De lectores y escritores: consideraciones acerca de la clínica psicoanalítica lacaniana y su práctica
Mauro Lionel Zamijovsky
RESUMEN
De lectores y escritores: consideraciones acerca de la clínica psicoanalítica lacaniana y su práctica. En el presente trabajo se abordarán interrogantes que se desprenden y se alinean a partir de la pregunta: ¿cuál es el horizonte de la clínica psicoanalítica de orientación lacaniana? Se indagarán algunas dificultades que dicha pregunta suscita y se esbozará una respuesta utilizando como metodología la referencia directa al autor Jacques Lacan y a otros que se consideran valiosos para la discusión. Se realizarán algunas consideraciones sobre el concepto de “inconsciente” y de lo “real” para el psicoanálisis, tomando aportes del psicoanálisis mismo, así como de la filosofía del derecho y de la filosofía zen. Se contrastará la articulación teórica con un caso clínico en el que se torna visible cómo las entrevistas parentales pueden desarticular la armazón sintomática de un niño. Palabras clave: clínica psicoanalítica lacaniana, real, inconsciente, teoría del cuento, entrevista parental.
ABSTRACT
About readers and writers: Considerations about the Lacanian psychoanalytic clinic and its practice. In the present work we will address questions that are detached and aligned from the question: what is the horizon of the psychoanalytic clinic of Lacanian orientation? Some difficulties that this question arouses will be investigated, and an answer will be outlined using as a methodology the direct reference to the author Jacques Lacan, and to others that are considered valuable for the discussion. Some considerations will be made about the concept of “unconscious” and the “real” for psychoanalysis, taking contributions from psychoanalysis itself, as well as the philosophy of Law and Zen philosophy. The theoretical articulation will be contrasted with a clinical case in which it becomes visible how parental interviews can dismantle the symptomatic framework of a child. Key words: Lacanian psychoanalytic clinic, real, unconscious, story theory, parental interview.
RESUM
De lectors i escriptors: Consideracions sobre la clínica psicoanalítica lacaniana i la seva pràctica. En el present treball s’abordaran interrogants que es desprenen i s’alineen a partir de la pregunta: quin és l’horitzó de la clínica psicoanalítica d’orientació lacaniana? S’indagaran algunes dificultats que aquesta pregunta suscita i s’esbossarà una resposta utilitzant com a metodologia la referència directa a l’autor Jacques Lacan i d’altres que es consideren valuosos per a la discussió. Es realitzaran algunes consideracions sobre el concepte d’”inconscient” i del que és “real” per a la psicoanàlisi, prenent aportacions de la psicoanàlisi, així com de la filosofia del dret i de la filosofia zen. Es contrastarà l’articulació teòrica amb un cas clínic en què es torna visible com les entrevistes parentals poden desarticular la carcassa simptomàtica d’un nen. Paraules clau: clínica psicoanalítica lacaniana, real, inconscient, teoria del conte, entrevista parental.
¿Qué hacemos cuando hacemos lo que hacemos?
Las palabras son lo más importante que tenemos. Con ellas, no sólo nombramos el mundo; con las palabras, lo construimos o lo dinamitamos. En ellas están el amor y el sufrimiento, la alegría y el odio. En las palabras están los motivos para vivir y para morir. Escucharlas conlleva una responsabilidad oscura, confusa, porque en no pocos casos quien nos habla nos está mostrando las barajas de su existencia. Este trabajo es la búsqueda de una explicación, una respuesta mínima a una pregunta fundamental emergente de nuestra clínica: “¿qué estoy haciendo con este analizante?”. No es una pregunta inocente y su insistencia -podemos hipotetizar- remite a la dificultad general de los psicoanalistas para dar cuenta de modo racional de nuestra práctica. Se dará un primer paso en el intento de problematizar el asunto con la siguiente cita: “el psicoanálisis es concebido como una práctica terapéutica, que opera como respuesta racional y, por lo tanto, comunicable, al malestar en la cultura específica del sujeto de la ciencia, que se manifiesta como un exceso de malestar” (Eidelsztein, 2012, p. 11). Se comenzará por subrayar el término “concebido”, ya que ilumina el espíritu que dio nacimiento a la praxis, así como lo que se demanda socialmente de ella: la terapéutica (1). Nuestra discusión irá en vías de pensar si la terapéutica es o no el horizonte inmediato de nuestra práctica y, fundamentalmente, en qué términos. Lacan no duda en decir que “terapiar lo psíquico no vale la pena. Freud también lo pensaba. Él pensaba que no había que apresurarse a curar. No se trata de sugerir ni de convencer” (Lacan, 1977, p. 7). Aquí se nota un matiz más benévolo del término “cura” (2) -al que hace uso en numerosas oportunidades en su obra- respecto al de “terapia”. No obstante, estas dos expresiones están íntimamente ligadas, lo cual se observa en las definiciones de cada una. En la definición de terapia está incluido el término curación, al cual se podría señalar como la incógnita en una fórmula: terapia = tratamiento = proceso basado en los medios que posibilitan la x (curación) o el alivio de las enfermedades o de los síntomas que una dolencia provoca. Ahora bien, conocemos el valor de la X. Reemplacémosla: terapia = tratamiento = proceso basado en los medios que posibilitan el cuidado, la ocupación, o el alivio de las enfermedades o de los síntomas que una dolencia provoca. Es observable que en ningún lugar se afirma que el tratamiento implica necesariamente la eliminación de los síntomas sino más bien su ocupación y su cuidado. ¡Raro deslizamiento es el que puede tentar al analista a librar a los analizantes del padecimiento, a querer convidarlos con la fuente del bienestar! Entonces…
¿En qué se basa la clínica psicoanalítica?
Habiendo despejado tentativamente el punto anterior, se puede dar otro paso. De un modo análogo a la pregunta que nombra este apartado, Lacan (1977) se formula en la Apertura de la sección clínica qué es la clínica psicoanalítica, y se contesta: “no es algo complicado, la clínica tiene una base: es lo que se dice en un psicoanálisis” (Lacan, 1977, p. 1), y también, “la clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que cuando se haya tomado conciencia de ellas serán de grave envergadura” (Idem, p. 2). Así mismo, en El psicoanálisis verdadero y el falso, Lacan apunta: “el psicoanálisis verdadero tiene su fundamento en la relación del hombre con la palabra. Esta determinación, cuyo enunciado es evidente, es el eje con respecto al cual deben juzgarse y calibrarse sus efectos: entendiéndose estos efectos en su extensión más general, a saber, no sólo como cambios diversamente benéficos, sino como revelación de un orden efectivo en los hechos hasta ahora inexplicables, a decir verdad, de hechos nuevos” (Lacan, 1958, p. 1). Por otro lado, en El seminario de Caracas, afirma que en la práctica psicoanalítica debemos orientarnos por los tres registros que nos legó (Lacan, 1980, p. 2), y en referencia a ellos, en La tercera comenta: “lo simbólico, lo imaginario y lo real es el enunciado de lo que efectivamente obra en vuestra palabra cuando se sitúan a partir del discurso analítico, cuando ustedes son el analista. Pero esos términos sólo emergen de veras para y por ese discurso” (Lacan, 1974, p. 81). De esta serie de citas se extrae como precipitado la siguiente conclusión: la clínica psicoanalítica tiene su base, su fundamento, en el habla (3), en lo que se dice en un psicoanálisis, es decir, dentro de la experiencia analítica. Sus efectos no son sólo cambios benéficos en un sujeto, sino también la revelación de la lógica, del orden de los hechos que hasta el momento le parecían inexplicables, así como la aparición de hechos nuevos (ya que todo hecho es discursivo). ¡Hasta qué punto el trabajo del psicoanalista diverge de la medicina, hasta qué punto la materia con la que trabajamos es diversa! La materia del psicoanálisis son las narraciones, las palabras, los significantes (que no pocas veces marcan la carne). Si un analizante habla de su pareja, serán de la competencia del analista las palabras con las que se la nombra. Si se habla de un padecimiento, importarán las coordenadas discursivas en las que se lo ubica. Palabras, nada más, ni nada menos. Y en este universo de palabras nos orientamos a partir de los registros concebidos para la experiencia analítica: imaginario, real y simbólico. Muy bien, pero, efectivamente, ¿hacia dónde nos orientamos? Se avanzará un poco más en esta dirección. “El sentido del síntoma depende del porvenir de lo real, por tanto (…), del éxito del psicoanálisis. A éste se le pide que nos libere de lo real y del síntoma, a la par. Si eso ocurre, si tiene éxito con esta demanda, puede esperarse (…) cualquier cosa, a saber, un regreso de la religión verdadera (…). La religión verdadera no está loca, se vale de todas las esperanzas, digámoslo así, las santifica (…). Pero entonces, si el psicoanálisis tiene éxito, se extinguirá hasta no ser más que un síntoma olvidado. (…) Todo depende de que lo real insista. Para ello, el psicoanálisis tiene que fracasar” (Lacan, 1974, p. 85). Si el psicoanálisis tiene éxito, se extinguirá. El psicoanálisis tiene que fracasar. ¡¿Cómo se puede interpretar esto?! En principio, se dirá que el psicoanálisis deberá abstenerse de brindar esperanzas religiosas acerca de la liberación del síntoma y de lo real (debe incluso fracasar en dicha empresa). Pero entonces, ¿qué puede ofrecer? Para responder esta pregunta habrá que interrogar primero cuál es el real en juego, ya que lo real, como imposible, se presenta como un problema crucial para el psicoanálisis. ¿Por qué es posible afirmar esto? Iremos por partes, haciendo un rastreo de algunos términos de nuestra lengua.
Lo real como imposibilidad lógica
Los que quieren investigar con éxito han de comenzar por plantear bien las aporías Aristóteles, Ética a Nicómaco Si se comienza revisando las acepciones de “problema” en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE, 2001), se encontrará que refiere a una proposición o dificultad de solución dudosa; un conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin. Ahora bien, si se retiene esta definición se podrá observar la notable congruencia con la etimología del término “aporía”: el término aporía -del griego ἀπορία, dificultad para el paso-, hace referencia a los razonamientos en los cuales surgen contradicciones o paradojas irresolubles; en tales casos, las aporías se presentan como dificultades lógicas (Wikipedia, 2016). Hagamos un último deslizamiento semántico para señalar la proximidad de la aporía con el koan, al que se definirá como un problema en la tradición zen planteada por el maestro al alumno, cuya formulación pareciera ser en apariencia absurda, ilógica o banal, y cuya resolución resulta errónea o imposible desde el pensamiento racional precedente (Zen Koan Database, 2016). No deja de sorprender la resonancia de estos términos con las definiciones de lo real dadas por Lacan (1974) en La tercera, donde lo conceptualiza como “lo que anda mal”, “lo que se pone en cruz ante la carreta”, “lo que vuelve siempre al mismo lugar”, “lo imposible de una modalidad lógica”, “lo inaccesible a la representación” (p. 81-82). Para ser más gráficos y brindar un soporte visual de lo que se está queriendo transmitir respecto a la noción de real, nos serviremos del ejemplo dado por Lacan (1956) en el Seminario sobre la carta robada (4), pero adaptándolo a nuestra más mundana experiencia: el cara o cruz. Supongamos que tiramos la moneda una serie de veces, y asignamos a la cara el signo (+) y a la cruz el signo (–). Tendremos, por ejemplo, al azar, la tirada: + + – + – – + – – – + – – +. Ahora bien, se hará intervenir cierta legalidad a esta experiencia, cierta determinación simbólica para ver sus efectos. Se simbolizarán las tríadas (+++, —) como 1; las de alternancia (+-+, -+-) como 3; y las dismétricas (+–, –+, ++-, -++) como 2. Entonces, se podrá corroborar que caiga el lado que caiga, en la sucesión de tiradas se observará el siguiente patrón, en la figura 1 del anexo. De este modo nunca el 1 podrá estar seguido de un 3, sin pasar antes por una secuencia 2. Eso es un imposible lógico. Es decir, se ve que incluso en el azar, la determinación del registro simbólico produce sus reales. El real al que venimos haciendo referencia es producto de un orden, una legalidad. La hipótesis que se intenta plantear es la siguiente: lo que hacemos cuando trabajamos con lo real no es otra cosa que buscar aquellas paradojas, aquellas aporías, contradicciones intrínsecas e inevitables de las lógicas que un analizante despliega en el discurso; y que –podemos hipotetizar- producen malestar. Cuando se dice “contradicciones intrínsecas” no se hace referencia de ningún modo a una pretendida coherencia moral, sino a los puntos de imposibilidad lógica propios de cada discurso, a los muros que la misma lógica levanta sobre sus avenidas. En Aporías del Derecho de Martínez García (5) (1999), el autor intenta una y otra vez rescatar a la aporía del error, del engaño, del absurdo. No es una rareza ni un cabo suelto de la lógica, ni un punto oscuro al que no se puede acceder. La aporía es un prius y habría que reconocerle un derecho propio (p. 62). No es un acontecimiento aislado de la razón, está en su corazón mismo, en el centro mismo del saber; una cualidad permanente e ineludible del mismo y, por lo tanto, esperable (p. 66).
¿Qué hacemos con todo esto?
Paradójicamente la aporía acaba por convertirse en orgullo de la ciencia que la padece. Lugar de máxima tensión en el que el impasse desespera por convertirse en punto de partida. Jesús Ignacio Martínez García, Aporías del Derecho Si nos remontamos a las cristalizaciones de la lengua, a la lógica aporética y al budismo zen (al que Lacan mismo se ha aproximado para abordar otros problemas), no es con otro fin que el de arribar a una respuesta clínica. ¿Qué se hace ante aquello que es constitutivo, ineliminable de la estructura y que se presenta como de resolución imposible? ¿Qué puede ofrecer el psicoanálisis ante lo que insiste en hacer tropezar al sujeto (6)? Si no hay esperanza en la liberación de lo real y del síntoma, ¿cómo opera y para qué? Se podrán brindar distintas respuestas a estas preguntas según los distintos modos en los que entendamos el psicoanálisis, es decir, según la lógica con la cual operemos. Veamos sólo algunas de las opciones. Si se concibe lo real como indiferente a lo simbólico (7), este registro no sería de ningún modo asequible por medio de la palabra. ¿Pero cómo trabajar con lo que se presenta como un dato inmediato, por fuera del grillete de la estructura del lenguaje (8)? ¿Cómo lograrlo sin la ayuda de las palabras? ¿No son los significantes la materia de nuestra práctica? Si somos exiliados del campo del lenguaje ¿qué hacemos? ¿Debemos abandonar el psicoanálisis? La terapéutica estaría orientada a “bordear” lo real, “morder sus costas”. ¿Pero dónde comienza la orilla de lo real, eso que pareciera resistente al significante? Una vez adentrados en esa zona, sólo quedaría deponer las armas. Confesar la impotencia y amigarse con ella. Esta resignación constituiría el fin de(l) análisis (9). Distinto es plantearse lo real como una imposibilidad lógica, como se viene desarrollando aquí, hija del registro simbólico y parte constitutiva e indisociable de la estructura del lenguaje. Parados desde allí, no retrocederíamos ante lo que se pone en cruz frente a nosotros y emplearíamos las mismas armas de las que lo real se vale. ¿Qué hacer con lo real? -Porque creemos que, efectivamente, hay algo para hacer-. Bien, tomando nuevamente el aporte de la filosofía del derecho acerca de las aporías, se dirá tentativamente: reducir su perfil problemático (Martínez García, 1999, p. 61). Bueno, eso es todo un comienzo. ¿Pero mediante qué procedimientos? Evidentemente no rechazándolas, porque si se las rechaza, regresan en otra forma (Hartmann, 1989, p. 1-2). Tampoco a través de una intellectus enmediatione, ya que no son el accidente de un razonamiento desviado ni producto del engaño (p. 62). En esto, el pensamiento jurídico se muestra curiosamente cercano al budismo zen, que sostiene: “el entendimiento (…) no resuelve el problema último con el que cada uno de nosotros tropieza más tarde o más temprano en el curso de su vida (…) porque indudablemente llega a un impasse o aporía que, por su naturaleza, no puede evitar. El callejón sin salida intelectual al que llegamos ahora es como la montaña plateada o el muro de hierro que se levanta ante nosotros” (Suzuki y Fromm, 1960, p. 58). Hermosas palabras, pero aún no resuelven nuestro problema. Considerando los aportes de dos ramas tan heterogéneas de saber, conocemos las vías infructuosas que no es conveniente tomar (que son las mismas que Freud nunca dejó de advertirnos). Entonces, ¿cómo se logra la dichosa reducción del perfil problemático? La hipótesis de este trabajo es que se puede aspirar a la reducción del perfil problemático –y la consecuente disminución del malestar que acarrea- ampliando, paradójicamente, el campo de dicha problemática. Esto no es otra cosa que el laborioso trabajo de sostener la pregunta sobre la causa, ubicar las coordenadas del sujeto y sus determinaciones, sus otros y sus Otros. Se ilustrará el recorrido realizado hasta ahora con una viñeta clínica correspondiente a la entrevista con la madre de una niña que se encontraba en tratamiento, para luego darle la última vuelta teórica.
Entrevista con María
Hacía algo más de un mes que Alma, de seis años, concurría a la unidad sanitaria y consideré que era necesaria una nueva entrevista con María, la madre, para ahondar en algunos temas que se habían tocado a vuelo de pájaro en la primera, y para escuchar sobre cómo ella vio a su hija en el último mes, si hubo algún cambio o ninguno respecto a lo que ella ubica como problema: los berrinches de Alma al entrar a la escuela. “Ella me agarra de la mano fuerte, como diciendo no me dejes”, comenta. Pregunto si Alma hacía estos berrinches antes de que su tía con síndrome de Down falleciera y responde que no. Indago acerca de las manifestaciones al enterarse de la muerte y en el velatorio, y contesta: – Sí. Fuimos al velatorio y lloró. – Mmm… ¿y tú? – pregunto. – Y… yo también, cuando están todos dormidos me pongo a llorar. Justo a las tres de la madrugada me estoy durmiendo. – ¿De tu hermana se habla en tu casa? – Sí, hablamos mucho, la recordamos. – Me habías contado que tenía un problema cardíaco que arrastraba, ¿no? – Sí, estuvo dos meses ingresada. Alma vio todo el proceso, íbamos juntas a visitarla al hospital. Estábamos muy unidas. – ¿Y pudiste explicarle algo en relación a la muerte? Quiero decir, un día la tía está y al otro día dejó de estar. Es algo que parece simple pero… – Yo quise decirle algo pero no pude. Otra tía se lo explicó. Y Alma se dio cuenta pero no se dio cuenta. Es como si no terminara de caer, porque además no la vio en el ataúd. – ¿No había ido al velatorio? – Sí, pero no la dejé entrar en la habitación porque iba a ser traumático. – ¿Sí? ¿Cómo lo sabes? – Porque a mí me pasó. Cuando tenía la edad de Alma, perdí otra hermana. Yo estaba durmiendo en la habitación con mi mamá (yo también me hacía pis). Una vecina asomó la cabeza por la ventana y nos dijo que mi hermana había tenido un accidente de tráfico. Y fue así, al otro día murió. Me dijeron que no me iban a llevar al velatorio y yo dije “¡Sí voy!”. Y cuando la vi en el ataúd, con la cara toda raspada, hinchada y cocida, salí de la habitación corriendo a todo lo que da. Crucé la calle, el semáforo, todo. – Fue algo abrupto, ¿no? No como lo de tu hermana recientemente, que fue un proceso. – Claro. A mi hermana con síndrome de Down no le daban nada de vida cuando nació. Mi mamá la luchó con ella desde bebé, y llegó a vivir treinta y tres años. Todos sabían que esto podía pasar en algún momento. – ¿Que se podía ir de un día para el otro? – Pfff… –resolla ladeando el mentón-, la cuidábamos mucho. Le señalo a María que esto que comenta me remite a la escena que mencionó casi al comienzo de la entrevista, referida al momento en que Alma tiene que separarse de la madre para ir al colegio: “ella me agarra de la mano fuerte, como diciendo no me dejes”. La escena es muy ilustrativa de un miedo que –por lo que ella narra- circula en la familia: el de que de un día para el otro, la persona querida se vaya, desaparezca. Apunto, además, que el miedo a que la observación de la tía en el ataúd sea traumática era un miedo de ella y no de Alma. – Sí, puede ser. Después fuimos al cementerio –contesta. Y mirando a un punto inexacto, como mojando los pies en un recuerdo, soltó-. Se me vino a la mente los hijos de una tía, que fueron a un velatorio de un familiar. Corretearon por ahí, alguno más serio que otro, pero estuvieron y lo despidieron…Nos quedamos en silencio. Me mira nuevamente y dice: – A veces me pilla llorando y me mira sin entender. – ¿Y le cuentas por qué lloras? -No. ¿Debería? – ¿Por qué no? Concluimos la entrevista.
Inconsciente y teoría del cuento
¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? J. D. Salinger, El guardián entre el centeno Sirviéndonos de esta viñeta se intentará ahora afinar un poco más un postulado que se ha venido formulando de modo más o menos explícito pero que a esta altura pide ser enunciada a gritos: en nuestra labor clínica, somos lectores. El análisis es análisis de texto. Se intentará sacarle el máximo provecho a esta afirmación. Pero es necesario detenerse un momento y mirar hacia atrás. Leemos lo escrito y, con cierta pena, descubrimos que no figura ni una vez el término “inconsciente”. ¿Qué fue de esa palabra de la cual nos enamoramos en el primer año de la universidad, en el primer encuentro con Freud? Hoy está confinada en el baúl de antigüedades del psicoanálisis, y se la saca cada tanto para usarla como muletilla de la jerga psi. Desempolvémosla y devolvámosle su lugar de privilegio. Se la utilizará porque tiene una articulación firme con la ampliación del campo discursivo y su paradójico correlato: la disminución del perfil problemático. Seguiremos entonces la lectura de Eidelsztein (2006) sobre la noción de inconsciente que plantea Lacan. Según ésta, el psicoanálisis no supone la existencia de ningún lugar que sea el inconsciente. Éste no es una propiedad de las personas neuróticas, sino más bien una propiedad intrínseca del lenguaje. En sus palabras: “(…) para que clínicamente algo pueda ser tipificado de inconsciente, no tiene que ser necesariamente ni un chiste, ni un síntoma, ni un lapsus, ni un sueño (…). La primera condición para situar al inconsciente exige que el hecho relatado tenga una estructura doble. Esa estructura doble puede contener dos palabras, dos frases, dos discursos (…). Pero si el texto de un paciente dijera: a mí me pasa esto cuando sucede esto otro, no sería suficiente. Haría falta al menos otro texto doble para establecer su valor referencial (…). El inconsciente adviene cuando esta estructura doble es sometida a un vínculo con otra estructura doble. Es así que necesitamos dos pares [ver figura 2 del anexo] (…). Estos esquemas permiten visualizar la propuesta de Lacan sobre el inconsciente: cuando éste se cierra –en forma de bucle-, o sea, cuando se establecen las articulaciones, es que se abre; esto es, que puede ser leído” (Eidelsztein, 2006, p. 80-81) Ahora que tenemos la estructura, podemos ensayar utilizar nuestro caso para observar cómo se pone en discurso la dimensión del inconsciente (ver figura 3 del anexo). Ahí está, ahí lo ven, la dimensión inconsciente que se abre justo cuando se cierra en forma de bucle, el sujeto que se configura entre líneas, y el deseo que despliega la relación entre dos cadenas. Curiosamente –ya que los analistas son lectores, se puede habilitar la siguiente referencia-, Piglia (1986), escritor argentino, en su Tesis sobre el cuento, afirma que un cuento siempre cuenta dos historias: “cada una de las dos historias se cuenta de un modo distinto (…). Los elementos esenciales del cuento tienen doble función y son usados de manera distinta en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción” (p. 1). En el caso anteriormente expuesto, observamos retrospectivamente cómo el punto de cruce, el elemento esencial, es justamente el significante que hace referencia a la supuesta potencialidad traumática del encuentro con un muerto (la tía). Ese fue nuestro portal hacia la otra historia, la otra escena: un significante resonando que solicitaba ser sopesado en un juicio particular. Subrayarlo, sancionarlo, cuestionarlo, permitió que María pudiera encontrarse nuevamente con el “ella me agarra de la mano fuerte como diciendo no me dejes” pero desde un lugar distinto, más amplio y matizado. Los berrinches de Alma ahora forman parte de un mapa mayor. Como señala Martínez García (1999), hay aporías que se despejan mediante una palabra cifrada que asegura el derecho de paso o un derecho de acceso, que maneja un poder diferencial, pues es tanto signo de pertenencia como marca de exclusión (Martínez García, 1999, p. 73). La puesta en juego de la dimensión inconsciente amplió inevitablemente el campo de la problemática, reduciendo, paradójicamente, el perfil problemático de lo que en un primer momento fue el motivo de consulta (los berrinches) y creando un nuevo sujeto.
Conclusión
En este recorrido, una pregunta nos fue conduciendo a otra: ¿Cuál es el horizonte de nuestra práctica? ¿Si no se trata de la esperanza de eliminar los síntomas o acallar lo real, entonces qué? ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo real? ¿Si lo real es de solución imposible, qué le queda al psicoanálisis? Mediante la etimología, el estudio del budismo zen, la aporética y la filosofía de derecho, se llegó a una paradójica respuesta: ampliar el campo discursivo para visibilizar sus múltiples determinaciones lógicas y, consecuentemente, reducir el perfil problemático. Esto nos condujo a la vieja y querida noción de inconsciente, que calza como anillo al dedo a la hora de ampliar el campo discursivo, poniendo a jugar la estructura cuaternaria de dos escenas que se resignifican una a la otra cartografiando un terreno inédito: un nuevo sujeto. Pero nada de esto es posible si no estamos allí atentos como cazadores ocultos, como guardianes entre el centeno, leyendo. Sí, somos lectores. Se ilustró el recorrido con un caso clínico ubicando las coordenadas del mismo, los puntos en donde se solapan las experiencias de María con las de Alma, señalando las recurrencias en las escenas, los miedos que en su discurso –siempre en su discurso- atraviesan generaciones. Se subraya de este modo, también, la importancia de las entrevistas parentales en el trabajo junto a los niños y niñas. Este escrito intentó entronizar el valor del habla en nuestro trabajo, ya que el malestar con el que se mide es un padecimiento por hablar: se sufre porque se habla. Es nuestra labor conducir las vías del análisis de tal modo que se logre hablar de lo que se sufre y leerlo. Leer lo que se está escribiendo. Notas (1) Terapia: (del griego θεραπεία/therapeia = tratamiento) (etimologias.dechile.net) y “Un tratamiento, en la teoría, es un proceso que se lleva a cabo para alcanzar la esencia de algo. A nivel médico, está basado en los medios que posibilitan la curación o el alivio de las enfermedades o los síntomas que una dolencia provoca” (Pérez Porto y Gardey, 2008). (2) La palabra cura proviene del latín, cura, y significa cuidado, solicitud, inquietud y ocupación (etimologias.dechile.net) (3) Utilizamos habla en este caso en lugar de palabra, ya que Lacan utiliza en francés parole, cuya traducción al español está más inclinada a connotar el acto enunciativo que a distinguir la categoría gramatical, que puede ser tanto articulada en sonido o por escrito. (4) Seminario “temprano” en su enseñanza, elegido para abrir la recopilación de Escritos, y que curiosamente, contra todo afán progresista en la lectura de la obra de Lacan, coincide con lo ya dicho acerca de lo real en La tercera, un escrito más “tardío”. (5) En Aporías del Derecho (Martínez García, 1999), el autor Docente del Departamento de Derecho Público de la Universidad de Cantabria, realza la figura aporética como fundamental y constitutiva del acto jurídico y, con ese fin, recurre al pensamiento de autores tan diversos como Aristóteles, Kant, Hobbes, Ricoeur, Derrida, entre otros. El campanazo de la filosofía del derecho no deja de hacer eco en el psicoanálisis y, por este motivo, el texto citado es una oportuna curiosidad para el tema que nos ocupa. (6) Sujeto no es entendido en el presente trabajo como individuo, sino más bien en el sentido preponderante que tiene en la lengua inglesa (subject) y en la francesa (sujet): asunto, tema, materia. (7) Esta postura es toda una orientación teórica sostenida por muchísimos referentes actuales del psicoanálisis. “Lo real fuera de lo simbólico” está expuesto, por ejemplo, con total claridad, en Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista, de Colette Soler (2009, p. 260). (8) En Lo real y el sentido, Jacques-Alain Miller (2005) lo plantea del siguiente modo: “la descripción fenomenológica es la inspiración más profunda de Lacan, es decir, una descripción que trabaja con los datos inmediatos” (p. 100) y “cuando se despeja a la estructura que sirve de grillete y se hace referencia a los datos inmediatos, uno se da cuenta que una estructura es de una manera y que podría ser diferente” (p. 102). (9) Este andamiaje lógico-conceptual es extensamente desarmado y criticado por Eidelsztein (2015) en su obra Otro Lacan: Estudio crítico sobre los fundamentos del psicoanálisis lacaniano, en especial en el capítulo “Reunión 4: Sobre lo real y el ser desde la perspectiva de la antifilosofía de Lacan”.
Bibliografía
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