El juego en el niño y su importancia en el trabajo psicológico

Miriam Fuentes

RESUMEN  

El juego en el niño y su importancia en el trabajo psicológico. El juego es el modo por excelencia de expre­sión de los niños. Es un medio de comunicación comparable a la palabra en el adulto. Mediante el juego, se le facilita al niño el medio natural de expresión de su mundo externo e interno. Por lo tanto, es un elemento de vital importancia en el trabajo psicoterapéutico. Poder adjudicar roles de forma dramatizada permite, además, la elaboración de situaciones traumáticas. Se incluye material clínico que será analizado. Palabras clave: juego simbólico, fantasía, personificación.

ABSTRACT 

Playing with children and its importance in psychological work. Games are children´s quintessential mode of expression. As speech is a means of communication in the adults, playing is in children. Children express their external and internal world naturally, through the game. Therefore, it is an important factor in psychotherapeutic work. Besides, assigning drama roles allows living and experiencing traumatic situations. We include and analyze clinical material. Keywords: Symbolic games, fantasy, personification.  

RESUM 

El joc en el treball psicològic amb nens. El joc és el mode per excel·lència d’expressió dels nens. És un mitjà de comunicació comparable a la paraula en l’adult. Mitjançant el joc, se li facilita al nen el mitjà natural d’expressió del seu món intern i extern. Per tant, és un element de vital importància en el treball psicoterapèutic. Poder adju­dicar rols de forma dramatitzada permet, a més, l’elaboració de situacions traumàtiques. S’inclou material clínic que serà analitzat. Paraules clau: joc simbòlic, fantasia, personificació.

Introducción

El juego es imprescindible y de indudable importancia para el desarrollo del niño. Es una actividad lúdica que proporciona placer y que pone en marcha habilidades motoras, cogniti­vas, sociales y emocionales y que favorece el aprendizaje de todas las áreas del desarrollo infantil. Por ello, no nos extrañamos de que el juego sea la ocupación principal del niño. Mientras juegan, experimentan de forma se­gura y aprenden sobre el mundo que les rodea, resuelven conflictos, prueban nuevos desafíos y conductas, se adaptan a situaciones nuevas, desarrollan su atención y concentración, la tole­rancia a la frustración, etc. En definitiva, el juego es una actividad inherente al ser humano que permite y favorece su aprendizaje y desarrollo. El juego varía según el momento evolutivo del niño. Piaget (Piaget e Inhelder, 1964) estableció varios estadios: sensoriomotor, en el que predo­mina el juego funcional; el preoperacional, en el que se da el juego simbólico; y el de las opera­ciones concretas, en el que predomina el juego reglado. Según en el estadio en que se encuentre el niño predominará un tipo de juego u otro. Desde el punto de vista psicoanalítico, se ha estudiado el juego como el principal motor para el crecimiento y el desarrollo saludable. Como señala Cabré (2009), “algunas de las principales funciones que han sido descritas repetidamente, hasta la actualidad, tienen que ver con el juego como una forma de canalizar los impulsos más instintivos, de controlar la ansiedad tanto si ésta es sana como si es patológica, de representar los objetos internos y externos, de construir la propia identidad y estructurar la personalidad y, finalmente, de comunicar con el entorno como base para la socialización”. Además, el juego es una herramienta funda­mental en el trabajo psicológico con niños. Su­pone su medio comunicativo por excelencia y es el equivalente expresivo a las verbalizaciones, asociaciones y sueños del adulto. Permite la ex­presión de la capacidad simbólica y es la vía de acceso a las fantasías inconscientes.  A través del juego, el niño proyecta su mun­do interno, sus vivencias, expresa experiencias que fantasea y desea. Al mismo tiempo, es un proceso de experimentación con los materiales y las capacidades instrumentales constructivas y destructivas.  Además de herramienta diagnóstica y tera­péutica, el juego es una actividad creadora, que favorece el aprendizaje de roles sociales, la so­cialización y la individuación, que incluye, entre otras, la capacidad empática y la diferenciación del otro.  Es importante tener en cuenta que la expre­sión directa de las situaciones conflictivas puede inhibir total o parcialmente la conducta lúdica, así como cualquier comunicación y, por tanto, perturbar la función diagnóstica y/o psicotera­péutica.

Reflexiones teórico-clínicas

Melanie Klein (1955) explica que, durante mu­chos años, algunos psicoanalistas consideraban peligroso explorar los estratos más profundos del inconsciente en niños pequeños y que era recomendable, por tanto, iniciar esta explora­ción a partir del período de latencia. Klein trató niños y niñas gravemente perturbados de edad muy temprana y constató que el juego, así como la conducta del niño, eran medios para expresar, del mismo modo que el adulto lo hacía median­te el lenguaje verbal. De esta manera, dejaba de lado la idea de lo nocivo de la exploración del inconsciente de los más pequeños. El juego es una herramienta fundamental en el trabajo psicológico con niños, tanto a nivel diag­nóstico como psicoterapéutico. Ofrecer al niño jugar en un encuadre determinado que incluya un espacio y un tiempo delimitado y donde se hayan explicitado los roles y la finalidad de la ta­rea permite que se cree un campo que estará es­tructurado básicamente en función de la singu­laridad interna de la personalidad del individuo.  El juego rico, simbólico, indica la capacidad del niño para crear y usar símbolos, percibir y entender el mundo y desarrollar la fantasía. Po­sibilita la expresión de sus conflictos en el “como si” de la situación de juego. Si no se da este tipo de juego o existe una severa inhibición, siempre que se le proponga con las condiciones adecua­das, debemos preguntarnos si estamos ante un niño con una seria perturbación y ahondar en comprender la naturaleza de esta inhibición. Es decir, lo natural es que un niño juegue y, si no lo hace, hay que explorar el por qué. Para Winnicott (1971), que describe el espacio potencial, el juego implica esta posibilidad de no diferenciación total entre realidad externa e interna. La realidad interna y la externa no es­tán diferenciadas del todo. A través del juego, se produce un acercamiento y se da la posibili­dad de elaboración del contacto con la realidad (Blinder, Knobel y Siquier, 2011). Implica con­fianza y, por tanto, se enmarca en ese espacio potencial que existe entre la figura materna y el bebé que inicialmente tuvo un estado de depen­dencia casi total, de no diferenciación, para pro­gresivamente ir diferenciándose. Los niños pueden expresar con el juego una cantidad ilimitada de situaciones emocionales: sentimientos de frustración, rabia, temores, ce­los, etc., pero también, como afirma Klein (1955), “hallamos en el juego del niño la repetición de experiencias reales y de detalles de la vida de todos los días, frecuentemente entretejidos con sus fantasías”.  A través del simbolismo del juego, el niño pue­de transferir intereses, además de fantasías, an­siedades y sentimientos de culpa a objetos que pueden ser representantes de las personas que forman parte de su mundo.  Y continúa Klein: “de ese modo, el niño expe­rimenta un gran alivio jugando y éste es uno de los factores que hace que el juego sea esencial para él”. Dicho de otro modo, el niño expresa sus fan­tasías a través de objetos suficientemente ale­jados de la realidad y del conflicto primitivo y que ejercen como mediatizadores. Toma los ob­jetos o fenómenos de la realidad externa pero los usa en función de su realidad interna. Es por esto que, en algunas ocasiones, el juego del niño puede ser cruel y aterrador.  En el juego aparecen más elementos del pro­ceso primario (proceso inconsciente y mediante el cual el Ello consigue la satisfacción con la rea­lización de instintos y deseos) a través de me­canismos como la condensación, atemporalidad y desplazamiento, y que están actuados en el juego mismo. La capacidad de adjudicar roles en forma dra­mática (personificación) permite, además, la elaboración de situaciones traumáticas. Siquier, García, Grassano y Nora (1987) subra­yan la importancia del análisis del contenido de la personificación a través de la calidad e inten­sidad de las identificaciones, de manera que se pueda evaluar el equilibrio entre el Superyó, el Ello y la realidad. Conforme el niño crece, se va dando una distancia entre el símbolo y lo simbo­lizado y se originan sucesivos desplazamientos que hacen que se vaya imponiendo el principio de realidad y que la gratificación de las fantasías primarias tienda a ser postergada. El contenido, así como la forma del juego en el niño, varía según el momento evolutivo y el grado de madurez de éste. Marchesi, Palacios y Coll (2014) hacen una cla­sificación según el contenido y el modo de juego en edades comprendidas entre los dos y los seis años (ver anexo 1): manipular objetos, correr, saltar, simular peleas, etc., que pueden orientar en las características evolutivas del juego.  Recogen también la clasificación que hizo Par­ten ya en 1932 y que clasificó el juego según la madurez del niño, de menor a mayor, desde el juego solitario, al juego de espectador, juego pa­ralelo, juego asociativo y juego cooperativo (ver anexo 2). Además, el juego tiene una función creadora. En el juego, el niño (y también el adulto, dice Winnicot, 1971) puede crear libremente y “usar toda la personalidad”: “el individuo descubre su persona sólo cuando se muestra creador”.

Material clínico

A continuación se presenta una breve viñeta clínica que servirá para la observación, reflexión y análisis entorno al uso del juego como elemen­to evolutivo y como herramienta diagnóstica y psicoterapéutica. Sara tiene ocho años. Inicia la sesión de juego construyendo con piezas de Lego lo que repre­senta una casa de varios pisos de altura. En esta casa vive un conejo. Una gallina llama insistente­mente al timbre de la casa pero el conejo no la escucha. Está en la terraza “tomando el sol y no se entera”. Finalmente el conejo le abre pero no deja que la gallina viva ahí. “La gallina es mala y empuja al conejo”. Llega la tía del conejo, que es un tigre, derriba a la gallina y da de beber al conejo para que pueda recuperarse. Llegan los amigos de la gallina que, junto con ella, se enfrentan a la tía tigre. Finalmente, aparece la policía, que se lleva a la gallina muerta y a sus amigos a la cárcel.  Al preguntar a Sara por qué ha ocurrido esto, explica que antes era la gallina la que tenía una casa y el conejo el que le pidió vivir ahí. La galli­na no le dejó y por eso el conejo no le deja vivir a ella después.

Análisis del juego de Sara

Sara ha desarrollado su capacidad simbólica. Además, puede establecer una relación de con­fianza con la terapeuta y expresar y comunicar­se a través del juego. Previamente se han dado las condiciones para facilitarlo. La terapeuta asume un rol de observación (en un momento inicial de la intervención) y, por tanto, el juego no es dirigido.  El juego de Sara permite, a pesar de las difi­cultades serias que más adelante detallaremos, ver que es una niña con capacidad simbólica y riqueza expresiva.  El hecho de que escenas similares se repitan en su juego a lo largo de las sesiones de trata­miento, además de sus síntomas e historia, nos informa no sólo del conflicto sino del intento de elaboración del trauma, tanto personal como fa­miliar (Freud, 1905, 1920). En el juego representado por Sara hay un lu­gar casa por el que se lucha, que resulta refugio, comodidad (hay terraza en la que tomar el sol) pero también en el que se vive y se ha vivido en soledad y donde, especial y principalmente, no hay sitio para todos. Hay una historia de ven­ganza y violencia con final de muerte y prisión. Hay dos bandos enfrentados, el de la gallina y el del conejo. El conejo no atiende a la llama­da insistente y desesperada de la gallina: está a lo suyo, tomando el sol, centrado en sí mismo. Cuando finalmente accede a abrir a la gallina, le niega la entrada y no la acoge. Ella se la negó a él tiempo atrás. La gallina le ataca y le daña, no tolera el rechazo y la frustración. Y reacciona violentamente. La tía tigre del conejo ataca a la gallina, lo defiende, es fuerte; es un tigre pero también tiene la capacidad de identificarse con el desvalido y ayuda y da de beber al conejo. Es decir, ataca agresivamente sin tener en cuenta la carencia del otro (gallina), la desesperación (no tiene casa…) y a la vez puede identificarse con un otro débil (conejo), herido, al que hay que dar de beber y cuidar, reconociendo así la necesidad y el desamparo. Los defensores de la gallina son amigos, no son familia, como el co­nejo que tiene una tía pero una tía tigre; no es de su especie pero representa la fuerza y el po­der. Este hecho podría obedecer a un recurso defensivo de tipo omnipotente en la fantasía de la paciente. Finalmente, acuden los amigos de la gallina y empieza una lucha con final trágico, donde esta es dada muerta y sus amigos lleva­dos a prisión por la policía. Es decir, hay alguien que interviene poniendo límites y orden. Entonces, cabe preguntarnos, ¿de quién es la casa? ¿A quién pertenece legítimamente? ¿Quién estaba antes? ¿Quién necesitó y no se le tuvo en cuenta? ¿Quién tiene derecho a vivir ahí? ¿Quién tenía casa antes y ahora no? ¿Quién es familia? ¿Y la familia es la de sangre o son los amigos?  No hay sitio para todos en esta casa y la lucha es a muerte. Hay un reclamo de un lugar casa para uno. Hay una alternancia entre el recono­cimiento de la necesidad del otro y la negación, con predominio de la venganza, del “ojo por ojo y diente por diente”.  ¿Cómo es el superyó de la paciente? ¿Y cuál es su historia? Sara tiene ocho años pero aparenta cinco o seis, tanto por su físico como por su inhibición inicial en la consulta. No se expresa espontá­neamente y cuando habla, su tono de voz es prácticamente inaudible. Sus padres explican dificultades desde la primera infancia en la ad­quisición del lenguaje y en la alimentación. Ver­balizan no poder manejarse con la conducta de la niña, especialmente en los últimos tiempos. Explican que no acepta ningún límite, les desafía constantemente, presenta episodios de afonía a causa de sus gritos cuando se enfada, tiene ra­bietas constantes, da patadas a las puertas, tira cosas, llama la atención, se pone en situaciones de riesgo y mira desafiante a la madre. A la hora de la comida no sólo no come sino que no deja que los demás lo hagan. “Paradójicamente”, su conducta en la escuela es ejemplar, aunque no aprende y es una niña muy influenciable con las amigas.  Sara es la mediana de tres hermanos y duer­me en casa de sus abuelos maternos desde que nació.  Tres años antes de nacer Sara, dos hermanos de la madre, la esposa de uno de ellos y la hija de ambos, de 13 meses, murieron en un acciden­te de coche. En pocos meses, la madre se em­barazó del primer hijo, en un momento de crisis personal y de pareja. La madre explica: “con el niño me volqué pero con la niña me salió todo y me vino grande. La cuidaba durante el día pero por la noche la lle­vaba a casa de mis padres”. El padre, después de varias entrevistas, comentó: “a Sara la tuvi­mos para los padres de mi mujer”, como si se hubiera tratado de un regalo para aliviar la pena de unos abuelos desolados por la pérdida de sus hijos, nuera y primera nieta. Esta difícil y dolorosa situación generó que Sara fuera la única de sus hermanos que se cria­ra prácticamente con los abuelos, hasta el punto de no tener ni una cama para ella en casa de los padres. Sara no ha tenido un espacio en la mente de nadie, ha venido a cumplir unas funciones, a mi­tigar el dolor, a dar alegría… No pudo vincularse adecuadamente con una madre ni con una abue­la-madre deprimidas y ha tenido que crecer en un entorno con carencias emocionales, afectivas y con dificultad en la clarificación de roles y de funciones. En su juego, dramatiza un vínculo de violencia, rabia, venganza, a consecuencia de la vivencia de desposesión, de haber sido privada de un es­pacio en la mente de otro.  Los personajes asumen roles concretos pero lo que se dramatiza de forma intensa son tipos de vínculos. A través del juego, se actualizan vínculos entre diferentes objetos internos vehi­culizados por el amor, el odio y el conocimiento.  A través de su negativismo, Sara no permite que sus padres accedan a ella, al igual que la madre no pudo dejarla acceder a su cabeza; no tuvo espacio para ella ni en su mente ni en su casa (física y mental). En el juego, el conejo (con quien Sara se identifica) fue el primer agravia­do: la gallina-madre no le dejó vivir en la casa cuando él lo reclamó. Ahora, cuando la gallina madre reclama “estar” con la hija, ésta le niega la entrada a su casa-mente a través de “estar a su aire, tomando el sol”, no asumiendo ningún límite ni autoridad de sus padres. La paciente, en su juego, dramatiza su conflicto: es víctima pero también agresora, identificada con el co­nejo y/o con la gallina, con el desvalido y con el agresivo y con el que abandona, al igual que ocurre en la familia, donde se convierte en agre­sora de los padres a través de su trastorno de conducta y es víctima de las circunstancias con un sentimiento de desposesión y de carencia. Hay un empobrecimiento de su yo y un creci­miento no sólo físico sino emocional y psicológi­co, ya comprometido desde la primera infancia, que nos hace pronosticar una entrada en la ado­lescencia llena de dificultades.

Conclusiones

El juego es imprescindible y de indudable im­portancia para el desarrollo del niño. Es una ac­tividad lúdica que pone en marcha habilidades motoras, cognitivas, sociales y emocionales y favorece el aprendizaje de todas las áreas del desarrollo infantil. Jugar es una actividad inherente al ser huma­no y que evoluciona y se transforma con el cre­cimiento. Si un niño no juega debemos pregun­tarnos si existe en su ser una grave perturbación. El juego es el medio comunicativo por exce­lencia en niños. Autores como Klein y Winnicott fueron pre­cursores en la observación, reconocimiento y uso del juego como potencial material diagnós­tico y psicoterapéutico. En el juego, el niño expresa sus vivencias, su manera de entender el mundo y las relaciones y su mundo interno. A través de la breve escena de juego de Sara podemos ver los innumerables elementos que nos reafirman la importancia y utilidad del juego como herramienta fundamental para el trabajo con niños.  Sara expresa su conflictiva básica en el jue­go que organiza y que permite al profesional entrenado comprender su funcionamiento y acercarse a su sufrimiento, lo que posibilita la intervención psicoterapéutica con una técnica adecuada.

Bibliografía

Blinder, C., Knobel, J. y Siquier, M. L. (2011). Clí­nica Psicoanalítica con niños. Madrid: Editorial Síntesis, S.A.  Cabré, V. (2009) El joc. Reflexions psicoanalíti­ques. Aloma. Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 25, 191-199 ISSN: 1138-3194  

Freud, S. (1905). Tres ensayos sobre teoría se­xual. En Obras completas, Volumen VII. Bue­nos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. En Obras Completas, Vol. 7. Madrid: Biblioteca Nueva.  

Klein, M. (1955). Obras completas. Volumen 2 y 3. México: Paidós.

Marchesi, A., Palacios, J. y Coll, C. (comp.) (2014). Desarrollo psicológico y educación (volumen 1): psicología evolutiva. Madrid: Alianza Editorial.

Piaget, J. e Inhelder, B. (1964). Psicología del niño. Madrid: Morata  

Siquier de Ocampo, M. L., García Arzeno, M. E., Grassano, E. y Nora, E. (1987). Las técnicas proyectivas y el proceso psicodiagnóstico. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.

Winnicott, D. (1971). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa.