Desempeño sociocomunicativo en niños con TEA. Un análisis desde la Lógica Transcursiva (1)*
Dante Roberto Salatino
RESUMEN
Desempeño sociocomunicativo en niños con TEA. Un análisis desde la Lógica Transcursiva. El propósito de este trabajo es revisar los fundamentos neurobiológicos y psíquicos de la llamada Teoría de la Mente (ToM), cuyas supuestas fallas en su desarrollo pretenden explicar la aparición de los trastornos sociocomunicativos que presentan las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) para arrojar algo de luz sobre la aparición de algunos signos como, por ejemplo, los rasgos no sociales del autismo. A partir de un análisis crítico de algunos aportes de las Ciencias Cognitivas, llegamos a la conclusión de que la ToM es un modelo inapropiado para evaluar la comprensión del lenguaje, porque no tiene en cuenta sus aspectos subjetivos. La Lógica Transcursiva, como contrapartida, aporta una interpretación del proceso comunicativo y, de esa forma, demuestra la improcedencia de la ToM. Palabras clave: autismo, Teoría de la Mente, neuronas espejo, comprensión del lenguaje, proceso comunicativo, lógica transcursiva.
ABSTRACT
Socio-communicative performance in children with ASD. An analysis from Transcursive Logic. The purpose of this paper is to review the neurobiological and psychological foundations of the so-called Theory of Mind (ToM), whose alleged flaws in its development pretend to explain the appearance of the socio-communicative disorders presented by people with Autism Spectrum Disorder (ASD) in order to shed some light on the appearance of some signs such as, for example, the non-social features of autism. From a critical analysis of some contributions from the Cognitive Sciences, we conclude that the Theory of Mind is an inappropriate model to assess language comprehension because it does not take into account its subjective aspects. Transcursive Logic, on the other hand, provides an interpretation of the communicative process and thus demonstrates the inappropriateness of the Theory of Mind. Keywords: autism, Theory of Mind, mirror neurons, language comprehension, communicative process, transcursive logic.
RESUM
Acompliment social i comunicatiu en nens amb TEA. Una anàlisi des de la Lògica Transcursiva. El propòsit d’aquest treball és revisar els fonaments neurobiològics i psíquics de l’anomenada Teoria de la Ment (ToM), en la que les suposades falles en el seu desenvolupament pretenen explicar l’aparició dels trastorns socials i comunicatius que presenten les persones amb trastorn de l’espectre autista (TEA) per clarificar l’aparició d’alguns signes com, per exemple, els trets no socials de l’autisme. A partir d’una anàlisi crítica d’alguns aportacions de les Ciències Cognitives, arribem a la conclusió que la ToM és un model inadequat per avaluar la comprensió de llenguatge, perquè no té en compte els seus aspectes subjectius. La Lògica Transcursiva, com a contrapartida, aporta una interpretació del procés comunicatiu i, d’aquesta forma, demostra la improcedència de la ToM. Paraules clau: autisme, Teoria de la Ment, neurones mirall, comprensió de el llenguatge, procés comunicatiu, lògica transcursiva.
*Debido a la extensión del artículo, se ha dividido en dos partes. La segunda se publicará en el próximo número 39 (abril 2022).
Introducción
Las investigaciones realizadas por psicólogos y psicolingüistas cognitivos sugieren que los déficits sociocomunicativos en los niños con Trastornos del Espectro Autista (TEA) se agrupan en dos grandes áreas: 1) La capacidad de prestar atención, que se refleja en la dificultad de coordinar la atención entre sujeto y objeto; y 2) La capacidad de usar símbolos, que se evidencia en la dificultad para aprender los significados convencionales o compartidos de los símbolos, sobre todo en la adquisición de gestos, de palabras, en la imitación y en el juego (Wetherby, 2006).
La capacidad de prestar atención se fundamenta, según esta corriente de pensamiento, en la adquisición por parte del niño de tres logros que le permite ser interlocutor válido para aprender a hablar: a) compartir la atención, b) compartir el afecto, y c) compartir las intenciones (Stern, 1985). A partir de aquí, el niño, a través del lenguaje, puede “regular su comportamiento”, “comenzar la interacción social” y “prestar atención”. Todas son cuestiones que se basan en la dudosa capacidad de los niños de ser “elaboradores de hipótesis”, defendida por la propuesta de Bruner (1981) -quien, a su vez, se basa en las ideas de Chomsky (1957)-, que propone la existencia, en nuestro cerebro, de un “dispositivo de adquisición del lenguaje”; una especie de “procesador lingüístico” innato en donde está “grabada” una “gramática universal”; o, lo que es lo mismo, el conocimiento de las reglas existentes en todas las lenguas. El niño, según esta particular teoría, al recibir los estímulos lingüísticos de su entorno deriva las “reglas gramaticales universales” para formar nuevas oraciones, perfectamente estructuradas.
En cuanto a la emergencia del uso del símbolo, se especula que el niño “adquiere” un repertorio de sonidos convencionales y gestos que expresan intenciones, lo que presupone un creciente conocimiento de los significados compartidos (Bates, 1979); ideas que también tienen la impronta chomskiana.
El tiempo se encargó de mostrar las inconsistencias de las teorías invocadas anteriormente, por no haberse demostrado ninguna de sus predicciones. Sin embargo, hoy en día se siguen utilizando para explicar cómo el niño adquiere el lenguaje y qué es lo que se altera en estos mecanismos inexistentes, como para que un autista presente un déficit sociocomunicativo. Algunas de estas teorías tienen más de 60 años de antigüedad y todas ellas adhieren a la metáfora computacional.
Cuando se trató de hallar un correlato neural del mecanismo de prestar atención, surgió una teoría que trató de establecer un puente entre prestar atención y el desarrollo sociocognitivo. Esta teoría se llamó Teoría de la mente (ToM).
De acuerdo con la teoría original, respecto de la cognición social, los niños desarrollan una sucesión de teorías de la mente que, como verdaderas teorías científicas, postulan entidades mentales abstractas coherentes y leyes que permiten hacer predicciones, interpretaciones y dar explicaciones. Esto les posibilitaría interactuar exitosamente con otras personas (Leudar y Costall, 2009). Para el niño autista o con síndrome de Asperger, afirman los psicólogos cognitivistas, esto no es posible. De allí las dificultades que estos niños tienen para comunicarse socialmente y sus trastornos en el manejo del lenguaje.
La ToM no pasó de la promesa de confirmar la afirmación filosófica cognitivista de que nuestra comprensión y sentido común pueden explicarse mediante una “teoría empírica” de la mente (por ejemplo, Premack y Woodruff, 1978; Leslie, 1987; Wellman, 1990). Esta presunción también es heredera directa de la teoría del lenguaje elaborada por Chomsky, que fue, a la vez, piedra fundamental de la psicología cognitiva (Salatino, 2012).
Este particular y poco comprometido enfoque de lo mental derivó en elucubraciones que asignaban estados mentales a los otros y a uno mismo, coordinados con las acciones sociales; una suerte de lectura mental o mentalización mediante la cual se pueden inferir los estados internos que dan lugar a los deseos, las emociones, las creencias y las intenciones de los demás. El apelativo de “teoría” surgió de la afirmación (sin argumentos válidos) de que la comprensión interpersonal era un logro teórico, que implicaba a una persona que construía y utilizaba una “teoría” o cualquier mecanismo lógico sustituto sobre la naturaleza de las mentes (Leudar y Costall, 2009).
La ToM es una más de las aristas dogmáticas de la metáfora computacional de la mente que fue transformada en verdad objetiva por la psicología cognitiva y desde donde se carece de una perspectiva epistémica adecuada como para saber lo que otra persona realmente piensa o siente, o comprender nuestro propio pensamiento y sentir.
Los defensores de la teoría aducen que solo la evidencia experimental puede determinar si alguien, realmente, es capaz de comprender a las otras personas. Surge así la primera dificultad metodológica para validar esta teoría, ya que la experimentación está preñada de condiciones artificiales, sesgadas y estrictamente controladas como para que se ponga en evidencia que la persona examinada toma cierto “atajo psicológico”, generalmente de índole inferencial, que lo hace comprender qué sienten o están pensando los demás. Los psicólogos cognitivistas toman los datos para sus experimentos de sus inferencias teóricas que surgen, según manifiestan, de la evidencia disponible, la que siempre demuestra estar absolutamente desconectada de las estructuras mentales ocultas que pretenden descubrir.
La Lógica Transcursiva (LT) ha demostrado que las inferencias no son parte del arsenal que utiliza la psiquis para generar pensamientos o ideas (Salatino, 2013), por lo cual llegamos a la conclusión de que las ciencias cognitivas que dan sustento a la ToM están en el camino equivocado porque no logran llegar a la esencia del fenómeno bajo estudio, única forma en que podría tener sentido su propuesta. En pocas palabras, la ToM no es una forma adecuada para analizar el entendimiento social porque se basa solo en patrones de conducta social aparentes, los que nunca pueden ser confirmados en la realidad, porque surgen de fenómenos no observables.
Más allá de la ausencia de argumentos que convaliden el paradigma de la ToM, su cariz dogmático se hace más evidente aun cuando esta propuesta cientificista y autosuficiente que la sustenta se vuelve refractaria a las evidencias neurobiológicas, más allá de la escasa y viciada evidencia empírica con que se cuenta.
Supuestas bases neurales
Más propias de una impostura intelectual al estilo de Alan Sokal y Jean Bricmont, que de una serendipia surgieron en 1996 las “neuronas espejo” en manos de Vittorio Gallese (2001) y su equipo, en el Instituto de Fisiología Humana de la Universidad de Parma, Italia. Las neurociencias cognitivas suponen que esta es la base neural indiscutible de la ToM.
Hasta los mismos defensores de la teoría de que “entendemos la acción” porque la representación de esa acción es activada en nuestro cerebro han puntualizado una serie de evidencias que muestran que los datos obtenidos en los monos no prueba esta teoría de la cognición basada en las neuronas espejo, como tampoco la dudosa existencia de estas células en el humano dedicadas al “entendimiento de la acción”, capacidad que, aunque no posea una definición homogénea entre los investigadores, ha sido asignada como explicación hasta de la percepción del habla, o como un puente necesario entre el “hacer” y el “comunicar” (Rizzolatti y Arbid, 1998).
Otro problema con las neuronas espejo es que su existencia y su comportamiento han sido inferidos a través de una serie de medios indirectos, que carecen de especificidad (tomografía por emisión de positrones [PET], resonancia magnética funcional [fMRI], estimulación transcraneal [TMS], potenciales motores evocados [MEP], entre otros; por ejemplo, Baron-Cohen, Tager-Flusberg y Lombardo, 2013). Dado lo anterior, es que no hay evidencia firme de que, en el mono, las neuronas espejo permitan el “entendimiento de la acción”. Por otro lado, la relación entre las neuronas espejo de los monos y el sistema espejo del humano no es paralela o, mejor, es indeterminada. En el humano, el “entendimiento de la acción” (si es que esto existe) está disociado de los aspectos neurofisiológicos del supuesto sistema espejo. Hay una franca disociación entre el supuesto “entendimiento de la acción” y la producción de la acción. El daño de la circunvolución frontal inferior (la zona cerebral humana homóloga a la F5 del mono, que es donde se encontraron las neuronas espejo por primera vez) no se correlaciona con un déficit del “entendimiento de la acción”. Finalmente, la generalización del sistema espejo al reconocimiento de la voz falla por cuestiones empíricas. En resumen, por fascinante que sea la propuesta de la existencia y funcionamiento de estas células, nunca ha sido debidamente testeada en monos y, en humanos, hay una fuerte evidencia empírica de una doble disociación fisiológica y neuropsicológica que conspira en su contra (Hickok, 2009, 2014).
Merece un análisis especial el apartado del reconocimiento de la voz y el comienzo de la comunicación intencional en el humano, manejado por las neuronas espejo, dada la importancia que el tema tiene en los autistas que presentan frecuentemente serios trastornos en el manejo del lenguaje, los que son achacados a una dificultad en la elaboración de la ToM.
La osadía de la propuesta (Rizzolatti y Arbid, 1998) es tal que se le asigna una “gramática prelinguística” al control y observación de la acción en el cerebro del mono. Con el objeto de proveer una expresión abstracta del significado de la actividad neural de la corteza premotora (area F5 del mono), los investigadores eligieron adherir a la teoría lingüística “gramática de casos” de Fillmore (1968), un derivado de la teoría sintáctica de Chomsky. Este abordaje del lenguaje considera la existencia de una estructura superficial y otra profunda de las sentencias. O una estructura imperativa (asignada arbitrariamente a las neuronas canónicas de la región F5) y una declarativa (asignada de la misma manera a las neuronas espejo de la región F5 del mono). Luego, de una manera casi mágica, se produce una transición de la acción al lenguaje, aplicándosele a los comandos lingüísticos el mismo principio que a los comandos motores, haciendo que el área de Broca “codifique frases verbales”, restringiendo “frases nominales”. Este conocimiento (objetos o frases nominales) podría estar completamente fuera del área F5 (en el mono) o de Broca (en el humano); por ejemplo, en el lóbulo temporal.
Más allá de la falta total de fundamento que muestra esta extraña forma de sugerir el origen de nuestro lenguaje, en un trabajo anterior (Salatino, 2012, p. 257) demostramos que ninguna de las teorías lingüísticas cognitivas vigentes hoy cumple con demostrar cómo se produce y comprende nuestro lenguaje, y mucho menos pueden aportar algo sobre su origen, o de las supuestas estructuras mentales que lo soportan.
Según el análisis realizado, la aseveración “hay evidencia que las mismas estructuras neurales que se activan durante las sensaciones y emociones se activan también cuando las mismas emociones y sensaciones son detectadas en los demás” (Gallese, 2001), carece de fundamento, por lo que las neuronas espejo no tienen ninguna relación demostrada con la “representación de la acción”, ni con la empatía o ponerse en el lugar del otro.
Explicación de los rasgos “no sociales” del autismo
Haremos un intento de esclarecer, desde la LT, las características “no sociales” de la conducta del autista, que no pueden ser explicadas por la “falta” de una ToM.
“El lenguaje convencional solo puede aportar significado, es decir, una apreciación superficial y externa de lo que el sujeto percibe y elabora en su contacto con el entorno, pero de ninguna forma es aceptable que se le asigne a un arbitrario código convencional, la tarea de soportar todo el funcionamiento cognitivo y social, y mucho menos, que sea capaz de poner en evidencia sus mecanismos íntimos” (Salatino, 2018b, p. 398).
Para comprender cabalmente la aseveración anterior es imprescindible que precisemos cómo se estructura y funcionaliza una psiquis estándar, para luego interpretar mejor las diferencias psíquicas que poseen los autistas, determinantes de los déficits sociocomunicativos que muestran estos niños (Salatino, 2021).
Revisemos rápidamente y con un nivel menos técnico lo que dijimos en otro trabajo (Salatino, 2012, p. 340). Allí se establecieron minuciosamente los distintos momentos evolutivos del desarrollo psíquico y se hizo una ligera mención al fenómeno de la comprensión. Aquí veremos con más detalle este fenómeno, pero sin dejar por ello de referirnos a las distintas instancias que la posibilitan.
Prestemos atención a la Figura 1 del anexo. En ella se puede observar una serie de sucesos que, de alguna manera, representan los elementos que intervienen en la formación de la primera estructura lógico-relacional que sustentará la actividad cognitiva propiamente dicha, es decir, la especie.
Como vemos en la figura, todo comienza con un cambio, que bien puede ser externo o interno y que es lo que se percibe en primera instancia (ya comenzamos a comprender por qué el autista tiene problemas con el lenguaje). No importa por ahora de qué se trata lo percibido, sino que existe una necesidad imperiosa que debe ser satisfecha y este es el único medio disponible para lograr tal satisfacción. Además, como también muestra la figura, la formación de una especie pasa por dos etapas principales: a) El logro de la identidad del objeto y b) El logro de la identidad del sujeto.
Etapa a. La identidad del objeto es un proceso que se dispara luego de la percepción de un objeto auténtico (Oa) que está destinado a paliar la necesidad vital. Satisfecha esta y después de su reaparición junto a la ausencia simultánea del Oa, se genera un objeto aparente (OA) que no solo atenúa sin eliminar la insatisfacción, sino que reemplazando al sujeto (objeto) necesitado, da origen al objeto objetivo (OO), lo percibido.
Evolucionada esta situación y tras tolerar la co-presencia del OA y el Oa, se da lugar a un objeto subjetivo (OS) que certifica las diferencias entre el OO y el sujeto como objeto o sujeto objetivo (SO). Queda establecida, de esta forma, la primera relación entre el SO y el OO, dejando constancia así de un cambio o transformación operada en la superficie, en la evidencia, en la apariencia: el cambio objetivo (VO) y la conformación de la identidad del objeto, con sus dos vertientes: OO (el superficial) y OS (el profundo). El mecanismo principal que permite lograr esta identidad es el “tolerar diferencias”.
Etapa b. Las diferencias aceptadas en la etapa anterior no resuelven la ausencia de una fuente de satisfacción para su necesidad y esto es debido a que el supuesto cambio infligido por el SO parece no ser tal, por lo que se debe buscar algún otro elemento, de preferencia no-organizado, que sea capaz de transformar al OS. Esto último, finalmente, se logra abandonando (negando) el proceso organizativo usado hasta ahora y generando un sujeto subjetivo (SS) al tolerar que sensaciones distintas puedan ser percibidas por sujetos distintos pertenecientes a la misma categoría.
Así se conforma, por un lado, la identidad del sujeto con sus dos vertientes: SO (el superficial) y SS (el profundo) y, por otro, se establece una segunda relación o cambio en la profundidad: el cambio subjetivo (VS), esta vez entre el SS y el OS, completando de esta manera una tercera identidad. Esta identidad corresponde al cambio, que ahora tiene dos vertientes: VO (el aparente o superficial) y VS (el oculto o profundo).
El mecanismo principal para el logro de la identidad del sujeto es la tolerancia de las semejanzas entre los dos tipos de sujeto, que quedan contenidos y diferenciados en una categoría. Esta etapa está vedada al autista, por lo que la falta de identidad del sujeto (que queda tácito) y del cambio (que no se percibe) deja incompleta su conformación psíquica.
Ahora ya tenemos los cuatro elementos que constituyen una especie, a saber: sujeto (S), objeto (O), las diferencias objetivas que los unen (VO) y las semejanzas subjetivas que los separan o categoría, que está representada globalmente por VS. El esquema de la izquierda de la Figura 1 del anexo deja constancia de esta estructura de la especie y de la dinámica descrita.
Este proceso, como bien indica la figura, es cíclico; se vuelve a repetir luego de pasado un tiempo y predispone para lograr la satisfacción completa, algo que se dará cuando surja la verdadera comprensión de un hecho determinado, o lo que es lo mismo, cuando se descargue la tensión acumulada a través de múltiples insatisfacciones, mediante una respuesta concreta que certifique la interpretación cabal de la situación planteada; esto es, cuando usando el pensamiento, se le encuentre sentido a algo. Por eso, el autista no le encuentra sentido a nada que tenga que ver con lo sociocomunicativo.
Una especie es como la música, ya que conforma el sustrato adecuado para poder expresar circunstancias, sentimientos, ideas o pensamientos, aunque a diferencia de esta, no es un estímulo que afecte la percepción, sino un logro perceptivo que dispone de elementos equivalentes a los musicales (Salatino, 2018b, p. 249). Por tal razón, la musicoterapia sigue siendo una herramienta terapéutica útil en el caso de los niños con TEA.
Hay una serie de peculiaridades del funcionamiento del sistema nervioso central (SNC), que se conoce como geometría funcional y que incluye neurogénesis y plasticidad, circuitos neuronales, el SNC como sistema controlado y regulado en forma autónoma, el acoplamiento eléctrico entre neuronas, la bi-ritmicidad de algunas neuronas que fungen como detectores de simultaneidad, la neuromodulación y la conmutación o biestabilidad de toda una red influyendo sobre una neurona, que justifican una conformación inicial de psiquis del ser humano, como la que hemos descrito (Salatino, 2018a).
El otro aspecto que debemos puntualizar, si pretendemos entender a qué nos referimos cuando hablamos de habilidades sociales, es definir qué es un hecho real desde el punto de vista social.
Lógica de un hecho real desde el punto de vista social
Hay una serie de relaciones que ligan los elementos fundamentales que determinan un acto social elemental.
La figura 2 del anexo nos confirma, por un lado, las interrelaciones que se establecen entre el deseo y la creencia en un individuo social, vale decir, el carácter impuesto o voluntario de cada uno de ellos y el surgir desde allí de las distintas creencias (Tarde, 1895, p. 12). Los códigos asignados en el gráfico obedecen al haber considerado el deseo como patrimonio del sujeto y la creencia como un objeto de ese deseo. Pero, por otro lado, este esquema corrobora, sin lugar a duda, que el núcleo lógico de todo acto social, tal como lo vemos aquí, es un patrón autónomo universal (PAU), de acuerdo con la definición que da la LT (Salatino, 2017).
Por otro lado, las necesidades que dan origen al acto social se ven satisfechas a través de los patrones sociales que se evidencian, individualmente, en el comportamiento del sujeto o individuo y a nivel social, en la conducta de una persona, mediante una serie de figuras sociales.
Estas figuras sociales cumplen la función no trivial de establecer el rol social que se hace evidente mediante una conducta determinada; o sea, por aquel comportamiento que está limitado por una norma (Salatino, 2009) (ver Figura 3 del anexo).
Los dos aspectos sociales considerados son vitales a la hora de establecer cómo es que adquirimos nuestro lenguaje natural.
Sobre la realidad subjetiva
La LT nos muestra una realidad que no es un yermo exento de vida, sino todo lo contrario: es lo que contiene todo aquello que es posible gracias a la vida, pero que no se puede mostrar directamente, sino solo a través de sus inconfundibles manifestaciones. La realidad subjetiva es todo lo que no se ve, pero sí se percibe y se siente y a lo que todo ser vivo tiene que responder en el duro trajinar de inscribir, en “carne propia”, su historia; aquello que nos afecta en forma directa y se manifiesta indirectamente por su presencia. Desde la realidad subjetiva no tiene sentido distinguir entre realidad y ficción, porque el ensamble de todos los mundos posibles es el único mundo posible fuera de la monocontextura.
La visión que nos otorga nuestra realidad subjetiva sobre la realidad cotidiana es de pura ficción: es como el sonido de la campana que utiliza el no vidente para “ver” la hora en el reloj del campanario de la iglesia. La realidad subjetiva es transparente, no proyecta sombra alguna, no deja huella en el camino, aunque sí en el sujeto que la ostenta. La LT permite pesquisar esas huellas y proyectarlas en la conducta y comportamiento evidentes, sin sentir la influencia de esquemas y formalidades que respondan a una ley determinada vigente en el contenido monocontextural.
En la realidad subjetiva lo que tiene sentido y lo que no lo tiene no está irrevocablemente determinado por una convención sociocultural, sino por aquello que “haciéndose carne” puede ser relacionado con el único entorno en donde es posible sobrevivir. Proyectar lo subjetivo no es hacer perfectamente cotidiano y natural lo fantástico, lo alucinatorio, la alienación transitoria del devaneo, ni convertir en ley una sensación de irrealidad. Es mostrar la historia evolutiva que permitió que todo ser vivo, de acuerdo con su complejidad, pase por las etapas acumulativas de sujeto, individuo y persona, según sea el caso. Esa es la tarea de la LT.
La realidad subjetiva, vista desde la monocontextura (desde nuestro universo) presenta características que la hacen opaca a nuestra ignorancia porque, como ya dijimos, no se muestra directamente, sino que se sugiere. Su atemporalidad interna cual urdimbre onírica, la falta de un límite neto entre la vida y la muerte, la identidad escindida, la convivencia sujeto/objeto son algunos de los factores que la ligan a la existencia de todo ser viviente.
Es como si ese mundo extraño, a pesar de ser tan propio como único, fuera el producto de un ataque vesánico que obligara al sujeto a expresarse en un lenguaje aparentemente incomprensible y desconocido, por lo menos, para los cuerdos que habitan la monocontextura. Es una manifestación que, siendo contraria a las reglas y a las normas que nos obligan a una concepción sin límites de nuestro limitado mundo, nos faculta para tener una percepción, ni mejor ni peor, sino distinta de la realidad.
La realidad subjetiva es ese ámbito inefable en donde se puede llegar a un conocimiento verdadero (con sentido) y encarnado sin mediar comprobación empírica alguna, como tampoco un sustento lógico o racional que asegure el cumplimiento estricto de las llamadas leyes de la naturaleza, esas que, vistas desde la policontextura, parecen ser meros obiter dicta (1).
Cuando lo que se percibe no coincide con las evidencias que se muestran no siempre estamos frente a estado de insania. Podríamos decir sin temor a equivocarnos demasiado que, cuando esto ocurre, es porque algún contacto no habitual se ha producido entre la aparente realidad objetiva y la ineludible subjetividad.
La realidad subjetiva no tiene relación con las cosmovisiones religiosa, poética y metafísica que planteara Dilthey (1949) en sus Ciencias del espíritu, ni con paradigmas que estén sufriendo una actualización en un intento de sobreponerse a la obsolescencia de viejos esquemas. Tiene que ver con verdades o creencias, necesidades o deseos que nos hacen ver, en forma individual, un universo en el que se dirime nuestra vida, nuestro conocimiento y nuestro lenguaje natural.
Esta realidad, que involucra una actividad vital, psíquica y social, no se relaciona con la objetividad que trata de imponer la ciencia, ni la lógica que la sustenta o la filosofía que la justifica. Por lo tanto, no está condicionada por el grado de desarrollo social, ni por el status científico, ni el nivel de instrucción. Las ideologías, las religiones, la ciencia o las doctrinas políticas influyen en la concepción que cada uno tiene de la realidad en función, estrictamente, de las creencias o verdades sociales que son consecuencia directa de la necesidad imperiosa de ser considerado.
Cada ser viviente tiene la capacidad de formar una estructura interna que le permite adaptarse para seguir vivo. De alguna forma, se podría decir que cada sujeto genera un modelo del ambiente en donde aprende a mantener su vida, a dialogar con su entorno y a relacionarse con sus semejantes. No es una estática imagen interna que, con correspondencia uno a uno y atada a un tiempo específico, nos dé la información básica de una supuesta verdad absoluta, como pretenden hacernos creer las teorías modernas, al considerar al espacio como el contenedor de dicha realidad. En esta estructura interna que estamos planteando radica la posibilidad de generar una realidad subjetiva que, según la complejidad del ser vivo de que se trate, podrá ser construida a través de su biología, o de la biología más la actividad de su sistema nervioso, o de ambas, más su actividad sociocultural.
Según lo anterior, el último de los sujetos que representa al hombre detenta una acumulación adaptativo-evolutiva de elementos que le permiten afrontar su realidad. Esto no significa que, además, el ser humano tenga la posibilidad de hacer una mejor evaluación de esa, su realidad, según una serie de aditamentos de índole social y, por ende, aparentes, que lo colocan, supuestamente, en la cúspide de la cadena evolutiva. O dicho de otra forma, aunque obtengamos una respuesta diferente ante la pregunta ¿Qué es la realidad?, hecha a personas con distinto nivel de instrucción, no quiere decir que comprendan esa realidad acorde al sentido común que permite una explicación empírica; como tampoco, desde una visión crítica que fundamente una explicación científica, ni mucho menos, desde supuestas causas primeras dentro de un orden natural que justifican, sin hacerlo, una reflexión fundamental y sistemática.
Cada ser vivo tiene la realidad que necesita. Por esa razón, carece de sentido toda pretensión definitoria, a excepción de la del hombre que al estar inmerso en un sistema al que trata de definir, siendo parte de esa definición, es incapaz de sostener una objetividad que alcance los inconmensurables límites que se le asignan. El simple hecho de tener que cumplir con una mera convención no le deja ver la realidad que se esconde tras la apariencia.
Cada ser vivo tiene la realidad que su nivel evolutivo le permite reconocer; por lo tanto, es dependiente de su sistema bio-externo (2) y, dentro de él, del sistema nervioso o su equivalente. En el caso del hombre, no tiene nada que ver con la concepción ingenua que tenía Kant en este sentido y que, de alguna u otra forma, ha sido y es la que sostiene la ciencia, sobre todo la investigación moderna. Esto no quiere decir que cada especie vea al universo que lo rodea de una manera distinta, según sus diferencias biológicas, sino que, y de acuerdo con su nivel de complejidad, como ya dijimos, construye dicha realidad en función de sus necesidades, pero guiada por un único lenguaje: un lenguaje universal que las asocia a todo lo que tiene o sirve para generar vida.
Las pautas de lo viviente
Según nuestro enfoque, algo puede ser considerado vivo si:
- a) El origen, el orden y la función de los elementos básicos que permiten la vida son inseparables y universales.
- b) Si en vez de mostrarnos una instantánea de su presente nos refleja su historia y su clara intención de sobrevivir.
- c) Si no exhibe un límite preciso entre él y lo que no tiene vida.
- d) Si en su conformación intervienen unidades elementales que son evolutivas, que hacen a lo viviente más que a unidades de vida.
- e) Si sus formas primordiales son más simples (o menos complejas) que las formas finales, aunque ambas partan de la misma estructura básica.
- f) Si tiene en su base la misma estructura lógica de relaciones elemental que todo lo vivo. Si lo rige el mismo lenguaje universal que a todo lo demás.
- g) Si su condición de viviente surge de la distinción entre un nivel superficial (aparente) y un nivel profundo (oculto). Y por cómo el nivel profundo se proyecta en el superficial dando origen a un cambio o transformación entre lo cuantitativo y lo cualitativo, generando un ciclo que vuelve a comenzar en forma indefinida.
- h) Si las propiedades emergentes (aparentes) son discretas, mientras que aquellas que controlan las transiciones profundas son continuas.
Por lo tanto, los criterios mayores necesarios para entender lo viviente, tal como se lo presenta aquí son: el orden, el desorden, el cambio, la frontera, el comportamiento cíclico y sus dimensiones: estructural (1D), dinámica (2D), funcional (3D) y trascendente (4D). Estas pautas podrían acotarse aún más si dijéramos que el enigma de la vida se restringe a resolver un único problema: encontrar sentido a la realidad con la sola intención de sobrevivir.
El proceso de dar sentido a lo real que aquí conoceremos como semiosis o acto sémico no queda restringido a una Biosemiótica o semiótica de la vida. Antes bien, es considerado como un verdadero proceso viviente en donde los aspectos contrarios se funden en una unidad compleja que, en total acuerdo con todo lo real, se transforma en signo de una mediación entre contexturas.
Este proceso cíclico es el motor oculto que promueve en el ser vivo los saltos en el tiempo, por la delgada línea unidireccional del eterno presente que separa su pasado de su pretérito futuro (3).
La semiosis es considerada como el fruto de una evolución que nunca termina y que ha llevado a la vida y sus expresiones a lo que hoy conocemos. En esa evolución, lo vivo fue adquiriendo un lenguaje universal (LU), que es el que estructura toda la realidad en su conjunto.
Es probable que se haya estructurado primero el entorno y le siguieran a continuación escarceos de vida que, para poder diferenciarse previamente y mantener esa diferencia después, tuvieran que asimilar la estructura lógica (relacional) de lo que los rodeaba. Configurándose, lógicamente, en forma homóloga aprendieron y pudieron evolucionar; esto es, sobrevivieron.
Posteriormente y como consecuencia de haberse desarrollado un sistema de control interno, el sistema nervioso central (SNC), habría surgido la posibilidad de estructurar sobre la base del mismo LU, encarnándolos, el manejo de ciertos procesos que, por repetitivos, se automatizaron y sirvieron para una mejor adaptación a las exigencias y una mayor aptitud para mantener su condición de vida.
El crecimiento exponencial en la complejidad de los distintos sistemas desarrollados promovió un mayor consumo de recursos. El agotamiento precoz de estos obligó a reponerlos y el modo de reposición escindió el mundo biológico en dos grandes subsistemas. Por un lado, el de los vegetales y seres simples que, o bien generan sus propios recursos valiéndose del entorno o bien los tienen a la mano. Por otro lado, el de los animales, en quienes su SNC les permite buscar el sustento que fueron incapaces de producir, obligándolos a grandes desplazamientos.
Los peligros que amenazan la vida en el largo camino hacia el logro del sustento obligan a estructurar un mecanismo de alerta para protegerse de tales amenazas. Surge la protopsiquis, que, además, permite controlar mejor los mecanismos automáticos surgidos de la experiencia (4).
La aparición de otros organismos individuales hizo imperioso el surgir de algún medio de comunicación entre ellos, para asegurar dos aspectos importantes: en primer lugar, sobrevivir, a través de reforzar las tareas individuales con las grupales en pos de prolongar la vida; y en segundo lugar, de perpetuar la especie. Lo anterior sugiere que, fuera del LU, que como base sustenta la estructura de toda la realidad, apareció otro lenguaje que fue utilizado como medio de comunicación entre pares, pero no con el objeto de transmitirse información entre ellos, sino como un modo de lograr distintos niveles de reorganización de la realidad circundante. Todo con el único fin de una mayor y más adecuada adaptación, este lenguaje es el lenguaje natural (LN). La Figura 4 del anexo resume el proceso de semiosis descrito anteriormente.
Notas
(1) Dichos de paso, que nunca terminan siendo leyes.
(2) El sistema real que abarca su cuerpo y los objetos externos a él.
(3) “Lo que fue, será.” Se tiene una respuesta antes que el futuro se haga presente. Este futuro no es un futurable, es decir, no es un futuro posible condicionado en causa y efecto, sino solo en la causa, por algo que ocurrió con anterioridad. Podríamos, de alguna manera, asemejarlo a un futurible, por ser similar al futuro deseable de Bertrand de Jouvenel (1967, p. 18). Y digo similar porque aquí, a diferencia de lo propuesto por este autor francés, el deseo no se origina necesariamente en un cuestionamiento de la situación presente, cuyo origen está en lo que se aprendió en el pasado, sino que por haberse originado y satisfecho en el pasado, determina el futuro. “Si algo no fuera lo que fue, seguramente no es lo que parece ser.” Esto no es hacer prospectiva o imaginar un futuro: es predecir el futuro para dar cumplimiento a un solo deseo: seguir vivo. No debe confundirse con el tiempo de verbo futuro anterior que describe una acción que va a desarrollarse en el futuro, pero que ya quedó completamente definida en el pasado, es decir, que indica una anterioridad de la acción. En el pretérito futuro nada se dice de la acción en sí, solo del ubérrimo pasado, además no es un tiempo verbal. ¡Es un tiempo vital!
(4) “Los procesos psíquicos nacieron […] bajo la presión selectiva, tienen un valor de conservación de la vida y la especie […]” (Lorenz y Leyhausen, 1979, p. 6).
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