La adolescencia como interacción: adolescentes en la clínica
Eulàlia Torras de Beà
RESUMEN
Este trabajo presenta el proceso adolescente como lo observamos en la clínica: como el resultado de la interacción entre el muchacho o chica y su entorno, especialmente los padres. A través de tres ejemplos clínicos, se muestran distintas formas de «interacción adolescente», niveles activos de funcionamiento infantiles y adultos, tanto en el adolescente como en sus padres y distintos niveles de psicopatología. Se elabora la necesidad de intervenciones adecuadas a los factores participantes en la crisis. PALABRAS CLAVE: adolescencia, adolescentes, interacción, clínica.
ABSTRACT
This paper presents the adolescent process as we observe it in the clinical context: as the result of the interaction between the adolescent and his or her environment, specially the parents. Three clinical examples are described to show different forms of “adolescent interaction”, active levels of infantile and adult functioning in both adolescents and parents, and different levels of psychopathology. The need for interventions that adjust to the participating factors in the crisis is discussed. KEY WORDS: adolescence, adolescents, interaction, clinic.
RESUM
Aquet treball presenta el procés adolescent com l’observem a la clínica: com el resultat de la interacció entre el noi o noia i el seu entorn, especialment els pares. Es presenten tres exemples clínics per mostrar diferents formes “d’interacció adolescent», nivells actius de funcionament infantils i adults, tant a l’adolescent com en els seus pares i diferents nivells de psicopatologia. S’elabora la necessitat d’intervencions adequades als factors que participen a la crisis. PARAULES CLAU: adolescència, adolescents, interacció, clínica.
Introducción
La forma como un muchacho o una chica atraviesan su proceso adolescente –el período entre los 12 ó 13 y los 20 ó 22 años, aproximadamente– depende de su personalidad, capacidades y estado emocional, en interacción y diálogo con su entorno, especialmente con sus padres. Este punto de vista está implícito en la mayor parte de estudios sobre la adolescencia, aunque a menudo no se explicite.
Esto significa que, por así decirlo, un mismo adolescente puede hacer una evolución terriblement conflictiva con unos padres, mientras que la haría satisfactoria con otros. Dicho de otra manera, un adolescente que resulta un problema insoportable en una casa, puede estar suficientemente bien integrado y evolucionar bien en otra. Me estoy refiriendo a la crisis o proceso adolescente normal o en los contornos de la normalidad y, por tanto, excluyo aquellos muchachos y chicas con trastornos graves de personalidad, cuyo problema desbordará las posibilidades de contención de cualquier familia. Me doy cuenta, además, de que es muy difícil establecer una franja divisoria general que indique cuales interacciones familiares entrarían dentro de lo que estoy describiendo y de que, en realidad, solamente puede orientar el estudio de cada caso.
De hecho, en todas las edades, desde la primera infancia hasta la vejez –por tanto, hijos y padres– coexisten aspectos infantiles y aspectos maduros o adultos en la personalidad y equilibrio emocional. Cada una de estas vertientes contribuye a las vicisitudes de la evolución de cada individuo. Naturalmente, la manera como el muchacho o la chica ha atravesado las etapas anteriores –infancia, pubertad–, como haya elaborado y le hayan ayudado a elaborar hasta ese momento sus vínculos infantiles, aspectos regresivos, cambios, duelos y dificultades, influye en su forma de atravesar la adolescencia, en sus planteamientos y propuestas; en definitiva, en el desafío que signifique para la capacidad de contención y de elaboración de sus padres. Por eso, en esta nueva etapa, cuando las posibilidades de ejercer la autonomía personal y de llevar el deseo a la pràctica aumentan rápidamente, el grado de integración de los aspectos infantiles y maduros de la personalidad configuran la cualidad del impulso evolutivo y lógicamente, también, del riesgo con que realice su proceso adolescente.
Algo parecido sucede con los padres: la forma como han integrado sus propios aspectos infantiles, regresivos, adolescentes y adultos determina la calidad de su respuesta al hijo adolescente, lo cual evidentemente tiene una importancia decisiva para esta etapa de la evolución del hijo. Tanto más hoy en día, cuando las difíciles condiciones sociales y laborales alargan el período de formación, a la vez que dificultan el acceso del joven al mundo profesional y del trabajo, con lo cual prolongan el periodo de dependencia de los padres.
No es infrecuente que la sociedad adulta y los mismos padres se cierren ante las posiciones de afirmación de sus hijos adolescentes (Tió, 2002). Se debe a que les cuesta aguantar su crítica, sus opiniones, sus propuestas de cambio y su búsqueda de identidad diferenciada, que viven como una amenaza para el orden establecido, como un riesgo para el hijo y para ellos mismos. Su reacción de rechazo, a veces contundente, es entonces generadora de conflictos.
Es evidente que la tolerancia, la contención y la apertura al diálogo por parte de los padres resultan muy importantes para la evolución de todo el proceso de la adolescencia. Unos padres tolerantes, que confían suficientemente, que conocen bien a su hijo o hija, podrán estar a su lado en su evolución sin que las ansiedades, las dificultades, los desacuerdos y las provocaciones lleven a situaciones traumáticas graves. En cambio, los mismos desafíos pero con padres inestables, desorientados, rígidos, fuertemente represivos o demasiado narcisistas podrán llevar a encontronazos, pulsos y rupturas con resultados graves, destructivos y autodestructivos. Que los padres sean capaces de escuchar, tolerar, cuestionarse, replantearse posiciones y puntos de vista o que, por el contrario, se mantengan en posiciones fijas, inamovibles, creyendo escuchar pero en realidad no apartándose de respuestas pre–establecidas. Más aún, que los padres estén presentes, interesados y de un modo u otro se ocupen, o que directamente estén ausentes, desentendidos, desorganizados o enfermos mentales, crea condiciones muy distintas para la evolución del hijo.
Así, el proceso adolescente no es algo que le sucede al muchacho aislado, por su cuenta. Se ha descrito esta etapa como un período de crisis, sufrimiento y conflicto, pero es evidente que en este malestar, ligado a los cambios, impulsos, duelos, inseguridades y progresos, participan los padres y, en cierta medida, la familia, ya sea mitigándolo o agravándolo. Como veremos luego en los ejemplos clínicos, el adolescente y sus padres se influyen y modelan recíprocamente, formando un sistema de regulación mutua (Stern, 1997; Nebbiosi, 2003) que compone el núcleo dinámico de la adolescencia. Las interacciones y la “mutualidad” en este medio cierran un circuito que puede ser evolutivo para todos pero que, a veces, se convierte en una escalada de enfrentamientos, provocaciones e incluso en un pulso para ver quien puede más, quien derrotará y hará ceder al otro. En este pulso siempre salen perdiendo todos.
En la actualidad existe una lógica preocupación por la fenomenología adolescente grave, ligada al consumo –importante– de drogas, la violencia, el riesgo de contagios y los embarazos prematuros. Por supuesto, en estos procesos adolescentes podemos observar, también, la decisiva, importància que tiene la interacción entre el muchacho y su entorno, la mayoría de las veces desestructurado, enfermo o excesivamente rígido y excluyente. A menudo, por la forma como hablamos de estas cuestiones, parecería que una gran mayoría de chicos y chicas están atrapados en estos problemas; sin embargo, los que están verdaderamente inmersos en ellos son, en proporción, pocos (Mauri, 2003). Lo corrobora el hecho de en las consultas, tanto públicas como privadas, siguen siendo mayoría aquellos que necesitan ayuda para atravesar mejor los cambios y crisis normales de la adolescencia, o para mejorar sus dificultades emocionales y su interacción y diálogo con su entorno; en ocasiones, además, para aprender a conocer, tolerar y llevarse mejor con sus propios padres.
Algunos atraviesan las sucesivas crisis adolescentes dentro de una evolución normal (Aberastury y Knobel, 1994), con las dificultades propias para la elaboración de tantos cambios rápidos, físicos y emocionales; para asumir una autonomía progresiva –deseada y temida– y la tendencia a moverse entre la actuación precipitada y la inhibición temerosa (Feduchi, 1977), propias de esta etapa. Otros, en cambio, tienen un diálogo mucho más conflictivo con su entorno debido a lo cual este período está marcado, para ellos y su familia, por mucho más sufrimiento, descalabro y riesgo.
A continuación presento tres viñetas clínicas de adolescentes que han llegado a la consulta con sus padres, para ilustrar distintos niveles «interacción adolescente»: diferentes niveles de evolución del proceso y de las relaciones entre el chico o la chica con su entorno y de psicopatología. Al mismo tiempo, sugiero las intervenciones terapéuticas adecuadas al problema, a las condiciones de cada uno y lo que está dispuesto a aceptar, de manera que nuestra propuesta pueda ser válida y viable.
Viñeta clínica 1: Agnès, diecisiete años
Conocía a sus padres porque unos años antes me habían consultado por su primer hijo, que tiene trece meses más que Agnès, la segunda de siete hermanos. El mayor había sido siempre, decían los padres, “muy difícil, conflictivo, intolerante, sufría de muchos celos, con su conducta conseguía absorber completamente a su madre y creaba muy mal ambiente en casa”. Más tarde, todo había cambiado y en los últimos dos años los padres estaban tranquilos y muy contentos con él.
Los padres, de clase media con periodos de dificultades económicas, se regían por un modelo normativo, participaban en grupos religiosos que consideraban abiertos y desde un principio se hacia evidente que estaban convencidos de que todo el mundo pensaba igual que ellos. El padre parecía más cerrado, rígido e impermeable que la madre. Ahora los padres piden hora y acuden solos a la primera entrevista, mayo.
Entrevista con los padres
Empieza la madre: “Agnès nos tiene muy preocupados y muy confundidos. En los últimos días ha abandonado todo: estudios, familia… Si se le da permiso para salir por la noche con los amigos, vuelve a las seis de la madrugada. El primer día que volvió tarde…En casa no nos ha pasado nunca. El mayor no lo ha hecho y ella nos ha dejado sorprendidos. El primer día se le dijo que de ninguna manera, pero ella ha vuelto a hacerlo. Como si hubiera dicho “crezco a mi manera, hago lo que me da la gana y lo abandono todo”. Si le pedimos explicaciones dice “no sé”.
No estudia en absoluto. Iba a la escuela XX (escuela privada concertada). Desde septiembre va al Instituto ZZ. Hace primero de bachillerato. El último de secundaria lo hizo mal pero se lo sacó.
–Interviene el padre: “Siempre ha sido muy abierta, muy responsable, muy seria, podías confiar mucho en ella. En 6º de primaria empezó a fallar. El rendimiento era bajo aún teniendo muy buenos niveles intelectuales. Ha ido decayendo progresivamente. Ese curso tuvo una hepatitis, tuvo un profesor en casa, pero a partir de aquí ha ido bajando y renunciando a todo, a estudiar, a todo.
En primero y segundo de secundaria estuvo en una clase muy problemática; los profesores lo reconocían. El segundo y el tercero los fue trampeando pero al final suspendió. El verano, después de segundo, lo pasó estudiando y lo recuperó todo, incluso sacó nota. El verano después de tercero también estudió; se sacó cuatro de las seis que llevaba. Tuvo un profesor que la considerava preparada y aún así suspendió… No se veía el rendimiento que debería dar en los exámenes. El cuarto lo hizo con las dos de tercero e iba muy justa, pero se lo dieron por bueno. Hasta ahora podíamos confiar. Su grupo de amigos son de RR, una parroquia que hace muchas actividades para jóvenes. Allí va a catequesis desde primero de secundaria y ha hecho un grupo de amigos. Este grupo últimamente se ha reducido y ahora son seis”.
–Madre: “Hace dos años, aproximadamente, una noche llegó muy tarde con motivo de la Fiesta Mayor de Gracia. Le habíamos dado permiso…bien…los amigos iban, sabíamos quienes eran… pero ha sido progresivo. Su carácter es abierto, alegre. Ha seguido siendo así…
Ha llegado un punto que se ha puesto una pared. Pero no es que ella se esconda, sino que nos han cambiado a Agnès, es otra niña. No está alegre…no puedo decir que esté triste, está como absorta en alguna cosa, como en otro lugar…”
–Padre: “Se ha volcado mucho en los amigos; esto es lo más importante para ella. El cambio más destacado ha sido desde Navidad hasta ahora”.
–Madre: “He intentado ver si ha bebido y no. No bebe. Tampoco le hemos notado un comportamiento extraño…”
Ha dejado la clase de inglés que tenía de seis a siete. Cuando hablamos de otras cosas que no le afectan está lúcida; más distante de los hermanos, pero está bien. La escuela de inglés llamó diciendo que hacia un mes que no iba. Salía de casa para ir a clase y no iba, ni decía qué hacia. Como explicación dijo que no le gustaba como enseñaban. Vuelve a las 3,30h y cuando le hablas vuelve nuevamente a las 3,30h. Cuando le hablamos reconoce que no está bien, pero sigue haciéndolo”.
–Padre: “Le digo que no lucha para salir adelante, para tener otro horario, pero dice que no sabe”.
–Madre: “Un día vino a comer a las 4,15h. Le dijimos que se fuera donde estaba. Se fue y volvió al día siguiente. Llamó desde casa de una amiga diciendo que estaba allí y que no sabia cuando volvería”.
–Padre: “Un día, hace poco, se fue con la hermana a inglés, hizo como que entraba, pero se fue. A la salida la hermana no la encontró y ella no fue a casa. Tampoco fue a la reunión que tenía en la parroquia. La madre cogió el coche y la buscó por toda Barcelona, por los sitios donde creía que podía estar, pero no la encontró”.
–Madre: “Parece que sale con una intención, pero una vez se encuentra con el grupo, pierde la voluntad propia y hace lo que hacen sus amigos. Ahora la hemos mantenido en casa hasta la consulta. A ella le hemos dicho que hasta que hable con nosotros y se aclare”.
La entrevista acaba aquí. Acordamos con los padres una hora para una entrevista con Agnès. Digo que lo hablen con ella, que si hay algún inconveniente buscaremos otra hora.
Entrevista con Agnès
Al principio está expectante, ansiosa, un poco deprimida, observándome. Hago referencia a la entrevista con los padres, le digo que probablemente la han informado. Dice que sí.
Le digo que necesitaría escucharla a ella y le pido que me explique. Lo hace en tono cauteloso, como si creyera que yo esperara que reconociera alguna falta. Dice que últimamente ha hecho varias cosas que los padres no aprueban, volver tarde, saltarse clases… Su contacto es más bien reservado, pero con ánimo colaborador. Es evidente que lo está pasando mal y que me está examinando para saber cual va a ser mi veredicto.
Continúa diciendo que quiere estudiar, pero que la dejen a ella, que no le estén encima, que no la estén vigilando. Los padres no están acostumbrados a que alguien quiera salir –dice–, el hermano mayor es como los padres, ve las cosas como ellos, los riñe a ellos, a los hermanos, si llegan tarde; no sale nunca, siempre está en casa.
A medida que transcurre la entrevista la voy notando más relajada y abierta. Explica que ella siempre había hecho todo lo que sus padres querían, sus amigos eran escogidos por ellos siempre dentro de la parroquia y del barrio, y que ahora ella ha cambiado, ha conocido gente nueva, interesante, abiertos a otras cosas; quiere conocer otros ambientes. Los padres no lo comprenden, creen que ella lo tenía todo. Ella les ha presentado a sus amigos y reconocen que están bien, que son buena gente. Quiere llevarlos a casa, pero ellos no quieren. Quieren que siga con los amigos de siempre. Ella no sabe plantearles las cosas, pero es que ellos no ayudan nada.
La entrevista continúa con detalles de su evolución, aficiones, amigos, escuela, estilo familiar…
Comentario
Creo que el núcleo de esta adolescencia, la interacción entre los padres y Agnès resulta evidente. En la entrevista con los padres se hace patente su desorientación –»estamos confundidos», dicen– cuando la hija, con su conducta, cuestiona sus posiciones. La madre comenta, «como si hubiera dicho: crezco a mi manera, hago lo que me da la gana…». Queda claro que ellos no esperan que «crezca a su manera», que construya una identidad propia. Entonces, no seguir la línea trazada por los padres, el «permiso», significa hacer lo primero que le viene a la cabeza, «lo que le da la gana».
La evolución del hijo mayor, difícil, que absorbe a la madre, hace pensar que posiblemente a la segunda hija, Agnès, trece meses más pequeña, le quedó poco espacio en la atención materna, que debió ser desplazada por el hermano y, tal vez, sin que nadie se diera cuenta, inducida a «portarse bien» y a asumir responsabilidades antes de que le tocara, en una especie de madurez precoz. Los padres lo sugieren cuando dicen: «muy seria, le podías tener mucha confianza».
Una vez proyectado en ella este papel de «hija mayor», de la hija responsable en la que los padres confían –papel que ella asume quizá estimulada por la necesidad de ser querida por ellos, de hacerse un espacio propio en competencia con el hermano mayor que lo ocupa todo, o para contrarestar los celos que le pudieron despertar los hermanos que la siguen–, tal vez fue difícil para Agnès hacer propuestas que modificaran la relación con los padres y le permitieran hacer “su adolescencia”.
De hecho hasta los 16 años acepta que los padres le escojan los amigos, siempre pide permiso para las actividades que quiere hacer y obedece a unos padres que dicen «¡de ninguna manera!». Además, su hermano mayor no sólo no ejerce el papel que correspondería al primero –abrir camino a sus hermanos, iniciar a los padres en la adolescencia de los hijos–, sino que potencia la posición de los padres al haberse vuelto exponente de lo que ellos esperan de sus hijos: que no se separen ni ideológica ni materialmente de la casa paterna. Entonces, no pudiendo, no sabiendo y no recibiendo ayuda para hacer las cosas de otra forma, es cuando Agnès opta por lo que los padres ven como una ruptura, pero que para nosotros son, en todo caso, tentativas, propuestas y movimientos cuidadosos, ya que cuando le dicen que vuelva a «donde estaba», llama desde casa de una amiga para decir que está allí; cuando la retienen en casa, tiene paciencia y espera.
Se ve claro que los padres no esperan que un adolescente quiera «salir» –salirse del marco de referencia de los padres– ya que les “ha dejado sorprendidos” y en su desconfianza confunden las propuestas adolescentes normales, positivamente aperturistas de ampliar su círculo y sus experiencias, con consumir alcohol y drogas, con “el comportamiento extraño”.
El comentario de la madre de que “una vez se encuentra con el grupo pierde la voluntad propia”, como si fuera poseída por una fuerza exterior a ella que la distrae de su intención, revela que, para la madre, la única voluntad “propia” que puede conducir a la hija es la de los padres. No se dan cuenta de que es ahora cuando comienza a ejercer una voluntad más propia, eso sí, como sucede siempre, con la necesidad de ampararse en su grupo.
El hijo mayor, de nuevo, tiene un papel en todo esto. Tanto los padres como Agnès hacen referencia a él. La madre dice: “en casa no nos ha pasado nunca, el mayor no lo ha hecho”. Agnès explica que los padres no están acostumbrados a que alguien quiera salir: el hermano mayor es como los padres, ve las cosas como ellos, los riñe a ellos, a los hermanos, si llegan tarde; no sale nunca, siempre está en casa. El hermano mayor, por tanto, se ha identificado adhesivamente con los padres y “se ha quedado en casa”, continuando con las dificultades y la adhesión que de pequeño se expresaba absorbiendo a la madre, ahora presentadas como buena conducta.
El padre habla de cursos, exámenes, suspensos, dice que “ha ido renunciando a todo”, “que no lucha para salir adelante”, justamente cuando la hija ha dejado de «suspender», de renunciar a su adolescencia y lucha para salir adelante y desarrollar una identidad propia. Es evidente que para estos padres hay una sola forma incuestionable de salir adelante, una sola identidad, un solo horario. Es ahora cuando la hija ha dejado de renunciar a todo, pero ellos no logran entender que pueda ser distinta de lo que querían que fuera. Ponen una pared, pero creen que es la hija quien la pone.
Por otro lado, Agnès se muestra consciente, respetuosa y, en cierto sentido, apesadumbrada por lo que está sucediendo entre ella y sus padres cuando expresa el desacuerdo diciendo que ha hecho varias cosas que «los padres no aprueban»; cuando reclama que “la dejen a ella, que no la estén vigilando”, y dice que “siempre había hecho todo lo que ellos querían”, pero que ahora ha conocido otras cosas y ha cambiado. Evidentemente su cambio y sus elecciones son completamente lícitos. Así y todo, ha tratado de vincular el mundo de sus padres y el suyo presentándoles a sus amigos, mientras que los padres han mantenido la pared, la puerta cerrada. Aún más, ha sido paciente al permitir que los padres “la mantengan” en casa hasta la consulta, en lugar de llegar a rupturas, a actuaciones que pudieran ser destructivas.
Agnès dice que quiere estudiar, pero abandona las tareas escolares y desaparece de inglés. Estas aparentes contradicciones parecen expresar que necesita que le den tiempo para cuestionarlo todo – estudios, amigos, lugares de encuentro…–, para poder llegar más tarde a sus propios planteamientos y elecciones. Y sobre todo, para encontrar su propio camino, y su propia identidad.
De la forma en que están las cosas parece necesaria una intervención que ayude a recuperar la interacción entre Agnès y sus padres a un nivel diferente del que han mantenido hasta ahora, donde los padres puedan aceptar una Agnès diferenciada de ellos. Esta ayuda debería generar un aumento de tolerancia y de confianza, de manera que el cuestionamiento de Agnès a los planteamientos de los padres no significara, forzosamente, una ruptura entre ellos, ni tampoco con las elecciones que pueda hacer ella misma.
Como sabemos, en las etapas anteriores a la adolescencia de los hijos suelen establecerse en la família una serie de equilibrios y ajustes –conscientes e inconscientes– entre las ansiedades y las defensas de unos y otros. En estos equilibrios predomina, a menudo, el sistema defensivo de los padres, puesto que debido a su dependencia infantil los hijos los cuestionan poco. Pero la rigidez o flexibilidad de la organización familiar depende, a cada edad, del papel que los padres otorguen a sus hijos. Cuando los padres les dan suficiente espacio para que opinen, cuestionen, aporten y, en definitiva, para que desarrollen su propio pensamiento, su autonomía y su independencia, en general, los cambios de la adolescencia se integran mejor. Cuando la organización familiar es más rígida y obliga a los hijos a adherirse al sistema defensivo de los padres, aquellos pueden tener dificultades para diferenciarse y para desarrollar una identidad separada. Pero si no aceptan esta vía –la adhesión como sistema defensivo– sus propuestas adolescentes se convierten en choque con el modelo familiar, terremoto que lo pone todo a prueba y que será difícil de integrar.
La familia de la que hablamos había llegado a organizar un sistema de defensas basadas en el marco de referencia normativo de los padres, que regulaba las relaciones entre unos y otros y mantenía un equilibrio. Hasta poco antes de la consulta, a este sistema se habían ido incorporando Agnès, el hermano mayor –seguramente primero–, cuando «supera» sus dificultades de la infancia, y quizá los otros hermanos que son apenas nombrados. Con su conducta, Agnès introduce una ruptura, una grieta, en este sistema defensivo. Los padres parecen pensar que la evolución debería consistir en volver a colocar las cosas como estaban antes, en seguir la línea del hermano mayor. Según Agnès, implícitamente, en cambio, su evolución y su vida deben moverse para salir de esta línea, ensanchar la abertura, ampliar las experiencias, escoger su propio camino. Si la familia pudiera plantearse este segundo camino, la adaptación del hermano mayor, alabada hasta ahora, cuestionaría a los padres sus propias expectativas hacia los hijos; el hermano mayor pasaría a preocuparles por demasiado pegado a ellos, demasiado adherido al modelo familiar.
Parece evidente que con unos padres más abiertos y confiados Agnès podría haber hecho un proceso adolescente satisfactorio para todos. Los padres podrían haber participado e identificado con los intereses de su hija y haberla ayudado a desarrollarlos con su apoyo. Hace tiempo que le hubieran facilitado tener sus propios amigos, sus grupos, sus actividades. Sus tropezones académicos de los trece y catorce años podrían haberse entendidos como los tan habituales altibajos en el comienzo de la secundaria y ser atendidos adecuadamente, de manera que no se convirtieran en un frustrante fracaso progresivo. Pero Agnès ha estado muy sola en su empuje por ser adolescente; ha encontrado oposición a este proceso.
El caso de Agnès me parece un buen ejemplo de lo que decía antes: un adolescente que «es conflictivo» en una familia, podría ser completamente normal en otra.
Viñeta clínica 2: Blai, quince años
La tutora de Blai llama al Servicio (1) anunciando que los padres pedirán hora porque el chico se les escapa de las manos. Es muy inteligente, dice, y muy rebelde y los padres quieren mucha disciplina, orden, limpieza. El tono de la tutora denuncia la rigidez de los padres y transparenta simpatía por Blai. Unos días más tarde los padres llegan solos a la primera entrevista.
–La madre dice: “Le insinuamos de venir y no quiere. De todas maneras hoy está accidentado, se hizo daño a la salida del colegio… no es importante pero no se encuentra bien… El problema es su actitud, quiere hacer su idea, no escucha, se salta clases. El primer curso de secundaria fue el peor; quinto y sexto de primaria los pasó justos”.
–Padre: “No quiere en absoluto hacer ningún sacrificio, no quiere estar condicionado, quiere vivir de renta. Nosotros no sabemos qué hacer… le hacemos razonamientos…, pero tiene una actuación un poco bestia. Le dices de ir a comprar ropa: «¡No!» Todo lo quiere fácil, todo lo quiere cómodo. Tiene unos celos monstruosos hacia su hermano que funciona como un cronómetro: estudia, buenas notas, ordenado.
No acepta la disciplina ni hábitos de ducharse, lavarse los dientes ni desayunar. Para no prepararse el desayuno puede comerse una caja de galletas. Estamos quemados. Estamos aburridos”. La indignación del padre va subiendo de tono. “Tiene unos tabúes muy raros, vergüenzas. Es muy raro. Dice una mentira y ¡tiene razón!, te la has de creer porque organiza un maremagno… Es una persona que siempre tiene razón, nunca se fija en nada”.
–Madre: “A veces puede ser un muermo, quedarse todo el día delante de la televisión. Le pides que ayude a poner la mesa: «ahora voy, enseguida, espérate». No dice que no, pero nunca lo hace al momento, siempre “espérate”. Por otro lado tiene buenos sentimientos. Da la vida por todo el mundo. Sentimental. En el colegio le quieren. Tiene amigos, le quieren”.
-Padre: Allí donde truena está él. Se pone en libros de caballería. El curso pasado lo queríamos llevar interno. Cuando se lo dijimos a la tutora le cambió la cara… Nos lo desaconsejó totalmente. De todas maneras desde hace un año ha hecho un cambio a positivo. Ha tocado fondo. Antes ni te contestaba. Yo, alguna vez, le había pegado, incluso fuerte, porque perdí el oremus. Ahora se puede hablar. Antes te contestaba de manera bestia e insultando. A mí me hería.
–Madre: Por los amigos daría la vida. A continuación refieren problemas con la comida: “tenias que hacer de todo para que comiera. Por esta razón lo llevamos a la guardería a los 16 meses. Le llevábamos la comida de casa para estar seguros de que comía lo que queríamos, lo que tenía que comer”. La madre añade que se le ha de «ir delante y detrás» para todo, para que se vista correctamente, para que use zapatos y no bambas y no se ponga los tejanos para ir al colegio, se lave los dientes, ordene”.
Entrevista con Blai
Es un chico de aspecto agradable, mirada directa, con un contacto que transmite cansancio y una cierta susceptibilidad, como si se tuviera que ir con cuidado porque se pudiera herir fácilmente. Se nota una cierta ansiedad en su expresión y también un trasfondo afectuoso.
Cuando iniciamos la entrevista se muestra abierto y empieza a explicar sin dificultad. Dice que “todos en la familia hemos estado fuera de lugar, equivocados” (se refiere a sí mismo a sus padres y a su hermano). Habla de sus padres y de su hermano con cierta condescendencia, cierto tono defensivo, como si él fuera el mayor, discretamente arrogante, aunque dando imágenes parecidas a las que daban los padres. Con el mismo tono habla de una profesora con la que en los últimos días ha tenido un “pique”.
Habla de sí mismo y de sus actitudes con una mezcla de autoobservación real en la que reconoce mucho y de una especie de presentación “como si”, en la que se justifica. Hay una cierta actitud superyoica en todo lo que dice.
Al preguntarle por su vida en general dice que es aficionado a los deportes, a todos, y nombra los que practica. Tiene muchos amigos, siempre los mismos, acostumbra a ir con gente mayor que él, los de su clase actual (repite curso) “sólo piensan en fiestas tontas”, dice.
A medida que avanza la entrevista va disminuyendo su tono sobrado, el clima va haciéndose menos defensivo, más cercano y afectuoso. Se interesa y puede plantearse los interrogantes que le propongo, escucha lo que le comento y responde con una mezcla entre reconocer genuinamente bastante y considerar lo que le digo desde una posición intelectual. Se le ve capacidad de desarrollar autoobservación, mayor conocimiento de sí mismo y de evolucionar bien.
Comentario
La tutora sugiere que Blai “escapa de las manos” de los padres y aún calificándolo de rebelde, sugiere claramente, también, un clima represivo en casa. Además, no habla de dificultades en el colegio, como si allí no fuese un problema o la escuela supiera recoger los aspectos más positivos de Blai. El padre parece confirmar este punto de vista cuando dice que, exasperado, quiso llevarlo interno y «a la tutora le cambió la cara, nos lo desaconsejó totalmente».
Vemos a Blai y a sus padres enfrentados en un pulso infantil: a ver quien impone su idea, a ver quien tiene razón. Los padres parecen creer que, para que todo vaya bien, han de aconseguir controlar completamente al hijo y que funcione como un “cronómetro”.
La madre explica que la lucha empezó con la comida, ya en los primeros meses. Y todavía sigue. Nos preguntamos: ¿lo forzaron a que comiera los alimentos y las cantidades que ellos consideraban correctos?, ¿le permitieron autonomía a la hora de decidir cuanto apetito tenía o qué prefería? Por supuesto, allí comenzó a gestarse la lucha autonomía/sometimiento. «Por esta razón», por la lucha en torno a la alimentación lo llevaron a la guardería, pero la guardería también tenía que ser controlada, por eso llevaban allí «su» comida.
Por lo visto esta dinámica va manteniéndose a lo largo de los años y las posiciones se van endureciendo. El curso pasado la situación llegó al extremo y los padres para recuperar su control pensaron recurrir a un internado. Así, su reacción ante cualquier situación que no sea lo que ellos creen conveniente no es dar más espacio, sino endurecer el control. Cabe pensar que ahora, al venir a la consulta, están tomando una dirección diferente, pero es también posible que acudan para que el profesional les ayude a recuperar el control y a volver a poner «las cosas en su sitio», en el sitio que ellos creen correcto.
Sin embargo, observamos que la descripción de la madre presenta un adolescente normal en su crisis adolescente, con buenos sentimientos, que «daría la vida por sus amigos» y que trata de ganar autonomía enfrentado como puede, bien o mal, a unos padres rígidos y controladores.
El padre, por su parte, se encuentra en un duro enfrentamiento competitivo infantil con su hijo, un pulso en el que se trata de ver quien se impone, quien se sale con la suya, quien derrota. Se muestra herido, enfadado, derrotado, cuando no consigue hacer pasar a su hijo por el aro. Quiere que funcione como un cronómetro como el hermano mayor, como un autómata; que no ponga en duda su orden, que se rinda. Vemos a padre e hijo actuando, en su lucha, con aspectos regresivos mal resueltos de ambos.
El hermano mayor, como con Agnès, ha dejado tranquilos a los padres, quizá asumiendo el mismo sistema defensivo de ellos y el rol que le tenían asignado; renunciando, parece, a su adolescencia, o quizá sabiendo llevar las cosas mejor que Blai y consiguiendo hacer su vida sigilosamente, sin inquietar a sus padres. El caso es que no ha facilitado la trayectoria adolescente de Blai, sino que más bien ha sido un ejemplo que ha jugado a la contra y, en este sentido, un lastre.
Al principio de la entrevista, Blai, defensivamente, se muestra un poco autosuficiente, borrando la diferenciación entre generaciones, colocándose en la posición del que juzga, concede, enseña, aunque también reconoce. Sin embargo, la atmósfera va dejando de ser defensiva y más tarde, cuando está más tranquilo, se va haciendo más cercana y afectuosa. Esto sugiere que mucha de su rebeldía es reactiva a la relación controladora y represiva de sus padres y que si se le ofreciera la oportunidad de otro tipo de interacción podría sacar a flote capacidades de relación muy diferentes.
La ayuda psicológica que han venido a buscar debería llevarlos a romper círculos viciosos y a salir de la excesiva competencia y enfrentamiento regresivo, de manera que Blai, y si puede ser toda la familia, puedan reemprender la evolución sin necesidad de ser un cronómetro. Con esta ayuda, los padres podrían desarrollar más capacidad de tolerancia y de aceptación hacia las características diferenciales de su hijo.
El tono de éstas entrevistas me hace pensar que evolucionar puede ser más difícil para los padres, que para su propio hijo. Ambos se notan muy encasquillados en sus posiciones: la madre parece necesitar tenerlo todo muy controlado y el padre se muestra bastante narcisista y fácil de herir. Ninguno de los dos parece cercano a cuestionarse la validez de sus planteamientos.
En cuanto a Blai, parece claro que necesita ayuda psicológica. Ésta debería ayudarlo a orientarse mejor, no sólo respecto a sus propias dificultades, sino también a la interacción con sus padres, y a la dinámica en círculo vicioso que tienen establecida. Un conocimiento suficientemente amplio de sí mismo y de sus padres podría permitirle tolerar y llevar mejor la relación con ellos, con lo cual podría contribuir a modificar las situaciones en su casa y en su propia vida. Hasta aquí mis primeros encuentros con Blai; a continuación presento el último ejemplo clínico: la interacción –o más bien la disociación– entre una adolescente y sus padres, donde todo se niega.
Viñeta clínica 3: Carolina, dieciocho años
Los padres piden hora y acuden los tres a la primera entrevista. Cuando nos sentamos formulo una pregunta general sobre el motivo de consulta, dirigiéndome a los tres, pero más bien a Carolina. Ella, con expresión enfurruñada, dice que no sabe por qué está aquí.
–Padre: “Tiene una fuerte desazón, todo el día habla, duerme muy poco, por la noche se levanta muchas veces, nuestro médico ha decidido darle un tranquilizante porque no puede ser…” Carolina añade: “Explico mi vida a todo el mundo, lo digo todo, la «biblia en verso»… La madre interrumpe: “No come. De noche va a la nevera…” Carolina interrumpe: “Me preparo alguna cosa… platos… mezclas…A las dos horas vuelvo… porque no puedo dormir…”
–Padre: “Tiene mucha voluntad, se ha sacado los cursos a fuerza de codos, este curso ha entrado en la universidad, le ha representado un cambio”.
–Carolina: “En clase no entiendo nada, nunca he entendido nada, no puedo atender, me duermo, hago crucigramas… todo el trabajo lo hago en casa… Siempre he tenido profesores…”. –Madre: “Ha tenido un problema con el pipí desde siempre. De pequeña el psicólogo del colegio nos envió a un centro”
–Ella: “Me llevaron… no sirvió de nada, me querían dar pastillas, hacer un calendario”.
–Madre: “Por la noche se levantaba veinte veces, cada veinte minutos, por miedo de hacérselo no dormía…”
–Ella: “De día igual, cada media hora voy a hacer un pipí… pero es una neura, a veces pasan cuatro horas y ni me acuerdo, entonces no tengo ese problema…”.
–Madre: “Chincha al hermano pequeño que tiene 8 años”.
Comentario
Aunque se trata de una chica de 18 años, encontramos en ella una niña incontinente que sufre y se aguanta como puede. Desde el principio explican un nivel regresivo de funcionamiento: ocupan mucho espacio los problemas con la comida, dormir, contener, hablar demasiado, chinchar, no poder concentrarse. De todas maneras, aún estando invadida por la ansiedad y por aspectos infantiles no resueltos, Carolina ha hecho, toda su vida, esfuerzos impresionantes para salir adelante. Con esto ha conseguido mantener una especie de compensación, de aparente normalidad, cosa que quizás ha contribuido a que pasasen años sin que le dieran la ayuda que necesitaba, años entre la primera consulta y la de ahora, cuando el sistema defensivo actual se está desmoronando y la crisis es innegable. Los padres, que se muestran incapaces de hacer frente a las dificultades y ansiedades de su hija –y por supuesto también a las suyas– han estimulado esta forma de funcionamiento de su hija. Por estas razones hace años que han perdido un contacto real con ella.
La capacidad de esfuerzo que Carolina muestra y también la conciencia de sí misma y de sus problemas, son aspectos positivos, maduros, aunque no haya podido sacar un mejor partido de ellos hasta ahora.
Para concluir
Creo que estos tres ejemplos clínicos ilustran tres procesos adolescentes, tres formas de interacción entre el adolescente y sus padres en los que pueden verse distintos niveles de evolución de la relación y, también, la actuación de aspectos infantiles y maduros tanto del hijo como de los padres.
Pienso que puede observarse una gradación en el nivel de evolución emocional y de la personalidad desde Agnès hasta Carolina. Agnès, que aparece como una adolescente normal, reivindica con cuidado su derecho al proceso adolescente. Cuando ha dejado de obedecer totalmente, sus padres han puesto “una pared” y se han cerrado en su sistema normativo, que no admite cuestionamientos ni la existencia de planteamientos diferentes. Se muestran estancados, fóbicos a todo lo nuevo, dependientes de una ideología religiosa estricta y, por tanto, con un nivel de funcionamiento regresivo, que niega toda posibilidad de elaboración. Creemos que en este caso quienes necesitan más ayuda psicológica son los padres, para poder perder el miedo al cambio, a la autonomía de los hijos que anticipan como algo forzosamente negativo y, por supuesto, también a su pròpia autonomía.
En el otro extremo Carolina, con su expresión de niña enfurruñada, pero también con sus capacidades, pide ayuda para salir de su estancamiento en la infancia, a la vez que parece rechazar esta ayuda. Sus padres parecen haber perdido contacto con su hija hace años y no enterarse de su ansiedad y su sufrimiento. Así, le han puesto «férulas» –ayudas escolares y similares– para que siguiera adelante, a pesar de su situación emocional precaria. Parece claro que Carolina, con su ansiedad y sus síntomas, necesitaba tratamiento psicológico desde pequeña, pero los padres estaban fuera de onda para poder proporcionársela y abandonaron enseguida. En este caso creemos que ella necesita ayuda –y mucha–, pero que también los padres la necesitan para poder darse cuenta de la naturaleza del sufrimiento y las ansiedades de su hija y recuperar contacto con ella.
Blai, lucha con dificultades por su adolescencia en un duro enfrentamiento con su padre rígido y controlador que a diferencia del padre de Agnès, que obedece a una ideología, está movido por una competencia infantil y por la necesidad de ganarle el pulso a su hijo, ya que en caso contrario se siente derrotado. En este enfrentamiento padre e hijo ponen en marcha elementos regresivos defensivos. Blai se mueve entre ellos y su legítimo proceso adolescente. No hay duda de que una reacción más madura, tolerante, adulta, de los padres podría dar un giro importante al proceso adolescente de Blai. Por suerte, hay otros adultos en el entorno del muchacho: la escuela, la tutora, que parecen dispuestos a ayudar a que la familia pueda tomar otros derroteros, primero evitando el internado y luego ayudándoles a llegar a la consulta.
Carolina no aceptó la ayuda psicológica que era evidente que necesitaba y un buen día tiró la toalla: pasó de ser la niña que se queda en casa, necesita la protección de sus padres y hace esfuerzos enormes para salir adelante en lo académico, a salir impulsiva e indiferenciadamente a cualquier hora, con cualquier persona, en una situación caótica y de riesgo. Puede decirse que hizo una muy mala “huída hacia delante”.
Llegó un momento en que su propia conducta y los incidentes en que se vio involucrada llegaron a asustarla. Entonces volvió a la consulta, siguió un tratamiento psicoterápico poco intensivo y bastante irregular, con el cual de todos modos hizo ciertos progresos. No es de extrañar: decidió dejarlo prematuramente.
Aunque por supuesto estos ejemplos no pueden representar toda la riqueza y complejidad del proceso adolescente, creo que presentan una muestra válida de distintas interacciones entre el adolescente y sus padres, de factores procedentes de unos y de otros. Creo que no es difícil imaginar cómo sería el proceso adolescente de estos tres jóvenes si la respuesta de los padres y, por tanto, la interacción con ellos fuera diferente: si los padres de Agnès hubieran podido aceptar su proceso hacia la autonomía y la identidad diferenciada, los de Blai no hubiesen necesitado imponer su orden de esa forma y los de Carolina la hubieran hecho atender muchos años antes, ssin duda, las cosas hubieran sido diferentes. Cabe suponer, incluso, que Agnès y Blai hubieran podido evolucionar sin dificultades. Esto nos pone ante el decisivo papel de la regulación mutua, en el enriquecimiento y la integración de la adolescencia.
Notas
- Servei de Psiquiatria i Psicologia del Nen i de l’Adolescent de la Fundació ETB.
Bibliografía
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