Puntualizaciones sobre Introducción del narcisismo, más de cien años después
Jorge Eduardo Catelli
RESUMEN
En el centenario de la publicación de Introducción del narcisismo, vuelven a plantearse algunas discusiones a las que Freud respondía a sus colegas, sentando unas bases que provocarían intensos efectos en todo el edificio clínico y metapsicológico del psicoanálisis. Algunas de aquellas controversias siguen hoy vigentes, pero con nuevos actores en la escena psicoanalítica de nuestra época y renovados interlocutores. En el presente artículo, revisamos aquellas controversias. Palabras clave: Freud, narcisismo, nueva acción psíquica, amor de objeto, enamoramiento, libido, modo de funcionamiento narcisista.
ABSTRACT
Observations on Narcissism, more than one hundred years later. In the centenary of the publication of Introduction to Narcissism, new ideas are being considered on Freud´s answers; answers that founded the basis that would provoke intense effects throughout the clinical and metapsychological institution of the Psychoanalysis. Some of those controversies are still valid today, but with new actors on the current psychoanalytic stage and renewed interlocutors. In the present article, those controversies are reviewed. Key words: Freud, Narcissism, new psychic action, object love, falling in love, libido, narcissistic mode of functioning.
RESUM
Puntualitzacions sobre Introducció del narcisisme, més de cent anys després. En el centenari de la publicació d’Introducció del narcisisme, tornen a plantejar-se algunes discussions a les quals Freud responia als seus col·legues, assentant unes bases que provocarien intensos efectes en tot l’edifici clínic i metapsicològic de la psicoanàlisi. Algunes d’aquelles controvèrsies segueixen avui vigents, però amb nous actors en l’escena psicoanalítica de la nostra època i amb renovats interlocutors. En el present article, revisem aquelles controvèrsies. Paraules clau: Freud, narcisisme, nova acció psíquica, amor d’objecte, enamorament, libido, mode de funcionament narcisista.
Contextos:
a modo de introducción […] And the pool answered, ‘But I loved Narcissus because, as he lay on my banks and looked down at me, in the mirror of his eyes I saw ever my own beauty mirrored (1)Oscar Wilde, 1894 Desde hace mucho tiempo tuve en cuenta las fechas, los cumpleaños, los onomásticos, los aniversarios, y demás fechas significativas de mis seres queridos más cercanos y simultáneamente la directa asociación a la obra freudiana, a medida que la comencé a estudiar, con la historia misma de mi familia, con la historia de mis abuelos inmigrantes, con la vida de mis bisabuelos también migrantes y presentes en los relatos familiares. En el paso generacional de las celebraciones italianas de los onomásticos, a las más mixturadas argentinas de los cumpleaños, hubo toda una época de transición en que se celebraban en mi familia el día del nombre y del cumpleaños, sin que necesariamente coincidieran, si bien a veces esto sí ocurría. Probablemente en esta línea, me parece interesante la celebración de los cien años de las obras escritas por Freud en 1914, que constituyen un núcleo fundamental de sus teorizaciones y del corpus metapsicológico para nuestra ciencia y arte, y a su vez me honra la invitación a participar con este escrito en la Revista. Recuerdo que cuando comencé a estudiar con Jorge Winocur, hace bastante más de veinte años, me llamaba la atención que se refería a las ideas de Freud con los años de producción de sus obras, sin hacer mención de los nombres de los textos. Lo cual me despertaba cierta intriga y a la vez me situaba indefectiblemente en el momento exacto de aparición de las ideas en relación con otros contextos y con el de la misma obra freudiana. Inmediatamente me acordé de otro Jorge, Borges, cuya madre habría fallecido con noventa y nueve años, antes de cumplir los cien, y que ante el comentario de un periodista que le dijera “qué pena Borges, que su madre no haya llegado a cumplir los cien años”, le respondiera, “¡y usted qué llamativa pasión que tiene por el sistema decimal!”. Fue entonces que pensé qué sentido tendría detenernos a pensar en los cien años la Introducción del narcisismo. ¿Una pasión por el sistema decimal? Tal vez. Quizás –y mejor aún– sea una oportunidad para recordar qué estaba ocurriendo en aquellos años de guerra y creación, en aquel 1914 en que comenzaba la Gran Guerra, y Freud, con sus hijos en el frente, comenzaba un período fecundo en el surgimiento y desarrollo de sus ideas, que constituiría el núcleo de su edificio teórico. Sea esta también una oportunidad para retomar algunas articulaciones posibles con algunos otros conceptos freudianos, que a lo largo de estos cien años siguen generando controversias.
Controversias en el psicoanálisis o cien años no es nada
Y ahora un año más adentrado en esta rara vida en la que el estado anímico es, por cierto, el único valor efectivo. El mío vacila, pero como ves, como dice en el escudo de armas de nuestra querida ciudad de París: Fluctuat nec mergitur. Freud a Fließ, 21.09.99 (la traducción es mía) Cien años después, seguimos reuniéndonos los psicoanalistas, para hablar de psicoanálisis como en aquél entonces, cuando Freud publica también un texto que escribiría simultáneamente al narcisismo, la Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Algunas de aquellas circunstancias siguen repitiéndose. En el epígrafe de ese trabajo, Freud cita la sentencia del escudo de la ciudad de París, en latín, Fluctuat nec mergitur (2), al que me voy a referir muy brevemente, para comentar qué importancia podría tener para nosotros atender a esta frase, con que comienza tal texto. Esta frase, atribuida a san Juan Crisóstomo (3), es el lema de París, y se encuentra en el escudo de la ciudad, que contiene un barco navegando en un mar agitado. Se dice que París es representada por un barco porque la Isla de la Ciudad (Île de la Cité) tiene la forma de una embarcación. Divisa y escudo de armas tienen como origen la Corporación de Barqueros del río Sena; este poderoso gremio controló el transporte y comercio probablemente desde la misma era romana, ya que para llegar a la Isla de la Ciudad había que utilizar embarcaciones. Aun cuando a través de los siglos se convirtió en una institución más parecida a un gobierno municipal que a una organización de comercio, se conservó el lema y escudo de armas original, y es por eso que la Municipalidad de París las conserva hasta la fecha. Es interesante que Freud ya hubiera utilizado esta cita en dos cartas a Fließ, unos catorce y quince años antes. La primera en la que aparece es del 21 de septiembre de 1899 (Cf. n° 215) y la otra, del 9 de junio de 1901 (Ibíd., 267). En la primera, le hace una doble alusión a Fließ, que también me resulta muy interesante comentar, ya que Freud estaba en ese entonces en las pruebas de galera del libro de los sueños, y le dice a Fließ que “no puede prescindir” de él, como corrector, pero sobre todo por su amistad y por ser “el representante del otro”. En esta carta hace referencia a su preocupación por el libro de los sueños, sus correcciones, sus notas y también en relación con el dinero. Es ahí en que dice que “en esta rara vida […] es el ánimo el único valor efectivo”. Dice que el suyo vacila, pero como se lee en el escudo de armas de “nuestra querida ciudad de París, Fluctuat nec mergitur”. Luego, haciendo referencia nuevamente a sus altibajos en relación con su ánimo, para el mes de mayo, un par de días después de su cumpleaños número 45, dice respecto de los festejos y presentes recibidos, que “había rogado pasar por alto el miserable número medio que es demasiado reducido para un jubileo y excesivamente grande para un cumpleañero”. Fließ le habría enviado una carta de salutaciones por el cumpleaños, con algunas críticas a sus trabajos. Aparentemente, estaban los esbozos de La bisexualidad humana, escrito que luego derivó en la publicación unos cuatro años más tarde de los Tres ensayos de teoría sexual. Volviendo a 1914, la Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico surge de las fluctuaciones de la nave del psicoanálisis, que venía observando en sus más cercanos colaboradores, fundamentalmente en Adler y Jung. Los desacuerdos del primero con las opiniones de Freud habían alcanzado su punto máximo en 1910, y los del segundo en 1913, según cita Strachey y Jones en la célebre biografía (Cf. Jones, p. 142 y sig.). A pesar de esas divergencias, ambos siguieron hablando de sus teorías como “psicoanalíticas”. Considero este punto significativo para volver a pensar, cien años después, a qué llamamos “psicoanalítico”, y la posibilidad de plantearnos qué merecería otro nombre. Éstas son discusiones que para muchos podrían resultar infructuosas, reiteradas, banales o incluso perimidas, pero considero que es una buena oportunidad para el replanteo de aquellas convicciones que podemos tener, sostener y transmitir los psicoanalistas, cien años después de aquella “fluctuación” de la nave psicoanalítica en aguas, por cierto, diversas a las de nuestra época, pero que podemos pensar también, similarmente resistenciales. Tanto con la “contribución”, como con el “narcisismo”, Freud enunció postulados e hipótesis fundamentales del psicoanálisis, para señalar que las teorías de Adler y Jung eran totalmente incompatibles con aquellos, y para extraer la inferencia de que llamar con el mismo nombre a estos puntos de vista contradictorios, no podía sino llevar a una confusión general. Con el tiempo, Adler había comenzado a llamar a su trabajo “psicología individual” y Jung, “psicología analítica” a la suya. En la Contribución, en la primera sección toma el período hasta aproximadamente 1902, durante el cual él fue el único participante de la travesía psicoanalítica; la segunda sección continúa la historia hasta 1910, aproximadamente, y en la tercera sección examina los puntos de vista disidentes, primero los de Adler y luego los de Jung, señalando los aspectos fundamentales en que se apartan de los hallazgos del psicoanálisis. En Introducción del narcisismo, compuesto casi al mismo tiempo que la Contribución, también surgen los puntos de discusión con sus colegas, especialmente para mostrar que el concepto de narcisismo constituye una alternativa frente a la “libido no sexual” de Jung y a la “protesta masculina” de Adler. Del mismo modo que el historial clínico del Hombre de los lobos (1918b), escrito en lo esencial a finales de 1914, aunque publicado con dos pasajes adicionales, recién en 1918, como una refutación empírica a Adler y Jung. Hay otras refutaciones a Adler en diversos lugares de la obra, quizás un poco más austeras que éstas. Sin embargo, pueden mencionarse la discusión con aquél, respecto de las fuerzas motivadoras de la represión, en la sección final de Pegan a un niño, (1919e) AE, 17, pp. 197 y sigs. Otra severa crítica a Adler se encuentra en la conferencia 34 de las nuevas conferencias (Cf. pp. 130-2), luego de citar su encuentro con Georg Brandes y el modo en que aparecen en éste las resistencias a admitir las ideas respecto del Complejo de Edipo y, a su vez, el modo en que Freud las utiliza para avanzar sobre ellas, hace una referencia directa a aquél: “la psicología individual de Adler, […] en Estados Unidos, es considerada una línea paralela con iguales derechos que nuestro psicoanálisis y por lo común es mencionada junto con éste. En realidad tiene muy poco que ver con el psicoanálisis, pero a raíz de ciertas circunstancias históricas lleva una suerte de existencia parasitaria a sus expensas. A su fundador, solamente en escasa medida le es aplicable lo que hemos dicho respecto de este grupo de opositores. Ya el nombre es inapropiado, parece un producto del desconcierto”. Asimismo, plantea la entusiasta bienvenida que la multitud habría de darle a una doctrina que no admita complicaciones, conceptos de difícil comprensión, ni inconsciente alguno y que además elimine de un tajo el problema de la sexualidad. Y continúa: “es que la multitud es ella misma cómoda, exige un solo motivo como explicación, no agradece a la ciencia sus resultados provisionales, quiere tener soluciones simples y saber allanados los problemas. Si se medita en lo mucho que la psicología individual satisface esos reclamos, no puede refrenarse el recuerdo de un pasaje de Wallenstein: si la idea no fuera tan endiabladamente juiciosa, se estaría tentado de llamarla francamente idiota (Schiller, Die Piccolomini, Acto II, escena 7)”. Más adelante, alude a Jung refiriéndose a que “un analista menosprecie el influjo del pasado personal y busque la causación de las neurosis solamente en motivos actuales y en expectativas sobre el futuro”, como un descuido del análisis de la infancia, con la consecuencia de aumentar “su influjo didáctico e indicando directamente determinadas metas vitales”. Remata entonces su disquisición al respecto: “eso puede ser una escuela de sabiduría, pero no es análisis” (p. 133).
Acerca de tomar en serio las ideas y los principios esenciales del psicoanálisis
[…] Los filósofos apreciaron lo inconsciente sin tener noticia de los fenómenos de la actividad anímica inconsciente. […] Freud, (1913j), p. 181 […] De la filosofía nada tenemos que esperar: de nuevo nos pondría por delante desdeñosamente la inferioridad de nuestro objeto. […] Freud, (1916-17 [1915-17]), p.88 En la primera sección de la Contribución, (pp. 14-5), hace una referencia, respecto de una derivación de Chrobak y acerca de “tomar en serio las ideas”, como la diferencia entre un amorío ocasional y “un matrimonio en regla”. A propósito de esta metáfora, Freud, en su propia teoría y con sus propios colaboradores y colegas, podría decirse que tuvo unos cuantos matrimonios, con desventuras varias, éxitos diversos y amoríos que fueron cambiando a lo largo del tiempo. Y, volviendo a los “principios esenciales”, refiere que entre los factores que por su trabajo se fueron sumando al método catártico y lo transformaron en el psicoanálisis, destaca: “la doctrina de la represión y de la resistencia, la introducción de la sexualidad infantil, y la interpretación y el uso de los sueños para el reconocimiento de lo inconsciente” (pp. 14-5). Luego plantea que “la doctrina de la represión es el pilar fundamental sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, su pieza más esencial”, siendo la resistencia, que se opone al trabajo analítico, la que pretexta falta de memoria para hacerlo fracasar. Y evoca el empleo de la hipnosis, como aquél que “ocultaba por fuerza esa resistencia”, para situar el comienzo propiamente dicho de la historia del psicoanálisis, con la innovación técnica de la renuncia a la hipnosis (p. 15). Freud advierte con claridad que la actividad inconsciente del alma es propiedad del psicoanálisis y lo distingue marcadamente de lo que él llama “las especulaciones filosóficas acerca de lo inconsciente” (p.16). Volverá a este punto en 1929, ubicándolas –a las especulaciones filosóficas- junto a las representaciones religiosas y la formación del ideal de los seres humanos (Cf. p. 93). Subrayo este punto ya que hoy, cien años después, puede encontrarse una particular fascinación en muchos círculos psicoanalíticos respecto de la filosofía, de los comentarios filosóficos acerca de nuestra ciencia, la búsqueda denodada de aprobación de aquellos que jamás se han si quiera analizado e incluso el sostenido intento de legitimación por parte de éstos, para evitar en apariencia el tan mentado “espléndido aislamiento” del psicoanálisis y los psicoanalistas. Considero que es una necesidad poder continuar contándole a cada uno de nuestros interlocutores de las diversas áreas de las ciencias, las artes, la política y la sociedad en general, la importancia de la investigación, la terapia y las teorizaciones psicoanalíticas. Y creo que asimismo, es ésta una política que el psicoanálisis no debería abandonar, una política que los pioneros del psicoanálisis en nuestro país han sabido llevar adelante con pasión y entusiasmo, difundiendo con compromiso y convicción, las ideas de Sigmund Freud y las propias, que a su vez fueron desarrollando, aún con los riesgos de la difusión masiva, las posibles banalizaciones y las acusaciones, tanto de su época, como de épocas posteriores y aún la actual, por la potencial superficialización de los conceptos así difundidos. La cerrazón y la rigidez de los psicoanalistas, la dificultad para interesarse en quienes nos interpelan, la exacerbación hostil hacia quienes manifiestan sus resistencias, son una Escila clara para lograr un posible naufragio de la nave, así también como un Caribdis infranqueable, puede ser el travestismo engañoso, que podría parecer que evita el conflicto de la discusión con el otro, por una aprobación rápida, evitando el encuentro con la diferencia y la necesidad de la discusión fecunda, así como la profundización en nuestro shibboléth psicoanalítico. Tales peñascos del Mediterráneo podrían ser también buenas representaciones del “narcisismo destructor” (Rosenfeld, 1972), que tiende, con su apariencia de arrogancia o sometimiento, a la disolución mortecina de los pilares de nuestra ciencia y arte. Cien años después, estamos discutiendo con las neurociencias. Cien años después estamos nuevamente encontrándonos con la hipnosis de las programaciones neurolingüísticas, los libros de autoayuda, los manuales diagnósticos de legitimación internacional, las ofertas religiosas de iglesias con dioses promovidos como cada vez más eficientes aún, la velocidad vacua de la satisfacción tecnológica bidimensional y la medicamentalización a destajo, promovida por poderosos laboratorios internacionales, que los mismos pacientes reclaman en busca de un alivio rápido y acorde con la época de “mayor rendimiento en menor tiempo”, entre otros. Cien años después, son los mismos analistas quienes procuran un análisis personal con menor frecuencia, alivianado, rápido y probablemente falto de convicción y carente de interés en sí mismos. La resistencia que habita en cada uno de nosotros, tanto como el inconsciente mismo. En 1915, Freud plantea que el psicoanálisis se aprende primero en uno mismo, señalando que esto no coincide con lo que se llama observación de sí, pero que implica el estudio de la personalidad propia, siendo que existe una serie íntegra de fenómenos anímicos que deberían pasar a ser objeto del análisis en uno mismo, “vía [por la cual] se obtiene la buscada convicción acerca de la realidad de los procesos que el psicoanálisis describe.” (p. 17). Y en 1923a, insiste respecto de la convicción en estos procesos anímicos inconscientes, la admisión de la doctrina de la resistencia y de la represión, como también de la apreciación de la sexualidad y del complejo de Edipo, concluyendo que “he ahí los principales contenidos del psicoanálisis y las bases de su teoría, y quien no pueda admitirlos todos no debería contarse entre los psicoanalistas” (p. 243).
Algunas puntualizaciones: la “nueva acción psíquica”
Una primera puntualización que haré es la que llega a su nudo con la tan citada frase de Freud, que tiene esta sección por epígrafe. Curiosamente, a pesar de la similitud de la palabra que originalmente Freud utiliza en alemán, Aktion, con “acción” en español, ha sido traducida por algunos como “acto”, e innumerables veces repetida de esta última forma. Entiendo por acción un dinamismo mayor, que implica la emergencia del yo, de un modo distinto, siguiendo las ideas de Jorge Winocur (1996), por esa salida del narcisismo, que implicaría un pasaje de la condición de objeto, a la condición de sujeto. Pero no es sólo una cuestión de traducción y de elección formal de palabras, sino también de algunas confusiones que es habitual encontrar, respecto del “yo” y del “narcisismo”, siendo el segundo una teoría de la libido, colocación de libido en el yo, considerado originariamente como único objeto. Las interrelaciones entre éstos, no implican para Freud que sean lo mismo. Se tratará entonces de las colocaciones de la libido por un lado y los destinos del yo por otro. Freud mantuvo siempre la distinción entre la evolución del yo y de la libido. Sólo una vez se refirió al narcisismo como “una fase temprana de desarrollo del yo” (1915c, p.126), que, en términos de Winocur, puede ser interpretada como un modo de expresar abreviadamente lo que podría haber sido en una fase temprana del desarrollo de la libido, y completando la frase anterior, “…durante la cual sus pulsiones sexuales se satisfacen de manera autoerótica” (p. 230). Cuando el niño es recompensado con reconocimiento y aplausos por sus renuncias pulsionales (Garma y Winocur, entre otros, dirían instintivas) se incrementa la autoestima, produciéndose un paulatino aprendizaje: el de la represión. La internalización de estos pobres reconocimientos a cambio de semejantes renuncias se llama superyó. Podrá decírseme que la sublimación es la salida a esta encrucijada. Probablemente. Pero me parece importante considerar que sólo una vez se refiere Freud a ésta (1910c), como el destino “más raro y perfecto” (seltenste und vollkommenste, AE p.74, Cf. SA, p. 106) para la pulsión –en este caso de investigar–, siendo que aún en ese artículo, unos pocos párrafos antes (p. 70) plantea que las trasposiciones de la fuerza pulsional psíquica en diversas formas del quehacer “acaso sean tan imposibles de lograr sin pérdida como la de las fuerzas físicas”. Las diversas colocaciones libidinales anteriormente mencionadas darán por resultado modos diversos de enriquecimiento o empobrecimiento del yo y el objeto, no ya en un modelo únicamente “hidráulico”, según el cual lo libido que sale de uno pasa al otro y viceversa, sino con una intervención masoquista del yo que, narcisismo mediante, corresponde más bien a los estados del tipo del “enamoramiento”, en que poco del objeto hay, sino más bien del propio yo, ahora embelesado en una fascinación masoquista, deslumbrado ante sí mismo y en simultáneo empobrecido. Habrá en el “amor de objeto”, a diferencia del estado anterior, un posible enriquecimiento mutuo en tanto la libido colocada en el yo y la libido colocada en el objeto no se diferencian. Clínicamente se distingue este estado por no mostrar desmedro alguno del yo, como sí sucede en la admiración idealizadora, propia de las mentirosas promesas de paraíso que el superyó ofrece en el narcisismo. Freud (1882) lo explica tempranamente, mucho antes de las publicaciones a las que he hecho referencia hasta ahora, a su amada “Martita” –Marthchen, en el original (p. 299) – que, por su parecido fonético a Märchen (los cuentos de hadas), parecería mostrar de modo condensado, parte de ese amor: “no se debe ser tacaño con la ternura (fig. el amor) lo que se desembolsa de esos fondos se renueva a sí mismo a través de ese mismo gasto. Si no se tocan [los caudales] por mucho tiempo, disminuyen imperceptiblemente o se oxida el candado, entonces uno lo tiene ahí y no puede utilizarlo” (Freud a Martha Bernays, 18.08.1882 [Fischer, p. 300, la traducción es mía]).
Duelo y melancolía: una diferencia narcisista. La pérdida del yo y la pérdida del objeto
Alma, si tanto te han herido, ¿por qué te niegas al olvido? ¿Por qué prefieres llorar lo que has perdido, buscar lo que has querido, llamar lo que murió? […] Alma, no entornes tu ventana, al sol febril de la mañana, no desesperes, que el sueño más querido es el que más nos hiere, es el que duele más. Manzi, Vélez y Melo (1947) Las primeras referencias que Freud realiza acerca de la melancolía son de 1892-93 (p. 155), en que compara a las neurosis con aquélla: en la primera invita a suponer una presencia primaria de cierta “tendencia a la desazón”, a la rebaja de lo que es traducido como “autoconciencia”, pero que podría ser dicho hoy en día como “autoestima”. Tal como he señalado anteriormente (Catelli, 2009, 2013) el término original, selbstbewußt/Selbstbewußtsein es similar en su significado, al que reaparecerá veintitrés años después, en Duelo y melancolía, como una diferencia fundamental entre estos dos cuadros: das Ichgefühl, literalmente “el sentimiento del yo” o mejor expresado, aunque también un poco literal, “sentimiento de sí”. Así como en el Manuscrito E (p. 231), en que se ocupa de la génesis de la angustia y en el Manuscrito G (pp. 239 – 246), que lleva por título Melancolía, intenta en ambos, explicarla en términos más bien neurológicos. En el primero, la define como producto de la acumulación de tensión sexual psíquica, como un cuadro que se presenta con particular frecuencia en personas que han sido “anestésicas” (4) y que además de no presentar ninguna sensación ni necesidad de coito, muestran, en cambio, una gran añoranza por el amor en su forma psíquica que, cuando se acumula y permanece insatisfecha, generaría melancolía. He ahí la correspondencia de la neurosis de angustia: vale decir que cuando se acumula tensión sexual física se produciría la neurosis de angustia y cuando aquélla es psíquica (la angustia sexual), el cuadro sería de melancolía (Cf. P.231). En el Manuscrito G (pp. 244 – 5), aparece la idea de “hemorragia interna”, que produce un “empobrecimiento de excitación, de acopio disponible”. Es el anticipo de lo que habrá de plantear en la Introducción del Narcisismo. Así como en este último se refirió a las diferentes colocaciones e investiduras libidinales en el yo, en el objeto y en el ideal, de los intercambios y sustituciones recíprocas entre éstos, ese recorrido lo muestra anticipadamente en aquél como […] “la soltura de asociaciones […] doliente”. El empobrecimiento libidinal, es entonces metaforizado como “una hemorragia interna” por la que se produce “un empobrecimiento de excitación, de acopio disponible”, que habría de manifestarse en las otras pulsiones y operaciones. Plantea entonces a esta inhibición como un “recogimiento” que tendría el mismo efecto que una herida, de modo análogo al dolor ¿Un dolor narcisista? (Cf. p. 245). Es el Manuscrito N, anexo a la carta 64, fechada en Viena el 31 de mayo de 1897 (p. 296), un genuino antecesor de Duelo y melancolía (1917e [1915]). En éste va a plantear ideas que serán conductoras de su pensamiento posterior, refiriéndose a la “las melancolías”, como las exteriorizaciones del duelo manifestadas en los reproches que el sujeto se hace a sí mismo, con motivo de los impulsos hostiles reprimidos hacia el objeto perdido. Los auto-castigos serían planteados entonces como una confusión entre el yo y el objeto, siendo éste un modo de identificación, al que Freud consigna como “un modo de pensar” (Cf. p.296) En la Introducción del narcisismo (1914c) ya aparece la descripción del funcionamiento de la “instancia crítica” (pp. 92 – 93) que opera en la melancolía. Plantea allí que la incitación para formar el ideal del yo, “cuya tutela se confía a la conciencia moral”, parte de la influencia crítica de los padres, a la que con el tiempo se le fueron sumando la de los educadores y maestros. La institución de la conciencia moral queda así planteada como una “encarnación de la crítica de los padres”. En Duelo y melancolía desarrolla estas ideas a fondo, siendo a la vez una extensión del artículo del narcisismo. En el primero, comienza considerando al duelo como reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, “como la patria, la libertad, un ideal, etc.”. Luego explica el trabajo del duelo, como el retiro pieza por pieza de los enlaces libidinales con el objeto perdido, de cada uno de los recuerdos y expectativas en que la libido estaba anudada, para ser entonces abandonados (eingestellt, SA III, p. 199), sobreinvestidos y consumándose así el desasimiento de la libido (5) (Cf. p. 243). El término original que Freud utiliza en alemán para “duelo” es Trauer. En ese idioma tiene como sinónimos los términos Gram –que es dolor, pesar, aflicción, pena, así también como figurativamente “podredumbre”– o Kummer –pesadez, preocupación, aflicción, también figurativamente “podredumbre”– (¿Podría ser también la podredumbre de la libido estancada en el yo?). Menos utilizado es el término Betroffenheit que describe el estado de “impacto” de una situación; literalmente betroffen es estar “tomado”, “tocado”, “preocupado” o “afectado” por una situación. La finalización heit da cuenta de la sustantivación de ese estado. Freud elige la palabra Trauer. Esta proviene del verbo trauern, que encuentra su origen en el siglo IX, (Kluge, p. 926) en su raíz del “alemán clásico medio” –Mittelhochdeutsch– como trüren y a su vez en el “alemán clásico antiguo” –Althochdeutsch– como truren, que significa “bajar los ojos”, como ademán de retracción y tristeza, y a su vez, la idea plástica del pesar, en “bajar la mirada, bajar la cabeza” (6). Me resulta interesante la descripción plástica de la retracción libidinal, propia del narcisismo, que surge del origen de la palabra que damos en traducir por “duelo” en español. “Retraer la mirada”, “bajar los ojos”, “apartar la vista del objeto” o quizás –acercándonos paulatinamente a lo que veremos luego que plantea Freud– “desasirse del objeto y retraerse hacia sí mismo”, parecerían ser las ideas que evoca la mera etimología de la Trauer. De este término surge a su vez el adjetivo traurig, de uso actual, coloquial y cotidiano, que significa “triste”, “dolido” o “apesadumbrado”. De este modo había planteado en el Narcisismo, el movimiento de investiduras libidinales, con la metáfora de la ameba y sus seudópodos, como una originaria investidura libidinal del yo, que varía en sus colocaciones, pudiendo ir a los objetos y retirarse nuevamente al yo. Las emanaciones de esta libido, las investiduras de objeto, pueden ser emitidas y retiradas de nuevo, señalando así la oposición entre la libido yoica y la libido de objeto (Cf. p. 73). La confusión narcisista, como condición previa de la melancolía, no permite diferenciar con precisión qué es lo que se ha perdido. En palabras de Freud, “podemos pensar que tampoco el enfermo puede apresar en su conciencia lo que ha perdido” (p.243). En Duelo y Melancolía,plantea lo que considero que son los rasgos diferenciales distintivos entre “duelo” y “melancolía”: en la segunda, a diferencia del primero, lo que en verdad se pierde, es una parte del yo, concordantemente con que hay una rebaja del sentimiento yoico –das Ichgefühl-. Mientras que en el duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío, en la melancolía esto mismo parece ocurrirle al yo (Cf. Ibíd.). Las condiciones previas que sitúa Freud para la melancolía son, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por el otro y en contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto, siendo este último elegido sobre una base narcisista (Cf. p. 247). Es este el modo en que lo refiere el mismo Freud, a partir de una “certera observación” de Otto Rank. La ya “célebre” cita “La sombra del objeto cayó [entonces (7)] sobre el yo” […] (Cf. p. 246), la entiendo como la caída de un reflejo del objeto sobre el yo; no es el objeto mismo, sino más bien esa intercepción entre yo y objeto que corresponde a la identificación narcisista (Cf. Winocur, 1996) -tal como Freud explica en la frase anterior- y que impide que el objeto sea tal: es sólo su sombra. Queda, de este modo, expresada la equiparación entre el yo y el objeto, producto de la condición narcisista previa, que implica entonces la confusión anteriormente mencionada. En el original (SA III, p. 203) se puede leer: “Der Schatten des Objekts fiel so auf das Ich“ […]. So – en alemán, “entonces, de este modo, así”– considero que es una referencia sintética –tal como normalmente se utiliza en ese idioma– a la idea próxima anterior: […] “la libido libre se retiró sobre el yo […], sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado” […]. López Ballesteros tradujo, a mi criterio, más ajustadamente al original […] “La sombra del objeto cayó así sobre el yo” […] (BN. 2, p. 2095). Tal como había introducido con el narcisismo, explica que la libido libre no se retiró a otro objeto, sino que se retiró sobre el yo, sirviendo esto para “establecer una identificación del yo con el objeto resignado”. Que la sombra del objeto pueda caer entonces sobre el yo implica entonces que éste pueda ser juzgado “por una instancia particular como un objeto, como el objeto abandonado”. De ahí que la pérdida del objeto sea en verdad una pérdida del yo “y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación” (Cf. Freud, 1917e, pp. 246 – 7).
Del funcionamiento narcisista del aparato psíquico
Diversos son los modos en que el sujeto puede defenderse de un mundo exterior representante de los objetos y los estímulos que de éstos provienen. Tal como comencé desarrollando hace algunos años (Catelli, 1997, p. 154), siguiendo las ideas de Freud, acerca del encuentro del sujeto con la cultura y luego (Catelli y Zaefferer, 2013, p. 163) en relación con el narcisismo, el sufrimiento más doloroso sería aquel que proviene del vínculo con los otros. Del temido mundo exterior el sujeto puede defenderse generando el desarrollo tecnológico, entre otras invenciones, para intentar someter la naturaleza a su dominio. Sin embargo, del propio cuerpo y del vínculo con los otros no resulta tan sencillo. Buscando defenderse del padecer, el aparato tiende a la represión del representante pulsional, la que se manifiesta de diversos modos: como la muerte de la pulsión, el desasimiento objetal, la pérdida de la realidad, la represión del autoerotismo o que el yo resigne su investidura libidinal y se abandone a sí mismo (Cf. Winocur, 1995). La aparición de la instancia crítica muestra el anticipo más claro de lo que será el superyó (Cf. supra p. 10). A partir de la idea del suicidio –por el cual dice que la melancolía se vuelve tan “interesante y… peligrosa”– explicita la equiparación del yo con el objeto que marca una diferencia clave respecto del duelo. “El análisis de la melancolía nos enseña que el yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior (8)”. […] (p. 249). Vale decir que es necesario que el aparato psíquico tenga un funcionamiento refractario, narcisista, tendiente a expeler los estímulos y por lo tanto al objeto, al estilo del primer modelo de aparato psíquico planteado por Freud en La interpretación de los sueños, como sistema colmado de cantidades, de funcionamiento “eferente”, del cual es paradigma el modelo del arco reflejo, en que una parte del sistema recibe el golpe (el estímulo del objeto) y desencadena la patada de inmediato (se desembaraza de éste), por encontrarse el sistema saturado. En 1900a Freud plantea que el aparato psíquico que va presentando, compuesto por sistemas, tiene una dirección, que toda la actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. Concluye entonces que “[…] el proceso del reflejo sigue siendo el modelo de toda operación psíquica” (1900a [1899], pp. 530 – 1) Del mismo modo explica este funcionamiento en Pulsiones y destinos de pulsión (1915c), al referirse al yo-realidad inicial, como una instancia que ha distinguido el adentro y el afuera y se muda en un yo-placer purificado, que pone el carácter del placer por encima de cualquier otro, tendiendo de este modo a deshacerse de toda excitación que, como tal, promueve el displacer. Si bien a muchos podrá resultarles obvio, considero importante recordar que el “placer” referido en este momento de la obra dista del planteado en 1924, luego de las formulaciones de Más allá del principio de placer (1920g). El de 1915 es aún subsidiario del “principio de constancia”, según el cual el aparato anímico se afanaría por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él. Luego (ibíd., p. 54) nombrará a aquel “principio de placer”, ahora adscripto a la pulsión de muerte, como “principio de Nirvana” (siguiendo la idea de Barbara Low) y un “nuevo” principio de placer quedará definido como el que –pulsión de vida mediante– hace tender al aparato a la búsqueda de los estímulos, de acuerdo a ritmos, que redefinen al mismo, como un aparato buscador de objetos, en vez de refractario como el del Proyecto (Cf. AE, 1, p. 356) o bien de la Interpretación de los sueños (1900a) citado y comentado supra. Esto implica la concepción de un aparato psíquico narcisista, refractario del objeto en tanto proveedor de estímulos (Cf. Winocur, 1995 y Catelli y Zaefferer, 2013) que nos permite comprender la base narcisista de la melancolía: como refería anteriormente, el objeto perdido no es tal, a lo sumo es una parte del yo. De este modo, comprendo la “afrenta real o […] desengaño de parte de la persona amada” (AE, 14, p. 246) como la injuria provocada por el descubrimiento de que el otro es efectivamente eso: otro, un objeto, no yo, no como yo. Puede observarse entonces que la melancolía se desencadena por la “aparición” del objeto, más que por su pérdida, que sería una pérdida del yo. Considero que es una de las mejores muestras de este “funcionamiento narcisista” del aparato psíquico, del mismo modo que en la manía, en la que yo e ideal están indiferenciados. El sentimiento megalómano estaría también basado de este modo narcisista, en la renuncia al objeto externo.
Narcisismo y pulsión de muerte. Algunas conclusiones y algunas “imperfecciones”
Mirá, podés amarme también a mí, soy tan parecido al objeto. S. Freud, (1923b), p. 298 (la traducción es mía) Freud define su Introducción del narcisismo como una “extensión de la teoría de la libido” (1914c, p. 73). Es allí que plantea la imagen de una originaria investidura libidinal del yo, cedida después a los objetos que “empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite” (Ibíd. supra). A lo largo de este escrito, he ido puntualizando algunos nudos que me parecen cruciales para su puntualización desde la perspectiva freudiana, no sólo de algunas controversias teóricas que a partir de 1914 se han planteado, sino con una impactante vigencia, cien años después, en las lecturas actuales de las condiciones del narcisismo para comprender y desarrollar aspectos de la teoría y la clínica psicoanalítica, así también para poder repensar condiciones del concepto de narcisismo en sí, imbricado con conceptualizaciones freudianas posteriores, que permiten darle otra dimensión y potencial volumen. La posibilidad de plantear al narcisismo en relación con la pulsión de muerte no es sin la articulación del superyó. El epígrafe de esta última sección nos introduce en una escena teatral a la que Freud nos conduce para representar la acción incitadora de esa instancia que –tal como describieran Ángel y Betty Garma en 1966– invita a abandonar los objetos. Freud la presenta como el yo hablándole al ello. Sin embargo, parecería ser más bien esa otra parte desdoblada del yo, que lo mira, critica y extorsiona (Cf. Winocur 1990a y 1996). En 1923b, Freud considera que toda la libido está acumulada en el ello, y que éste envía una parte de aquélla a “investiduras eróticas de objeto”, para luego, fortalecido, procurar apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Sería el superyó, el ideal del yo, “puro cultivo de pulsión de muerte” y no un reservorio de libido que el yo se vio obligado a resignar. La melancolía, manía y paranoia muestran con creces el modelo de partición del yo entre una instancia crítica y la otra, criticada. Es en este sentido que entiendo, siguiendo las ideas de Winocur, a la constitución misma del aparato psíquico como “melancólica”, en la medida que esta patología muestra, de una manera espectacular, el modo en que el aparato está conformado, con un yo que se ha dividido y se mira a sí mismo criticándose y profiriéndose ataques desde esta instancia que Freud nomina “superyó”, que ubica como la “imperfección de nuestro aparato anímico” (1926d [1925], p. 146), la cual propone la búsqueda del narcisismo, en tanto renuncia mortecina a los objetos. Habrá de ser necesario el trabajo del análisis para intentar lograr recuperar algo más de aquel estado primitivo, en el cual libido en el yo y en el objeto no se diferencian, para intentar poder independizarse más del ideal, del superyó y de sus engaños.
Notas
(1) “Y el remanso respondió: pero yo amaba a Narciso porque, cuando recostado en mis orillas se inclinaba a mirarme, en el espejo de sus ojos, veía mí propia belleza reflejada” (la traducción es mía). (2) En latín, “se sacude –fluctúa– pero no se hunde” (3) San Juan Crisóstomo o Juan de Antioquia (Antioquía, Siria; 347 – 14 de septiembre de 407) fue un religioso cristiano, patriarca de Constantinopla. Es considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia del Oriente. En la Iglesia ortodoxa griega es considerado uno de los más grandes teólogos y uno de los tres pilares de la Iglesia, juntamente con Basilio y Gregorio. Cien años después de su muerte, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: “Juan Crisóstomo”, el cual proviene del griego chrysóstomo () y significa “boca de oro” (chrysós, “oro”, stoma, “boca”), ya que parecería ser que se habría destacado tanto por su capacidad de prédica como por sus denuncias de los abusos de las autoridades imperiales. (4) Esto recibe desarrollo pleno en el Manuscrito G (p. 239 y sigs.). Cita Strachey en este punto que Freud utiliza con frecuencia el término “melancolía” para casos en que la psiquiatría moderna hablaría de “depresión”. (5) Cita Strachey al respecto que esta idea parece haber sido expresada ya en Estudios sobre la histeria (1895d): Freud describe un proceso similar en su discusión del historial clínico de Elisabeth von R. (AE, 2, pp. 175 – 6). (6) Siempre encontré muy interesante esta expresión en el grabado de Albrecht Dürer, de 1514, Melencolia I, en la expresión del personaje principal. (7) El agregado a la traducción de Etcheverry es mío. (8) Tal como señala Strachey, unos años antes de este trabajo, Duelo y melancolía, en 1910, había declarado Freud en el debate sobre el suicidio, en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (Cf. 1910g, en AE, 11, p. 232) la importancia de comparar y diferenciar a la melancolía de los estados normales del duelo, diciendo que el problema psicológico allí involucrado era todavía insoluble. Recién con los conceptos de “narcisismo” y de “ideal del yo” pudo retomar el tema.
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