María: disolverse y no percibir. El escenario para un no-cambio catastrófico
Hilda Botero Cadavid
RESUMEN
Un fragmento de la observación de una díada Madre-Bebé Canguro nos permite acercarnos a un escenario general de la maternidad de María como la oscilación de estados mentales que van y vienen, del encierro fanático a las explosiones alucinóticas. Este “modelo” de relación así observado admite conjeturar, en este escenario, un guión de sucesos así: una función continente-contenido apareada en un no-crecimiento mental y en un no-cambio catastrófico: Σ [(-♀) + (♂)] = (♀ – – . ♂)→-n. PALABRAS CLAVE: encierro fanático, explosiones alucinóticas, no-cambio catastrófico, no-crecimiento mental.
ABSTRACT
Mary: Dissolve andnot perceive. The scenario for a catastrophic non-change. A fragment of the observation of a mother-baby kangaroo dyad allows us to approach a general scenario of Mary´s motherhood, like the oscillation of mental states that come and go, from the fanatical confinement to the hallucinogenic explosions. This relationship “model” observed this way admits guessing, in this scenario, a script of events like this: a function continent-content paired in a mental non-growth and in a catastrophic non-change: Σ [(-♀) + (♂)] = (♀-. ♂)→-n. KEY WORDS: fanatical closure, hallucinogenic explosions, catastrophic non-change, mental non-growth.
RESUM
Maria: dissoldre’s i no percebre. L’escenari per a un no-canvi catastròfic. Un fragment de l’observació d’una diada Mare-Nadó Cangur permet apropar-nos a un escenari general de la maternitat de Maria com l’oscil·lació d’estats mentals que van i venen, del tancament fanàtic a les explosions al·lucinatòries. Aquest “model” de relació així observat admet conjecturar, en aquest escenari, un guió de successos així: una funció continent-contingut aparellada en un no-creixement mental i en un no-canvi catastròfic: Σ [(-♀) + (♂)] = (♀ – – . ♂)→-n. PARAULES CLAU: tancament fanàtic, explosions al·lucinatòries, no-canvi catastròfic, no-creixement mental.
Este es un pequeño fragmento del material clínico acerca de la relación de María con su bebé y con el padre de su hijo, a quienes atendí en el Programa Madre-Bebé Canguro en Colombia. Es tan solo un vértice desde el cual observar y comprender los momentos vividos por estos personajes. Hago un recorrido con el uso de algunas Conjeturas Imaginativas (1) que van surgiendo acompañada del espíritu bioniano y las nuevas propuestas de D. Sor, para observar momentos transformacionales de las relaciones de María durante las vivencias emocionales del embarazo, parto y primeros tiempos del bebé. No son comprensiones cerradas o ya saturadas. Con la libertad que me otorga la confianza en la continua obsolescencia de las ideas, la constante vibrancia de los estados emocionales, me permito reseñar en esta narrativa comprensiones en tránsito, con la posibilidad de cada vez mejores acercamientos a los hechos. Es así que María, en su realidad emocional, entra y sale de momentos de mayor a menor integración o armonía, según los elementos en juego sean más o menos usados como herramientas de pensamiento. Las incursiones de ires y venires relevantes estarán expuestas como de lo fanático a lo psicótico y viceversa.
María es una joven de 20 años. Desde hace algún tiempo mantiene una relación afectiva con J., con quien tiene una hija de dos años. Habían decidido terminar la relación por varios motivos, entre los cuales María plantea, como muy relevante, la falta de empleo de su compañero y la incapacidad de mantenerlas económicamente a ella y su hijita. María fue entonces a vivir con sus padres, quienes también le prohibieron continuar con esa relación. Como exigencia para vivir nuevamente con ellos, “no debía mantener, bajo ninguna circunstancia, relación alguna con él”. El padre de María es un hombre autoritario, vivido por ella como amenazante y peligroso. La madre es vivida como sometida y secundando al padre, lejana y hostil con María. A pesar de la prohibición, María continuó la relación con J. y quedó embarazada. Sin embargo, en nuestro primer encuentro, aseguraba: “nunca supe que estaba embarazada, a mí me llegaba la menstruación común y corriente, yo no sabía…”. No se percató de diferencias en su cuerpo, no subió de peso, “no sintió nada”. Un “terrible dolor de riñones”, dice María, la llevó a la consulta médica: “yo empecé a sentir un dolor horrible en los riñones y a orinar raro…”. Allí, el médico le informó que estaba embarazada y que tenía 28 semanas de gestación. “¡Está loco, doctor…!”, fue la respuesta de María. No recordaba ninguna otra información suministrada por el médico (estaba comenzando a romper aguas). Con nadie compartió el conocimiento que acababa de obtener. ¿Habría accedido ella misma a él? Decía: “no podía ser, yo no le creí y, al otro día, yo me sentí muy mal, los riñones me seguían molestando, porque me dieron unas ganas terribles de orinar, fui al baño y sentí que algo caía fuerte en el interior del inodoro, miré y era como un bebé, pero estaba muerto, corté el cordón y lo eché en el lavamanos, no era nada, yo tenía que bañarme, me metí a la ducha…”. Aun en este momento de la narración, mi percepción de María era como si ella estuviese hablando de dos cosas diferentes y muy aisladas y, en mi mente, no podía yo unirlas tampoco; por unos instantes, desapareció de mi mente, me costó seguirla a la ducha y mantener al bebé al mismo tiempo… María daba la impresión de estar con sólo una parte de ella allí, hablando de la experiencia, pero sin codificarla como una experiencia propia, sin darse cuenta. Más bien, parecía que narraba algo que alguien le había contado. Era, pienso, la misma actitud emocional frente al bebé naciendo. No era nada. “No es nada, no es nada…”, pero… ¡Qué confusión! ¿Afirmaba y huía? ¿Afirmaba la nada? Al fin ¿Cuál era la Conjunción Constante en su mente, si es que la había?… ¿Cómo significaba todo esto? ¿Escisión? ¿Vacío? ¿Presencia, ausencia, huida?… ¿Nada…? Sus padres habían salido esa mañana durante el fin de semana fuera de la ciudad y María estaba sola en casa. Mientras estaba duchándose, llegó a la casa J., su compañero. Entró al baño y vio mucha sangre (narra él, María no mencionó nada de esto) y encontró al bebé en el lavamanos, aun respirando. Increpó a su compañera y ésta no entendía de qué le hablaba, sólo decía, “¡¡Qué pasó, qué pasó, está muerto, está muerto, no es nada!!”. J. tomó en una cobija al bebé y se fue rápidamente en un taxi para el hospital. Cuando llegó, habían transcurrido más de 45 minutos desde el nacimiento. La falta de oxígeno había hecho estragos. Sin embargo, el bebé sobrevivió. Tuvo serias complicaciones: membrana hialina grado 4, ventilación durante 30 días en UCIN (Unidad de Cuidado Intensivo Neonatal), hemorragia intracraneana grado 1, asfixia perinatal, ductos arteriosos pequeños, síndrome convulsivo, displasia broncopulmonar, anemia; más tarde, hipertonía de extensores, palpación de la escama del temporal a las 40 semanas de nacido. Es decir, que el compromiso neurológico fue evidente especialmente por la asfixia perinatal: varias re-hospitalizaciones una vez salió de URN (Unidad de Recién Nacidos), retraso psicomotor severo y, como dato muy relevante, “desnutrición severa”. Tuvo complicaciones desde el primer momento y a lo largo de su etapa de Bebé-Canguro, hasta las cuarenta semanas y, después, durante el período de control en el programa (sólo asistió 6 meses). J. llamó a María una vez que el bebé estuvo hospitalizado para informarle del hospital en el cual se encontraba. Ella se demoró mucho en llegar. María fue hospitalizada de inmediato; presentaba una severa endometritis. El bebé estuvo hospitalizado en esta primera etapa durante 75 días y la madre, 10 días (durante los cuales no vio al bebé). El padre atendió toda la situación de hospitalización, pues la madre parecía sumergida en un limbo en el cual no hallaba -¿o no exploraba?- las emociones que la conectasen a la realidad; ausente, parecía no tener aún cómo acceder a la presencia de un bebé, ni a la vivencia de su maternidad. Más bien, era como si éste fuese un tiempo en el cual la permanente presencia de su compañero, sus reportes y sus cuidados, estuviesen colgándose como cuadros con un bebé, que podía quitar y poner en su mente. María: disolverse y no percibir. El escenario para un no-cambio catastrófico María permanecía en la clínica, retraída y sin contacto con el mundo, como si toda la experiencia la hubiese lanzado a otro universo; un estado mental lejano y sombrío. Las referencias que hacía en sus narraciones eran a su infección, a su estado físico, sin amparar para nada su estado emocional y, menos aún, sin conectar todo ello con un bebé y un nacimiento. Era, tal vez, un estado gravemente escindido mente-emoción por un lado, cuerpo-infección por otro; un estado proto-mental en el cual la existencia parece mediada por los datos físicos. María existía si existían la infección y el dolor físico. Allí estaba refugiada esta no-madre en un estado de aislamiento autista, fanáticamente aferrada a los no sucesos. Sin embargo, había lucha: las partes psicóticas de su personalidad atacaban cualquier percatación de la realidad externa e interna. Sólo datos sueltos, sus dolores, mareos, infección, etc., sin contexto, mantenían la existencia de María. Parecían gravitar todos estos fragmentos en busca de una fuerza que los atrajera y les imprimiese significado para ser nombrados, asumidos y así, tal vez, pudieran existir. Yo percibía una situación más grave que sólo pensamientos desparramados en el vacío, sin un pensador; eran también sus propios sentidos sin un sentidor que asistiese a la experiencia. Esta comprensión sería, tal vez, la de estar vibrando entre la desintegración y el aislamiento. El niño regresó del hospital después de 75 días, con necesidad de oxígeno permanente, pequeñas cantidades que podrían ser vigiladas en casa (2). La etapa siguiente fue entrar al programa canguro ambulatorio. Sin embargo, el estado mental de María era aún precario y la atención que parecía prestar al bebé era más por inercia que por un verdadero continente mental con función de cuidado que perfilase su mente. La madre no se percataba si el bebé tenía o no el oxígeno bien puesto, situación que generaba repetidas re-hospitalizaciones. La primera, durante 60 días más cuando hubo necesidad, además, de transfundirlo. La historia de re-hospitalización del bebé se repitió durante sus primeros seis meses, de manera continua. Recuerdo cuando vi a María, su primer día en el Programa Madre-bebé-Canguro en la Casita Canguro Ambulatorio. Me impresionó su delgadez. Llevaba en su pecho al bebé, de 75 días, en posición canguro. Acababa de salir del hospital. Mantenía una expresión anafectiva, lejana, en otro planeta. El padre del niño tenía una expresión de profunda tristeza; yo percibía en él, además, rabia y desespero. María, en estos momentos, había inyectado en él todo su dolor, su ira, su impotencia… Había logrado así deshacerse de su ansiedad psicótica; el tanque de oxígeno y la cánula se convirtieron en fiscales acusatorios de su ausencia en la presencia. A J. le costaba tolerar la fuerza de sentimientos que irruptoramente habían sido descargados en él: en primera instancia y de manera más evidente, el uso que hacía María de la identificación proyectiva masiva, explosiva, para ubicar en él todos sus contenidos emocionales de fragmentación, rabia y ansiedad psicótica. Una vez ubicados afuera todos sus contenidos persecutorios, María aseguraba su existencia no-existiendo. Apelaba así al encierro en una cápsula fanática-autista. Iba y venía en fracciones de tiempo de un estado a otro. Curiosamente, una salida hacia la salud era la que su personalidad planteaba en sus transformaciones en alucinosis (ubicaba en otro sus dolencias, incapacidades, terrores…). En este ir y venir, el dolor era tan intenso que la intolerancia franca se apoderaba del estado mental de María y del “infierno voraz de no-existencia” pasó a la “zona congelada de no-existencia dogmática” (Sor y Senet, 2010, p. 86). De esta forma, accedía fácilmente, otra vez, como asumió el embarazo, al encierro e indiferencia fanáticos. Otra vez esta oscilación: estado fanático…, estado alucinótico…, estado fanático… movimientos de la personalidad que, de acuerdo al peligro que suponía existir o no existir implementaba como refugios o como investimentos mismos de la existencia o no-existencia. Durante la primera sesión de trabajo emocional, María sólo contó parte de la historia. Decía que sus padres, y en especial su padre, la “matarían” si ella reanudaba la relación con su compañero. María, tal vez, y como Conjetura Imaginativa, actuaba ahora con el bebé este “matar”. Reproducía su fantasía inconsciente de mamá sin bebés dentro de ella, ni en su cuerpo, ni en su mente. Podríamos, desde un vértice teórico de reproducción de modelos primarios, arriesgar otra conjetura imaginativa y pensar que reproducía una relación de madre ausente, lejana, distante, de ella con su propia madre. Conscientemente, planteaba temores contradictorios, escindidos; un bebé existiendo desligado de su maternidad; no sabía qué iba a pasar con su compañero y sus padres; no sabía cómo iba a vivir, ni dónde, ahora que creía (o tal vez esperaba), en un rincón de su mente, que el bebé muriera. El padre del bebé reaccionaba a esto con dolor y rabia y suplicaba por la “fórmula” con la cual él podría impedir la muerte de su pequeño. Respecto a su embarazo, María recibía las preguntas como si estuviésemos hablando de algo completamente desconocido para ella o más bien, como si fuese otra persona de la que podría decirse que había estado embarazada. María era una mujer gestando un bebé; sin embargo, era un no-embarazo. Los rastros del bebé en la mente de María son difíciles de localizar. Se presumen en la madre por la turbulencia causada a su alrededor. Me impresiona como suspendida en un estado mental de incapacidad para la identificación, consecuente con la elección de su parte fanática de la personalidad para lidiar con los sucesos internos y externos. Así, evitaba las persecuciones implicadas en el pánico de no existir, de disolverse hasta desaparecer. Nada, decía, cambió en ella. No ubicaba en su ser un contenido-bebé, no había embarazo. Nada en su cuerpo cambió, como si se hubiese interrumpido la comunicación entre los sucesos mentales-emocionales y corporales. Nunca, en los siete meses de gestación, percibió un bebé-contenido dentro de ella. Se fue a vivir a la parte fanática de la personalidad. El encapsulamiento no le permitía “darse cuenta”, no había respeto por los hechos, ni observación de los mismos… Como hemos venido observando, todas estas propuestas de comprensión que he perfilado en la narrativa de esta experiencia me hacían pensar en cómo algunas veces nos asombran estados mentales en nuestros pacientes, cuando vemos que es insuficiente nuestra observación desde los vértices convencionales. Frente a María y la contundencia de los eventos, me parecía que tendría que explorar otras agudezas de sentido. Tendría que proponer alguna o algunas conjeturas imaginativas más (Bion, 1976, p. 237 a 244) que ampliaran mi comprensión. Observar de manera más infinitesimal todo este horizonte de sucesos me ayudó para ir más allá de las partes psicóticas de su personalidad, pues no me alcanzaba este estado para mis intentos de entender y organizar los acontecimientos en la mente de María. El bebé ameritaría otro trabajo extenso y doloroso también y no es el objetivo de la presente exploración. Ubicada en el vértice María y la “maternidad”, estoy haciendo propuestas de comprensión. En algunos instantes, como imposible de invisibilidad, destellará el bebé. Sin embargo, insisto, es otro vértice para la observación intensa de enormes turbulencias. Había un retiro drástico, contundente, un encierro en el no saber y no existir que llevó mi atención hacia aventurar otras comprensiones diferentes. Sólo una pequeña alusión acerca de lo existente y no-existente: “…lo real y lo vivo son indistinguibles; si un objeto es real para el niño, entonces está vivo; si está muerto, no existe” (Bion, 1994, p. 149). De esta manera, si el objeto no existe y no está vivo, se presume imposible de abordar, de conocer: un objeto no-existente. ¿Cómo estudiamos, entonces, estos sucesos? La tolerancia juega un papel vital en acontecimientos así planteados; en la medida en la cual sea mayor la intolerancia al dolor, la destrucción avanza y el aparato capaz de transformar las sensaciones en material adecuado para el pensamiento es destruido. “Son cosas lo que hay dentro de la personalidad, no alcanzan el estatus de palabras o ideas” (p. 149-150). Bion (Ibíd.) señala esta categorización que hace el individuo a los objetos reales y vivos como elementos alfa y elementos beta a los objetos irreales y muertos. Los denomina objetos proto-reales pertenecientes al dominio de la proto-realidad; y proto-irreales (objetos muertos, dolorosos) a los pertenecientes a la proto-irrealidad. Estos objetos proto-irreales han sido destruidos por el propio odio e intolerancia al dolor; son, entonces, los objetos no-existentes. Ahora bien, “la existencia de los objetos reales puede negarse, pero las impresiones sensoriales persisten” (Ibíd, p. 150). Lo cual nos lleva a pensar en que se niega la existencia a la “posibilidad” en la mente del individuo tomado por el dolor, la intolerancia y, por lo tanto, la destructividad. Bion proponía dos respuestas frente a la frustración: 1) modificarla, o sea, realizar una transformación en pensamiento, o 2) evadirla, lo que lleva a la transformación en alucinosis; los elementos beta ayudan al aparato mental a evacuar la experiencia y se generan sistemas psicóticos. Sor y Senet (2010) nos ofrecen pensar en un tercer sistema en el cual no se genera la frustración pues no se admite el contacto suficiente para ello. Las matrices básicas para la experiencia de frustración están dañadas. “Es decir, que la frustración no se modifica ni se evade, simplemente no la hay; es una experiencia a la que no se tiene acceso. Hay un vacío producido por la escisión y el aislamiento que impide el que se pongan en contacto los elementos necesarios para generar frustración” (p. 66 a 67). Ésta sería una respuesta en la lógica de María, un retiro omnipotente significado tal vez como no-existir: no pasa nada. El bebé de María nunca existió para ella, insiste: “no es nada, está muerto”. Cómo entiendo y propongo pensar los elementos beta: no son deshechos o sólo utilizados para la evacuación, al contrario, son esenciales para la coherencia del funcionamiento mental. “De ellos [los elementos beta] depende la capacidad para la comunicación no verbal, la capacidad del individuo para creer en la posibilidad para deshacerse de emociones y para la comunicación de emociones dentro del grupo […]. Sin el elemento alfa es imposible conocer algo, sin el elemento beta es imposible desconocer algo […]. Reservo el término “conocimiento” para la suma total de elementos alfa y elementos beta” (Ibid., p. 198 a 199). Stitzman (2011) anota que los elementos beta “conducen las transformaciones en alucinosis en registro de -K, no son armonizables y son propensos a ser identinyectados, o a expandir el espacio mental. Tienen una vida media corta con tendencia a evolucionar hacia alfa o deteriorarse hacia gamma” (p. 56). Y es esta última cualidad, su deterioro en gamma, la que comienza a alumbrar mi exploración. Los elementos gamma están finamente abordados por Sor y Senet en su libro Fanatismo (2010). Dentro de los elementos del psicoanálisis, son los gamma y los beta los que considero que pueden armar mi comprensión de los estados mentales de María, sus fluctuaciones o, mejor, sus vibrancias: de beta a gamma, de gamma a beta…, en las que podemos anotar momentos importantes en el espacio-tiempo para ir comprendiendo todos los sucesos vividos por María. Sor y Senet (Ibíd.) piensan los elementos gamma (Γ) como los elementos de las no-transformaciones fanáticas o autistas que, propongo, apuntan hacia la comprensión del estado mental y forman parte del cuadro observado en la situación de María. “Las no-transformaciones fanáticas se caracterizan por mantener una coherencia reforzada con total desprecio por los hechos, los vértices o las articulaciones. Las ideas se mantienen soldadas sin admitir ninguna propuesta que venga de la lógica, la realidad o las emociones. Este fenómeno se origina en los mecanismos de la escisión y el aislamiento” (p. 64 a 65). La no-transformación implica “no-proceso” y esto resulta en una organización fanática de la mente, con la ausencia de transformaciones como característica primordial. Así, podría aventurar otra conjetura imaginativa: durante la relación oculta que resultó en embarazo, los elementos beta eran expulsados en su compañero en los lugares de relaciones clandestinas; una vez ocurrió la concepción, los beta, tanto en María como en J., sin reservas suficientes de alfas para interactuar, para el movimiento de significar y des-significar, se aglomeraron y formaron un encapsulamiento fanático, ocurrido desde un movimiento de beta (ß) (Bion), a gamma (Γ) (Sor), vehículo del fanatismo. No hay María embarazada (-♀). No hay Bebé en su mente, existe un contenido en busca de contención (♂). Esta nominación, en términos de crecimiento o no crecimiento mental, hace referencia a que las matrices básicas de una mente, esto es, la función Ps ↔ D y la relación ♀.♂, se anquilosan varadas en Ps sin poder moverse hacia D, estado de dispersión (Sor y Senet, 2010). Este vibrar de un elemento y otro ayudaba a María a plantear desde beta estados emocionales más reconocibles y abordables. Veremos más adelante cómo se escenificaban. El movimiento emocional en María transformaría su estado mental: de elementos gamma (Γ) hacia elementos beta (ß), como presentes en la configuración que se establece de la dinámica continente-contenido, que confluye en esta ilustración: Γ→ß = ((-♀) + (♂)). Y la cualidad de esta conjunción constante expone el cuadro, siguiendo el clásico planteamiento bioniano (1957), como “ataque al vínculo” o a “eso-que-une” al contenido y al continente, para y hacia el crecimiento mutuo (♀-.♂)→n. Este atributo que se plantea en esta díada María-bebé, en estas circunstancias, tiende más bien hacia menos n (-n), menos crecimiento. Así entonces asistimos a: (Γ) → {((ß) (-♀) + (♂)) → (♂-.♀)→ – n}. Ya veremos qué pasa con ese bebé-contenido ante la gravedad de los hechos. Así pues, las relaciones sexuales con su compañero, como factibles de engendrar vida, se habían tornado incapacitadas de ser introyectadas por María. Así, evitaba amparar la posibilidad del embarazo. Aseguraba, sorprendida, cómo su relación con J. no habría podido tener como resultado un embarazo; en su mente no existían los coitos que propiciaran tal posibilidad (¡sic!), aunque tenía una vida sexual muy activa. Así preparaba el terreno para que no hubiese cómo usar la identificación. Para ella no había un contenido, no estaba embarazada y, por tanto, no ofrecía el uso de un continente. Su personalidad permanecía sin búsqueda de cohesión; no había piel mental suficientemente fuerte para demarcar límites y, por lo tanto, un continente idóneo para un contenido. Así, sin cómo identificarse (en un estado fanático de la mente, elementos gamma) (Sor y Senet, 2010), es imposible armar la proyección, es imposible que exista la identificación proyectiva. Pero… aun así, los sucesos reales, las impresiones sensoriales continúan, hay un contenido (♂) en busca de contención y un menos continente (-♀). El estado mental de María detonó en esa semana 28 de gestación. El miedo y la ansiedad se apoderaron de ella y se llevó a cabo una búsqueda vital por defender su existencia. Y, continuando con las Conjeturas Imaginativas, pensaría: el riñón apareció en su universo mental y, designado omnipotentemente como un precario, muy precario y transitorio continente, recibió, ahora sí, toda la violenta proyección de la existencia del bebé y de la realidad psíquica de María. Comenzó a sentir, allí ubicado, algo malo que la dañaba y de lo que tenía que deshacerse, por medio de la “orina”, por ejemplo. Tenía que sacar de adentro de sí ese objeto que la perseguía y amenazaba con destruirla: “me dolían los riñones y orinaba y orinaba, se me metió una infección en los riñones” (¿reconocería la existencia de la infección-bebé?). Creo que, en este momento, la parte psicótica de la personalidad (por momentos afuera de la cápsula fanática, en ese ir y venir de un estado a otro) la llevó a escenificar la situación, se ubicó en el riñón y la impulsó a consultar con el médico, es decir, a “comunicar su estado” “en el riñón”, para que tal vez así alguien ayudase a salvar al bebé: (de Γ→ß). En estos momentos, los elementos beta dominan y controlan el escenario. Es la evacuación de sentires sin procesar, elementos buscando impactar, ser escuchados, buscando huellas nimias de alfas tendiendo hacia una publicación. Ella no podía recoger, contener, su estado mental líquido y preparar un espacio para su bebé y para ella misma como madre. Ahora, más bien sentía que algo se había introducido por la fuerza dentro de su cuerpo y su personalidad. Para María, el bebé podía no existir, ser un objeto muerto o irreal: era un objeto destruido por su propio odio (-K, odio al conocimiento de…, odio al conocimiento de esa existencia). Ahora bien, “dichos objetos continúan existiendo, ya que las impresiones sensoriales continúan registrándolos” (Bion, 1994, p. 150). No hubo parto. “No es nada, no es nada, está muerto, no es nada”. No había hacia dónde desplazarse, no se planteaba el apareamiento entre continente-contenido que tendiera al crecimiento: se apareaban en menos punto (-.); la experiencia estaba paralizada. En términos kleinianos de realidad interna y externa (Klein, 1926), no podía ir en busca de su bebé interno; no hallaba en ella misma, en su experiencia, una bebita en contacto con mamá, para identificarse y así reconocer a su bebé creciendo en ella, naciendo y no podía ser mamá dando a luz y reconociendo su maternidad. Para María, durante siete meses, el refugio fue un estado mental sin movimiento, paralizado; así, actuaba un no a la experiencia de embarazo, no a la existencia de un bebé; un estado de aislamiento fanático. La función continente-contenido en crecimiento no podía plantearse; más bien tendríamos un contenido en la ausencia del objeto-continente que no está: (♂ -.♀) (Bion, 1970). Un poco avanzando en estas comprensiones, si se plantea la relación con el espacio (♂-.♀), igual que con el tiempo (Ps↔D), una no-cosa, no-pecho, ni en el pasado, ni en el futuro, se rompe la existencia y la secuencia pasado, presente y futuro y se plantea, menos, menos punto (- -. : intolerancia por la ausencia del objeto -una implosión del sentido-) (Sor y Senet, 2010; Stitzman, 2011). Cuando el aislamiento (encapsulamiento fanático) de madre sin bebé -un bebé de 28 semanas, en el límite para la supervivencia-, ese refugio de su personalidad comenzó a resquebrajarse, empezó a agobiarse; María rompe el aislamiento. Es así: la madre arma la escena, ambienta, hace el reparto, dirige la puesta en escena y protagoniza el guión; el bebé gravita en el vacío informe en busca de contención. Allí se iniciaron los síntomas de la ruptura. Allí, tal vez ante el estado de ansiedad y pánico psicótico, se planteó, aunando datos y factores, una identificación proyectiva violenta; como diría Bion, una identificación explosiva (1959). María quedó atrapada en algo peor que fragmentación. Su existencia se disolvía, las vivencias eran de licuefacción, un estado que no podía exhibir un contenido, ni podía configurarse como un continente: era el terror sin nombre (Bion, 1962). En otros términos, podríamos decir que la situación de no identificación –ilustrando un estado fanático- sucumbió cuando pudo escindir una parte suya, el riñón, y conferirle un valor: malo, enfermo, pero el receptáculo de un bebé-contenido busca de continente. “Omnipotencia y desamparo están inseparablemente asociados (Bion 1979, 246). “El cuerpo puede ser utilizado para compensar lo desagradable de la mente; recíprocamente, la mente puede ser utilizada para compensar lo desagradable del cuerpo” (p. 246 a 247). María comenzó a ser capaz de realizar una configuración de factores inter-actuantes entre sí (escisión, fragmentación, licuefacción, omnipotencia, etc.). Así pudo ejercer el mecanismo de la identificación y ofrecer a su estado mental la identificación proyectiva violenta, explosiva, para aliviar su pánico a no existir. Siete meses de embarazo cobraron fuerza; a un mismo tiempo nacieron y murieron, la vida fue la muerte, como una catastrófico sin poder encontrar un estado mental que contuviera su licuefacción, expulsó su contenido: “seguí enferma de los riñones, me seguían molestando porque me daban unas ganas terribles de orinar”. El bebé es orines, ella es agua (ducha). Eran líquido los dos, o los dos hechos uno, líquido. Ésta ya era una identificación. Y la inminente expulsión en los orines de esos contenidos que no quería tener dentro de ella planteaba el mecanismo de la identificación proyectiva masiva. No olvidemos su vibrar permanente de un estado a otro: de un estado de encierro fanático a un estado alucinótico y de allí a un estado fanático. Seleccionar el riñón para que fuera el receptor de la realidad que intentaba configurar, un hecho real, un contenido-bebé era, en María, un intento desesperado por no perder el hilo de su existencia. El riñón se convirtió omnipotentemente en el continente que recibió a su bebé. Allí logró proyectarlo una vez se articuló esa forma especial de identificación, que pudo proyectar dentro de su cuerpo. Una identificación proyectiva en el riñón ponía a salvo su integridad, su supervivencia, ¿y la del bebé? Así fue la información que expidió para sí y para el mundo externo: caótica, pero, al fin, comunicación, de adentro y afuera, de continente y contenido; una casi-conexión mamá-bebé, como pedazos erráticos de la personalidad de María. Podría conjeturarse que, después de un desastre interno como el que pudo significar María, cuando su realidad psíquica dictaba “no hay bebé, no hay cómo percibir-contener un contenido”, no pudo identificarse como madre para reconocer vida dentro de ella…, explotó este estado y definió la situación. Así, en un ejercicio de comprensión de los sucesos, diríamos: la única forma de “proteger” la vida de ese bebé fue no existir, mantener ese estado mental de encapsulamiento fanático durante siete meses de gestación. Estos episodios son planteados por Bion como “un problema psicótico relacionado precisamente con la destrucción del aparato mental que trae consciencia de los estímulos de realidad, y, por consiguiente, no puede discernirse la naturaleza, ni aún la existencia de tales estímulos” (Bion, 1957, p. 84). “El paso siguiente, impuesto por una intolerancia todavía mayor consiste en la destrucción del aparato responsable de transformar las impresiones sensoriales en material adecuado para el pensamiento inconsciente diurno -para el pensamiento del sueño-. Dicha destrucción tiene que ver con el sentimiento de que son cosas, no palabras o ideas, lo que hay dentro de personalidad” (Bion, 1994, p. 150). Y en una comprensión subsiguiente, este estado viajaría hacia el encierro fanático de la no percatación: los elementos gamma en acción (Sor y Senet, 2010). Podría proponer, desde otro vértice, considerando un adentro y un afuera (Klein 1926), un desbordamiento como precursor de la proyección. En María, el suceso sería: la tensión, fisiológica y psíquica, representada en sensaciones persecutorias o/y fantasías de invasión y saqueo, se desbordó y esto fue actuado como materia corporal que sale sin control. Y acudo a otra conjetura imaginativa con respecto a las vivencias que podrían armar un modelo para atender el paso de un medio acuoso a un medio gaseoso (Bion): María revivió, tal vez, su propia experiencia intrauterina. No había una transición entre el hecho de estar en el útero y fuera del útero. Las sensaciones táctiles de encontrarse en un medio acuoso parecen prolongarse y trasladarse a las primeras vivencias relacionadas con el mundo exterior. Es un estado mental en el cual, en algunas experiencias, se hace más evidente y más dramática esta situación embrionaria (Tustin, 1972 y Hermann, 1929, citados por Rosenfeld, 1987). Recuerdo a Bion pensar acerca de la vida intrauterina: “imagino que incluso al embrión le podría disgustar mucho la sensación de la sangre pulsando por todo su sistema. De igual manera quizá no le agraden los efectos de las primeras fases de producción de adrenalina u otras funciones del desarrollo. Cuanto mayor sea su sensibilidad o su inteligencia en potencia, más posibilidades tendría de ser lo que posteriormente podría llamarse consciente de estas sensaciones; más probable es que le disgusten y que por lo tanto se deshaga de ellas” (Bion, 1977-1978, p. 222). El uso -en los momentos en los que pudo hacerlo- de la identificación proyectiva planteó el movimiento hacia un vínculo diferente en esta madre, con una cualidad especial, una forma de crear una atmósfera compartida: “tengo útero-riñón, tengo bebé”. El refugio, en un momento del desarrollo, como el fluir de líquidos ante la amenaza de disolución, es el episodio que podemos observar en María: ella era el agua-ducha, pero a la vez, era el bebé-orines en los que se fundía al dar a luz. Este era su propio ser sentido. Tustin (1987) desarrolla la tesis de que, al comienzo, el propio-ser-sentido se experimenta en términos de fluidos y gases. El recién nacido acaba de emerger de un elemento líquido y sus primeros alimentos y excretas se asocian a fluidos y gases. Sensaciones como las de flotar en un elemento líquido se experimentan tal vez ante situaciones avasalladoramente peligrosas; por ejemplo, el acceso a la consciencia de la inminente separación de una parte de sí mismo, como sería vivido un nacimiento. La incapacidad de forjar y mantener sus fantasías, la dificultad de hacer empatía y, sobretodo, la falta de cooperación para el desarrollo y el nacimiento del bebé, nos plantean la conjetura de que esta paciente se hallaba en un estado mental de pánico por la aniquilación, que la hizo incapaz de percibir, tanto su realidad psíquica como su realidad externa. María-agua era Bebé-orines. Una progresión, no ordenada, claro, que propuso María podríamos pensarla como: no-existencia, igualación, identificación, identificación proyectiva, aunque estos estados se mezclaban, confundían y emergían uno tras otro en lo caótico de su temor. Todo este guión presentado tiene la implicación directa de la realidad pre-natal y post-natal como un espacio-tiempo-suceso para el cambio catastrófico: un momento de contacto interno intensificado que abre la posibilidad de una idea nueva, un salto en el crecimiento. No es ésta la experiencia de María, pero, ¿para el bebé?… es un no cambio catastrófico también. Stitzman (3) lo enuncia así: “un no cambio catastrófico con catástrofe psíquica en la madre y abismo fanático en el niño”. María experimentó un estado mental tan congelado que precipitó ese no cambio-catastrófico, e inmersa en este suceso no conoció-reconoció, ni respetó sentimientos, emociones. La atención de María se concentró en sensaciones autogeneradas que están siempre disponibles y son predecibles; de esta forma no causan shock (Tustin, 1987). María, en sus momentos más dramáticos, no percibía superficie permanente para poder adherirse, no había yo-no-yo, no había un adentro y un afuera, sólo la sensación líquida del fluir. Ella era agua; en este momento, alguien tenía que venir en auxilio de María-bebé y ayudarle a pasar de un medio líquido a un medio seco, a un medio gaseoso… Creo que la configuración de la identificación y de la identificación proyectiva como tal (llamada por Bion identinyección) sufre adversidades que pueden condensarse en no-planteamiento, no uso del mecanismo, precariedad en la formulación, o en enunciados transitorios hacia la identificación y, por lo tanto, hacia la identificación adhesiva y proyectiva. No usar, o no conformar el fenómeno de la identificación trae grandes trastornos en la interacción. En términos de Bion, es un estado de: contenido-continente desapareados (♂ -.♀), con la dura implicancia de la incapacidad para el crecimiento; un estado emocional de confusión, difícil de imaginar y que adivinaríamos en María como miedo a disolverse y dejar de existir. Ante este universo emocional, María acudió a sus precarios elementos de personalidad y comenzó a deambular de un refugio a otro. Con trazas apenas perceptibles para ella de su no-continencia, de su no-percatación del contenido en el “abismo fanático” en busca de contención, configuró escenarios vibrando al unísono: autista-fanático y psicótico-alucinótico. Esto no permitía el despliegue del cambio catastrófico como impulso de crecimiento emocional. Tendríamos entonces: Σ [(-♀) + (♂)] = (♀ – – . ♂)→ n. Y un panorama completo observado sería: (Γ) → {((ß) (-♀) + (♂)) → (♀ – – . ♂)→n }. Epílogo Después de seis meses de atención a María y su bebé en el Programa Madre-Bebé Canguro, ella desapareció, cambió su domicilio y no supe más cómo contactarla. La vida del bebé a partir de allí es un misterio… Es evidente que una mayor indagación y más profundidad en la comprensión de la función de la maternidad alumbrarían los difíciles estados mentales y los refugios a que acude la mujer durante esta experiencia emocional sin comparación. Tendríamos como posibilidad intervenir en las díadas madre-bebé y en la función del padre, de manera tal que obtuviéramos relaciones madre-bebé más armónicas para un mejor crecimiento emocional. Habría mucho más que abordar en este aspecto; sin embargo, lleguemos hasta aquí dejando insaturadas, como estado mental abierto al crecimiento, las posibilidades de repensar y reformular nuestros acercamientos y comprensiones. Notas (1) La Conjetura de Razón o Conjetura Racional, propuesta por Kant, exige una fundamentación en hechos de comprobación científica. “Kant intenta dar al filósofo una idea, esto es, una conjetura racional, a partir de la cual sea posible dar sentido a las manifestaciones fenoménicas que llamamos acciones humanas y que, en tanto tales, no parecen obedecer ningún propósito racional propio” (Oropel, 2004). La Conjetura de Imaginación o Conjetura Imaginativa, propuesta por Bion, sería un ejercicio de una imaginación especulativa sin compromiso con el rigor científico (Bion, 1979, p. 247). Me refiero a los sucesos organizados en la narrativa del terapeuta, con personajes u objetos de ficción ayudando a construir las comprensiones que aterrizan en la realidad del suceso vivido por el paciente. (2) El Programa Madre-Canguro se lleva a cabo en estos momentos en muchos países del mundo. Nació en 1978, en Bogotá, Colombia. Consiste en llevar al bebé prematuro o de bajo peso al nacer, piel a piel, al pecho de la madre durante las 24 horas del día, hasta que termine la edad gestacional o hasta que alcance el peso ideal. Son bebés alimentados preferiblemente al pecho materno. Es común en la ciudad de Bogotá, por su altura, 2.600 m. sobre el nivel del mar, que niños del programa salgan a casa, con necesidad de mantener la ingesta de oxígeno en pequeñas dosis durante algún tiempo, sin complicación alguna.(3) Stitzman, Leandro, comunicación personal.
Bibliografía
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Bion, W. (1959). Ataques al Vínculo. En Volviendo a pensar. Buenos Aires: Ediciones Hormé.
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Bion, W. (1977-1978). Bion en Nueva York y San Pablo. En La tabla y la Cesura. Buenos Aires: Gedisa.
Bion, W. (1979). Hay que pasar el mal trago. En Seminarios Clínicos y Cuatro Textos. Buenos Aires: Lugar Editorial
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Stitzman, L. (2011). Entrelazamiento: Un ensayo psicoanalítico. Valencia: Promolibro.
Tustin, F. (1987). Barreras autistas en pacientes neuróticos. Buenos Aires: Amorrortu Editores.