Padres e hijos hoy
Blanca Anguera Domenjó
RESUMEN
Este trabajo es una reflexión sobre algunos aspectos de las relaciones familiares en la sociedad occidental y analiza, más detalladamente, los cambios que vive la pareja ante su nueva experiencia de ser padres. Se sugiere potenciar grupos de atención psicológica antes de la llegada del primer hijo/a para poder compartir y elaborar los cambios. PALABRAS CLAVE: cambios, parejas, paternidad, padres e hijos.
ABSTRACT
This paper reflects on certain aspects of family relations in western societ. It analyses in detail the changes that couples experience when they become parents. The promotion of groups of psychological care before the arrival of the first son/daugther to share and work through these changes is suggested. KEY WORDS: changes, couples, paternity, parents and children.
RESUM
Aquest treball és una reflexió sobre alguns aspectes de les relacions familiars en la societat occidental i analitza, més detalladament, els canvis que viu la parella davant la nova experiència de ser pares. Se suggereix potenciar grups d’atenció psicològica abans de l’arribada del primer fill per poder compartir i elaborar els canvis. PARAULES CLAU: canvis, parelles, paternitat, pares i fills.
Introducción
El pesimismo condiciona de entrada y no produce bienestar alguno. Naturalmente que hay momentos en que podemos experimentarlo, pero no se trata de propagarlo, por la sencilla razón de que no conocemos el futuro y siempre existe la posibilidad de que las cosas sucedan de maneras muy distintas a las imaginadas. La vida tiene muchísima más fuerza y es más creativa que los agoreros.
Decimos esto porque aumentan las voces anunciando la muerte de la familia o su desintegración. Pero, ¿de qué concepción de la familia se trata? Etimológicamente la voz familia viene del latín y significa “conjunto de los esclavos y criados de una persona”, derivado de fámulos: “sirviente”, “esclavo” (Corominas, 1976). Si se habla de la familia según el viejo modelo patriarcal caracterizado por la autoridad y el poder de los hombres sobre las mujeres y los niños, cuyo origen acabamos de mencionar, sí que creemos que está en su ocaso -y podríamos añadir: ¡ya era hora!. Pero si entendemos por familia el compromiso amoroso entre personas que deciden traer nuevos seres al mundo o adoptarlos y aventurarse en unas relaciones caracterizadas por la intimidad, la responsabilidad, la reciprocidad y la interdependencia, pensamos que ya hay muchas personas hacen suyo este nuevo modelo.
El hecho es que hoy como ayer cada criatura continua naciendo desnuda y necesitada, completamente dependiente de alguien que realice funciones maternas y paternas. Como escribió Rof Carballo (2000), la familia es una institución tan vitalmente necesaria como el hígado o el corazón porque en su seno es donde se constituye el centro de la personalidad y de la socialización. La prematureidad con la que nacemos enlaza biología con cultura. El ambiente que absorbemos en la familia, tejido hecho de relaciones e identificaciones, se convierte en materia psíquica, en nuestra historia personal y social.
Hace ya décadas que abundan los estudios científicos que dan un valor fundamental a la infancia porque en ella vivimos nuestras primeras relaciones, la base de lo que somos y, no sólo la ciencia, también lo señalan miles de testimonios. Por ejemplo, recientemente P. Auster (2002) ha recogido y leído 4000 relatos personales y verídicos enviados a un popular programa de radio, textos escritos por gentes de todas las edades y todas las profesiones. Pues bien, al publicar los mejores, Auster señala: “más que nunca he podido ver de que manera tan profunda y apasionada la mayoría de nosotros vivimos la vida que hay en nuestro interior. Nuestros vínculos nos dominan. Nuestros amores nos abruman, nos definen, borran los límites que hay entre nosotros y los demás. Más de un tercio de las historias que he leído son sobre familias: padres e hijos, hijos y padres, maridos y mujeres, hermanos, abuelos. Para la mayoría de nosotros, estas son las personas que llenan el mundo, y me ha sorprendido la manera tan clara y poderosa en que estas relaciones han estado articuladas historia tras historia, tanto en las tristes como en las alegres” (la cursiva y traducción es mía). Pues bien, a pesar de tantos escritos científicos y testimoniales nuestra sociedad, que presume de estar bien informada, parece a veces ignorar la importancia fundamental de la familia.
Tal vez, más que su desaparición o muerte, lo que se manifiesta en la sociedad actual es que estamos viviendo momentos de extremada diversidad, de cambios notables en las formas de relación familiar. Hoy existen matrimonios que optan por no tener hijos, parejas que conviven sin vínculo legal, familias formadas después de la ruptura del matrimonio anterior, hogares monoparentales, emigraciones de padres y con la globalización, también de madres que dejan a sus hijos porque justamente al amarlos intentan lograr para ellos un futuro mejor, a pesar del sufrimiento que representa para todos la separación. Como todo lo vivo, la familia cambia. La novedad importante, desde la segunda mitad del siglo XX, es que los principios de la familia patriarcal entran en declive progresivo y el modelo –o modelos – de relevo aún están en proceso.
Es cierto que existen, en los países occidentales, muchos trabajos y estudios serios sobre la familia, con cifras que hacen pensar. En Estados Unidos, el 50% de los niños y niñas han pasado por la experiencia del divorcio de sus padres y, en muchos casos, la separación se produce antes de que el hijo o la hija hayan cumplido un año y medio, es decir, demasiado temprano para integrar la experiencia de vivir con el padre y la madre. También van en aumento las familias monoparentales y, en la mayoría de ellas, los hijos viven sólo con la madre. Y mientras anualmente disminuye la celebración de matrimonios, aumenta el número de divorcios. En España, de 1981 a 1992, las separaciones aumentaron más del 125% y los divorcios casi un 150%. Sólo un dato más: este país se ha convertido en el cuarto estado del mundo con menos hijos. Entre los diversos factores que se señalan para explicar estos datos están la incorporación de la mujer al trabajo, la mayor aceptación social del divorcio o separación, la situación económica y el creciente individualismo.
Estos pocos datos generan diversas cuestiones: ¿Por qué las parejas jóvenes se aventuran menos a ser padres? Y las que llegan a serlo y se separan ¿Cómo continuarán las relaciones entre padres e hijos? ¿Cómo serán futuros padres los chicos que no han vivido la experiencia de tener uno? ¿Qué valores adoptarán y qué energía pondrán para lograrlos? No creemos que el pasado fue mejor, sino que las costumbres y valores actuales, la cultura en que vivimos, genera unas tensiones psicosociales específicas. Conviene, pues, mirarlas y reflexionar sobre los padres y los hijos en nuestra sociedad.
Las parejas hoy
“El amor mueve el mundo” -escribía Dante- y, ciertamente, la búsqueda de una buena relación amorosa, de encontrar la pareja, es un deseo universal que atraviesa cualquier momento histórico. Hoy como ayer el deseo de amar y ser amados es esencial para hombres y mujeres y sin embargo, a pasar de la intensidad de este deseo, demasiado a menudo la pareja se rompe. Ruptura que genera sufrimiento a los protagonistas y, si han creado una familia, a los hijos. Pero no sólo a ellos, porque como señala Rojas Marcos (1994), “no cabe duda que el incremento de los casos de parejas rotas tiene profundas implicaciones en el bienestar emocional de una sociedad”. Curiosamente, a pesar de que se considera que vivimos en la era científica, todavía está por hacerse un conocimiento profundo de la pareja que permita contestar a preguntas centrales como: ¿Qué es lo que mantiene unidas a las parejas? ¿Qué es lo que destruye su relación? Que sepamos, no hay programas de investigación sobre el amor y la función que desempeña en nuestra vida, pero científicos como LeDoux -en su libro El cerebro emocional (1999)- señala que las respuestas emocionales, en su mayoría, se generan inconscientemente. Y añade: “Freud tenía razón cuando describió la conciencia como la punta del iceberg mental”. Esta fuerza inconsciente de nuestras emociones tiene mucha importancia no sólo para comprender las dificultades en las parejas sino, también, el tejido psíquico que se crea entre padres e hijos.
Actualmente hombres y mujeres dan una importancia extraordinaria a la pareja, más que a formar una familia o a ser padres; el deseo es encontrar una pareja a la que se le exigen, a menudo, unos ideales inalcanzables. Así como antes de la guerra, para mencionar a los hombres y mujeres que querían llevar una vida en común se hablaba de matrimonios, la situación actual es notablemente diferente: hoy el matrimonio vive un declive y en cambio, como señalan U. Beck y E. Beck-Gernsheim (1998) en la sociedad occidental hay ahora una idealización del amor: “El amor se hace más necesario que nunca y al mismo tiempo imposible (…) Las personas se casan y se divorcian por amor (…) La nueva religión terrenal del amor conduce a guerras de religión encarnizadas”.
Esta adoración y exaltación del “amor” crea unas exigencias a la vida en pareja que muy a menudo se van frustradas por inalcanzables. De la pareja se espera casi todo: una armonía emocional, una realización afectiva y sexual, una amistad profunda, la realización profesional de ambos, un cuidado compartido de los hijos, la felicidad y plenitud. Tantas exigencias llevan a intensas frustraciones, resentimientos y rupturas, deseando que una nueva pareja llene el vacío de la anterior. Tal vez esta idealización de la pareja no es un azar, quizás el clima psicosocial tan competitivo, cosificador y áspero invita a buscar exclusivamente en la pareja la satisfacción de las necesidades psicológicas. Pero idealizar no es amar. Amar implica darse tiempo para conocer y comprender a fondo al otro, tolerar la inevitable ambivalencia afectiva, crecer, madurar, transigir y todo esto no es, precisamente, fácil. De hecho, vivir en pareja con los ideales, las responsabilidades y las opciones actuales, pone a dura prueba tanto al hombre como a la mujer. Y hoy sabemos que el bienestar entre la pareja es fundamental ya que, si optan por crear una familia, el cuidado de los hijos dependerá notablemente de la calidad de las relaciones entre los padres.
El camino a la paternidad: luces y sombras
Actualmente las parejas se plantean en un momento u otro el tener o no hijos. Y esta decisión es más delicada cuando un miembro lo desea y el otro no. A más opciones más elaboraciones, dudas y, a veces, conflictos porque el aumento de posibilidades por si mismo no facilita la vida. Hay parejas que finalmente deciden no tener hijos y esta opción no significa que a veces no los deseen, pero la incertidumbre laboral, la ansiedad y el miedo a no ser capaces de ofrecer todo lo bueno como padres, el estrés social reinante, la indiferencia de empresarios y políticos en ayudas reales a la familia, les hacen temer que la responsabilidad de un hijo/a, más que llenar su relación, acabe con ella. Y esta idea no es una mera fantasía: estudios longitudinales muestran que los procesos para convertirse hoy en una familia arriesgan a los hombres, a las mujeres y a sus relaciones a un aumento de malestar, decepción, tensiones, y este clima se prolonga desde el embarazo hasta los primeros años del niño/a. (Cowan y Cowan,1993).
Durante el camino hacia la paternidad hay muchos cambios. Para empezar la cronología de la pareja varia: ella lleva tiempo que está mental y corporalmente embarazada, mientras que el tiempo del varón en todo este proceso de cambio es más lento y, esta arritmia temporal, puede producir desencuentros. Una de las reacciones del futuro padre es el sentimiento de exclusión, de quedar al margen, abandonado. Su mujer está ocupada con el futuro bebé. En su embarazo, parto, ha puesto mucho en juego y, además, es ella también el centro de atención de los familiares y amigos. Movido por estos sentimientos dolorosos de exclusión, él puede adoptar posturas más demandantes y regresivas. Por otra parte, “los investigadores hablan de cambios en la relación de pareja tanto en las relaciones sexuales -que igual pueden empeorar, o disminuir como aumentar, durante el embarazo-; en una disminución de compartir el tiempo libre y en la distribución de roles y división de trabajo -se acentúa el estereotipo de los roles de género-” (Tizón y Fuster, 2002). La responsabilidad de traer una criatura al mundo convierte cosas muy sencillas en la vida de pareja: ir a comprar, salir con amigos, disponer de tiempo, cambiar de horarios en el trabajo, etc. en cosas notablemente más complicadas cuando hay un bebé a quien cuidar.
Hay parejas que anhelan profundamente convertirse en familia, quieren tener hijos o adoptarlos, ya que ansían una relación única y especial con una criatura que desean amar y ver crecer. Si todo va bien, la llegada del hijo/a es un momento culminante, vitalmente extraordinario y hay que decir que, en la sociedad acelerada en que vivimos, hay padres que son ciertamente heroicos al lograr articular, con esperanza, ilusión y humor, el cuidado de los hijos con tantas otras actividades.
Después del nacimiento muchas madres se enfrentan hoy a nuevas decisiones: volver al trabajo o quedarse en casa, aunque a menudo esta preocupación ya está presente durante el embarazo. Pues bien, es triste constatar que sea cual sea la decisión tomada, la mayoría de mujeres manifiestan sentirse incómodas con su opción. Las que eligen volver al trabajo se tienen que plantear a quien confiar al bebé y, aunque puedan recurrir a otros miembros de la familia, a menudo se sienten culpables de no estar al lado del pequeño/a y se inquietan de cómo repercutirá esto en sus hijos; las acostumbradas a la vida laboral que se quedan en casa, se sienten solas y se cuestionan si no sería mejor estar en el trabajo y las que necesariamente tienen que combinar las necesidades del bebé y las exigencias del trabajo, a menudo, se sienten agotadas. El padre no abandona el trabajo por la llegada del bebé, familia y profesión constituyen dos aspectos complementarios de su vida, mientras que ella lo suele vivir como dos aspectos antagónicos frente a los que tomar una difícil opción.
Delante de tantas y tan importantes decisiones es fundamental para la nueva madre la comunicación profunda y el sostén emocional de su pareja. A veces el padre tiene sus propias convicciones sobre si es mejor o no que su mujer vuelva al trabajo y, a menudo, más que poder hablar de las diferencias para aclararlas y compartirlas, se crean desavenencias. Actualmente más de la mitad de madres con hijos salen a trabajar (en España el 43’7%) y diversos estudios hechos no dejan dudas de que la mayoría de mujeres afrontan la responsabilidad fundamental del trabajo en el hogar aunque los dos miembros de la pareja tengan un trabajo a jornada completa. Hasta aquí los datos, pero la cuestión es comprender cómo se relaciona la división del trabajo con los sentimientos de la pareja.
Al incorporarse la mujer al mundo laboral, hay una demanda al hombre, no de “ayudar”, sino de compartir realmente el trabajo de casa. Según Rojas Marcos (1994) la causa más importante de resentimiento en la mujer sigue siendo la resistencia del compañero a la hora de compartir, de verdad, las responsabilidades hogareñas. Según este autor, el 52% de las mujeres que participaron en los estudios citan esta falta de apoyo como un problema importante en la relación. Piensan que sus parejas están demasiado preocupadas por sus actividades fuera de la casa y por sus “egos”. Además, este aspecto es muy diferente mientras sólo convive la pareja a cuando hay la existencia de hijos porque al llegar estos, muchas parejas que habían compartido el trabajo doméstico, retornan a una actitud tradicional. Durante el embarazo muchas parejas piensan que funcionarán como un equipo cuando llegue el bebé, pero después del parto las mujeres trabajan en casa más que antes y los hombres se ocupan menos de lo que habían acordado. En una investigación reciente realizada en Cataluña (Fuster, 2001) hay varones que, en sus respuestas al cuestionario, piensan que ayudarán a su pareja en los trabajos de casa cuando llegue la criatura, pero después no ocurre así, lo que facilita que los desacuerdos entre la pareja sean mayores después del nacimiento del hijo/a.
Son diversos los estudios en que queda claro que la división del trabajo familiar es el principal tema responsable de conflictos. Estos datos demuestran que compartir el trabajo doméstico no es en absoluto una “tontería sin importancia”, sino una causa seria de malestar en la relación de los padres que repercute en los hijos. El problema está en que detrás de la pantalla de igualdad entre hombre y mujer se esconde una realidad mucho más tradicional. Obviamente pueden surgir problemas mucho más graves entre una pareja, pero él no realizar lo pactado genera desilusión y tensión y amenaza el equilibrio entre ellos porque las frustraciones, al ser cotidianas, van erosionando la relación.
En cambio, los varones más colaboradores son los que manifiestan menos estados conflictivos en su paternidad: su aceptación de más de un papel en la atención del niño marca la diferencia en los sentimientos de la mujer con respecto a la calidad del matrimonio y la vida familiar. Esta colaboración activa del padre en el cuidado del bebé es vivido por la madre como ser amada, considerada y comprendida. Queda claro pues que, según estos autores, a mayor interés del padre en el hijo/a, mayor es la felicidad de él y su mujer (Cowan, C. y Cowan, Ph, 1993). Esta conclusión les lleva a preguntarse qué es lo que impide a una gran mayoría de parejas vivir fuera de las normas tradicionales. El resultado de sus investigaciones señalan estos cinco obstáculos:
- La dificultad de cambiar la idea de que el cuidado del hijo es tarea de mujeres. Incluso en parejas que explícitamente quieren acabar con los papeles tradicionales, los modelos que vivieron en su infancia obstaculizan, consciente e inconscientemente, la creación de nuevas formas de relación y estas dificultades les hace sentirse más distanciados que cuando planearon tener un bebé.
- Los hombres esperan que sus mujeres sean competentes con los hijos desde el inicio. Mientras los padres se permiten sentirse inseguros, secundarios, las madres saltan a la primera señal de molestia de la criatura. Por ejemplo: muchos padres durante la noche no “oyen” llorar al bebé, las madres sí.
- Las mujeres que se han convertido en madres se sienten amenazadas si los padres se vuelven demasiado activos. A veces un padre opta espontáneamente por levantar a su bebé y cambiarlo, pero la madre, aunque dice que quiere que él se comprometa con el cuidado del bebé, le “enseña” una manera “mejor” de hacerlo. Aspectos como este desaniman a los hombres de participar activamente en el cuidado del hijo.
- Cuanto mayor es el intento de participar activamente en el cuidado del bebé, más negativa es la reacción de sus propios padres. Fundar una familia de papeles equitativos es sentida por muchos abuelos como una crítica a lo que hicieron ellos.
- La economía de trabajo y la falta de gente cualificada para cuidar niños impulsa a los padres a trabajar y a las madres a quedarse en casa mientras los hijos son pequeños. La licencia por paternidad, si es ofrecida, es corta y sólo permite a los padres que prueben brevemente lo que sería compartir el cuidado del hijo. Además, la notable diferencia de sueldos entre hombres y mujeres les obliga a menudo a situarse en los papeles más tradicionales.
Así pues, los obstáculos están dentro y fuera de la familia. En cuando a los de fuera, los políticos, gobernantes y sus votantes deben saber la importancia fundamental del bienestar de la familia en una sociedad y, por tanto, socialmente debe quedar muy claro que no invertir en servicios de ayudas reales a la salud familiar tendrá un precio altísimo para todos. En este aspecto, las publicaciones de los profesionales de la salud, sus trabajos y sus intervenciones en la vida pública pueden ser una semilla más en la necesaria sensibilidad social. Es esperanzador que en algunos países nórdicos europeos se está poniendo en marcha la promoción del permiso de paternidad y una mayor flexibilidad en los horarios de trabajo para que hombres y mujeres puedan combinar más placenteramente vida familiar y laboral. Lamentablemente, en otros países esto aún no sucede (1).
Pensemos ahora en los obstáculos de dentro. Es comprensible que haya conflictos, ambivalencias y resistencias por ambas partes, tanto conscientes como inconscientes, para cambiar y/o flexibilizar los modelos de roles de género tradicionales. Cuenta mucho lo transmitido por los padres, por la cultura y es profundo el peso que tienen nuestras experiencias infantiles cuando nos convertimos en padres. Lo que vivimos en la infancia se graba intensamente, a fuego y por esto nos encontramos en que hay cierta pervivencia del pasado en nuestro presente. Pero el cambio creativo a favor de la vida es posible y vale mucho más la pena que malvivir hasta llegar a una ruptura familiar que suele implicar mucho sufrimiento para todos.
Para los hijos la separación de los padres suele ser dolorosa, como un antes y un después en su infancia, o la vivencia de que esta se acabó. La ruptura les genera sentimientos de miedo, catástrofe, rabia, culpa, angustia, confusión y abandono. Los más pequeños pueden volver a orinarse en la cama; los adolescentes, aunque pueden aparentar indiferencia, sienten una injusticia y una desvalorización de las relaciones familiares al ver que sus mayores no son capaces de resolver sus problemas. Según Rojas Marcos (1994) estudios recientes indican que, cinco años después del divorcio, aproximadamente el 37% de las criaturas manifiestan síntomas de depresión, problemas de aprendizaje o trastornos del comportamiento, asociados con la ruptura, aunque la causa del daño no es tanto la separación en sí como las circunstancias que la precedieron y la siguieron.
Divorciarse también es duro para las madres que cuidan solas a los hijos porque los desafíos a los que se enfrentan son trabajosos y exigentes, ya que la responsabilidad que han asumido es inmensa. Son tantas las tareas, las decisiones y las tensiones que hay que soportar que la mayoría de estas madres, al separarse, no se imaginaban lo áspero que iba a ser. Además, muchas de ellas tienen sentimientos de culpa al pensar que privaron a sus hijos de una familia completa. Pero hay otra fuente de malestar aún peor: el aumento del resentimiento hacia ellos ya que se han convertido en un obstáculo que le dificulta un camino abierto hacia una nueva relación sentimental. Como muchos hijos siguen manteniendo la esperanza de que el padre un día volverá, intentan por todos sus medios evitar cualquier posibilidad de que su madre encuentre otra relación amorosa. También es duro para los padres ya que, independientemente de las circunstancias de la ruptura, en más de la mitad de las separaciones los hombre tuvieron que salir del hogar a la fuerza (Rojas Marcos, 1994). Además, después de la separación muchos de ellos pierden el contacto con sus hijos y esto se acentúa más si el padre forma una nueva pareja. Los hijos necesitan del padre y de la madre y hoy existen demasiadas infancias con carencia y sed de padre. Es por tanto mejor prevenir la seguridad familiar y evitar en lo posible tanto malestar.
La incertidumbre actual
En el mundo occidental, la vieja cultura patriarcal tambalea pero hay que reconocer que ha dejado en hombres y mujeres resentimientos, miedos, heridas, quejas, prejuicios y roles sociales que crean tensión y malestar entre los dos sexos. A favor nuestro y de nuestros hijos e hijas es hora ya de dejar de competir y batallar y aprender día a día a compartir, integrar, colaborar, crear (Anguera, 1999).
Sin duda el camino recorrido por las mujeres a favor del cambio es más largo que el realizado por los hombres, parece que muchos de ellos se hallan aún confusos y pasivos frente a la situación actual y no saben cómo reaccionar para elaborar nuevas estrategias de vida familiar. (Flaquer, 1999). Tal vez un motivo que dificulta el cambio de los hombres a favor de mayor igualdad en la responsabilidad familiar es que estos lo viven más como una pérdida de privilegios que como una ganancia de formas más felices de convivencia. Es cierto que las situaciones de cambio no son fáciles, y menos cuando faltan modelos de referencia, pero son justamente estas situaciones de crisis las que pueden abrir posibilidades de ejercer nuevas formas más responsables de vivir la paternidad.
Y ya existen hombres que están practicando un nuevo estilo, gozoso y emocionante, al dedicar más tiempo a cuidar de sus hijos y compartiendo con su pareja la responsabilidad del trabajo familiar. Son hombres que viven con un compromiso total su función de paternidad. Porque, en definitiva, fundar una familia es una tarea de dos, no sólo durante el embarazo y el parto, sino durante los años que siguen y hoy está claro que el hombre que quiere es perfectamente capaz de atender bien a sus hijos y disfrutarlo. Se trata de potenciarlo.
Según numerosos estudios (Bonino, 2001) los varones parecen más proclives al cambio innovador en determinados momentos críticos de transición vital: adolescencia, nacimiento del primer hijo, crisis de los 30-40 o 50, cambios en lo laboral, enfermedades o accidentes que ponen en riesgo la vida y separaciones. (El subrayado es mío). Teniendo esto en cuenta, vale la pena estimular, promover y facilitar el cambio para ser padres antes de la llegada del primer hijo y en este aspecto pueden incidir los profesionales de la salud mental. El paso a la paternidad es un momento espléndido para proporcionar atención y ofrecer espacios de comunicación a las parejas que van a tener un bebé. En nuestro país ya está muy extendida la ayuda desde un punto de vista físico (preparación al parto, nacimiento, etc.), pero creemos que es necesario potenciar también los aspectos psicológicos de las parejas que van a ser padres. Nos referimos a grupos de parejas donde estas puedan elaborar que constituir una familia es hoy en día un desafío para cualquiera, que la tensión de los primeros años es normal y que todas estas nuevas vivencias se pueden compartir y preparar de mejor manera para prevenir el máximo bienestar entre ellos y su bebé. Se trata de trabajar para explorar y crear nuevas ideas que colaboren a favor de la salud mental familiar.
Sullerot, al final de su libro El nuevo padre (1993) transmite el cuestionario que elaboró para conocer las aspiraciones de los adolescentes en Francia. Aunque la muestra era limitada (350 chicos y chicas adolescentes de familias de buen nivel cultural), los resultados en la mayoría de las ocasiones se situaban en posiciones muy cercanas, sólo un pequeño grupo se separaba del conjunto: se trataba de una parte de los chicos que no vivían con sus dos progenitores y que habían experimentado rupturas familiares. Pero el aspecto novedoso y más importante del sondeo fue el fuerte anhelo de coparentalidad mostrado por la mayoría de los chicos: quieren ocuparse de sus hijos cuando estos sean pequeños y también, cuando hayan crecido, durante el matrimonio y, eventualmente, después del divorcio. Cuando los hijos son pequeños, sólo el 7% considera que los cuidados corresponden a la madre. El 93% contestan que deben ocuparse de los hijos los dos progenitores; el 48,5% afirman que igualmente, sin distinciones entre el padre y la madre, y el 44,5%, que con la misma intensidad, pero desempeñando papeles diferentes. Por su parte, las chicas muestran un deseo aún más fuerte de compartir los papeles parentales: no llega al 2% las de chicas que consideran que los cuidados del hijo corresponden únicamente a la madre, mientras que el 54% se muestran favorables a una cooperación indiscriminada entre padre y madre, y el 44% creen que el padre y la madre deben ocuparse con la misma intensidad de los hijos, pero desempeñando papeles diferentes.
De acuerdo, es un sondeo sobre aspiraciones y no sobre hechos, pero los deseos si son veraces e intensos son muy a tener en cuenta. Sus respuestas expresan que aspiran a ser más cercanos, más abiertos, más comunicativos y cálidos; en definitiva, el deseo de ellas y ellos es de ser más felices en su proyecto de crear familia. Ojalá estos deseos fuesen extensivos a la juventud de cualquier país, ojalá los mayores seamos capaces de colaborar en la realización de esos deseos.
Al inicio de este artículo escribimos pensamientos de hombres de Oriente y Occidente sobre la felicidad. También Freud, viejo y sabio, escribió en El malestar en la cultura (1930): “¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo”. Actualmente muchos estudios muestran que las buenas relaciones entre hombres y mujeres son consideradas cada vez por más gente como la fuente principal de la felicidad. Este deseo humano es muy hondo e intenso, atraviesa el tiempo y las culturas. Se trata de que perseveremos.
Notas
- Según el informe de Eurostat, que analiza la protección social en Europa, España es el país que menos gasto social dedica a la familia. (El País, 9 noviembre de 2002).
Bibliografía
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