Duelo migratorio y bandas juveniles

Eva Marxen

 

RESUMEN

En este artículo se describen las particularidades del duelo migratorio entre los hijos adolescentes de las familias inmigradas. Los adolescentes “no acompañados”, con un proyecto migratorio propio claro, tienen que adaptarse a la nueva realidad sin apoyo familiar, mientras que, en los casos de los adolescentes “acompañados” se trata muchas veces de un “destierro forzoso” dentro del marco de la reagrupación familiar que puede acabar en un encuentro desilusionado con la nueva realidad en el lugar de destino. En este sentido, las bandas juveniles ofrecen una posible “reetnificación” y una estructura afectiva para que los jóvenes puedan afrontar mejor el duelo, la soledad y las vivencias de rechazo. PALABRAS CLAVE: Adolescentes, duelo migratorio, bandas juveniles, marginación, exclusión social.

 

ABSTRACT

MIGRATORY GRIEF AND JUVENILE GANGS. This paper deals with the particularities of migratory grief among adolescents from immigrant families. The unaccompanied adolescents must adapt to the new situation without support from their families.On the other hand, accompanied adolescents are often brought by their family to the new country against their will, and this leads to a disillusioned encounter with the new reality of their destination. In this sense, juvenile gangs offer a possible “reethnification” and affective structure for these teenagers to resolve their grief, loneliness, and experiences of rejection from the host society. KEY WORDS: adolescents, migratory grief, adolescent gangs, social exclusion.

 

RESUM

DOL MIGRATORI I BANDES JUVENILS. En aquest article es descriuen les particularitats del dol migratori entre els fills adolescents de las famílies immigrades. Els adolescents “no acompanyats”, amb un projecte migratori propi clar, han d’adaptar-se a la nova realitat sense l’ajuda familiar, mentre que, en els casos dels adolescents “acompanyats” es tracta molt sovint d’un “desterrament forçós” dins del marc del reagrupament familiar que pot acabar en un encontre desil·lusionat amb la nova realitat en el lloc de destinació. En aquest sentit, les bandes juvenils ofereixen una possible “reetnificació” i una estructura afectiva perquè els joves puguin afrontar millor el dol, la soledat i les vivències de rebuig. PARAULES CLAU: adolescents, dol migratori, bandes juvenils, marginació i exclusió social.

En los últimos años, los adolescentes inmigrantes o de familias inmigradas constituyen cada vez más el foco de atención, tanto en los medios de comunicación como entre los profesionales de la educación, trabajo social, salud y salud mental. Este fenómeno se debe, principalmente, al incremento de la llegada de persones de otros países y continentes. Por otro lado, dos supuestos colectivos han despertado, también, mucho interés: los menores no acompañados”, mayoritariamente de origen magrebí, y las bandas juveniles, que se asocian casi siempre con la juventud “latina”, aunque sólo una minoría de los adolescentes latinoamericanos se adscribe a estas bandas. A pesar de que en los medios de comunicación circule mucha información “fantamasgórica”, en los centros de educación, educación social, trabajo social y salud se pone de manifiesto la necesidad de una información más seria y empíricamente consolidada.Últimamente se han iniciado investigaciones científicas, tanto sobre los adolescentes “no acompañados” (Comas y Quiroga, 2005; Ramírez y Jiménez, 2005) como sobre los jóvenes “latinos”. En este caso, el Ayuntamiento de Barcelona en el año 2005 encargó al Consorci Institut d’Infància i Món Urbà (CIIMU) un proyecto de investigación, dirigido por el profesor de antropología Carles Feixas, que con el título de Jóvenes ‘Latinos’ en Barcelona: espacio público y cultura urbana, se publicó el 2006 . Coincido con el informe de esta investigación en que las bandas, por un lado, denuncian la exclusión social de los jóvenes “latinos” -y de otros-, desafiando de esta manera el orden establecido de la sociedad de acogida que normalmente silencia sus propios mecanismos de exclusión. Por otro lado, las bandas ofrecen una estructura afectiva para enfrentar la soledad y vivencias de rechazo y de racismo, es decir, para resistir mejor el múltiple duelo migratorio al que se suman los duelos “normales” de la adolescencia. En fin, se trata de una “reetnificación” que muchas veces es idealizada entre los jóvenes.

Los duelos migratorios de los adolescentes

Los siete duelos migratorios de J. Achotegui (2000), en mi opinión, son igualmente aplicables a los adolescentes aunque con ciertas diferencias y particularidades. A continuación, y de forma breve, haremos referencia a cada uno de ellos.

  1. El duelo por la familia (extensa) y los amigos resulta sumamente importante tanto para los adolescentes “acompañados” como “no acompañados”. Los últimos tienen que hacer este duelo obviamente a la hora de dejar su país y sus familiares, y al llegar al país de acogida se enfrentan solos a la nueva realidad. Si bien no hay reencuentros traumáticos con la familia, tampoco hay ningún apoyo familiar. Se trata muchas veces de chicos que tienen un proyecto migratorio claro y propio, que consiste en llegar a Europa para trabajar y ganar dinero, mientras que los adolescentes acompañados viven el duelo por la familia de modo diferente. Según Feixas, Porzio y Recio (2006), los chicos “latinos” deben afrontar este duelo en tres pasos: primero la separación de los padres, ya que suelen marchar sin los hijos con la idea de reagruparse con ellos una vez instalados en el lugar de destino. Muchas veces, por la feminización del desplazamiento, es la madre quien decide emprender primero el viaje (Pedone, 2002). Después, a la hora de la reagrupación familiar, los hijos tienen que separarse de la familia extensa y, sobre todo, del familiar que ha ocupado el lugar de la madre o del padre durante la ausencia del mismo. Además, tienen que despedirse de sus amigos. La mayoría de las veces, en esta constelación, los adolescentes “acompañados” no tienen un proyecto migratorio propio, lo que dificulta enormemente la salida del país de origen por una falta de motivación. Se habla en este sentido de un destierro forzoso (Feixas, Porzio y Recio, 2006). Al final, en la ciudad de destino, tiene lugar el reencuentro con los padres, muchas veces después de un largo período de separación. Los padres se han despedido de sus hijos cuando eran niños y ahora se reencuentran con hijos adolescentes. Al mismo tiempo, los hijos ven a sus padres cambiados y muy desbordados por la lucha diaria de la inmigración. Se trata, a menudo, de reencuentros traumáticos que pueden acabar incluso con violencia doméstica. En cuanto al duelo por la lengua (II), los jóvenes suelen tener menos problemas que los adultos, ya que les resulta más fácil aprender idiomas nuevos. Sin embargo, conviene considerar el nivel escolar anterior de cada uno y, también, si provienen de países con sistemas lingüísticos radicalmente diferentes a los nuestros, como por ejemplo los chinos. Entre este colectivo, he podido constatar casos en los que graves confusiones a nivel cultural y familiar coincidían con otras a nivel lingüístico. Esto tampoco es muy sorprendente, ya que la confusión a nivel cultural conlleva, a menudo, una alteración simbólica que en aquellos casos fue muy seria y se reflejó en una perturbación gravísima del lenguaje como portador del orden simbólico. El tercero de los siete duelos migratorios de Achotegui es el de la cultura (III). A parte de possibles diferencias en la alimentación, la indumentaria, la sexualidad, las relaciones de género, el concepto de familia, otros aspectos de la cultura que para algunos adolescentes tienen bastante importancia son la música y los horarios escolares. Mientras que para los chicos “latinos”, en sus paises de origen, era habitual escuchar música a todo volumen en casas unifamiliares con mucho espacio, aquí se encuentran casi todo el tiempo en conflicto con los vecinos. Además, para ellos, la música era un acompañante permanente. Posiblemente de ahí se explica la preferencia entre los jóvenes de reunirse aquí en los parques. Otro elemento importante de la cultura consiste en la noción del tiempo y en los horarios. Muchas veces, los hijos de familias inmigradas provienen de sistemes escolares con horarios radicalemnte diferentes a los nuestros y tienen que hacer un esfuerzo para adaptarse a las nuevas costumbres (Feixas, Porzio y Recio, 2006). El duelo por la tierra (IV) incluye el paisaje, los olores, colores y la luminosidad del país de origen. En mi pràctica profesional he observado que, a menudo, los recuerdos nostálgicos se manifiestan a través de imagenes del paisaje, muchas veces acompañadas por un familiar al que han estado muy apegados: “Lo que más echo de menos es montar a caballo con mi abuelo por las montañas de mi tierra” ¡Me gustaba tanto ir a pescar con mis primos!” “!Extraño tanto nuestras fiestas en la playa!” Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que las personas provenientes de zonas rurales pueden sofrir un choque cuando se ven obligadas a vivir en pisos pequeños ubicados en monobloques de viviendas anónimos. Esta realidad sería otra de las razones, a parte de la afición por la música, por la preferencia entre los chicos “latinos” de reunirse en los parques de las ciudades de acogida (Feixas, Porzio y Recio, 2006). El duelo por el nivel o estatus social (V) se percibe entre los adolescentes a nivel directo, por ejemplo, a través de las viviendas. Esto sucede si estaban acostumbrados a casas unifamiliares amplias y si se encuentran, de repente, en pisos pequeños donde muchas veces tienen que compartir las habitaciones con otros familiares. Frecuentemente, los adolescentes han venido aquí “engañados”; es decir, los padres les han coloreado mucho la realidad en la que viven (Feixas, Porzio y Recio, 2006 y mi propia práctica profesional). A nivel indirecto, muchos jóvenes sufren de la falta de contención de sus padres. Como están tan sumergidos en la lucha diaria para avanzar en su proyecto migratorio, los padres disponen de poco tiempo y energía para sus hijos. En estos casos, se observan problemas conductuales que corresponden a la necesidad por parte de los adolescentes de reafirmar límites y de ser contenidos, lo que es muy frecuente y característico de chicos deprivados, con un fondo familiar poco contenedor y de exclusión social. En estos casos las conductas antisociales corresponden muchas veces al deseo de que el otro ponga límites como una forma de contención (Winnicott, 1991). A menudo, los conflictos con los padres y su lucha provocan entre los hijos adolescentes sentimientos de culpa y de responsabilidad que no corresponden a su edad. En este sentido, ocurre con frecuencia que los hijos mayores ocupen el lugar de la madre y del padre, sin que ellos mismos gocen de referentes adultos estables. De cualquier forma, si los padres no han tenido éxito en su proyecto migratorio o no han podido elaborar su propio duelo migratorio, muchas veces, a causa de la situación social, legal y política que les ha tocado vivir, los hijos sufren las consecuencias de estos duelos postergados o no elaborados y fácilmente se convierten en los portadores del síntoma de la “familia” (Moro, 2002 y El Kadoui, 2003). El duelo por el contacto con el grupo étnico (VI) se puede agravar si hay vivencias de rechazo y de racismo, así como de marginación social que a nivel urbano se manifiesta en los guetos donde muchas familias inmigradas están afincadas. En estas situaciones, es lógico que se produzca el deseo de refugiarse en el grupo de los “suyos”. En este caso, las bandas pueden servir de refugio para combatir todos los duelos mencionados. En no pocas ocasiones, los chicos de familias inmigradas comparten entre otras cosas el sentimiento de rechazo por parte de otros adolescentes. A esta identidad situacional se suman otros elementos simbólicos preexistentes, que se clasifican como los cinco elementos clásicos de la cultura juvenil: la estética (por ejemplo, el color de la piel); la preferencia por ciertos tipos de música; el idioma (también entre los latinoamericanos con algunes expresiones que los españoles no entienden); las produccions culturales como rapear, pintar paredes, bailar, etc., así como ciertas actividades focales como el fútbol, reunirse en espacios públicos –en determinadas plazas o parques– y acudir a distintas discotecas (Feixas, Porzio y Recio, 2006). Todos estos aspectos contribuyen a una identidad grupal, diferencial, que en sí ya es muy característica para la adolescencia en general. Según mi experiencia, el duelo por la integridad física (VII) es, junto con el duelo por la perdida del estatus social, el más importante entre los inmigrantes adultos. Cuando la situación es tran grave que no se garantizan las condiciones básicas de higiene adecuada y hay graves problemas de alimentación, ya sea por motivos económicos, de la vivienda o, en general, por un nivel adquisitivo bajo, la integridad física de los hijos también se ve afectada, ya que son los más vulnerables y expuestos al riesgo. Como consecuencia, pueden bajar las defenses orgánicas y las personas afectadas están más expuestas al riesgo de contraer enfermedades. En este sentido, se habla de una patología de la marginación (Jansà, 2002) y, a nivel psiquiátrico y psicológico, de una psicopatología de la exclusión (Kareem y Littlewood, 1992). Además, los hijos sufren por sus padres y madres si estos ejercen trabajos de alto riesgo –por ejemplo en la construcción o en el negocio del sexo– o si ven a sus padres permanentemente cansados por una posible explotación laboral. En este sentido, también se transmite el miedo y la inseguridad permanente por no tener “los papeles en orden” o incluso por futuras expulsions (Achotegui, 2002). Desgraciadamente, los adolescentes mismos, no pocas veces, están expuestos a actitudes racistas y de rechazo, e incluso a la violència directa (Moro, 2002 y Moro et al. 2004). Sin embargo, queda por estudiar e investigar si el concepto de duelo es realmente universal, o si se trata de un concepto solo aplicable a culturas occidentales. A la vivencia del duelo migratorio múltiple se suman los duelos “normales” de la adolescencia que consistent en el duelo por el cuerpo infantil, por la identidad y el rol infantil, así como por los padres de la infancia (Aberastury y Knobel, 1988). En el caso de los jóvenes inmigrantes estos duelos se solapan con el duelo por el país perdido y, en consecuencia, se mezclan los recuerdos nostálgicos del país de origen con los de la infancia perdida, asociando unos con otros. También los padres deben afrontar una serie de duelos cuando sus hijos se hacen adolescentes. Aberastury y Knobel (1988) mencionan los duelos por el hijo pequeño así como la identidad y el rol de padres del hijo infantil. A veces se añade el duelo por la pareja si los padres ya no siguen juntos. En el caso de las familias “transcontinentales”, se debe hacer frente de manera brusca al duelo por el hijo pequeño, por la falta de contacto real entre los padres y los hijos y, como se ha dicho anteriormente, a partir del reencuentro en el país de acogida, lo que dificulta mucho su elaboración. En las constelaciones de las familias inmigradas, se suman a los duelos “normales” de los padres de hijos adolescentes los “duelos migratorios”.

Conflictos del adolescente inmigrante

Otra característica de la relación entre padres y adolescentes inmigrantes consiste en la inversión de los roles. Muchas veces el adolescente se convierte durante el proceso migratorio en el padre de sus propios padres, ya que suele conocer mejor la lógica del mundo externo aunque no la reconozca como la suya y la transgreda (Moro, 2002). Esto se manifiesta a menudo a nivel lingüístico, cuando el adolescente ejerce de traductor y de mediador para sus padres en la administración pública, en las instituciones sanitarias, educativas, etc. En este contexto, parece que el adolescente ayude a nivel lingüístico a sus padres en su situación de alteración simbólica, lo que se refleja una vez más en el lenguaje (verbal y no verbal) que los padres no siempre dominan. El adolescente mismo se queda en estas constelaciones sin guía, lo que puede provocarle angustia, incertidumbre y estrés. Los padres no saben transmitirle cómo hacerse adolescente o adulto en un mundo nuevo. Por su propia inestabilidad y su propia ubicación en un mundo transicional, entre su cultura de origen y la del país de acogida, los padres no pueden ofrecer a sus hijos modelos coherentes y aceptables de identificación. Según Moro (2002), son los profesionales de salud mental y de educación los que deben proveer este saber al adolescente, con unos mecanismos de pasaje de un universo al otro, para superar así la disociación entre lo “afectivo” –asociado con el mundo del pasado– y “las acciones o bien los pasajes al acto” –asociados con el mundo actual–. En esta tarea, sostiene Moro, es imprescindible contar con diferentes profesionales para trabajar con los distintos miembros de la familia de manera que sirvan de modelo de identificación para los adolescentes. En su práctica profesional, procura hacer emergir en el mismo encuadre las representaciones de los padres, por un lado y, del otro, las de los adolescentes, para co-construir un sentido compartible entre todos, ya que la ruptura con la familia nunca puede ser el precio de la cura del adolescente. Si así fuera, lo debilitaria aún más e intensificaría su duelo. El anterior encuadre propuesto ayudaría, al mismo tiempo, en el proceso de “filiación”; es decir, inscripción del adolescente en su propia familia –como grupo interno– y en el de “afiliación”, inscripción en la cultura del lugar de acogida –mundo externo–. En muchos casos, el conflicto de los jóvenes inmigrantes o de familias inmigradas radica precisamente en el clivaje de los valores transmitidos por el grupo interno y externo respectivamente. Por todos los problemas y dificultades expuestos a los que debe hacer frente el adolescente, resulta casi lógico el auge y el éxito de las bandas. A parte del consuelo y del apoyo que parecen ofrecer contra el duelo y la soledad, también pretenden ofrecer a nivel simbólico e imaginario el “nuevo saber” que postula Moro (2002) con auténticos rituales de iniciación que a veces suelen ser bastante violentos. Una vez superados estos rituales, las bandas transmiten además la ilusión de unas relaciones totémicas de fraternidad e igualdad sin la temporalidad generacional (Ben Rejeb, 2003), lo que coincide con la ilusión del adolescente de poder vivir sin sus padres. Una ilusión que para muchos adolescentes inmigrantes parece hacerse realidad por la inversión de roles antes mencionados. Sin embargo, los adolescentes ya afiliados a las bandas describen la jerarquía como muy piramidal.

Algunas propuestas para concluir

En su informe, Feixas y colaboradores realizan varias propuestas para abordar el “problema” de las bandes (2006). Coincido con los autores que de ninguna manera hay que criminalizarlas sino, al contrario, legalizarlas como asociaciones juveniles e integrarlas dentro de un marco de un trabajo comunitario y unos programas de educación de calle en el panorama de las diferentes asociaciones juveniles de autóctonos e inmigrantes ya existentes. En Barcelona, el 1 de agosto de 2006 los Latin Kings and Queens se constituyeron como asociación cultural. En esta línea, conviene conceptualizar y redefinir los espacios públicos –parques, plazas, etc.– como espacios de socialización, de intervenciones sociales, comunitarias, artísticas, etc. y no exclusivamente como focos de controles y de restricciones. Se deben (re)abrir estos espacios a la vida y la interacción urbanas y no convertirlos en lugares “asépticos”. Destaca también la importancia de referentes adultos estables. De un lado, esta función la podrían cumplir los profesores de los institutos, si se redefine su función así como las condiciones de su trabajo. Los professores necesitarían de una ayuda y orientación psicològica (Grau, 2006), en forma de supervisiones, por ejemplo. Después de la jornada escolar, habría que cubrir el posible vacío con los educadores sociales que deberían establecer relaciones de confianza (y no de control) estables. Para esto, los profesionales necesitan el apoyo de las instituciones y unas condiciones laborales que les permitan ejercer su trabajo con gusto y a largo plazo. En caso contrario, se produce un permanente vaivén entre el personal que desestabiliza aún más a los jóvenes y les hace repetir las vivencias previas de duelo. Estos pasos tienen que ir acompañados de una revisión del estatus legal de los adolescentes para aconseguir una plena inserción en el mundo laboral. Lo mismo vale para los padres de los adolescentes. Únicamente un reconocimiento sin restricciones como ciudadanos con pleno acceso a los recursos básicos de la sociedad puede impedir la marginación social en la que se encuentran muchos de ellos a consecuencia de las barreras legales, por tener que recurrir a los peores puestos de trabajo y por “las dificultades para mantener una alimentación y una higiene correctas, los problemas para adquirir, acrecentar y/o adecuar los niveles de educación o para mantenir unas relaciones sociales que funcionen como redes de apoyo,… ” (Romaní, 2002). A todo esto hay que “añadir las tensiones derivadas de la frustración de los proyetos no conseguidos, del contraste entre la vida cotidiana de unos y otros (“excluidos – integrados”), de la estigmatización…” (Romaní, 2002). En este sentido, los problemas de salud y salud mental, en el contexto de la inmigración, pueden ser una simple respuesta a una realidad de desventajas (Kareem y Littlewood, 1992 y Romaní, 2002). Lo expuesto también coincide con mis observaciones de que los problemas sociales, de educación y de salud (mental) no varían mucho entre los adolescentes en situación de marginación social, independientemente de si son autóctonos, inmigrantes o, por ejemplo, gitanos. Se trata sobre todo de problemas de contención, de conflictos de filiación y afiliación por falta de modelos coherentes de identificación, de una baja autoestima motivada por sentimientos de fracaso, rechazo y de expulsión –de los institutos por ejemplo, que de alguna manera para los chicos representan la sociedad–, así como de conflictos con los límites en general y, en última instancia, con la ley. Esta semejanza de problemas pone otra vez de relieve que no hay que “culturalizar”, ni “naturalizar” los problemas de los inmigrantes que tienen una base social, legal y económica (Delgado, 1998 y 2002; Rechtmann, 2001; Fernando, 2002; Marxen 2005). Kareem y Littlewood hablan en este contexto de una “fetichización de la diferencia” (1992) que sólo resta importància a la responsabilidad de las sociedades receptoras y que muchas veces es fruto de los estereotipos de los profesionales autóctonos que en vez de “culturalizar” deberían examinar sus propios prejuicios y estereotipos y cómo estos afectan a su trabajo (Bermann et al., 2005). En consecuencia, el abordaje de estos problemas debe realizarse en lo legal, con las leyes adecuadas que permitan a las familias inmigradas su plena inserción laboral y social, con el fin de evitar la exclusión social como fuente principal de los problemas. En los campos educativos y educación social haría falta un replanteamiento de la función del profesor, del maestro y del educador social como referentes adultos y modelos de identificación preferiblemente estables, que a menudo alcanzan más importancia que los propios padres, que debido a su situación social no pueden ejercer la contención de sus hijos. Respecto a posibles intervenciones terapéuticas, conviene considerar que según mi experiencia y la de muchos otros profesionales, pocos chicos de familias marginadas llegan a los centros públicos o concertados de salud mental. Se observa un enorme rechazo, tanto por parte de los chicos como de sus padres a cualquier tratamiento “psi”. Se trata, en mi opinión, de un fenómeno que radica en la cultura de la exclusión social, donde las personas rápidamente se sienten dos veces excluidas: por su situación social y por asociarse a ellos mismos, como usuarios de un centro de salud mental, como enfermo mental o “loco”. A esto se une a veces el miedo de que en los tratamientos psicológicos o psiquiátricos se revelen secretos familiares (como abusos, por ejemplo). En otros casos, los padres simplemente no acompañan a sus hijos a los centros, ni controlan si han ido, o incluso se lo prohiben. Por todo lo expuesto conviene introducir, en cuanto sea posible, las intervenciones terapéuticas en las Instituciones educativas y de educación social, ya que la mayoría de los menores sí llegan a estos centros. Hay que organizarlas con mucha sensibilidad para evitar los miedos de estigmatización, procurando, por ejemplo, no sacar a los chicos de la clase y haciendo coincidir la teràpia con el principio o final del recreo o de la jornada escolar (Dalley, 1999). También en este contexto, los talleres de arteterapia ofrecen la ventaja de tener un aspecto más lúdico en comparación con una terapia verbal y convencional. Por este motivo y para terminar, describiré algunos aspectos teóricos y prácticos de esta técnica. En mi práctica profesional coincido casi cada día con adolescentes inmigrantes (1). Con muchos de ellos aplico la modalidad de la arteterapia, que es una técnica terapéutica en la que el cliente puede comunicarse con los materiales artísticos, los cuales facilitan la expresión y la reflexión. Se aplica a personas de todas las edades y en muchos contextos diferentes (hospitales, cárceles, centros educativos, tratamiento paliativo, centros de salud mental, centros de día, geriátricos, educación normal y especial, casales, centros cívicos, etc.). Se puede realizar en sesiones individuales, en grupos cerrados y abiertos, así como en talleres. En España es todavía una disciplina relativamente nueva. Sin embargo, en paises anglosajones –como EE.UU. y Gran Bretaña–, o en otros como Brasil, Italia, Alemania e Israel los arteterapeutas participan en los equipos profesionales multidisciplinarios de las instituciones públicas y privadas (Dalley, 1987; Wadeson, 1980; Liebmann, 1994; Kramer, 1982; Greenspoon Linesch, 1988; Evans y Dubowski, 2001; Moriya, 2000; Landgarten, 1981 y 1988; Killick y Schaverien, 1997; Dokter, 1998). En el campo de la adolescencia esta forma de trabajo tiene diferentes ventajas: se pueden abordar los problemas de conducta social, de convivencia y de comunicación de manera indirecta, a través del proceso creativo, ya que hay que compartir el espacio, los materiales y respetar la obra del otro. Como los chicos tienen tantas carencias sociales y tantos problemas conductuales, que a menudo son defensas maniacas, suelen tener un rechazo frontal a la introspección psicológica y, en general, a todos los tratamientos psicológicos. Los “talleres de arte”, que por la misma razón no denominamos “arteterapia”, se han mostrado bastante eficaces para poder “hablar” indirectamente de las relaciones sociales. Además, el trabajo artístico es una buena manera de trabajar la tolerancia a la frustración, que suele ser muy escasa entre estos chicos. En este sentido, el trabajo creativo requiere a nivel cognitivo muchas decisiones y la elaboración de algunas frustraciones cuando el resultado no coincide con lo esperado. En fin, hay que interioritzar el concepto de “proceso”, antes de reclamar soluciones mágicas. Esta actividad, por otra parte, sirve para potenciar la creatividad y la autoestima de los participantes. He observado que en todos los grupos siempre hay muchos chicos con un potencial creativo muy alto y desgraciadamente muy desaprovechado. Se trata de jóvenes que, por sus habilidades, podrían estudiar fàcilment en una escuela superior de arte y diseño. Después de tres cursos escolares en el Instituto Estudios Secundarios (IES) “Miquel Tarradell” del Raval he observado que a los chicos la participación les parece un privilegio y muchos no participantes de los diferentes cursos insistent en formar parte de los grupos. Estos se componen, generalmente, por adolescentes entre los doce y catorce años –Primero y Segundo de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO)– y entre los catorce y los diesciséis años en las Unidades de Escolarización Compartida (UEC), provenientes de familias en situación de riesgo social, algunas de ellas inmigradas, gitanas y/o con problemas de drogadicción y, todas, con graves problemas económicos.

Notas

  1. Trabajo en diferentes instituciones del Raval (Barcelona), con adolescentes en situación de riesgo social. He podido llevar a cabo estos grupos gracias a la iniciativa y a la ayuda del Macba.

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