Una experiencia para promover un vínculo saludable entre madres adolescentes y sus bebés

Pierina Traverso, Magaly Nóblega, Paula Escribens, Veronick a Vigil, Rocío Gabilondo, Adriana Fernández

 

RESUMEN

Investigaciones previas en madres adolescentes en contextos de pobreza han evidenciado dificultades de estas jóvenes en el vínculo con sus bebés y en su rol materno. Estos resultados fueron la motivación para llevar a cabo una investigaciónacción basada en una intervención grupal para promover un vínculo saludable de las madres con sus bebés en una zona de extrema pobreza de Lima (Perú). El artículo presenta una sistematización y discusión del material verbal que emergió durante las sesiones grupales el cual se ha estructurado en torno a tres temas centrales: el rol que cumplió el grupo como continente, la construcción de una identidad materna versus una identidad adolescente y el reconocimiento del rol materno en el contexto de pobreza. PALABRAS CLAVES: madres adolescentes, vínculo madre-bebé, pobreza, investigación-acción

ABSTRACT

An intervention experience to promote a healthy bond between adolescent mothers and their babies. Previous research on adolescent mothers in contexts of poverty in the city of Lima (Peru) had shown evidence of the difficulties these young mothers encounter in their bonding with their babies and with their maternity role. These results were the motivation to carry on an action research, based on a group intervention to promote a healthy bonding between these mothers and their babies in a context of extreme poverty in Lima. This paper presents a systematization and discussion of the verbal material that emerged in the sessions. The material has been structured in relation to three axes: The role that the group played as a container, the construction of a maternal identity versus an adolescent identity and the acknowledgement of a maternal role in a context of poverty. KEY WORDS: adolescent mothers, mother-child bond, poverty, action research.

RESUM

Una experiència d’intervenció per promoure un vincle saludable entre mares adolescents i els seus bebès. Investigacions prèvies en mares adolescents en contexts de pobresa han evidenciat dificultats d’aquestes joves en el vincle amb els seus bebès i en el seu rol matern. Els resultats van ser la motivació per portar a terme una investigació-acció basada en una intervenció grupal per promoure un vincle saludable d’aquestes mares amb els seus bebès en una zona d’extrema pobresa de Lima (Perú). L’article presenta una sistematització i discussió del material verbal que va sortir durant les sessions grupals, el qual s’ha estructurat al voltant de tres temes centrals: el rol que va complir el grup com a continent, la construcció d’una identitat materna versus una identitat adolescent i el reconeixement del rol matern en el context de pobresa. PARAULES CLAU: mares adolescents, vincle mare-bebè, pobresa, investigació-acció

Resultados de investigaciones previas sobre maternidad adolescente en contextos de pobreza en la ciudad de Lima nos indican que estas madres son más intrusivas, muestran más cólera y tienen menos paciencia con sus bebés mientras que éstos se presentan como menos vivaces y más pasivos (Haya de la Torre, 2009; Traverso, 2006). Asimismo las jóvenes madres desconfían de sus propias capacidades para cuidar al bebé y ven a sus propias madres y/o madres políticas como las más capacitadas respecto al cuidado de su hijo, generando en ellas sentimientos de minusvalía en torno a su rol materno (Nóblega, 2006, 2009). Estudios en otros países han encontrado que la maternidad adolescente sitúa a la madre y al niño frente a una serie de situaciones negativas entre las cuales se encuentra el aumento del riesgo de abuso (Buchholz y Korn-Bursztyn, 1993; Dukewichi et al, 1996).

Tomando en cuenta estos hallazgos, se llevó a cabo una investigación-acción con un grupo de madres adolescentes y sus bebés para conocer el proceso de construcción del vínculo que establecen estas jóvenes con sus hijos y, al mismo tiempo trabajar, para promover el desarrollo de un vínculo saludable. En el artículo presentamos un análisis de los diferentes procesos que se dieron a lo largo de la intervención a partir de los contenidos que fueron emergiendo en los diferentes procesos grupales que a modo de fantasías, temores y ansiedades, trajeron las madres a los espacios grupales a través de sus relatos.

La tarea que se planteó en los grupos fue la de crear un espacio para pensar: pensar la maternidad, pensarse ellas mismas como mamás adolescentes y poder pensar a sus bebés. En este sentido, a partir de la creación de un vínculo de confianza entre el grupo y las facilitadoras, se buscó potenciar en las madres la capacidad para mirarse a sí mismas, abriendo paso con ello a un nuevo vértice desde el cual pudieran concebirse como adolescentes en un nuevo rol.

Método

La metodología de trabajo propuesta para la intervención fue la de grupos operativos de Pichon Riviere (1971). Este autor define al grupo operativo “como un conjunto de personas con un objetivo en común, el cual se intenta abordar como un equipo y que tiene propósitos, problemas, recursos y conflictos que deben ser estudiados y atendidos por el grupo mismo a medida que van apareciendo”. Se pensó que esta propuesta metodológica era la adecuada para dicha población objetivo, pues permitía que el espacio grupal se ajustara a las necesidades de las madres y no se impusieran temas ajenos a éstas, tal como sucede en talleres que cuentan con temas establecidos previamente. En este sentido, era el grupo quien con sus propias demandas delimitaba los contenidos de las reuniones y, con ello, la tarea que lo convocaba.

Las participantes del proyecto fueron 26 madres adolescentes entre 15 y 19 años que vivían en una zona urbana marginal de Lima. Asistían a la intervención con sus bebés, que en dicho momento tenían entre uno y seis meses de edad. Se formaron cuatro grupos de madres y bebés que estuvieron a cargo de dos psicólogas cada uno, cuya función fue facilitar la construcción del vínculo que permitiera la emergencia de los procesos grupales. Se plantearon diez reuniones de hora y media de duración, con una frecuencia de una vez por semana. Estas 26 madres asistieron por lo menos a cuatro sesiones del taller.

Las reuniones se iniciaban con la pregunta de las facilitadotas: “¿cómo habían estado en esa semana?”. A partir de la emergían diferentes temas que las mamás traían a las reuniones. Igualmente surgían temas por la misma presencia de los bebés en cada reunión. El material recogido en las sesiones fue luego sometido a un análisis de contenido tratando de identificar los aspectos más relevantes que pudiesen dar cuenta del proceso seguido durante las mismas.

Resultados y discusión

Se identificaron tres temas centrales para estructurar el material de las reuniones grupales.

  1. De la desconfianza a la confianza: el grupo como un tercero que contiene y estructura. Construir un espacio de confianza y comodidad no fue tarea fácil para el grupo de madres adolescentes. Al inicio la sensación de caos fue predominante, producto de la dificultad para reconocer sus recursos y su propia agencia, lo que generaba en las jóvenes la sensación permanente de no saber qué hacer. Esto ocasionó la necesidad de idealizar la posición de las facilitadoras lo que llevó a que se les considerara fuente de saber. Las madres depositaron en las facilitadoras la responsabilidad de calificar su función materna; es decir, había un pedido tanto explícito como implícito de que fueran ellas las que señalaran si las adolescentes estaban siendo “buenas o malas madres” o incluso hacerse cargo en el espacio de su función como madres. Esta demanda fue percibida por las facilitadoras como una prueba de confianza, que se podía ganar si se respondía de manera correcta o perder si sus expectativas no eran cubiertas.

– “Ustedes que saben, háganse cargo” (Isabel, 17 años).

– “Del taller espero que me hablen, que me orienten, que me digan qué voy a hacer, todas esas cosas. Si está bien lo hago, o lo que estoy haciendo…” (Rosa, 16 años).

No responder a estas demandas, permitió entre otras cosas, que la desconfianza se instalara en un inicio y se manifestara de diversos modos.

– “Yo prefiero que conversaran en persona con cada mamá. Porque a veces así en grupo da vergüenza contar todas sus cosas ¿Qué dirán? No sé” (Wendolyn, 16 años).

– “En un inicio tenía miedo de venir, mi pareja no quería dejarme que venga al taller, me decían ten cuidado no te vayan a quitar a tu bebé…” (Carmen, 18 años).

La desconfianza en algunos grupos se manifestó a través del temor que se hacía evidente en sus intervenciones, que eran cortas y concretas lo que dejaba poco margen para construir una narrativa conjunta. En otros grupos, la desconfianza se manifestó en la imposibilidad de tolerar su ambivalencia y su necesidad de expresar solo los aspectos positivos o idealizados del maternaje.

– “La maternidad es lo mejor que me ha pasado, mi mayor alegría” (Sandra, 16 años).

Dicho temor se vivía también desde las facilitadoras, quienes tenían la fantasía de no cubrir las expectativas de las participantes, que éstas abandonarían el espacio y que finalmente por ello, el grupo se disolvería en el tiempo. No obstante, poco a poco, esto fue cambiando. Las madres adolescentes paulatinamente fueron creyendo en las posibilidades del espacio, hablando de sus experiencias íntimas, de aquello que les generaba miedo, vergüenza y ambivalencia. Así, la posibilidad de expresarse permitió que la desconfianza, que en un inicio marcó el encuentro del grupo, pudiera depositarse fuera de él.

– “En el barrio con las amigas no se puede decir lo que realmente una siente porque luego se convierte en chisme… y todo el mundo sabe y hablan mal de una” (Isabel, 17 años).

A medida que las sesiones avanzaron, éstas se fueron nutriendo de las anécdotas, preocupaciones y conflictos diarios de las jóvenes madres, los cuales se convirtieron en los cimientos del espacio grupal y permitieron que cada uno de los grupos pudiera construir su historia propia.

– “… Siento que en el taller se puede hablar de cosas que no se hablan en otros lugares, como por ejemplo rajar de las suegras o de la misma familia y decir cosas que con otras personas no vamos a poder comentar…” (Ana, 16 años).

Así, la disposición del grupo –que no impone tareas, ni emite juicios, es decir, recurriendo a Bion (1962), “sin memoria y sin deseo”– les permitió dejar fuera las censuras para entenderse de otra manera. Entender cómo puede convivir en ellas lo que les gusta y les disgusta y, al mismo tiempo, ser madres; que el disfrute y el agotamiento puedan experimentarse simultáneamente y que pese al disfrute, también podían sentir que la maternidad les quitaba espacio para hacer las cosas que hacen las “chicas de su edad”. Comprender que ser jóvenes y ser mamás simultáneamente, es también una tarea difícil de entender.

– “Cuando recién lo tuve en mis brazos no me hacía a la idea de que ya tengo al bebé, hay momentos en que siento como que, cuando llora, no sé, no siento cariño ni nada por él, como para cargarlo ni nada. No me adapto a la idea de que yo soy mama; no sé, hay momentos en los que siento que no lo quiero. Siento que no puedo cuidar a mi bebé, pero no puedo dejarlo” (Wendolyn, 16 años).

El verse reflejadas en sus compañeras dentro del espacio grupal facilitó, así, la proyección e identificación de diversas experiencias que generaron con el transcurrir de las primeras reuniones un sentido de pertenencia al grupo. Compartir sus desaciertos, sus afectos negativos que habían estado negados, festejar sus aciertos, manifestar abiertamente su desconfianza y con todo ello, mirar sus propias capacidades de maternaje hizo que las madres adolescentes confiaran en un espacio grupal que no juzgaba y que contenía lo que en un inicio era difícil mirar.

Esta nueva función reflexiva que el grupo había ganado pudo ser alcanzada también gracias a la presencia de los bebés. Presencia que trajo consigo un permanente encuentro con él o ella en el aquí y ahora: la urgencia que debía ser atendida, el llanto que reclama respuesta inmediata, la sonrisa, la incomodidad de tener que cambiar un pañal, el no poder calmar al bebé, todo ello permitió que el vínculo se actualizara permanentemente.

La necesidad de los bebés de verse reflejados en la mirada de las madres, trajo consigo la necesidad de las madres de verse reflejadas en la mirada del grupo y obtener una respuesta a sus demandas reales: la necesidad de conectarse con sus propios afectos, angustias y fantasías en torno a esta nueva realidad, la maternidad. El paso del tiempo permitió a su vez que el grupo pudiera ser testigo del desarrollo de los bebés. En este sentido, el crecimiento de cada uno de ellos, devolvió a cada madre, a partir del comentario cotidiano y espontáneo, lo capaz que era de hacerse cargo de su hijo, y con ello reconocer sus recursos de cuidado y, entonces, poder crecer como madre.

Características concretas del bebé, como las referencias al peso o a la talla cuando éstos iban creciendo, permitieron que las adolescentes tuvieran la oportunidad de construir un sentido de valía como mamás a partir del reconocimiento de sus aspectos que dan vida.

– “Mira cómo ha crecido… ahora ya se sienta” (María, 17 años).

– “Fuimos a su control y está por encima del peso promedio para su edad y también de talla. No sabe cómo me alegro señorita cuando sé que mi hijo está bien; eso quiere decir que lo he cuidado bien” (Rosa, 18 años).

Consideramos que frente a las primeras demandas del grupo, el rol de las facilitadoras fue análogo al de la “madre suficientemente buena” de Winnicott (1979). La tarea consistió en proveer las condiciones necesarias que les permitieran reconocer sus recursos y no “enseñar” lo que “sabe” o responder a la necesidad de verticalidad que en un inicio manifestaron. Esto resulta similar a lo que Bion (1962) señala como “aprendiendo de la experiencia”; es decir, la madre no debe llenar la mente del bebé con contenidos propios, sino permitir que éste descubra su propia originalidad (Reid, 1997).

En este sentido, una de las tareas principales de las facilitadoras fue no responder de manera directa a sus preguntas, sino generar un espacio para pensar con ellas, todo esto a partir del señalamiento de su necesidad de respuestas concretas frente al temor de no saber. Se buscó entonces generar la posibilidad de que fueran ellas mismas quienes descubrieran sus recursos de maternaje; todo ello a partir de sus dudas y de la libre manifestación de la angustia que de ellas emerge. Angustias que pudieron ser contenidas por los señalamientos y silencios de las facilitadoras y del grupo mismo.

– “Nosotras mismas nos aconsejamos, nos apoyamos. Si alguien tiene un problema nosotras nos alteramos, queremos solucionárselo pero no podemos, tenemos que aguantarnos y aconsejar nada más. Uno aconseja y el otro escucha y si quiere lo toma. (Carla, 15 años)”.

– “Me ha ayudado bastante porque es como un consejo, como un apoyo, cuando estás mal, te apoyan. Es como una familia, cuando una estaba mal todos la apoyaban. Por ejemplo, yo en mi casa he tenido varios problemas, con mi pareja. Y cada vez que contaba me aconsejaban, has esto, haz lo otro. Y aparte me ayudaron mucho los consejos que me dieron. Me ayudaron a mantenerme a mí como persona, a mantener a mi hijo, a valorarnos mutuamente, a saber que valemos mucho y que nadie puede venir a obligarnos o tratarnos mal a nosotros” (Isabel, 17 años).

Incentivar un espacio donde no se emitan juicios, a diferencia de lo que las madres adolescentes referían que permanentemente les sucedía en otros lugares, permitió que las mamás pudieran confiar en el grupo, hablaran de sus miedos, toleraran la ambivalencia de sus emociones frente a sus hijos y, a partir del libre intercambio, se conviertan en referentes para las otras mamás. Asimismo, no brindar datos concretos permitió que cada una de ellas tuviera la oportunidad de encontrar a partir de su propia intuición y experiencia la fuente principal de información, y más allá de las vicisitudes de la nueva labor, identificaran en sí mismas los recursos necesarios para el cuidado de sus bebés.

  1. Construyendo la identidad: identidad materna e identidad adolescente. Pese a que el camino a la construcción de la confianza en el taller fue similar en los grupos, cada uno tuvo su propia narrativa e historia grupal, la cual desveló singularidades que los dotó de una identidad propia y de modos de funcionamiento particulares.

Desde las facilitadoras se pudo, tanto en lo observado día a día como en lo registrado contratransferencialmente, distinguir cada una de las caras de la etapa adolescente, las cuales emergieron en distintos momentos en la historia de cada grupo. Esta distinción trajo consigo un trabajo mayor, pues implicó descubrir las necesidades de cada grupo y muchas veces renunciar a las expectativas y fantasías que las facilitadoras tenían sobre el grupo y las jóvenes.

En este punto se podría establecer una analogía con lo que padres y madres tienen que procesar luego del nacimiento de sus bebés: el duelo por aquel bebé que durante nueve meses fue fantaseado e imaginado y el contraste con el bebé que después de nacer se muestra con sus propias características, su propia forma de ser (Mahler, 1975). Tolerar esta divergencia entre lo esperado y lo descubierto fue lo que permitió la emergencia en cada uno de los grupos el ser diferentes en sí mismos, con sus silencios, ausencias, formas de expresar su agresión o sus desbordes, así como con su capacidad de alianza con la tarea, su empatía y apertura para compartir.

Uno de los aspectos que apareció en los grupos fue la cualidad retadora de la adolescencia, donde la confrontación con las facilitadoras y el boicot hacia el espacio grupal eran defensas ante la manifestación de su lado más constructivo, más nutricio, más creador de vida, anulando con esto su capacidad para pensar (Bion, 1962). En estos momentos ellas sentían que su capacidad para ser madres era cuestionada, cual adolescente que teme no ser vista lo suficientemente capaz por los adultos. Esta cualidad pudo evidenciarse con mayor claridad entre ellas y los vínculos que establecieron al interior del grupo. Aquí los bebés se convertían en el campo donde ellas competían para mostrar los aspectos más omnipotentes y/o capaces de sí mismas. Una mamá le dice a otra:

– “Mira qué chiquitita, qué flaquitas sus piernitas, ¿no te ha dicho nada el médico?, seguro que no le das leche…”

– “Llegó con su bebé desnudo, sólo con un pañal. Las demás mamás intentaban decirle que lo abrigue, que se iba a enfermar. Ella decía que no, que ella sabía que estaba bien, que así le gustaba, que ella sabe qué necesita su bebé y repetía “¡yo sé lo que hago!” (Notas de las facilitadoras a partir del registro de cada taller).

Otro aspecto adolescente que surgió en los grupos fue el regresivo, aquel que permitía que saliera a flote el lado más primitivo y frágil de ellas, el mismo que se hacía presente con silencios angustiantes, inestructurados e inestructurantes, que vía identificación proyectiva (Grinberg, 1979) permitía a las facilitadotas sentir la fragilidad y dificultad que experimentaban al enfrentarse a la complejidad de su mundo emocional como mamás y adolescentes y su tarea, la maternidad. En las mentes de las facilitadoras aparecían preguntas inquietantes que parecían cuestionar su identidad como psicólogas: “¿Quiénes somos? ¿Qué estamos haciendo? ¿Cuál es nuestro objetivo? ¿Estaremos cumpliendo bien nuestra función? Hoy día no hablaron las mamás…”

Estas preguntas llevaron a las facilitadoras a cuestionarse si las características del espacio eran las adecuadas y si no era necesaria una mayor estructura dentro del espacio. Estructura traducida en consejos sobre cómo cuidar a sus bebés y la maternidad en general. Dichos cuestionamientos permitieron pensar en la dificultad de las madres para manejar sus propios afectos, los cuales al ser intensos y muy ambivalentes las fragilizaba, y las llevaban a buscar de forma infantil que otro resuelva sus dudas y contenga su angustia de forma concreta a través de “soluciones”.

Sin embargo, también las facilitadoras fueron testigos de la emergencia de un aspecto cuidador y protector de la adolescencia, la cual podría estar relacionada con el lado más progresivo de esta etapa, lo que también podría ser una muestra de la identificación de las madres con este aspecto del espacio y la posterior introyección de las cualidades reflexivas del mismo. Este aspecto, permitió nutrir al grupo de afecto y empatía e hizo del espacio grupal, un lugar para pensar y reconocerse como agentes de vida. Permitió tolerar, mirar y sentir como propias la envidia, la queja, la competencia, la dependencia, la agresividad, sin sentirlas ajenas y amenazantes. Era en estos momentos que los bebés eran bebés, ya no campo de competencias ni proyecciones de sus propias fragilidades, podían emerger en sí mismos y ser reconocidos (Winnicott, 1999). En tanto había una mamá que le otorgaba existencia, a partir de una mirada que lo reconoce, el bebé podía existir.

  1. Reconociendo su tarea: maternidad adolescente en una zona urbana y marginal. No obstante las cualidades antes descritas, pudimos observar que para las mamás adolescentes, los bebés son depositarios de múltiples fantasías y miedos, los cuales la mayor parte de las veces se encuentran relacionados con no poseer los aspectos requeridos para ser “valioso y reconocido por los demás”. Hay una preconcepción de lo que el bebé debe ser (gordito, blanquito, grande, rubio, fuerte, inteligente, entre otras), la cual es una proyección de lo que ellas deben ser tanto superficial como internamente.

La cultura asociada a lo que es valorado hace que la necesidad de que el hijo o la hija sean “lo que ellas no llegaron a ser” se convierta en un imperativo que las conduzca a una fuerte presión. Si bien la maternidad se presenta para ellas como una experiencia que hace surgir aspectos positivos de sí mismas (su capacidad de cuidado, por ejemplo), también les recuerda lo que no pudieron llegar a ser y a hacer (estudiar una carrera, ser profesionales). La aparición de estos afectos se vio potenciada por la presencia de las facilitadoras y sus propias particularidades personales y sociales, las cuales eran diferentes en muchos aspectos y despertaba aparentemente su simple curiosidad: “¿Ustedes dónde viven?”, “¿cuántos años tienen?”, “¿dónde estudiaron?”, “¿no tienen hijos, ¿no?, porque si tuvieran no podrían estar acá con nosotras…”.

La relación con sus bebés también reactiva en ellas los vínculos con sus propios padres, cómo se sintieron ellas de hijas y cómo se sienten desde su ser madres pues “no quieren hacer pasar a sus hijos por lo que a ellas les toco vivir”. Las historias de maltrato físico y psicológico se hacen presentes y las hacen reflexionar con mucha empatía sobre cómo sufrieron, sin querer que sus hijos pasen por lo mismo. Sin embargo, esa forma de relación que fue practicada con ellas, de alguna manera está grabada en su interior impregnando la relación con sus bebés de un matiz violento pero sutil, que puede pasar aparentemente desapercibido, pero que se comunica de forma primitiva a través del contacto físico de estas madres con sus niños: al cargarlos, al mecerlos, al cambiarlos.

En esta compleja trama se intentó construir un espacio donde la frustración y la satisfacción pudieran convivir, en donde la repetición no se constituyera como la vía para tramitar afectos o emociones, sino que se apele a la mirada hacia sí mismas, al reconocimiento de sus recursos e ilusiones y el poder mirar su nueva relación desde otra perspectiva.

Fue la evidencia de una progresiva construcción de un espacio para pensarse como madres adolescentes, lo que sostuvo a las facilitadoras. Una tarea que requería de parte de las psicólogas, la exigencia de pensar afectos primitivos, de no responder a demandas concretas, de recibir y contener las agresiones de estas madres. Requirió de parte de las facilitadoras tolerar la incertidumbre que por momentos generaba el no saber hacia donde iba el grupo, pues se estaba a la espera de que fuera el grupo mismo que creara su propio ritmo y que delimitara sus necesidades. De alguna manera se intentó que hicieran suyo este espacio de reflexión, que lo lleven dentro y que pudieran apelar a él cada vez que lo necesiten.

Conclusiones

Una de las ideas centrales que quisiéramos resaltar gira en torno a la metodología de grupos operativos que se planteó para la presente investigación-acción. Creemos que una población que se caracteriza por la desconfianza, la intensidad y la ambivalencia de sus sentimientos y de las fantasías que emergen en los vínculos que construyen, puede ser abordada de forma directa y específica en un espacio grupal. El trabajo del grupo permite no sólo que se actualice aquello que resulta “conflictivo”, brinda también la posibilidad de que sea contenido, pensado y elaborado por sus miembros, en este caso las madres adolescentes.

Asimismo, creemos que un espacio grupal que se mantiene ajeno a los prejuicios facilita el clima de confianza necesario para que los miembros del grupo expresen aquello que en otros contextos es difícil reconocer o manifestar, en este caso, los sentimientos negativos hacia sus bebes y hacia la maternidad misma. Los sentimientos expresados, si bien se alejan del discurso social idealizado sobre el ser madre, facilita que sean reconocidos como propios y evita que sean proyectados o depositados en sus hijos e hijas.

Por otro lado, durante el proceso grupal la identidad materna y la identidad adolescente en las “participantes” parecían ser dos polos en oposición no reconciliables. Frente a lo anterior, el objetivo del espacio fue darle cabida a los dos aspectos de su identidad y mostrar a las madres como en ellas convivía tanto la capacidad de hacerse cargo de sus bebés y ser madres suficientemente buenas, como sus deseos por vivir aspectos propios de la etapa del desarrollo en la que se encontraban. Esto permitió que ellas pudieran tener una mirada de sí mismas más integrada, pudiendo reconocer también los afectos que cada uno de estos aspectos de su identidad convocaban en ellas.

Finalmente, cabe señalar que la maternidad en un contexto de pobreza y exclusión, como es característico de los grupos con los que se trabajó, es tanto un espacio de cuestionamiento y puesta a prueba permanente por parte del otro –otro entendido como la madre, la familia y el entorno más cercano–, así como un espacio de reconocimiento y posibilidad de obtener un lugar y ser mirada, tanto por la pareja, como al interior de la familia y de forma específica por la propia madre. Estos conflictos se actualizan en el vínculo con el bebé (la relación de la madre con su propia madre y con su padre también), por este motivo el espacio grupal se propuso como un lugar para contener y pensar la relación de la madre adolescente con su historia infantil, buscando contener las fantasías, temores y el miedo a la repetición, que las mismas madres traían consigo.

Agradecimientos

Esta investigación se pudo llevar a cabo gracias a la financiación de la Dirección Académica de Investigación (DAI) de la Pontificia Universidad Católica del Perú y al Research Academic Board (RAB) de la International Psychoanalytic Association.

 

Bibliografía

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