asistirlos, cuidarlos e intentar evitar, a su vez, los sentimientos de humillación que “ser cuidado” puede despertar en muchas configuraciones psíquicas. Considero que es una responsabilidad del universo adulto -y en el mejor de los casos, un deseo- el poder ocuparse de ese cuidado desde la proximidad, como reverso de la indiferencia y caída ante el otro. La cantidad de energía psíquica involucrada en estos procesos mentales es tan grande que la disponibilidad para el cuidado de sí es particularmente frágil y debe ser construida paulatinamente. De ahí la necesidad de la intervención de las otras generaciones, como agentes deseantes y amorosos del cuidado. Es otro modo de comprender hoy el concepto de familia, para poder sostener a quienes por sí mismos no lo pueden hacer. En términos de Silvia Bleichmar, se trata de “la presencia al menos de dos generaciones en las cuales una de ellas está en una asimetría factual y simbólica respecto al otro, lo cual le permite ejercer funciones de subjetivación y protección” (Rotenberg y Agrest, 2007). Ese cuidado, o dificultad para sostenerlo, se ve muy fuertemente en relación con las situaciones ante las que estamos asistiendo con la actual pandemia y los modos de desafiar sus consecuencias. Han de ser las generaciones que pueden ofrecer esta generosa visibilidad y compromiso activo a sus adolescentes las que puedan lograr despertar esa potencialidad de acceder al “cuidado del otro” como parte del “cuidado de sí”. Es un horizonte posible. Notas (1) Traducción del autor. (2) Investigación realizada en el Instituto de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Buenos Aires, Proy. n. 20020170100464BA, “Violencias, estigmatización y condición estudiantil. Una sociología de la educación sobre las emociones y los cuerpos”, Dirección: Carina V. Kaplan. (3) Tanto Zusman de Arbiser, como Knobel y Aberastury, psicoanalistas de niños y adolescentes de la llamada “escuela argentina de psicoanálisis”, han tenido una meritoria contribución al psicoanálisis en general y en particular al desarrollo del psicoanálisis con niños y adolescentes y, por esta razón, son considerados pioneros del movimiento psicoanalítico en América Latina y para el mundo; así como Ángel Garma, quien trajera el psicoanálisis a la Argentina y llevara a cabo un amplio desarrollo y difusión del mismo, conjuntamente con la fundación en 1942 de la Asociación Psicoanalítica Argentina, con un pequeño y potente grupo de entusiastas colegas. (4) En Argentina, país en el que vivo y trabajo, los números de niños y jóvenes sumidos en la pobreza e indigencia son francamente alarmantes y los asentamientos y bolsones de familias carenciadas se extienden permanentemente a la vera de las grandes ciudades del país, como parte de un paisaje por momentos naturalizado, incluso legitimado por los teóricos neoliberales que se refieren a “fenómenos estructurales actuales”. Estas situaciones pueden encontrarse en cada país de latinoamérica, en los que la inequidad social se repite y extrema día a día.
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