El cuerpo que habla: arteterapia grupal con niños con síndrome de Asperger
Juanita Carulla González
RESUMEN
El cuerpo que habla: arteterapia grupal con niños con síndrome de Asperger. En el presente texto recojo tres fragmentos de sesión, enmarcadas en un dispositivo grupal desde la arteterapia, con niños diagnosticados de Síndrome de Asperger, dentro del ámbito de la asistencia pública. Uso la resonancia (acción expresiva y transformadora del arteterapeuta) y la metáfora como anclaje y guía del proceso terapéutico y con ello, el despliegue de diversas herramientas artísticas. Desde este lugar, acompaño al grupo en el tránsito de diversos estados emocionales, generando una experiencia nueva de vinculación, expresión y reconocimiento del sí mismo y del otro. Palabras clave: arteterapia, Asperger, terapia grupal, resonancia.
ABSTRACT
The body that speaks: Group art therapy with children with Asperger’s syndrome. In the present text I gather three fragments of a session, framed in a group device from the art therapy, with children diagnosed with Asperger’s Syndrome, within the scope of public assistance. I use resonance (expressive and transforming action of the art therapist), as an anchorage and guide of the therapeutic process and along with it, the deployment of various artistic tools. From this place, I accompany the group in the transit of diverse emotional states, generating a new experience of bonding, expression, and recognition of the self and the other. Keywords: art therapy, Asperger, group therapy, resonance.
RESUM
El cos que parla: Artteràpia grupal amb nens amb síndrome d’Asperger. En el present text, recullo tres fragments de sessió, en el marc d’un dispositiu grupal des de l’artteràpia, amb nens diagnosticats amb síndrome d’Asperger, dins de l’àmbit de l’assistència pública. Faig servir la ressonància (acció expressiva i transformadora de l’artterapeuta) i la metàfora com a ancoratge i guia del procés terapèutic i amb això, el desplegament de diverses eines artístiques. Des d’aquest indret, acompanyo el grup en el trànsit de diversos estats emocionals, que generen una experiència nova de vinculació, expressió i reconeixement de si mateix i de l’altre. Paraules clau: artteràpia, Asperger, teràpia grupal, ressonància.
Introducción
El cuerpo es la pizarra donde se escribe la cultura. El mármol donde se cincela el signo.
- C. Restrepo, 1994
La arteterapia “es una disciplina terapéutica especializada en acompañar, facilitar y posibilitar un cambio significativo en la persona mediante la utilización de diversos medios artísticos” (Federación Española de Asociaciones Profesionales de Arteterapia [FEAPA], 2019). Presta particular atención al despliegue de interrogantes e imágenes que se generan durante el proceso creativo.
El término de arteterapia fue acuñado por el británico Adrian Hill (1942), que empezó a usar las artes plásticas dentro del proceso de curación (FEAPA, 2019). Sin embargo, son reconocidas por su valor terapéutico a lo largo de la historia otras expresiones artísticas como la danza, la música y el teatro. El trabajo de la psiquiatra brasileña Nise da Silveira sobre la humanización de la psiquiatría -y que se recoge en la película Nise: el corazón de la locura (Letier y Bondarovsky, 2015)- dirige la mirada a varios aspectos, entre los que destaca la necesidad del ser humano de crear. Ella ofreció a los enfermos herramientas artísticas que, sin técnicas ni convencionalismos, acompañaban a la expresión emocional de cada paciente. Observó que los enfermos, a través de sus obras, se comunicaban en un lenguaje que era diferente al verbal; lenguaje con el que el terapeuta debe estar familiarizado para poder sintonizar con el paciente (Alonso, 2017, citando a Jung).
Nise dio rienda suelta a su propia creatividad y se desató, no sin dificultad, de los mandatos regidos por la época. Reconoció en su sentí somático (cuerpo vibrátil) una brújula que la orientó hacia la acción creativa. Sorín (1992) considera esta acción “un acto de amor: hacia la naturaleza, hacia los demás, hacia uno mismo”.
Esta creatividad afectiva e intelectual ha adoptado múltiples representaciones a través de toda la historia de la humanidad, en la ciencia, el arte y la filosofía. Dentro de esta diversidad, nombro el aporte realizado por Moreno y el psicodrama, el trabajo de Norma Canner (terapia de la danza y el movimiento), Jean Dubuffet (Art Brut) y el grupo de artes expresivas: Paolo Knill, Elizabeth Mckim, Shaun Mcniff y Stheve K. Levin (Sorin y Capdevila, 2013).
Sobre este marco de intervención transdiciplinar, presento tres fragmentos de sesión en un dispositivo grupal con niños diagnosticados de Asperger, pasando primero por el cuerpo de la arteterapeuta.
El cuerpo de la arteterapeuta
Atravesada por el arte, me encontré con mi propio cuerpo, un escenario geográfico político, privado, social, cultural; un lugar silencioso, clandestino, rotundo, calmo, agudo y potenciado. Un cuerpo-mapa con herencia, cargado de inercias, con expresiones y gestos acomodados y reconocibles, identitarios y singulares (Sorin y Capdevila, 2013; Rikin, 2010).
Se me esboza Frida Kahlo, cuando, sostenida en un cuerpo doloroso que la hacía encarcelada, reflejada en su espejo imaginado, se liberaba por momentos de toda atadura y sufrimiento. Y sobre ese cuerpo expresado, Toulouse-Lautrec enunció: “si mis piernas hubieran sido más largas, nunca hubiera pintado” (Guimón, 1999 pág. 208). Y, fantaseando, añado: o tal vez sí. Cuando supongo a estos artistas, un eco me resuena recordando que “estamos prisioneros del cuerpo que nos representamos” (Restrepo, 1994).
Sorín (2018) describió como una de las labores centrales del arteterapeuta la de “acompañar a la persona en ese proceso de liberación de la potencia de su cuerpo, de su alma: de su cuerpalma”. Y, si ese cuerpo está enmarcado por una alteración que limita la representación, como anuncia José Guimón (1999), ¿cómo se puede dar esa liberación?
Transitando los cuerpos rítmicos. Jon
Las primeras sesiones de arteterapia en grupo de Jon estuvieron marcadas de forma intensa por la torpeza motriz, la descoordinación, la incapacidad de sentir su propio límite corporal y reconocer el del otro. Mientras él ocupaba el espacio, en mí se creaba un remolino de angustia, en forma de ahogo claustrofóbico y temor, sugiriéndome la idea fugaz de querer salir corriendo de aquel (1) lugar.
La lucha interna y la ansiedad al contacto estallaron, poniendo el cuerpo de Jon como un planeta desorbitado. Su intensidad me capturó. En mi identificación con Jon, supuse cómo establecía sus encuentros: ocupando su lugar, nublaba el de los demás; no los miraba y, en su movimiento desorganizado, establecía un contacto indiferenciado, en el que presentía la existencia de otro y donde sin verlo, lo intuía.
Su movimiento rápido y en puntitas por el espacio me sugirió un ritmo (2). Inicié golpes de tambor. Mientras yo intentaba seguir sus pasos, iba marcando lo que sus pies mandaban. “Pum, pum, pum, pum”. Jon me miró. Con él y los demás, establecimos contacto visual. Hablábamos a través del lenguaje que marcaba el tambor. Mi propuesta señalaba la variación de cadencias: rápido, lento, suave, ligero, veloz, corto, largo. Sus cuerpos se aligeraron y se unificaron. La música y el movimiento los llevaban a otro lugar, lejos del terror. Aparecieron el gozo, las miradas, la sorpresa y la complicidad. Ante mí, se dibujó la idea del cuerpo social, el sentido de pertenencia y, en esta construcción, el regocijo de sentirse vistos, reconociéndose en una manera diferente de estar. Sumándose a esta interacción, la comprensión winicottiana sobre la necesidad de un bebé de tener una madre que lo mire.
Los cuerpos atravesados por el ritmo se encontraron con la música, ese acto comunicativo en el que nadie dice nada sobre nada. Sería esa música pensada por Corbí (2016) donde aparecen las formas sensibles más sutiles: los sonidos. A Jon, el ritmo le sirvió de parachoques, creándole un espacio de contención. En su cuerpo presente, movido por el ritmo, Jon se reconoció dentro de lugar (3), en sincronía y en comunicación, vivenciando una nueva experiencia relacional, consigo mismo y los demás.
Desde el cuerpo y con el propio lenguaje no verbal, se inició lo que Bessel Van der Kolk (2014) denomina las “islas de seguridad internas del cuerpo” (4). Una y otra vez, con la música y el movimiento, volvíamos a los lugares visitados y, junto con nuevos ritmos, iniciábamos otros recorridos, ampliado la experiencia sensorial del grupo, en su mapeo corporal.
El cuerpo en la escena: el espejo. Ilona, Roc y el público
Daniel Tammet (2017), diagnosticado de Asperger Savant, logró su encuentro con el otro a través de recitar el número Pi; una proeza dolorosa, que, según él, anunciaba el peso de su soledad. En ese trance y sistematización, puso a su cuerpo escena: en encuentro y comunicación.
Ilona, en sesión, trajo al grupo una situación conflictiva relacional. En esta ocasión invité a escenificar. Con mucho entusiasmo y para mi sorpresa, esta propuesta fue muy bien acogida por el grupo. Ilona no se representaba a sí misma, era Roc quien hacía de Ilona. En la escena, y con la situación conflictiva enunciada, los actores iniciaron el desarrollo del acto.
Ilona enmudeció (sus palabras siempre ávidas y expertas, en ese momento, se desvanecieron) y el cuerpo ignorado recobró su lugar, activándose como un vaivén pendular. Roc abrió la puerta y, frente a Ilona, la representó. Le hizo de espejo y, copiando sus movimientos, verbalizó su preocupación. Ilona lo oyó y, atendiendo a su interlocutor, entabló una conversación. Ella miraba atenta. Poco a poco, el cuerpo de Ilona reflejado en su espejo se aquietó. Se dio paso a la palabra y, en acción comunicativa, los actores ofrecieron varias alternativas al conflicto.
La motivación impregnó al grupo, creándose en ellos nuevas ideas. Dentro del público, nuevos actores surgieron, queriendo también personificar. Se repitió la escena con un representante más y, en aquel entramado comunicativo, que permitió la ampliación de soluciones posibles, también se abrió la posibilidad de ser otro, entrando en juego la empatía, como un nuevo protagonista más.
Me acompaño de dos autores, Rifkin (2010) y Kesselman (1999). El primero señala que el juego de roles hoy en día no es una técnica terapéutica, sino una forma de conciencia. Y el segundo autor expresa que “el comportamiento humano puede leerse y, por tanto expresarse, en las tres áreas: 1) de la mente, 2) del cuerpo y 3) de las relaciones interpersonales. Áreas equidistantes en importancia y simultáneas en su expresión” (Kesselman, 1999, pág. 167).
En un cuerpo herido, del tacto a la idea, de la idea a la libertad. Saúl
No le gusta que le toquen; sé que poco lo han acariciado. No quiere parar de correr para que su opresor no lo alcance. No quiere silenciarse porque el ruido lo defiende de esa perturbadora realidad interna y externa. No quiere quitarse los zapatos porque eso es desnudarse. Yo lo encuentro en este fragmento: “…Estoy cubierta de chinches y llagas. ¿Quién iba a quererme? Más vale no arriesgarme a buscar el contacto y que me rechacen, más vale no confirmar mi mal estado” (Eger, 2018, pág. 129).
Empujada por un acto instintivo, decidí que Saúl fuera al grupo. Me salté los controles de seguridad (dudas sobre la idoneidad de poder beneficiarse de la intervención grupal) y, tras ello, me encontré con tres cosas: la vivencia persecutoria, la fuerza vital que promueve la capacidad de elección y la posibilidad que se abre ante el encuentro con lo nuevo. Entonces, ahí todos estábamos con nuestra presencia, a las puertas de un camino. Para la novena sesión, ofrecí el barro. A través del tacto, se iniciaba el despliegue sensorial. Cada uno se fue entregando a la tarea: moldeando, tocando, haciendo y rehaciendo, para dar forma a la idea con el material proporcionado.
Saúl, laborioso, tocaba, manipulaba la arcilla húmeda, se concentraba. Sus palabras se silenciaron, su cuerpo se acurrucó: ojos, nariz y manos, estaban muy cerca al barro; él y sus sentidos. Ante mis ojos, aparecía voraz y, con sus manos habilidosas, se sumergió. En su proyección, surgió el tótem (5).
Al terminar su obra, exaltado y con muchas ganas de compartir con el grupo, organizó su discurso, explicó su creación. Todos, en un silencio casi solemne, lo escuchamos: “este símbolo sirve para proteger al grupo y para protegernos en la libertad de la expresión”.
Los cuchillos afectivos que han atravesado su cuerpo no le han impedido su crecimiento y, ahora, envuelto en un cuerpo enérgico y adolescente, en cada paso que da, en Saúl hay una acción de libertad.
Saúl nos hiere, nos atraviesa y nos posiciona en el lugar más siniestro del desamor. Saúl nos hiere, nos atraviesa y nos posiciona en un lugar luminoso llamado alma.
Cierre
Continúo en este lugar privilegiado, trabajando desde la arteterapia transdisciplinar con niños que tienen un desarrollo comprometido hacia la salud mental.
Leo a Suley Rolnik (Colectivo Situaciones, 2006) y me identifico en un lugar de riesgo pensado desde lo nuevo, alejándome de la seguridad aportada por el despacho y las técnicas conocidas.
Estando dentro del grupo, me acerco a cada niño/a, a su singularidad, belleza, sencilla complejidad y esencia. Juntos nos adentramos en terrenos de angustia inconsciente primitiva y de no saber, de confusión y de inseguridad para movernos hacia otro lugar, a través de ese espacio transicional de Winnicott (2018), dado por el proceso creativo y la obra.
Con la seguridad y flexibilidad que aporta el interno, me dejo atravesar por lo que circula dentro del grupo. Reconociendo esa experiencia sensorial en mí, invito a los niños a poner cuidadosamente sus cuerpos en acción. Transitamos ese espacio en co-creación. Y, en comunicación, elaboramos nuevas memorias corporales más ligeras y habitables, que a su vez nos aproximan al símbolo y a la resignificación emocional.
Me alejo de lo cartesiano, intentando incorporar aquello que, de forma creativa y sentida, me conecta con la potencia de vida, desde la dimensión del cuerpo, la mente y el espíritu. De esta manera, incorporo dentro mi hacer profesional la lógica del “y”, abriendo la acción terapéutica a la polifonía, con la intención de acercar a los niños a una nueva vivencia relacional dentro de su recorrido por la experiencia humana.
Sigo el camino, con el sostén del equipo de trabajo. Y, paso a paso, doy continuidad al acompañamiento de este grupo, entendiendo que cuando las angustias primitivas están poco mentalizadas, hay que partir de lo sensorial. Dirijo mi mirada a otros interrogantes y también a la generación de micrologros: movimientos sutiles, imperceptibles, que me recuerdan, a manera de susurro, que un poco también suma.
“Dentro del tamaño de un puño se puede encontrar la belleza de un millar de acantilados” Du Wan.
Notas
(1) Se refiere a la sala de grupos de nuestro servicio (CSMIJ Santa Coloma de Gramanet, Barcelona)
(2) El ritmo es el eje sobre el que bascula toda la percusión corporal. En sentido amplio, el ritmo es un flujo de movimientos controlado, capaz de ordenar diferentes elementos. Por ello, la percepción rítmica es una disposición instintiva para agrupar impresiones diversas. De ello se desprende que el ritmo tiene una naturaleza funcional (Romero et al., 2013.).
(3) Lo entiendo como una vivencia de control interno, situándolo dentro de su propio cuerpo y en el espacio.
(4) Haciendo referencia al trauma, el autor identifica el momento donde “se ayuda a los pacientes a identificar las partes del cuerpo, las posturas o los movimientos que les permitan permanecer con los pies en el suelo siempre que se sientan bloqueados, aterrorizados o aislados” (Kolk, 2014, pág. 276). (5) El tótem menciona al objeto o al ser, que en ciertos pueblos, era considerado como el progenitor o el protector del grupo.
Bibliografía
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