Parentalidad y procesos de integración yoica
Teresa Isabel Correa y Elizabeth Blanda
RESUMEN
A partir de una investigación realizada en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de San Luis en Argentina, presentamos una articulación entre material clínico y fundamentación teórica que da cuenta de que la integración es la resultante de ciertos procesos que se dan en la interdependencia emocional de la función parental con el hijo. Consideramos la integración del yo como uno de los procesos mentales primarios que debe realizar el psiquismo incipiente. Mostraremos la desintegración yoica -desde una mirada intersubjetiva- cuando existe déficit en el ejercicio de la parentalidad. PALABRAS CLAVE: parentalidad, integración yoica, función parental, psicoanálisis.
ABSTRACT
PARENTHOOD AND SELF-INTEGRATION PROCESSES. From a study conducted at the School of Psychology at Universidad Nacional de San Luis in Argentina, we present a link between clinical material and its theoretical foundation, pointing out that integration is the result of certain processes that occur in the context of the emotional interdependence arising in a parent’s relationship with the baby. We consider the integration of the self to be one of the primary mental processes that must be performed by the incipient psychism. The paper will detail the disintegration of the ego disintegration – from an inter-subjective point of view- when there is a deficit in the parental function. KEYWORDS: parenthood, self-integration, parental function, psychoanalysis.
RESUM
PARENTALITAT I PROCESSOS D’INTEGRACIÓ JOICA. A partir d’una investigació portada a terme a la Facultat de Psicologia de la Universitat Nacional de San Luis a Argentina, presentem una articulació entre material clínic i fonamentació teòrica que conclou que la integració és la resultant de certs processos que es donen en la interdependència emocional de la funció parental amb el fill. Considerem la integració del jo com un dels processos mentals primaris que ha de realitzar el psiquisme incipient. Mostrarem la desintegració joica –des d’una mirada intersubjectiva- quan existeixen mancances en l’exercici de la parentalitat. PARAULES CLAU: parentalitat, integració joica, funció parental, psicoanàlisi.
Introducción
A partir de una investigación realizada en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de San Luis, abordaremos la incidencia que tiene el trabajo psíquico de la parentalidad en la integración yoica de los hijos.
Este análisis se enmarca dentro del Proyecto de Investigación “Familia, pareja parental y proceso de simbolización en niños”, iniciado en el año 2014 y cuya directora es la Mg. Elizabeth Blanda, proyecto que continúa hasta el año 2017. La modalidad empleada consiste en la realización de un psicodiagnóstico completo a una muestra que está formada por niños, cuya edad oscila entre los 7 a 9 años, y que son derivados de escuelas públicas de la ciudad de San Luis por presentar problemas de aprendizaje y conductas agresivas y/o violentas. El equipo de investigación realiza el análisis de la casuística a partir del enfoque teórico del psicoanálisis relacional.
Partiremos en este artículo de una introducción teórica para luego presentar un caso seleccionado que representa e ilustra nuestra exposición, en el que mostraremos cómo el conflicto persistente de una pareja aumenta el desencuentro con los hijos, favoreciendo la gestación de patologías propias del desamparo. Priorizamos el empleo de la técnica de entrevista familiar diagnóstica como recurso de investigación clínica.
Marco teórico
Wettengel (en Rotenberg, 2014) explica la parentalidad como un trabajo psíquico que va mucho más allá de tener un hijo y que se relaciona con contenidos psíquicos que producen movimientos subjetivos tanto en el adulto como en su descendencia. Indagar la modalidad de ese proceso permite entender parte de los vínculos libidinales que se establecen en la crianza.
Winnicott (1964) postula que la función parental está implícita en la función de sostenimiento (holding). Éste se despliega en una dimensión temporal, entre el niño y la madre. Se inicia en la posibilidad de brindar un máximo de adaptación, satisfaciendo las necesidades del ego, en los inicios en estado de extrema inmadurez, y va produciendo una desadaptación gradual adaptativa, siempre en función de la maduración relativa del niño.
El proceso de integración del yo es uno de los procesos mentales primarios que debe realizar el psiquismo incipiente. La integración es la resultante de ciertos procesos que se dan en la interdependencia emocional de la función parental con el bebe; no se trata de una etapa evolutiva. Winnicott (1958) sostenía que la criatura depende del cuidado materno, cuidado que se basa más en la identificación emocional por parte de la madre que en la comprensión de lo que se expresa o podría expresarse verbalmente… se trata de un periodo de desarrollo del yo, cuyo principal rasgo es la integración. Una “madre suficientemente buena” acompaña empáticamente al hijo en su movimiento pendular de alejarse y regresar, autoafirmarse y buscar protección. Al principio, esta función parental funciona como un yo auxiliar y a partir del sostén emocional, los hijos pueden ir desarrollando sus recursos yoicos y favoreciendo la individuación para el logro de la autonomía.
La integración comienza en el mismo principio de la vida. El yo se basa en un yo corporal y sólo cuando todo marcha bien la persona del bebé empieza a estar vinculada con el cuerpo y las funciones corporales, con la piel como membrana limitadora. Winnicott (1945) llama a este proceso personalización, mientras que la despersonalización alude a pérdida del yo con el cuerpo. En estos procesos tempranos del desarrollo, primero aparece el “yo”, que incluye: “todo lo otro no es yo”. Después viene “yo soy, yo existo, yo recojo experiencias, me enriquezco y tengo una interacción introyectiva y proyectiva con el no-yo, como mundo real de la realidad compartida” (Winnicott 1962, p. 80). En condiciones favorables la piel se convierte en el límite entre yo y no-yo.
El desarrollo teórico de Bion (1962) muestra la esencia de la función materna al centralizarse en la función de reverie. Enfatiza la relación entre la cualidad continente materno y el desarrollo del pensamiento en el niño en momentos de estructuración del psiquismo. Sugiere que una falla en la función de contención materna dificulta el proceso de discriminación y convierte la identificación proyectiva estructurante en un proceso patológico de evacuación permanente.
Fairbairn (1952) sostuvo que el mayor trauma que puede experimentar un niño es la frustración de su deseo de ser amado y de que su amor sea aceptado. “La mayor necesidad de un niño consiste en obtener la seguridad decisiva de que es amado por sus padres y de que éstos aceptan su amor” (p. 51). Sostuvo que es imposible atravesar la infancia sin experimentar vivencias relacionales de frustración con los padres. Éstos son internalizados como objetos malos en una variabilidad dependiente de la intensidad de la experiencia. En este sentido, siguiendo a Bion, observamos que una de las funciones parentales fundadoras del psiquismo es la capacidad para recibir la proyección del odio del infante sin retaliación y colaborar en la transformación y ligazón de los afectos de éste a través del pensamiento.
Casuística
Consultaron los padres de Matías de 6 años y 5 meses, oriundo de un pueblo, que en el momento de la consulta asistía a primer grado de una escuela pública. El pequeño vivía con su madre y tres hermanos mayores (niña de 13 años, niña de 10 y varón de 8). Sus padres se habían separado en varias ocasiones. La última separación había sido reciente ante hechos de violencia, tanto física como psicológica, motivo por el cual se pautó judicialmente una restricción en las visitas del padre.
Asistieron juntos por derivación de la escuela, ya que el niño no avanzaba. Presentaba caprichos, berrinches desde muy pequeño. Siempre había tenido problemas para comunicarse; hacía gestos, casi no emitía palabras y si no se le entendía, se frustraba. Gritaba “sácame el pantalón ya”, y lloraba. En la escuela su ritmo de aprendizaje era lento, tenía que trabajar con una asistente. Perdía el cuaderno, se dormía en clase. Los padres manifestaban que agotaba tanto a los hermanos como a ellos.
Observando algunos datos de la historia vital, Matías nació con pie bot, ante lo cual le colocaron yeso hasta sus 2 años, costándole caminar posteriormente. Se despertaba al año cada cuatro horas, llorando siempre con berrinches. Dormía habitualmente con ellos, incluso hasta el momento de la consulta. Hacía dos meses que el niño presentaba encopresis. Refirieron que la hermana tuvo enuresis nocturna hasta hace un año. Matías tiraba los juguetes, pateaba a la madre e insultaba permanentemente. Últimamente, el padre se había acercado más a la familia porque pretendía reconquistar a la madre. Él los recogía por la mañana para ir a la escuela y como no estaban levantados, les pegaba con el cinturón y se llevaba a los que se daban prisa, quedando el más pequeño en casa, el cual era llevado más tarde por la madre o quedándose a causa de un berrinche. La madre estaba medicada con antidepresivos. Solicitaron psicólogos para los hermanos; uno por presentar gastritis y la niña, de 10 años, por tener frecuentemente contracturas, al modo de rigidez cervical con dolor y mareos.
Matías parecía menor a su edad, su lenguaje era inicialmente pre verbal, por medio de gestos con la nariz, ojos y boca, casi sin mirar. En los encuentros siguientes, el lenguaje verbal fue escaso, con mala pronunciación, haciendo punto de contacto en el juego con el tema de los dinosaurios, que, sin embargo, nombraba correctamente. Se limitaba a ubicarlos según eran herbívoros o carnívoros. No interactuaban.
Tenía que ser asistido activamente para hablar o jugar. Se mostraba por momentos insensible a estimulaciones auditivas, carecía de sonrisa y curiosidad. Miraba sin definir la vista a un punto. En general, el contenido del juego consistía en peleas entre los dinosaurios, seguidas de un relato en el que un meteorito los mataba, expresado con gran emoción en un lenguaje un tanto incomprensible. Sin embargo, el tiempo de juego era corto y estereotipado, solitario, en voz baja y no parecía escuchar ni contestar los interrogantes o señalamientos.
En las entrevistas familiares diagnósticas, realizadas por separado con cada uno de los padres, se mostró solitario y provocador; insultaba en voz alta y molestaba a sus hermanos. En la que va con el padre se limitó a jugar casi solo, insultar en voz alta sin destinatario, a molestar activamente a los hermanos, desvalorizando lo que ellos hacían. Disminuyó cuando fue con la madre. Los padres respondían tardíamente a los impulsos de Matías con un límite poco claro. Ellos no jugaban ni parecía interesarles las producciones de los niños. Miraban y bostezaban. Contestaban a las demandas de los hijos después de que éstos insistieran.
Tomando a Daniel Stern (1991), quien investigó sobre las relaciones interpersonales que se establecen entre el bebé y su madre, diría al respecto que dejar en soledad al otro de manera contínua, probablemente ocurra que ese yo nunca llegará a saber lo que no conoce; experimentaría entonces un aislamiento yo-sintónico, aceptable, crónico, en el nivel del relacionamiento intersubjetivo. Agrega que “el entonamiento selectivo es uno de los modos más potentes que tienen los progenitores para dar forma al desarrollo de la vida subjetiva e interpersonal de un niño”. El entonamiento debe contar para su manifestación con indicadores de reconocimiento. Benjamín (1996) ha estudiado profundamente el reconocimiento, al que define como la respuesta del otro que hace significativos los sentimientos, las intenciones y las acciones del sí mismo. Permite que el niño realice su agencia y autoría de un modo tangible. “Reconocer: es afirmar, validar, conocer, aceptar, comprender, empatizar, tolerar, apreciar, ver, identificarse con, encontrar familiar… amar”.
Observamos que, en nuestro caso, la posibilidad del encuentro empático es inexistente; los padres no pueden regular las emociones hostiles e impulsos de Matías en la entrevista. No se perciben capacidades parentales para reconocer, respetar y entonar estados emocionales displacenteros, contribuyendo a su equilibrio. No se observan interacciones afectivas naturales, espontáneas y auténticas entre padres e hijos.
En la entrevista familiar en la que se presentaron con la madre, los niños dibujaron. Matías realizó un cangrejo que el hermano sacó de la caja de juego, al que copió como modelo sobre la hoja repasándolo por sus bordes, ocupando una gran extensión del papel. Sin embargo, lo dibujó por partes, quedando una producción de un animal todo desmembrado. El objetivo planteado verbalmente por él era la producción de un rompecabezas de modo que, al finalizarlo, uniría sus piezas (1).
Le sugirió a la madre, en secreto, pegar la hoja en la pared del consultorio y avisar a la psicóloga. Se podría entender que quien tendría que integrarlo sería esta última. Luego, dividió la hoja en tres, separando aun más las partes del cangrejo y pintó los sectores laterales, refiriendo que de un lado era lava, del otro nieve y al medio (sector más estrecho), era agua. El animal quedó diseminado en la hoja, fragmentado por expulsión de lava volcánica, y por precipitación de pequeños cristales de hielo, líquidos de temperaturas extremas que probablemente lo devastaron.
Constituye el entorno que contiene al cangrejo, que lo descuartiza con su intensa y polar temperatura, quemándolo y solidificándolo en rocas o transformándolo en hielo. Este ambiente representado por el niño en su gráfica nos muestra la aguda inestabilidad emocional parental, extrema y peligrosamente destructiva a la que se ve sometido. La pintura es generada con fuerza, angustia y tensión, resultando una producción de rayones sin forma y quedando un estrechamiento central donde está su nombre, y que sugiere que es el agua que se desprende de los polares líquidos laterales. Esto supone un choque de sentimientos discordantes, una evacuación expulsiva de proyecciones que son receptadas por el desagüe central quien no puede transformar estos contenidos, quedando atrapado bajo una dinámica parental no resuelta.
Tanto el niño -desde una dimensión intrapsíquica- como en el plano del relacionamiento intersubjetivo de esta familia, se mostraría fragmentado, ya que la disgregación es evidente. Parecía que estuviera buscando una especie de envoltura que lo pudiera contener. Su búsqueda se torna en un borde, un armado representacional totalizador de su cuerpo (simbólicamente del crustáceo), y, así, buscar una pared donde afirmarse, apuntalarse. La búsqueda de la mirada permanente de la profesional que contemplaría su producción ahí plasmada en el espacio subjetivante del consultorio complementaría ese déficit en el armado de una piel unificadora, que lo integre como persona.
Si uno profundiza en su producción gráfica, el cuerpo del crustáceo no aparece, ya que sólo figuran sus patas, incompletas. Sabemos que el cangrejo se caracteriza por tener cinco patas, siendo que el primer par de patas locomotoras lo constituyen las pinzas que capturan y manipulan la presa, hacen el cortejo o disputan el territorio. Son ellas las que se encuentran disgregadas en su producción, y que no pueden lograr su función de supervivencia, defensa y autonomía.
Esto puede ser asociado a la invalidez que su problema de pies le transmitió física y emocionalmente, a la dependencia masiva que condujo, empobreciendo su desarrollo integral, sumado a la encopresis que presentaba; el ejercicio de la autonomía es un aprendizaje no logrado. Con su lenguaje expresivo de la apatía o la agresión, Matías intenta mostrarse, ganando cuando la agresión lo posiciona vital, en búsqueda de un precario narcisismo que lo interconecta con un entorno disgregado.
La dificultad de las figuras parentales para apuntalar adecuadamente al niño no pueden registrar las necesidades de Matías, por estar sumergidos en sus propias conflictivas (la madre sumida en sus pérdidas de carácter depresivo, el padre ocupándose de seducirla). J. Benjamín afirma que el reconocimiento que buscan los niños es algo que la madre sólo puede dar debido a su identidad independiente.
El niño intenta hacerse un lugar en esta dinámica familiar a través de desafiar normas por un lado, y mostrándose invisible por otro. Esto implicará un alto costo para su psiquismo, un intenso sufrimiento, donde el proceso de simbolización se ve afectado: su cuerpo se convierte en blanco de la agresión que no puede tramitar de una manera más saludable.
El psicodiagnóstico, tanto desde la hora de juego como desde la técnica de entrevista familiar, muestra una profunda disociación del self; su mirada perdida, su cuerpo no habitado, no registrado como parte de sí mismo, su conducta oposicionista sin destinatario claro; el insulto como un canto lúdico que es receptado por la familia como un contenido natural y conocido.
La violencia aparece como descalificación, como no reconocimiento. Se anula la subjetividad del otro, se lo anula en su otredad. El padre extingue su capacidad relacional. Hay una asociación entre la interacción de los padres y la presencia del síntoma encoprético. Matías es el portador de un trastorno no reconocido de los progenitores, transformándose por una parte en su víctima, y a la vez en aquel que, con su propia perturbación los delata.
Los niños quedan en una vulnerabilidad absoluta, sin poder asimilar el torrente de proyecciones ansiógenas de los padres, con dificultades en la integración de un yo que se posiciona frente a un cuerpo que no puede callar.
Conclusión
Se puede detectar el emergente de la agresión familiar sin canales de bifurcación que se manifiestan en síntomas psicosomáticos en los hijos desde la gastritis a la enuresis y encopresis. Estamos frente a una patología por déficit: ausencia de cuidados, de contención, de reconocimiento, lo cual facilita que Matías quede a merced de sus propias sensaciones y exigencias internas, sin poder discriminar localizaciones internas de externas, ya que la membrana limitadora de la piel no podía convertirse en el límite entre yo y no-yo. Falló la presencia parental de una mirada organizadora, sostenedora y estable que junte los pedazos del rompecabezas identitario en una unidad existencial sólida y singular que le devuelva la autenticidad y unicidad.
En este sentido, partimos de Winnicott: la integración del yo es un proceso que conduce a la vivencia de estar vivo y es un hilo conductor de una continuidad existencial. De allí que el término desintegración consista en una producción activa de caos como defensa contra la no integración en ausencia del yo auxiliar materno, es decir, contra la angustia inconcebible o arcaica que resulta del fracaso del sostén en la etapa de dependencia absoluta.
El silencio de esta madre depresiva remite a una oscuridad sin espacio ni tiempo, anunciando al niño una angustia de muerte constitutiva de desamparo donde la esperanza no brillará mientras exista la incertidumbre del retorno materno. Ella vive en ausencia del otro, en una dimensión sin piel, expuesta y desnuda frente a sus heridas, a similitud de la madre muerta de Green (1980), que aumenta el vacío y la desesperanza de sus hijos.
A la libido le cuesta ligarse; el niño, por momentos, permanecía con la mirada ida, en una gran soledad, sin apuntalamiento parental. La mama permanecía sin vida, el padre ausente, con acercamientos impulsivos y violentos en una apropiación abusiva (exceso perjudicial para el funcionamiento del yo). Estas amenazas y denigración permanente dejan marcas, siendo difícil constituir una imagen valiosa de sí mismo y organizar pensamientos y sentimientos en el desarrollo óptimo de la simbolización.
El desarrollo del ser del niño se posibilita desde los recursos yoicos genuinos de los padres, que facilitan la emergencia de la potencialidad en los hijos. Si el niño no está incluido en una trama significativa y reconocido como otro desde la función parental, será imposible la constitución de un yo integrado.
Notas
(1) El dibujo puede observarse en la versión electrónica del artículo.
Bibliografía
Benjamín, J. (1996). Lazos de amor. Buenos Aires: Paidós.
Bion, W. (1988). Elementos de Psicoanálisis, Buenos Aires: Hormé
Bion W. (1966). Volviendo a Pensar. Buenos Aires: Lumen-Hormé.
Fairbairn, W. R. (1952). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Editorial Lumen-Hormé.
Rotenberg, E. (2014). Parentalidades. Interdependencias transformadoras entre padres e hijos. Buenos Aires: Lugar editorial.
Stern, D. (1991). El mundo interpersonal del infante. Una perspectiva desde el psicoanálisis y la psicología evolutiva. Buenos Aires: Paidós.
Winnicott, D. (1958). Escritos de Pediatría y Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
Winnicott, D. (1965). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para una teoría del desarrollo emocional. Buenos Aires: Paidós