Los costes encubiertos del cuidado de los niños

Mariano Torras Lungwitz

 

RESUMEN

El trabajo sostiene que los indicadores económicos tradicionales y los métodos analíticos resultan poco adecuados para evaluar los efectos generales de nuestra creciente dependencia de los servicios privados de cuidado de los niños. A pesar de los beneficios económicos claros, probablemente éstos son más pequeños que los efectos psicosociales negativos incrementados a medida que los niños pequeños pasan más tiempo separados de sus padres. PALABRAS CLAVE: costes económicos, efectos psicosociales, daño psíquico, beneficio no mercantil, niños.

ABSTRACT

The hidd en costs of child care. This paper argues that traditional economic indicators and analytical methods are illsuited to evaluate the overall effects of our growing reliance on private child care services. Despite clear economic benefits, these are likely to be smaller than the negative psychosocial effects produced as young children spend more time away from their parents. KEY WORDS: economic costs, psychosocial effects, psychic damage, non-market benefits, children.

RESUM

Els costos encoberts de la cura dels nens. El treball sosté que els indicadors econòmics tradicionals i els mètodes analítics resulten poc adequats per avaluar els efectes generals de la nostra creixent dependència dels serveis privats de cura dels nens. Malgrat els beneficis econòmics clars, probablement aquests són menors que els efectes psicosocials negatius incrementats a mesura que els nens petits passen més temps separats dels seus pares. PARAULES CLAU: costos econòmics, efectes psicosocials, dany psíquic, benefici no mercantil, nens.

Hemos visto un aumento gradual pero notable, a lo largo de los últimos cincuenta años, en el porcentaje de mujeres norteamericanas que trabajan fuera de casa. Una consecuencia inevitable ha sido que los niños de menos de seis años pasan, como promedio, significativamente menos tiempo con un padre, y más tiempo en una guardería privada. Mientras que los beneficios económicos de este arreglo –más sueldo para la familia, y asimismo un aumento de la industria del cuidado de los niños– es claro, no es obvio que exceden el menos tangible costo psicológico y social que puede aumentar por cuidado inadecuado, mala adaptación y otros aspectos parecidos.

Este trabajo sostiene que las medidas económicas y los métodos analíticos no tratan adecuadamente la cuestión, y que las medidas cuantitativas (más que nada en términos de dólares y tantos por ciento) deben ser complementadas por una evaluación cualitativa de los costes menos tangibles de manera de orientar adecuadamente los futuros sistemas familiares.

Durante las seis pasadas décadas ha habido un enorme incremento de la tasa de población activa en los Estado Unidos. Mientras que en 1946 menos del 56% de los adultos estaba entre la población activa, las cifras subieron hasta el 67,1% en el año 2000. Apenas una tercera parte de las mujeres (33,9%) formaba parte de esta población activa en 1950, pero de este punto la taza subió, llegando a 57,5% en 1990 y 59,9 % en el año 2000 (Oficina de estadísticas laborales). Este cambio ha llevado a un crecimiento lento pero firme de los servicios de cuidado de los niños ya que, en muchas familias con niños pequeños, trabajan dos adultos. Más de la mitad de las madres americanas con niños menores de seis años están en plena vida laboral y envían a sus hijos preescolares, durante el día, a Instituciones en las que los cuidan.

¿A qué se debe este cambio? Aunque nadie sugiere que los padres se interesen menos que antes por sus hijos, esta tendencia muestra que las decisiones sobre la crianza de los niños no son inmunes a los vaivenes económicos que suelen llevar a las familias a hacer sacrificios. Hace unas décadas existían relativamente pocas oportunidades profesionales para las mujeres o, lo que es más importante, ésa era la impresión general. Por tanto, el supuesto beneficio de abandonar el hogar para buscar un empleo parecía, a la mayor parte de las familias, difícil de justificar. Pero a medida que aumentaron no sólo la representación de mujeres en la vida laboral sino también la oportunidad de disfrutar de carreras gratificantes en educación, negocios y ciencias (entre otros campos), el beneficio de dejar el hogar para trabajar comenzó a tomar relieve y a hacerse más tangible. En el lenguaje de los economistas, el “coste de oportunidad” de quedarse en casa con los niños se volvió demasiado alto. Con el consiguiente aumento de los accesos a servicios privados de cuidado de los niños, el pasar a ser una familia con dos sueldos fue pareciendo cada vez más atractivo.

Hoy día, muchas de las casi 10 millones de mujeres americanas que trabajan fuera de casa y que tienen un hijo menor de seis años utilizan tales servicios. Lamentablemente, cada vez resulta más evidente que el dejar a los niños –especialmente a los más pequeños– en manos de cuidadores durante períodos prolongados puede ser psíquicamente dañino. Belsky (2001) ha encontrado que una falta de maternaje prolongado daba lugar a una mayor probabilidad de apego inseguro niño-progenitor y que aumentaba la agresividad y la oposición en la infancia. Los economistas Baker et al. (2008) encontraron que la creciente participación de las madres en el mundo laboral tiene como consecuencia que los hijos evolucionen negativamente en diversos ámbitos de evaluación que van desde la agresividad a la motricidad y desde las aptitudes sociales a las enfermedades. Robertson (2003) hizo hallazgos parecidos. Otros, por ejemplo Ermisch y Francesconi (2001), encontraron que los niños cuyas madres pasaban menos tiempo con ellos durante sus años preescolares, más tarde tenían problemas académicos.

Teniendo en cuenta lo anterior, parece que un tipo de coste (el coste de oportunidad de quedarse en el hogar) ha sido cambiado por otro. Aunque sea claramente menos tangible, el daño psíquico (o “coste” en la jerga económica) no es menos importante. Pero ¿cómo vamos a determinar si el cambio compensa? ¿Tendríamos que animar a las familias a pasar más tiempo en casa durante los primeros años de sus hijos? ¿Qué modelo –cuidado en el exterior o cuidado en casa– podemos decir que da lugar a un bien mayor? ¿Tenemos algún modo de servirnos del análisis económico para demostrar que hay un beneficio neto que podría compensar o sobrepasar el coste psíquico?

En las páginas que siguen, discutiré de modo breve el modo en que los análisis económicos convencionales enfocan el problema, después de lo cual haré una lista de los puntos débiles de tal enfoque analítico y expondré algunas conclusiones.

Los enfoques micro-económicos convencionales suelen recurrir al análisis de costes-beneficios para tratar estas cuestiones. Cualquiera de estos análisis busca un equilibrio entre los costes relevantes y los beneficios; y la presencia de un “beneficio neto” (es decir, un beneficio total que excede al coste total) implica que el plan o proyecto (en nuestro caso, la decisión de que el niño sea cuidado fuera del hogar) está justificado. Desgraciadamente, los análisis económicos conllevan un sesgo contra los llamados valores “intangibles”, que son difíciles o imposibles de medir. Como subrayó Pearce en una discusión sobre deforestación: «Típicamente, los beneficios de la explotación pueden ser calculados rápida y adecuadamente porque conllevan circulación de dinero en efectivo… En cambio, los beneficios de la conservación son una mezcla de dinero en efectivo y beneficios “no mercantiles”. Los factores asociados a dinero en efectivo parecen más “reales” que los que no lo están… Las decisiones, probablemente, quedarán sesgadas a favor de la opción de la explotación porque los beneficios de la conservación no pueden ser calculados fácilmente… A no ser que se creen incentivos, por medio de los cuales los beneficios “no mercantiles” queden “internalizados”… los beneficios de la conservación serán considerados, automáticamente, como de menor categoría… Esta “asimetría de valores” representa un sesgo considerable a favor de la opción de explotación » (1991, p. 242-243).

Este razonamiento se puede aplicar a cualquier otro ejemplo que implique medidas tanto cuantitativas como cualitativas. Por ejemplo, la medicina curativa da lugar a inmensos beneficios para la economía (mensurables) y, en cambio, la medicina preventiva (en forma de alimentación saludable, yoga, ejercicio físico, etc.) no, por lo que esta última no figura como un beneficio. Los logros académicos – directamente mensurables– cuentan, pero las necesidades emocionales de un niño –que no son cuantificables– tienen menos importancia. En el mismo sentido, el cuidado de los niños por parte de los padres parece no tener importancia. Si esto produjera, de algún modo, un beneficio económico tangible, pasaría a tener importancia. Pero no es el caso.

Menos mal que, durante las dos últimas décadas, la profesión económica ha ido cediendo a las presiones para incluir valores no asociados, directamente, con transacciones mercantiles. Por supuesto, existen muchos otros ejemplos de tales valores que no tienen que ver con el cuidado de los niños. Ejemplos, entre los que podríamos incluir el daño ecológico producido por la polución del agua o el riesgo estadístico para las vidas humanas que resulta de la decisión de un municipio de no invertir en protección contra los huracanes. Basta con decir que existe una bibliografía abundante que cuenta con esos valores, sobre todo en relación con la economía del medio ambiente pero éste no es el tema del que quiero ocuparme aquí. Lo que necesitaríamos para nuestro tema es algo semejante: un modo de estimar el valor monetario del daño hecho a los niños en su desarrollo psíquico como consecuencia de un período excesivo de tiempo en cuidados fuera del hogar (a partir de aquí me referiré a esto como coste psíquico). Tales cálculos son críticos con el análisis de los costesbeneficios “sociales” que explican los beneficios y los costes del cuidado de los niños fuera del hogar.

Pero incluso desde el punto de vista del análisis social de costes y beneficios, parecería que tenemos un problema insoluble. Aunque no es difícil estimar (en dólares) la ganancia media de la decisión de llevar al niño a un servicio externo, ¿cómo podemos obtener una estimación en dólares del valor del coste psíquico? Tenemos que empezar por preguntarnos sobre quién recae el coste. Obviamente, el niño afectado sufre pero parece razonable añadir a este coste algunos efectos indirectos, por ejemplo, la armonía de la familia. Además, un niño perturbado puede infligir, a la larga, un daño, directo o indirecto a la sociedad, sobre todo durante la edad adulta. Estos efectos pueden revestir formas variadas como, por ejemplo, una mayor dependencia de los demás o de los servicios del Gobierno y una mayor incidencia de actividades delictivas.

Los economistas llaman a tales resultados externalidades (externalities). Una externalidad se refiere a un efecto colateral (no esperado) de una transacción mercantil que, en este ejemplo, sería el dinero gastado en los servicios externos para cuidar al niño. Tal externalidad convierte el análisis de costes y beneficios en algo mucho más complejo, ya que estimar el valor de todos los costes sociales asociados es extremadamente difícil. Y nuestro problema no termina aquí. Si pudiéramos, de algún modo, dar cuenta de todos los costes relevantes, nos queda todavía el problema de evaluarlos en dólares. No es un problema insoluble a pesar de que, en la práctica, es casi imposible llegar a esas cifras de un modo objetivo y sin sesgos. Finalmente, si los demás problemas no existieran –es decir, si hubiéramos podido tener en cuenta los costes psíquicos directos e indirectos y si hubiéramos encontrado medios fiables para evaluarlos en dólares– todavía tendríamos que enfrentarnos a la cuestión de la equivalencia del dólar. En otras palabras, un dólar “psíquico” ¿vale lo mismo, menos, o más que un dólar desembolsado?

La bibliografía de estudios económicos estima el valor de una vida humana en 5 ó 10 millones de dólares, aproximadamente (consultar Schelling, 1987; Viscusi, 2004 y Murphy y Topel, 2006). Estas estimaciones se hacen a partir de diferenciales de sueldo en relación a diferentes riesgos ocupacionales o, alternativamente, de las ganancias futuras que se esperan obtener a lo largo de toda la vida. ¿Podríamos deducir de esto que estaría justificado asesinar a alguien si pagáramos 10 millones de dólares por hacerlo? Por supuesto que no. Pero sigamos con esta línea de pensamiento para considerar el problema de los cuidados externos de los niños. Aunque no tenemos medios fiables para estimar en dólares el coste psíquico del cuidado de los niños fuera del hogar, hagamos la hipótesis de que es de 80 billones de dólares. ¿Quiere esto decir que si el beneficio social (sueldo ingresado, menos gastos del servicio) es igual a 100 billones de dólares esa diferencia de 20 billones justificaría el llevar a los niños pequeños a Instituciones fuera del hogar? ¿Son equivalentes estos dólares? Por absurdo que parezca, para un economista lo son.

Otro problema si aplicamos nuestro enfoque estándar de costes-beneficios es la miopía social que caracteriza a casi todo el mundo y a la mayor parte de las políticas de los gobiernos. Sencillamente, prestamos más atención a las consecuencias del presente que a las consecuencias del futuro. Usando el lenguaje de los economistas, descontamos los costes o beneficios futuros en proporciones mucho más elevadas de lo que está justificado. Lo que esto significa es que, cuando llevamos al futuro el análisis social de costes y beneficios, los valores que se acumulan en el futuro distante valen sólo una pequeña parte de lo que valdrían hoy en día. Dado que los beneficios netos del cuidado de los niños fuera del hogar (sueldo obtenido, descontando el pago de los servicios) son en su mayor parte o inmediatos o a corto plazo, mientras los costes psíquicos generalmente se manifiestan mucho más tarde, tendemos a descontar estos últimos mucho más que los primeros. Todo esto nos lleva a la conclusión de que los beneficios económicos del presente justifican los costes psíquicos del futuro.

Finalmente, me gustaría abordar el problema desde una perspectiva macroeconómica. El indicador macroeconómico preferido por cualquier sociedad es el producto interior bruto (PIB) –medida del valor de todos los bienes y servicios producidos por la sociedad– y su nivel de crecimiento que es lo que, supuestamente, representa progreso. Aunque generalmente aceptado sin cuestionar por los líderes políticos y empresariales, el PIB también está sesgado a favor del cuidado externo de los niños. Cuando los padres envían a sus hijos a servicios privados para que los cuiden y para que ambos progenitores puedan trabajar, eso hace subir el PIB por dos razones: por el sueldo ingresado por el segundo progenitor y por el que ingresa el cuidador del niño. Ambos representan renta y, por tanto, ambos cuentan. En la medida en que estos resultados contribuyen a que el PIB crezca, se deduce que ha habido progreso. En cambio, si una madre se queda en casa para cuidar de sus hijos, la situación resulta desfavorable en términos estrictamente macroeconómicos, porque el PIB disminuye.

Algunos podrían insistir en que bastaría con, o bien revisar las cifras del PIB para que reflejen tales beneficios, o idear una alternativa al PIB que represente de modo más preciso el progreso social. Pero yo pienso que igualmente sería un error. Hacer eso sería entrar en el juego de los economistas ortodoxos quienes reducen todos los valores a dólares o, al menos, a datos cuantificables. Además de los problemas metodológicos que he mencionado antes y que tienen que ver con cómo medir de un modo fiable el coste psíquico del cuidado externo de los niños, hay también un problema filosófico. Reducir los resultados no esperados a valores en dólares, quita valor a la vida humana y por tanto nos predispondría más a hacer esos cambalaches en el fututo.

Conclusión

Concluyo subrayando que el análisis económico no es adecuado para dar un veredicto fino en cuanto a las ventajas o desventajas de que las familias den a cuidar a sus hijos en servicio externos. Los métodos analíticos de los que me he ocupado pretenden que los problemas económicos deberían ser analizados, de alguna manera, separados de otros campos o disciplinas, incluyendo, por supuesto, la psicología. Sin embargo la gente –y, sobre todo, los niños– no son una mercancía y poseen un valor que no es “comercializable” por otros bienes.

Reconociendo esto, los líderes políticos deberían irse apartando, gradualmente, de indicadores engañosos, tales como el PIB o análisis de costes-beneficios. Deberían enfrentarse al problema de los cuidados del niño pequeño de un modo más cualitativo, usando métodos de análisis en los que se tengan en cuenta diferentes criterios y en los que los costes y beneficios en dólares sean sólo uno de los criterios considerados. Debe haber un equilibrio entre los valores del dólar y los millares de efectos no monetarios. ¿Cómo podríamos diseñar una” fórmula” política usando criterios que no son comparables? El problema está en la pregunta: no se debe aplicar fórmula alguna. Los líderes políticos deberían estar menos embelesados por los datos cuantitativos con el fin de recuperar algunas de sus capacidades de juicio y razonamiento. Quizá no hay fórmula alguna que nos demuestre que el Gobierno de los Estado Unidos debería tender a dar subvenciones para apoyar las políticas favorables a la familia, lo que es mucho más corriente en la Europa Occidental (en vez de montar el negocio del cuidado de los niños fuera de casa), pero eso no quiere decir que no sería una buena idea.

Traducción del inglés por la Profesora Mercedes Valcarce.

Bibliografía

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Belsky, J (2001). Emanuel Millar lecture developmental risks (still) associated with early child care, Journal of Child Psychology and Psychiatry and Allied Disciplines, 42 (7): 845-859.

Ermisch, J. and Francesconi M (2000). The Effect of Parents’ Employment on Children’s Educational Attainment. IZA Discussion Papers 215, Institute for the Study of Labor (IZA), Bonn.

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Viscusi, W. K (2004). The value of life: Estimates with risks by occupation and industry. Economic Inquiry 42 (1): 29-48.