El reencuentro en las familias emigradas: las ilusiones rotas

Francisca Murillo Carrizosa

RESUMEN  

El reencuentro en las familias emigradas: las ilusiones rotas. En este trabajo se realiza una reflexión sobre el fenómeno sociológico de la migración y sus repercusiones psicológicas en los niños emigrantes y su entorno familiar, deteniéndonos especialmente en los conceptos de apego, separación, duelo e identidad. La exposición de un caso clínico nos permite ilustrar las diversas aportaciones teóricas que se han hecho al respecto. Palabras clave: migración, vínculo, figuras de referencia, reencuentro.

ABSTRACT 

The reunion among emigrating families: broken expectations. This is a reflection made on the sociological phe­nomenon of migration and its psychological impact on emigrant children and on their family environment. We are dwelling on concepts such as: attachment, separation, mourning and identity. The presentation of a clinical case allows us to illustrate the various theoretical contributions that have been made in this regard. Keywords: migration, bonding, reference figures, reunion.  

RESUM 

El retrobament en les famílies emigrades: les il·lusions trencades. En aquest treball es realitza una reflexió sobre el fenomen sociològic de la migració i les seves repercussions psicològiques en els nens emigrants i el seu entorn familiar, detenint-nos especialment en les conceptes d’aferrament, separació, dol i identitat. L’exposició d’un cas clínic ens permet il·lustrar les diverses aportacions teòriques que s’han fet al respecte. Paraules clau: migració, vincle, figures de referència, retrobament.

Introducción

Las migraciones se han dado siempre a lo lar­go de la historia, pero en cada momento se han manifestado de forma diferente, siendo también diferentes las causas que las han determinado.  Actualmente resulta muy frecuente observar el fenómeno de la migración femenina, que con­siste en que muchas mujeres dejan su hogar y se trasladan solas a otro país para trabajar y soste­ner económicamente a la familia, con gran re­percusión emocional sobre todos los miembros del núcleo familiar. Este es el modelo de migra­ción que impera en las familias latinoamericanas que llegan en los últimos años a nuestro país. Las razones para migrar pueden ser varias pero siempre tienen como objetivo mejorar en su medio de vida. Están impulsadas por la fanta­sía, no siempre consciente, de encontrar en ese lugar un futuro mejor para su familia.  La migración pone en cuestión la estabilidad emocional de la persona. Pone a prueba la for­taleza de su yo, de su personalidad previa, de los acontecimientos de su biografía y también de los factores externos que rodeen dicha decisión. Veamos cómo se configuran los vínculos en las primeras relaciones, con las figuras significati­vas del apego.

Apego y separación

El concepto de apego fue desarrollado por Bowlby (1969), que lo definió como “el lazo afectivo que se establece entre el niño y una fi­gura de referencia, con el fin de proporcionar­le protección y la posibilidad de desarrollar un sentimiento de seguridad”. Los vínculos se generan con las figuras signi­ficativas de apego, en especial con los padres y cuidadores. Estos modelos que se van inte­riorizado son remodelados a lo largo de toda la vida y sirven de guía para el establecimiento de otras relaciones significativas. Esto posibilita que el niño pueda adquirir una seguridad que le permita explorar y alejarse poco a poco de su cuidador (Bowlby, 1969; Ainsworth y Bowlby, 1991). También hará posible la organización de la experiencia subjetiva, cognitiva y adaptativa en relación a los demás y con el medio que le rodea. En las familias emigrantes, este proceso se ve alterado en función de la edad del niño. Según Bowlby (1969), en las separaciones prolongadas de las figuras de apego, el niño atraviesa por tres fases: protesta, desespera­ción y desapego emocional. Esta secuencia se relaciona con el proceso de duelo. Normalmen­te alterna periodos de esperanza y de desespe­ración. Si la separación con la madre no es muy larga, el apego se vuelve a recuperar. En cam­bio, si la separación se prolonga en exceso, se instala el desapego emocional. Normalmente, el apego se evidencia más con los cuidadores habituales que con los padres biológicos. Con la reunificación familiar, se re­viven abandonos previos y se reactivan ante la separación de los padres sustitutos, que perma­necen en el lugar de origen. El dolor del aban­dono es uno de los aspectos que más destaca y repercute en el equilibrio psicológico de madres e hijos.

Familia transnacional

Las migraciones actuales han creado un nue­vo tipo de familias, las familias transnacionales, donde “sus miembros viven lejos unos de otros, generalmente separados durante mucho tiem­po y [que] aun así son capaces de crear vínculos que les permiten formar parte de una unidad, a pesar de la dispersión y de la distancia física” (Bryceson y Vourela, 2002, citados por Puyo, 2009). Estos vínculos se ven favorecidos por las nuevas tecnologías: teléfono, correo electróni­co, videoconferencia y otras redes sociales. Estas familias se caracterizan por el esfuerzo que tienen que hacer para mantener algunas funciones previas a la separación y por el inten­to de introducir otro estilo de relación desde la lejanía. Una de las motivaciones más importan­tes del proyecto -más allá del tema económico- tiene que ver con la educación de los hijos. Para el niño, el hecho de que los padres quieran asu­mir funciones que ya fueron delegadas en otras personas genera tensiones. Por ello, la manera en que se gestione la autoridad puede entrar fá­cilmente en contradicción con la figura del pa­dre o madre cariñosa, complaciente e idealizada creada por el niño en la lejanía. En ocasiones, cuando los padres vuelven a visitar a sus hijos en el país de origen, éstos prefieren no vincularse en exceso a ellos ante la inminente nueva partida, optando por el des­apego como forma de protección ante la nueva separación. Las expectativas de los hijos respecto al papel de los progenitores giran en torno al envío de dinero, mientras que el cuidado y la autoridad se atribuyen a los cuidadores sustitutos.  El niño que migra, de entrada, solo contempla la posibilidad de lo mucho que va a ganar, mate­rializándose en la posesión de bienes tangibles. No obstante, la realidad es bien diferente y ten­drá que aprender también a perder: seguridad, relaciones, deseos no cumplidos, libertad…

Las reagrupaciones familiares y los efectos en los menores

El acceso a la educación en el país de destino se vive como una inmejorable oportunidad so­cial para las segundas generaciones. De hecho, éste es uno de los motivos que impulsa el deseo de la reagrupación familiar (Garreta, 1994, cita­do por Alcalde, 2009, pág. 129). Existen varios modelos de reagrupación: 1. El primer modelo es el que se da en la migra­ción de uno de los padres. Se caracteriza por el envío de remesas a los hijos y a la familia que ha quedado en el país de origen, retornando después de un tiempo. 2. El segundo modelo es aquel en el que desde el principio se opta por la emigración defini­tiva, dando lugar a la posterior reagrupación (será el caso de nuestro ejemplo clínico). 3. El tercer modelo es el del retorno de todo el grupo familiar a su país después de un tiempo viviendo en el país de acogida. Las relaciones paterno-filiales están caracte­rizadas por la discontinuidad en el vínculo con la figura materna y el desplazamiento de esta función hacia otro miembro de la familia (Pedo­ne, 2004, citado por Alcalde, 2009, pág. 135). En ocasiones, la madre biológica puede apare­cer como una intrusa, percibiendo el intento de agrupación como una decisión impuesta que genera temor e incertidumbre y ataca el vín­culo con la persona de referencia. Este puede ser uno de los principales motivos de malestar que manifiestan los menores (Lurbe y Bermann, como se cita en Alcalde, 2009). Normalmente, cuanto más tiempo pasa el niño con la familia sustituta, más dura resulta la separación. En mayor medida incluso puede ha­cer desaparecer el deseo de reencontrarse con los padres. Igualmente, el nivel de comunicación con ellos durante la separación repercute en la vivencia de abandono que, inevitablemente, siempre está. Los padres tienen muchas expectativas pues­tas en la educación de sus hijos, que puede re­presentar para ellos la clave del éxito social y, por tanto, de todo el proyecto migratorio. Éste será, precisamente, uno de los principales moti­vos de desilusión y frustración, sobre todo para los padres (Garreta, 2011). Una vez reunida la familia, los efectos de la separación y posterior reencuentro tienen como principal escenario de manifestación la escue­la, porque es allí donde inician su proceso de socialización. La institución escolar constituye un espacio privilegiado para la manifestación y detección de las vivencias del niño. La escue­la representa el principal contacto con la nueva sociedad y de forma muy intensiva; es por este motivo que, en algunas comunidades autóno­mas, las escuelas tienen protocolos de acogida, que incluyen la adaptación lingüística y curricu­lar (Alcalde, 2009). La exigencia de adaptación a la escuela es muy fuerte: otra forma de hablar, vocabulario distinto, nuevas reglas y códigos de conduc­ta, diferentes estilos de vida, la búsqueda de nuevos amigos. La relación con los compañe­ros juega un papel muy importante. En muchas ocasiones, prefieren relacionarse con otros ni­ños también extranjeros, ya que comparten vi­vencias parecidas. De esta manera, disminuye la angustia inicial, pero dificulta la integración con el grupo autóctono. Los niños suelen ser los más olvidados en los procesos migratorios. General­mente no se tienen en cuenta los efectos emo­cionales y psicológicos que este proceso tiene para ellos. Estas vivencias afectan al proceso de adap­tación escolar, a la reacomodación de roles fa­miliares y a la nueva organización del espacio familiar; no digamos ya lo que supone para el niño si se encuentra con una familia recompues­ta o con nuevos miembros, como es el caso que vamos a exponer seguidamente. Dependiendo del tiempo de separación y de la relación mantenida en la distancia, el reen­cuentro con los padres requiere un periodo de acomodación y de negociación de los roles de autoridad. El choque entre lo que se esperaba que fuera la vida en el nuevo país y la realidad implica un largo proceso de adaptación que supone mu­cho esfuerzo por ambas partes. En ocasiones, supone la ruptura de la nueva familia, la búsque­da de otras alternativas (vivir con otros familia­res, instituciones) o el retorno del niño al país de origen. En términos generales, podemos decir que las principales vivencias traumáticas de los niños reagrupados tienen que ver con la separación inicial de los padres, con el posterior alejamien­to de sus cuidadores y de su entorno de amis­tades y con el enorme desajuste existente entre las expectativas forjadas en su mente y la reali­dad de lo que se encuentran. En cuanto a la separación de sus referentes sustitutos, puede surgir en el niño un conflicto de fidelidades entre el deseo de reunirse con sus padres idealizados y el de permanecer en un ambiente conocido y seguro con amigos y familiares. El proceso de reunificación generalmente es mucho más complicado de lo esperado por ambas partes y depende de muchos factores: el tiempo transcurrido desde la separación de los padres, la edad del niño, el vínculo previo, si han habido visitas en vacaciones, etc. La llegada a una nueva familia reconstituida suele generar muchas dificultades de convivencia, conflictos, sentimientos de exclusión, culpas y expectati­vas que los diferentes miembros no pueden ex­presar abiertamente. Entre los principales mecanismos de defen­sa que suele utilizar el inmigrante, se encuentra la disociación, que consiste en idealizar todo lo bueno que va a encontrar en el país de acogida y lo malo y persecutorio que se queda depo­sitado en el país de origen. Este mecanismo le sirve para eludir momentáneamente el duelo. Si fracasa, surge la ansiedad confusional. A veces, se suelen dar estados confusionales como re­sultado del fracaso del mantenimiento de una disociación defensiva eficaz o de la búsqueda demasiado rápida de una integración que resul­ta forzada. Se pueden producir momentos de desorganización donde se reactivan ansiedades muy primitivas en relación al conflicto que se genera entre el deseo de ser igual que los otros para no sentirse marginado y el deseo de dife­renciarse para seguir siendo el mismo (Grinberg y Grinberg, 1996). Otra defensa consiste en la negación de las diferencias que hay entre ambos países y la pro­yección de lo negativo en los autóctonos del país de acogida. En la formación reactiva, se trata de hacer lo contrario de lo que se desea o se piensa, dando lugar a una sobreadaptación poco creíble. La racionalización permite separar el componente emocional del racional para tra­tar de evitar lo más doloroso de la experiencia.

El duelo

El duelo es un proceso frecuente en la vida de todo ser humano, que requiere de la reorganiza­ción de toda la personalidad frente a la pérdida de algo significativo para el sujeto (Tizón, Sa­lamero, Pellegero, San José, Sáinz y Atxotegui, 1992). Partimos de la aportación de Freud (1917), que nos dice: “el duelo es la reacción a la pérdi­da de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.”  Algunos de los síntomas que los niños suelen presentar son: insomnio, falta de atención, bajo rendimiento escolar e irritabilidad. En ocasiones, pueden presentar explosiones de ira, que suelen manifestarse como problemas de conducta. No obstante, en realidad son la expresión del due­lo no verbalizado, que también puede adoptar formas de rechazo y hostilidad hacia el nuevo entorno (Alcalde, 2009). En muchas ocasiones se malinterpretan las causas que originan este comportamiento disruptivo. El duelo lleva consigo una regresión psicoló­gica inevitable que adopta conductas ya supe­radas, que buscan dependencias más infantiles que permiten cierta relajación y así no tener que hacer frente a las exigencias del entorno (Tizón et al., 1992). La distancia física invariablemente genera distancia emocional y tensión entre los miem­bros de la familia. La separación de las madres influye en los hijos, sobre todo cuando éstos son pequeños. Esto se debe a que esta separación repercute en el empobrecimiento del yo, gene­rando inseguridad e inestabilidad ante la pér­dida del referente emocional de la madre. Los hijos experimentan sentimientos de tristeza, desánimo, rabietas y desesperación a través de un duelo no resuelto. Uno de los síntomas más frecuentes que presentan estas madres son es­tados de angustia, miedo, tristeza, impotencia y, sobretodo, culpa por lo que ellas también viven como abandono de sus hijos.  La separación vivida de forma traumática es percibida como una herida, que conlleva un enorme sufrimiento. A veces sus efectos no se manifiestan de madera inmediata pero inevita­blemente repercuten en el desarrollo de la per­sonalidad.  La separación de la madre hace que el niño sea más vulnerable, con sentimientos de desampa­ro e inseguridad constantes. La figura materna como pérdida real es irreparable y obliga al gru­po familiar a elaborar una manera distinta de vivir en familia. En el reencuentro, las madres tienden a ape­garse a sus hijos y, en muchos casos, esto no se consigue debido al desconocimiento que tie­nen unos de otros. Los miembros de la familia se sienten incómodos, con la sensación de que viviendo juntos son extraños y los padres no representan un punto de referencia, respeto o afecto: “el encuentro entre hijos y padres es más una reunión entre desconocidos que una verda­dera reunión familiar” (Falicov, 2006, citada en Puyo, 2009). El objetivo de la reunificación familiar fracasa, a pesar de que la madre sigue haciendo un gran esfuerzo para reacomodar a todos sus miem­bros.

La identidad

La migración afecta a la identidad tanto del niño como de la familia, que siente la necesidad de aferrarse a distintos objetos, costumbres y modismos para poder mantener la experiencia de sentirse uno mismo. La crisis de identidad en los recién emigrados puede manifestarse como rechazo de la propia cultura, llegando a avergonzarse de sus padres por su lugar de procedencia y sus rasgos étni­cos. Se comparan con los iguales del país de acogida, se sienten incapaces de integrarse y se excluyen, formando sus propios grupos de iden­tidad con los que sienten iguales a él. Los miembros de la familia que se reunifican se enfrentan a la desilusión, a la crisis de valores y de roles que tenían de sus respectivos países, ante la diferencias de normas y costumbres. La realidad que perciben no coincide con sus ex­pectativas previas, sintiéndose, por el contrario, decepcionados y desilusionados. Muchas veces desean volver con sus familiares a su país. Tanto los unos como los otros experimentan una sen­sación de vacío. El concepto de pérdida ambigua ha sido pro­puesto por Boss (1999) para describir situacio­nes en las que “la pérdida es confusa, incom­pleta o parcial. A diferencia del duelo producido por la muerte de un ser querido, en el duelo migratorio las pérdidas no son permanentes. La persona que emigra sufre por la ausencia de estos elementos y fantasea con recuperarlos en un futuro”. La situación genera una mezcla de emociones contradictorias que oscilan entre tristeza y alegría, ausencia y presencia, deses­peración y esperanza, que impiden completar el duelo. La ambigüedad está siempre presente en la vida de los emigrantes. Con la partida de uno de los miembros en la familia se establece una reestructuración que afecta al equilibrio, a la identidad familiar y a los roles que cada uno tenía dentro del sistema fa­miliar. Todos estos cambios ocurren durante un proceso de duelo caracterizado por la pérdida que afecta a cada miembro y a la familia en su conjunto y que comienza en el momento que se toma la decisión de emigrar a otro país (Bertino, Arnaiz y Pereda, 2006). Lo que mueve general­mente a los padres a emigrar es la idea de dar a los hijos una vida mejor. En la mayoría de los casos, el emigrante idea­liza la futura tierra. Muy difícilmente se pueden hacer coincidir plenamente las fantasías y ex­pectativas previas al cambio con la realidad que se acaban encontrando.  El apoyo por parte de los cuidadores supone un factor de protección. Es fundamental para la madre sentir que, a pesar de la separación, puede participar en la educación de sus hijos. Si la comunicación con los cuidadores es buena, el vínculo en la distancia se ve menos afectado. Las llamadas por teléfono, cartas, fotos, regalos, etc., juegan un papel simbólico muy importante. Los contactos virtuales facilitan la relación. Así, se van creando lazos permanentes que favore­cen el establecimiento de una historia familiar. La idea del reencuentro familiar está perma­nentemente presente en la vida de estas ma­dres. Existen dos vías para el reencuentro: la reagrupación familiar con la vuelta de la madre al país de origen o la reagrupación en el país de destino. La existencia de un vínculo afectivo sólido, basado en la seguridad, el cuidado y el afecto, se constituye como un factor de protección fun­damental frente a las dificultades generadas por la separación. La etapa del ciclo vital familiar en que se pro­duce la separación juega un papel fundamen­tal. Si los niños son muy pequeños, la elección del cuidador es muy importante por la depen­dencia que muestran de su figura de apego. Su capacidad de entendimiento no les permite comprender el significado de la separación pero experimentan, al igual que los adultos, tristeza y pesar. Con niños más mayores es necesario dar explicaciones acordes con su capacidad de comprensión. Los síntomas más frecuentes que los niños suelen presentar son: conducta regresiva y de­pendiente de la madre antes de su marcha, ra­bietas, problemas de conducta, dificultades de aprendizaje, desmotivación, falta de atención, tristeza, inapetencia, culpa y rechazo. También es frecuente que muestren sentimientos de am­bivalencia y reproches hacia la madre, por las vivencias de abandono.

El duelo migratorio es transgeneracional  

“La elaboración de los distintos aspectos que implica la migración no se agota en la persona del inmigrante, sino que afecta también a sus hi­jos, que moldean su personalidad a través de las identificaciones con las figuras paternas” (Tizón et al., 1992), exactamente igual que cualquier otra situación traumática de la vida del niño. Los hijos viven un duelo aún más complejo que el de sus padres. La forma en que los padres hayan elaborado su propia experiencia influye de manera muy importante en las actitudes que los niños adoptan hacia el país de acogida. Las circunstancias de marginación y exclusión hacen que el duelo se pueda prolongar a través de generaciones y sus efectos persistan hasta mucho tiempo después.

Presentación del caso clínico

A continuación veremos cómo se escenifican, a través de un caso clínico, los supuestos teóri­cos que hemos ido desarrollando a lo largo del artículo. Sergio, de 11 años, y su madre llegaron proce­dentes de Bolivia hace cuatro meses. Acuden al Centro de Salud Mental Infantil derivados por su pediatra por presentar “problemas de conducta y de convivencia”, aunque no refiere dificulta­des de adaptación escolar ni en el aprendizaje.  Antecedentes  La madre se queda embarazada de Sergio con 17 años. Cuando la pareja tiene conocimien­to de esta circunstancia la abandona y entonces la madre decide irse a vivir con los bisabuelos de Sergio.  Cuando Sergio tiene dos años se traslada a vi­vir a España con su madre a casa de un familiar. A los pocos años, es enviado de vuelta a su país con su abuela, por los problemas que causaba con estos familiares.  En el momento de la consulta, la madre tiene nueva pareja y una niña de 15 meses. Entrevista con la madre y el niño La madre comenta: “lleva desde abril en Espa­ña; llegó muy bien, pero ha empezado con pro­blemas de conducta, se levanta enfadado y si no puede dormir, empieza a dar golpes en la pared, se tira en la cama y la empuja contra la pared, ha roto varias cosas. Se golpea con una regla hasta hacerse daño”.  Se incorpora en 5º curso de primaria en un co­legio público. Según la madre, la incorporación al colegio fue bien.  En cuanto a la relación con ella, cada día re­sulta más complicada. Cuando está solo con el padrastro, la cosa va bien pero cuando llega ella va peor, se pone de mal humor: “será que está enfadado conmigo por el tiempo que ha estado allí solo. Siempre te dice que no sabe cómo de­cir las cosas, que no sabe explicar lo que quiere decir y se enfada más si se le pregunta.” Entrevista con ambos padres La relación con el padrastro fue muy bien al principio. Quería llamarle papá y jugaban juntos al fútbol. Los 15 días que han estado de vacaciones han sido complicados: “no se puede dormir pensan­do que hablábamos de él; ha llegado a levantar­le la mano al padrastro, grita que no quiere estar con nosotros, que se quiere ir a un internado. La adaptación está resultando muy difícil”. Tiene muchos celos de la niña, le contesta mal y la pro­voca. “Tuvo que intervenir el abuelo materno, que vive también en España. Le habla fuerte y consigue calmarlo”. Últimamente, la pareja dis­cute mucho por diferencias en las pautas edu­cativas. Él reclama más firmeza y ella cede más. La madre comenta que casi llegan a separar­se. Cuando discuten, el niño les mira y se ríe. Provoca al padrastro diciéndole “pégame, pé­game”; le dice que no es su padre y grita como si le estuviera maltratando. En una visita a solas, Sergio dice: “mi madre me trae aquí para que seamos más felices” y reconoce que se levanta enojado, pero no sabe por qué. Los padres comentan que se enfrenta a ellos. Se pone agresivo, tira cosas, rompe juguetes de la niña, se va al baño y vuelve como si no hu­biera pasado nada y abraza a la madre. Cuando está enfadado, la llama “hija de puta y gilipo­llas”. Amenaza con decir en el colegio que en casa le pegan. Destruye los posters de su equipo de fútbol favorito que decoran su habitación. A la siguiente sesión, no asiste. La madre en­vía una nota diciendo que no ha querido venir. Cuando le vuelvo a ver, me comenta que, en cuanto al absentismo de la sesión, se había en­fadado con la madre y que se quedó en el sillón.  En el colegio se siente bien y juega al fútbol. Me cuenta que echa mucho de menos a su tía, que le cuidó la mayor parte del tiempo. Intento que verbalice las fantasías que tenía en relación al viaje y todo lo que le está supo­niendo la situación actual. “No me lo imaginaba así. Pensaba que aquí era de lujo, que tendría mucho dinero, que tendría la Play 4 y muchos juegos, zapatillas, botas de futbol. Pensaba que tendríamos una casa nuestra, no alquilada, que la televisión sería de plasma, que el colegio ten­dría piscina y un campo más grande para jugar al fútbol con hierba.” Intento llevarle al terreno de la familia. “Con mi madre hablaba por Skype, no la conocía. Me imaginaba que me compraría muchas cosas”. “De B. (el padrastro), como era español, me imaginaba que tendría mucho dinero y como no es así, pues yo estoy muy enfadado. De mi her­mana, me la imaginaba muy guapa y lo es y la quiero mucho” (se le ilumina la cara). En la siguiente entrevista con los padres, co­mentan que va a días. No ha aprobado nada en el primer trimestre, solo quiere jugar a videojue­gos. Se enfada ante los intentos de puesta de límites pero no tanto como antes. Se queja de que se aburre, a pesar de tener la tablet, la con­sola, el ordenador, el televisor…. No se esfuerza y no tiene hábitos de trabajo. La madre está algunas tardes, se sienta con él y terminan discutiendo. “Si viene alguien de visita interrumpe de mala manera o da golpes a las cosas o te mira desafiante. Se mete en medio en las conversaciones entre la pareja”.  El padrastro se esfuerza por compartir acti­vidades con él: el fútbol, lavar el coche, etc. “Es mucho peor de lo que me imaginaba”. Descri­ben mala relación con los padres de B. Recomiendo una entrevista con la orientado­ra para que les ayude a organizar el tema de los deberes y los hábitos de estudio. No acuden a las dos siguientes citas.

Análisis del caso

Impresiona mucha discontinuidad en las figu­ras de apego y la presencia de separaciones re­iteradas (madre, bisabuelos fallecidos, tía abue­la, abuela). Con la madre, no es que tenga que reconstruir el vínculo sino que lo ha de crear, ya que hasta ahora solo era una madre virtual y ab­solutamente idealizada. Podemos inferir que la madre lo tuvo en cir­cunstancias emocionalmente muy adversas, siendo adolescente, abandonada por su pareja y por sus propios padres, teniendo que hacerse cargo de un bebé mientras estaba en situación de duelo y de construcción de su identidad. El niño siempre quiso venir, con expectati­vas depositadas en lo material: aquí sería rico y tendría muchas cosas materiales. Esto es lo que él pensaba que iba a ganar, pero cuando toma contacto con lo que ha perdido (figura de referencia, amigos, descontrol, libertad, seguri­dad…), se impone la dura realidad. Ya se han dado episodios previos que mues­tran dificultades adaptativas, escapándose rei­teradas veces del colegio, tanto cuando estaba con la tía como con la abuela. Elige la vía com­portamental para mostrar su malestar psíqui­co. Agrede y se agrede, como una manera de poner en el afuera el sentimiento insoportable de desazón por no encontrar el paraíso que él había imaginado en su mente, que se escenifica básicamente en el espacio familiar, pudiendo discriminar ámbitos, conteniendo en el colegio los elementos más agresivos que en la familia se desatan. Dice la madre: “se levanta enfadado y no sabe por qué. Será que está enfadado conmigo por el tiempo que ha estado allí solo. Creo que piensa que lo he abandonado; se lo he explicado mu­chas veces y no me hace caso”.  La madre se acerca al sufrimiento emocio­nal que puede haber supuesto para su hijo el haberse sentido abandonado y solo, pero al apelar a la razón, de nuevo se aleja, provocan­do en Sergio sentimientos de ira, incompren­sión e impotencia. Se siente dividida y ago­tada entre el intento de vincularse al hijo y la dificultad del marido de entender la situación emocional de Sergio. La vía autoritaria que elige el padrastro no parece ser muy exitosa. Por el contrario, le aleja más, a pesar de sus buenas intenciones. La del abuelo materno, aunque puntualmente logre pararle, tiene más que ver con el miedo que con la verdadera contención. Las explosiones de ira y los enfados los mues­tra sobre todo en presencia de la madre. Es con ella con quien está más dolido: es ella quien le ha abandonado y es también, en su presencia y en la de los otros (el marido, la hermana), cuan­do se le hace evidente que no es el único para su madre, que hay otros que le hacen sentir como tercero excluido, lo que le resulta insoportable. Por otro lado, no reconoce al padrastro como figura paterna y de autoridad, no solo porque no lo conoce sino porque tampoco ha tenido en la realidad una presencia masculina que le haya servido como referencia en el traspaso a este nuevo padre. No es capaz de poner palabras a esa canti­dad de cosas que le están pasando: sabe que está enfadado pero no sabe por qué. El objetivo del trabajo terapéutico consistirá en ir poniendo palabras a toda esa serie de vivencias insopor­tables, que le invaden y le desbordan, que él no nombra pero que sí actúa en el afuera, además de aprender a modular las emociones y a com­partir a la madre con su nueva pareja y su nueva hermana. “Yo le doy para poder también recibir”. La re­lación materno-filial no es simétrica: es el mo­mento de dar, mucho más que de recibir. Habrá que postergar el momento de la recompensa. Sergio siente que ha tenido muy poco y ahora lo quiere todo. Se muestra muy voraz y lo ma­nifiesta en términos materiales. A pesar de que tiene muchas cosas, nada es suficiente. El vacío emocional que manifiesta es muy grande, segu­ramente porque no sabe que no está ávido de cosas materiales sino de afecto, de relaciones, de puesta de límites y de figuras parentales. Sus carencias no son de cosas, sino de vínculos y afectos. Sabe para qué viene a consulta: “para que seamos más felices”. Capta perfectamente el sentido de la visita. Se siente un monstruito porque es consciente de todo el malestar que genera a su alrededor, y se pregunta: ¿será que estoy enfermo? Pero no ha perdido la esperanza porque “el polvo de hada le va a ayudar a reconstruir su casa. Era pobre, no quería ser huérfano y quería recons­truir su casa”. Los objetivos a trabajar con Sergio y su fami­lia se plantean en relación de la construcción de una identidad entorno a su nueva situación so­cial, personal, familiar y cultural. Todo ha cam­biado y todo es nuevo y su reto en este momen­to es muy grande: aceptar una madre con una nueva pareja y con una hermana, nuevos com­pañeros de colegio, con más nivel que el suyo, etc., y, sobre todo, a que adquiera seguridad y confianza en sí mismo.  

Conclusiones

Desde el punto de vista del modelo comuni­tario, la intervención terapéutica debe plantear­se de forma multidisciplinar e interdisciplinar. El trabajo con las familias emigrantes nos lleva a plantear nuevas formas de intervención que de­ben incluir la perspectiva cultural, social, familiar e individual.  Los objetivos tienen que estar puestos en in­tentar fortalecer el vínculo afectivo, mejorar la comunicación familiar, mantener la identidad familiar e individual, favorecer la reconstruc­ción familiar, facilitar la creación de redes so­ciales de apoyo y darles a conocer los recursos comunitarios. Como psicoterapeuta, creo que nuestra tarea debe consistir en acompañarles en el duro tran­ce de esta aventura que han emprendido y en poder poner palabras ahí donde solo hay senti­mientos confusos, contradictorios y dolorosos. Y, sobre todo, a que se integren en su nuevo espacio familiar, escolar y socio-cultural.

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