El psicoanálisis con niños es un juego

Mailen Deza, Paula Iparraguirre y Mauro Lionel Zamijovsky

RESUMEN  

En el siguiente trabajo se realiza una breve articulación de referencias de autores que, desde el marco teórico psicoanalítico, no sólo manifiestan la importancia del juego en su carácter técnico, sino también ético, y cons­titutivo tanto para un sujeto particular como para el psicoanálisis mismo. Se ilustrará el recorrido a la luz de un caso clínico. Palabras clave: Psicoanálisis con niños, juego, asociación libre.

ABSTRACT  

The Psychoanalysis with children is a game. In the following article we give a brief reference of authors who, from the psychoanalytic theoretical framework, not only state the importance of the game in its technical cha­racter, but also its ethical and constitutive role both for a particular subject and for the psychoanalysis itself. The steps of a clinical case will be illustrated. Key words: Psychoanalysis with children, play, free association.  

RESUM  

La psicoanàlisi amb nens és un joc. En el següent treball es realitza una breu articulació de referències d’autors que, des del marc teòric de la psicoanàlisi, no només manifesten la importància del joc en el seu caràcter tècnic, sinó també ètic, i constitutiu tant per a un subjecte particular com per a la mateixa psicoanàlisi. S’il·lustrarà el recorregut a la llum d’un cas clínic. Paraules clau: psicoanàlisi amb nens, joc, associació lliure.

El psicoanálisis, un juego

A la pregunta de “¿por qué jugamos en la clí­nica con niños?”, podemos dar una respuesta histórica: es Melanie Klein quien introduce al juego como una técnica de trabajo equivalente a la asociación libre en los adultos para acceder a las fantasías inconscientes del niño (Mordoh, 2013, p. 37). Se sirve de él porque “los niños no pueden asociar, no porque les falte capacidad de poner sus pensamientos en palabras, sino porque la angustia se resiste a las asociaciones verbales” (Klein, 1932, p. 36). Esta equivalencia, a nuestro criterio, vale tam­bién para el dibujo, entendiéndolo -al igual que al juego- desde su lógica intrínseca de oposicio­nes. Es decir, tal como Sigmund Freud nos ense­ña con los sueños, “equivocaríamos manifiesta­mente el camino si quisiésemos leer esos signos según su valor figural en lugar de hacerlo según su referencia signante” (Freud, 1900, p. 285). Esto mismo, a la luz de la lingüística estruc­tural, es tomado por Lacan como valor funda­mental para el psicoanálisis. Este autor, por otro lado, en su Seminario 11, destaca: “el juego del carrete es la respuesta del sujeto a lo que la au­sencia de la madre vino a crear en el lindero de su dominio, en el borde de la cuna, a saber, un foso, a cuyo alrededor sólo tienen que ponerse a jugar al juego del salto” (Lacan, 1964, p. 70), para luego complejizar: “el niño lleva a cabo el juego con la ayuda de un carrete, es decir, con el objeto a. El ejercicio con ese objeto se refiere a una alienación y no a un presunto dominio, sea cual fuere, que mal podría aumentar una repe­tición indefinida, cuando la repetición indefinida de que se trata pone de manifiesto la vacilación radical del sujeto” (p. 247). Es decir, para Lacan, no se trata entonces en el juego de la respuesta de un sujeto ya consti­tuido que juega para volver activo lo que pade­ció pasivamente, sino de un juego constitutivo que produce al sujeto del inconsciente (Mordoh, 2013, p. 44).  En la misma línea, y tomando los escritos de Norma Bruner, se sostiene que: “el juego y el de­seo de jugar para un niño implica la posibilidad de constituirse como “un nuevo sujeto”, ya que al jugar cada vez y otra vez de nuevo el juego inscribe simbólicamente lo perdido y la pérdi­da como tal, al separar-se, perder-se, partir-se, defender-se, del lugar que “Ello”, el cuerpo del niño, “Era” para el Otro jugando a llegar a ser “otro” del que “es”” (Bruner, 2008, p. 47). En función de esto, planteamos que el juego es pri­mordial y necesario en la constitución del sujeto deseante: “si no hay juego, lo infantil se tornará imposible, no habrá un sujeto lector de las mar­cas que lo constituyeron: será un sujeto sin his­toria, sin un pasado infantil, sin marcas simbóli­cas de las que amarrarse” (p. 16). Ahora sí, tras este breve recorrido, nos aden­tramos en la letra del caso escogido.

Caso Lucas

Lucas tiene siete años de edad, vive con sus padres y sus tres hermanos. Llega a la consulta a partir de una derivación de la institución es­colar por presentar mal comportamiento y con­ductas agresivas dirigidas tanto a sus compa­ñeros como a los docentes. Dichas conductas se extienden al contexto familiar. Además, pre­senta problemas de atención y dificultades en el vínculo con sus pares.  En la primera entrevista, la madre refiere que los problemas de conducta comenzaron cuan­do Lucas tenía cuatro años, momento en el que la familia se muda a una casa propia, ya que antes convivían con los abuelos maternos del niño. Por lo cual, cambia de jardín y de barrio. La madre relata que fue un proceso difícil para toda la familia y que en el nuevo hogar no tenían las mismas comodidades que en la casa de sus padres. Comenta que Lucas siempre fue muy “apegado” a su abuelo y que compartían mucho tiempo juntos: “su abuelo siempre lo consentía”. Agrega que en el nuevo barrio no ha generado vínculos de amistad.  La madre comenta que actualmente su hijo continua teniendo problemas en el ámbito es­colar: “se concentra dos horas y después mo­lesta”, “le pegó en la panza a la maestra”, “pide perdón después de los ataques, es amoroso también, se da cuenta de lo que hace”, “dejé de ir a cumpleaños porque Lucas se trepa, pelea, me da vergüenza salir”. Al indagar sobre estos “ataques”, su madre refiere: “se encierra en él y empieza a pegar, es su forma de defenderse”, sin poder delimitar qué es lo que desencadena dichas conductas. La primera vez que veo a Lucas se encontra­ba trepado a las ramas de un árbol enfrente del consultorio, diciendo a sus padres que no iba a entrar. Me acerco y comenzamos a dialogar. Rechaza mis invitaciones al consultorio pero acordamos que íbamos a jugar un rato en una casita de ramas que había construido debajo del árbol. En las siguientes entrevistas, entró, pero sólo unos pocos minutos. Miraba los juguetes y, de modo gradual, fue aceptando quedarse más tiempo y proponiendo diferentes juegos: dibujos, historias, personajes en plastilina, entre otros. Sus juegos consistían en personajes sangrien­tos, zombis, dragones, animales, peleas, gue­rras, muertes y comienza a desplegar algo de sus representaciones, o de las representaciones que circulaban en su dinámica familiar, acerca de lo que se espera de un “hombre”: “Tengo re­duro el corazón y la panza”, “Yo no tengo miedo a nada”, “¿Te acuerdas que te dije que somos hombres? Los hombres se aguantan todas las piñas.” Por momentos, al explicar sobre los juegos que más le gustaban en el ordenador, se expre­saba de modo inentendible y cuando indagaba sobre lo que había dicho respondía que eran niveles muy difíciles, y que yo no iba a enten­derlos. Al mes de haber iniciado las entrevistas, la ma­dre me comunica que falleció el abuelo de Lu­cas, y que se han incrementado los problemas de conducta: “no atiende cuando hablo, no me hace caso.” A lo largo de las entrevistas con Lucas, se fue generando un vínculo que me permitió ju­gar con él, es decir, ser parte de esos juegos. Y ello me dio posibilidad de introducir el conflic­to en cuestiones que parecían egosintónicas en su conducta, como el pegar. También mediante el juego tuve la posibilidad de nombrar afectos: miedo, tristeza, alegría.  En uno de los encuentros, ni bien se sienta en el consultorio menciona que puede quedarse sólo unos minutos porque tiene que ir a la gue­rra. Le pido que me explique a qué se refiere, y entonces comienza a armar ladrillitos, montan­do una escena de guerra: “nadie nos tiene que pegar, si nos encuentran pan comido, lo caga­mos a palo”. En el juego, se niega a que me in­corpore a la guerra: “las chicas no van a ir por­que se largan a llorar enseguida”, “las muñecas son para las nenas y para los varones la guerra, ¿entendido? Cuando yo sea grande voy a ir al ejército para matar personas y salvar al mundo”. Después de desplegar el juego accede a que me incorpore en uno de los tanques y realiza un di­bujo de la guerra en donde delimita el lugar de cada uno.  Al cabo de unos meses, Lucas seguía manifes­tando a través de lo lúdico temáticas de agre­sión, peleas y muerte. Sin embargo, algunas cuestiones comenzaban a cambiar. Entraba solo al consultorio y ya no se encontraba inquieto ni ansioso por terminar los juegos rápido. Cuando se refería a su escuela, ya no expresaba que lo único piola eran los recreos y que se aburría. Mencionaba a varios compañeros con quienes compartía juegos e intercambiaban cartas de Dragon Ball Z. Además, su nueva “seño” era buena onda. En los juegos, los hombres también podían llorar o estar tristes. En las entrevistas que mantenía con los padres, referían que ya no se comportaba tan mal y que lo habían apunta­do en un club de barrio para jugar al futbol. Estos cambios también se iban manifestando en el espacio con Lucas, quien iba dando indi­cios para un cierre del tratamiento: “cuando sea grande no voy a venir acá ¿no?”. En la penúltima entrevista realiza un dibujo en donde incluye por primera vez a los otros profesionales del con­sultorio: todos nos encontrábamos en un picnic festejando, agarrados de la mano. Luego, agre­ga una casa al dibujo en donde me encuentro de la mano con un chico. Él está arriba, “mirando a todos ustedes con un telescopio, y después me caí”, y luego el chico se va de la casa, “lejos muy lejos, donde está el pato”. Después de esta se­sión le dijo a la mamá que hasta el próximo año no tenía que volver a la psicóloga. Con respecto a la pérdida del abuelo, expre­sa la ausencia en una ocasión mientras dibuja­ba una persona pescando y recordó que iban a pescar juntos. Se menciona la tristeza que ello le debe causar y comenta que tiene una foto de ellos dos guardada. Tiempo después, en la última entrevista con los padres, refieren que Lucas, mientras estaba un domingo en la casa del abuelo, pudo expresar cuánto lo extrañaba, que añoraba sus brazos y que lo defendiera. “Yo a mi abuelo siempre lo llevo en el corazón”. En la última entrevista, expresa que a veces llora porque murió su abuelo, pero que lo lleva en el corazón. La última sesión entra con su cuaderno y la nota del equipo de orientación, quienes lo feli­citaban por su buen rendimiento. Converso con los padres acerca del fin del tratamiento y luego con Lucas, que acepta. Comparto con él todos los dibujos que ha hecho durante este tiempo y lo felicito por su trabajo.  La finalidad de este artículo no es develar las intervenciones puntuales que por arte de ma­gia produjeron virajes en la posición subjetiva de quien consulta en sentidos unilaterales. Sino enfatizar que el trabajo en este caso estuvo do­tado de un tiempo y un afecto –acaso la ternura y la paciencia de los abuelos con sus nietos- que permitió que en el juego y a través del juego se provocaran movimientos originales e impre­visibles. Esto, desde ya, con una direccionalidad definida que no es otra que la dirección de la cura. Esto es observable en ciertas líneas discur­sivas que se entrecruzan anudándose y desanu­dándose: el abuelo que lo defendía, el “golpear para defenderse”, la violencia hacia compañe­ros y docentes, la violencia en el juego, la guerra “de los varones”, los hombres de corazón duro que arreglan las cosas a las piñas, los hombres  que no lloran, las lágrimas por el abuelo falleci­do, ese abuelo que lo defendía. Asistimos entonces a lo que anteriormente con Lacan definimos como la producción del sujeto del inconsciente a partir de la operación constitutiva del juego, lo que acarrea por aña­didura un efecto terapéutico que le permitió al niño viabilizar un duelo y restablecer un vínculo con los otros en lugar de las conductas violentas que lo segregaban cada vez más.  Así mismo, es vital destacar el valor relacio­nal que tiene el juego para nosotros en la clínica psicoanalítica. Es decir, el juego no es del niño, sino del niño dirigido hacia un analista, o –si nos la jugamos (mejor aún)- entre el niño y el psi­coanalista. Al respecto –y para concluir con este apartado-, citamos a Winnicott, quien, en esta línea, sostenía: “la interpretación por fuera de la madurez del material es adoctrinamiento. Un corolario es que la resistencia surge de la interpretación ofrecida fuera de la zona de su­perposición entre el paciente y el analista que juegan juntos. Cuando aquel carece de la ca­pacidad para jugar, la interpretación es inútil o provoca confusión. Cuando hay juego mutuo, la interpretación, realizada según los principios psicoanalíticos aceptados, puede llevar adelan­te la labor terapéutica. Ese juego tiene que ser espontáneo, no de acatamiento o aquiescencia, si se desea avanzar en la psicoterapia” (Winni­cott, 1971, p. 64).

Palabras conclusivas: dejarse enseñar

Seguimos citando a Winnicott porque nos genera una extraña simpatía, que tal vez ra­dique en estas palabras que nos regala en Realidad y Juego: “lo universal es el juego y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y por lo tanto esta última… Lo natural es el juego y el fenómeno altamente refinado del siglo XX es el psicoanálisis. (…) Al psicoaná­lisis tiene que resultarle valioso que se le re­cuerde a cada instante no sólo lo que se le debe a Freud sino a esa cosa natural y univer­sal que llamamos juego” (p. 65). Si es que el juego debe ser jugado como se juega en la transferencia, y también debe ser leído con como quien lee la narración de un sueño, entonces ¿por qué no ser borgeano –y winnicottiano– y entender un posible dispositivo de análisis con niños como un juego dentro de otro juego dentro de otro juego? Tal vez ese sea un modo evitar trastabillar en el adoctrinamien­to. Tal vez de ese modo el psicoanálisis y sus analistas nos dejemos enseñar por quienes nos permiten, de modo amable, agresivo, divertido, rabioso o sereno, jugar un rato con ellos.  

Bibliografía

Bruner, N. (2008). Duelos en juego. Buenos Ai­res: Letra Viva.

Freud, S. (1900). VI. El trabajo del sueño, en La interpretación de los sueños, OC Tomo IV, Buenos Aires: Amorrortu.

Klein, M. (1932). La técnica del análisis tempra­no, en Obras Completas, T. II, Buenos Aires: Paidós, 1987

Lacan, J. (1964). El Seminario 11: Los cuatro con­ceptos fundamentales del psicoanálisis, Bue­nos Aires: Paidós. Mordoh, E. (2013). El acto en juego. Buenos Ai­res: Letra Viva.

Winnicott, D. W. (1971). El juego. Exposición teó­rica, en Realidad y Juego, Barcelona: Gedisa.