Identidades sexuales fluidas: cuando el objeto de amor  se convierte en intercambiable

N. P. Nosadini y M. Paduanello

RESUMEN  

Identidades sexuales fluidas: cuando el objeto de amor de convierte en intercambiable. La identidad sexual fluida o atracción elástica se define como la capacidad de un individuo de reaccionar sexualmente y de manera flexible según las circunstancias. Esta fluidez, según las estadísticas, caracteriza principalmente a la población juvenil y está relacionada con algunos cambios a nivel social y cultural. Consideramos que el espacio terapéutico dirigido a adolescentes y jóvenes adultos en crisis tiene que mantener abierto el proceso de individualización, apoyarlo evitando la catalogación y las respuestas preestablecidas y evitar la psiquiatrización. Además, debe acompañar a los jóvenes a reposicionarse respecto a su propia experiencia, ayudando a mantener unidos, en la relación, lo vivido con las experiencias fragmentadas, en un terreno nuevo, de límite y de frontera. Palabras clave: identidad sexual, sexo biológico, identidad de género, orientación sexual, rol de género, identidad sexual fluida, estrés de género.

ABSTRACT  

Fluid sexual identities: when the love object becomes interchangeable. Fluid sexual identity or elastic attraction is defined as an individual’s ability to react sexually and flexibly according to circumstances. This fluidity, accor­ding to statistics, mainly characterizes the youth population and is related to some changes at the social and cultural level. We believe that the therapeutic space aimed at adolescents and young adults in crisis must keep the process of individualisation open, support it by avoiding cataloguing and pre-established responses and avoid psychiatrization. Furthermore, it should support young people to reposition themselves with respect to their own experience, helping to keep together, in the relationship, what they have lived with the fragmented ex­periences, in a new, limit and border. Keywords: sexual identity, biological sex, gender identity, sexual orientation, gender role, fluid sexual identity, gender stress.  

RESUM  

Identitats sexuals fluïdes: quan l’objecte d’amor esdevé intercanviable. La identitat sexual fluïda o atracció elàstica es defineix com la capacitat d’un individu de reaccionar sexualment i de manera flexible segons les circumstàncies. Aquesta fluïdesa, segons les estadístiques, caracteritza principalment la població juvenil i està relacionada amb alguns canvis a nivell social i cultural. Considerem que l’espai terapèutic dirigit a adolescents i joves adults en crisi ha de mantenir obert el procés d’individualització, donar-li suport i evitar la catalogació i les respostes preestablertes i evitar la psiquiatrització. A més, ha d’acompanyar els joves a reposicionar-se respec­te a la seva pròpia experiència, ajudant a mantenir units, en la relació, allò que s’ha viscut amb les experiències fragmentades en un terreny nou, de límit i de frontera. Paraules clau: identitat sexual, sexe biològic, identitat de gènere, orientació sexual, rol de gènere, identitat sexual fluïda, estrès de gènere.

La identidad sexual se puede definir como la dimensión subjetiva del ser sexuado. Se forma en el contexto específico biopsicosocial que ca­racteriza a la persona y esto implica una gran variabilidad en sus declinaciones (Bancroft, 1983). Es un constructo que, desde hace mucho tiempo, en la literatura se desglosa en algunas subdimensiones: el sexo biológico, la identidad de género, la orientación sexual y el rol de géne­ro (Shively y De Cecco, 1977). El sexo biológico viene dado por la combina­ción cromosómica que determina la pertenen­cia de género del individuo. Las características fenotípicas, así como los órganos sexuales inter­nos y externos y los niveles hormonales, carac­terizan aún más el componente biológico de la sexualidad. En relación con estos aspectos, ya en el pasado se identificaban, además del sexo masculino y femenino, también la intersexua­lidad y las condiciones hermafroditas. Hoy en día, en algunas sociedades, es posible hacer la inscripción de nacimiento con el género X, ele­mento que marca una evolución adicional en la definición de estos aspectos. La subdimensión de la identidad de género está representada por la relación subjetiva que la persona establece con su sexo biológico. Bá­sicamente, define cómo se siente y se percibe el individuo según su propia identidad sexual: masculino, femenino o en opciones alternativas a estas polaridades. Este aspecto está profun­damente influenciado por el contexto social y por las relaciones que la persona establece en su entorno. La subdimensión de la orientación sexual describe hacia quién se siente atracción, suje­tos que pertenecen al mismo sexo biológico, al opuesto o a ambos. Cuando hablamos de atrac­ción, nos referimos no solo a su componente erótico sino también afectivo, elementos que se pueden implementar de forma conjunta o por separado, incluso hacia diferentes personas pa­ralelamente, con diferentes características. Finalmente, nos referimos al rol de género como el conjunto de comportamientos que se utilizan para indicar el género de pertenencia. Encontramos también en este aspecto una fuer­te influencia de los factores sociales y culturales que caracterizan el momento histórico y el en­torno al que pertenece la persona. Sabemos que, en diferentes épocas históricas, en todos los lugares y en diferentes culturas existieron sujetos con una identidad de género diferente de su sexo biológico (Batini, 2011). Por este motivo, se configura como reduccionista el enfoque que favorece el sexo biológico como la única condición determinante, excluyendo los componentes psicológicos y sociales asociados a la construcción de la identidad sexual. En­tendemos, en cambio, que la interacción entre estas subdimensiones que conforman la iden­tidad sexual puede conducir a resultados muy diferentes, sin que esta variabilidad se configure necesariamente como una condición psicopato­lógica. Actualmente, este tema es muy debatido y tiene una rápida evolución. Sin embargo, en­cuentra de nuevo aspectos en impasse entre la dicotomía “masculino” y “femenino” que actual­mente resultan ampliamente superados y, si no totalmente resueltos o comprendidos, segura­mente más aceptados como parte de una reali­dad menos rígida y más compleja. El mundo mediático ha apoyado también estos desarrollos. De hecho, son numerosas las figuras públicas que han promovido, más o menos explícitamente, una sexualidad fluida de género. El debate científico se ha orientado gradualmente, también gracias a los cambios socioculturales, al considerar el espectro de género como un nuevo modelo de referencia. Ya no se contemplan las únicas polaridades del masculino y femenino, sino que se abre una nue­va conciencia respecto a todas las otras declina­ciones posibles de la identidad sexual, entendi­da en un sentido más amplio y dinámico. La discrepancia entre “cómo me siento yo” y “cómo estoy categorizado”, aspecto clínica­mente conocido, es una experiencia subjetiva que puede ser influenciada por variables bioló­gicas, por la educación recibida, por la cultura dominante y por las experiencias encontradas durante el crecimiento. Estas mismas experien­cias pueden también inhibirse o negarse, o in­cluso pueden faltar las oportunidades, aspecto que en la edad de desarrollo puede marcar la di­ferencia. En este sentido, las variables sociales, culturales y psicológicas están fuertemente im­plicadas en el proceso de definición de la propia imagen corporal y sexualizada, así como en el bienestar psicofísico y relacional que prosigue. Sin embargo, la orientación sexual no debe confundirse con la identidad de género: amar el cuerpo o querer cambiar el sexo biológico no son elementos directamente relacionados con el deseo de tener una experiencia sexual con hombres, mujeres o personas transgénero. De hecho, es posible reconocerse en la imagen  Identidades sexuales fluidas: cuando el objeto de amor se convierte en intercambiable Psicopatol. salud ment. 2020, 36, 57-6259  sexualizada de uno mismo y mantener igual­mente este deseo. En este sentido, las antiguas etiquetas dismor­fofobia o disforia de género ya no son suficien­tes para describir las nuevas realidades que en­contramos. Resulta útil conceder la posibilidad de aportar la propia experiencia subjetiva inclu­so fuera de un marco forzosamente psicopato­lógico, especialmente en la adolescencia.  En este escenario de progresivos cambios, la identidad sexual fluida, o atracción elástica, ha surgido como un nuevo fenómeno. Introduci­da por Lisa Diamond en 2003, se define como la capacidad de un individuo de reaccionar se­xualmente y de manera flexible según las cir­cunstancias, más allá de los canales clásicos de la homosexualidad y la heterosexualidad. Esta fluidez, según las estadísticas, caracteriza prin­cipalmente a la población juvenil y está relacio­nada con algunos cambios a nivel social y cul­tural. Una de las encuestas más importantes sobre el tema de la orientación sexual, llevada a cabo por YouGov, importante empresa británica de encuestas estadísticas, en el 2015, ha demos­trado que casi la mitad de los jóvenes británi­cos entre 18 y 24 años (43 %) no se considera ni exclusivamente heterosexual ni exclusiva­mente homosexual (Dahlgreen y Shakespeare, 2015). En particular, este porcentaje, llamado a posicionarse en la escala de orientación sexual ideada por Alfred Kinsey en 1948, se ubica en las puntuaciones intermedias de 1 a 5 entre la vía de la heterosexualidad y la vía de la homo­sexualidad, representado por las polaridades 0 y 6; considerando de manera más o menos inci­dente la posibilidad de sentirse atraído y tener relaciones tanto con personas del mismo sexo como con personas del sexo opuesto (Kinsey, Pomeroy y Martin, 1948). Estos datos eviden­cian un cambio importante en la sexualidad de las últimas generaciones en términos de adhe­sión a los roles de género, identificación erótica y apertura a nuevas experiencias, que contribu­yen a la forma de percibirse y de establecer re­laciones afectivo-sexuales con los otros, ya que otra posibilidad pudiera ser que esta fluidez sea algo característico de la adolescencia y lo que vivimos actualmente es un empoderamiento hacia estas vivencias sin que sean consideradas “anormales”. Las personas, especialmente durante la ado­lescencia y en la primera edad adulta, pueden ser empujadas a probar nuevas experiencias en todos los aspectos de la orientación sexual, si­guiendo su placer innato, antes de definirse con mayor estabilidad. Sin embargo, la expresión de esta fluidez se­xual no solo se refiere a una posible bisexuali­dad innata de cada uno, sino también a todas las demás variables potenciales de orientación sexual que están surgiendo cada vez más, o que recientemente se han acuñado para definirse a sí mismas también con referencia a contextos virtuales.  Además de la heterosexualidad, la homose­xualidad y la bisexualidad, observamos otras declinaciones de la sexualidad, como por ejem­plo: la condición asexual, que consiste en no sentir atracción sexual por otra persona, lo que no implica que en algún momento sí que ten­gan relaciones sexuales; la pansexualidad, en­tendida como la posibilidad de sentir atracción por todos los géneros, por lo tanto, más allá del género que caracteriza a la persona; la sapio­sexualidad, que define la condición en la que una persona logra desarrollar una atracción hacia la otra solo en presencia de un alto ni­vel intelectual; la condición heteroflexible, que identifica a una persona que se encuentra pre­dominantemente en una posición heterosexual pero sin excluir definitivamente la posibilidad de tener relaciones afectivas y sexuales tam­bién con otras orientaciones; el aromático es un término que define la condición en la cual una persona no logra desarrollar una atracción ro­mántica hacia los demás; la litromántica se usa para definir la condición en la que se desarrolla la atracción por una persona, pero siempre que esta no corresponda con una relación de mayor intimidad; finalmente, la demisexualidad se usa para indicar situaciones en las que una persona necesita mucho tiempo antes de desarrollar una atracción hacia otra persona, y siempre y sola­mente en presencia de un sentimiento de amor. Al detectar estos aspectos, podemos consi­derar cómo cualquier conducta sexual que no haga daño desde un punto de vista físico o espi­ritual al individuo, a su pareja o a terceras perso­nas, pueda ser considerada una variante sexual  N. P. Nosadini y M. Paduanello Psicopatol. salud ment. 2020, 36, 57-6260  y que la identidad sexual, que contiene estos as­pectos y manifestaciones, no sea necesariamen­te estática, sino que pueda variar en el transcur­so de la existencia de un individuo (American Psychological Association [APA], 2009). Tal fluidez nos invita a considerar cómo en la sociedad actual se puede vivir como limitativo una definición de uno mismo unívoca y estática. Este aspecto, que parece, según las investiga­ciones, disminuir a medida que avanza la edad, está fuertemente relacionado con la posición existencial de los jóvenes en el mundo contem­poráneo, donde el potencial de la experiencia puede parecer ilimitado: definirse uno mismo es a menudo sinónimo de renuncia o pérdida de algún aspecto de la realidad. Entre los factores implicados en el fenómeno de la identidad sexual fluida, encontramos en primer lugar el declive del estigma social de la homosexualidad. Los cambios sociales y cultu­rales que han legitimado la homosexualidad, in­cluso del hecho de ser considerada un trastorno psicopatológico, han conducido a una apertura al acercamiento de la sexualidad en general y, en consecuencia, a sentirse más libres hacia la posibilidad de experimentar sexualmente expe­riencias también de tipo homosexual. El reco­nocimiento institucional de las parejas homo­sexuales ha contribuido aún más a una mayor aceptación de la homosexualidad a nivel social y cultural en el mundo occidental. Consideramos también la superación de la di­cotomía normativa hombre-mujer y de los vie­jos estereotipos de referencia: en un momento histórico y cultural en el que se delinea cada vez más un perfil de un tercer sexo, el género x, con características masculinas y femeninas, y una li­bertad sexual que mira más al individuo que a las etiquetas, observamos de hecho nuevos ro­les de género a nivel social y cultural. Las niñas frágiles y tímidas, y los niños valientes y fuer­tes, comienzan a verse como viejos estereotipos que ya no se adhieren a la realidad. Se deduce que también la educación afectiva y relacional ha tenido desarrollos profundos. En este senti­do, los escenarios se han multiplicado, aunque no siempre con claros puntos de equilibrio. Según las investigaciones, las mujeres sue­len cuestionarse más que los hombres sobre su orientación sexual. Esto parece haber sucedido en paralelo a una revolución también de su rol de género a nivel social y cultural, algo de lo que no parecen querer hacer un misterio y que inclu­ye también a los hombres y a los nuevos modos de ser masculinos. Entre los factores relacionados con la identi­dad sexual fluida, destacamos también la caída del valor de la familia tradicional y de las funcio­nes precedentes de la pareja. Durante muchas generaciones, ha sido una ocasión para la eman­cipación de la familia de origen y la construcción de un proyecto biográfico concreto, aspectos que hoy en día resultan profundamente cambia­dos. Las relaciones entre padres e hijos son más simétricas y la emancipación del núcleo familiar a menudo se retrasa o se produce gracias a la necesidad de estudiar o de trabajar, ya no solo en el vínculo de un matrimonio. Muchos jóvenes, en la hiperoferta que distingue la sociedad occi­dental de hoy, se ven obligados a recalibrar sus planes de vida todos los días; la función de la pareja y de encontrar el otro parecen centrarse ahora en vivir la experiencia en sí misma, toman­do decisiones basadas más en el momento que en una real inversión emocional hacia el futuro. En este sentido, la experiencia puede volverse más fragmentada y seguir la siguiente ilusión: “no soy heterosexual ni homosexual, sino que en base a quién está frente a mí, vivo”. Finalmente, no es posible no mencionar el mundo virtual, las redes sociales y los cambios que han determinado: el espacio y el tiempo ya no existen, las relaciones se pueden mantener a distancia incluso sin el cuerpo y fuera de las viejas restricciones o ambientes, en una dimen­sión que se agrega a la realidad en un on life de forma continua. Este progresivo encontrarse y crear intimidad, incluso más allá y sin el cuerpo, sin pareja y en otros lugares, incluso más allá del género, hace que la atracción sexual haya contemplado nuevas variables y dimensiones. De hecho, ahora es posible tocar al otro incluso sin conocerlo, lastimarlo, excitarlo e interactuar, creando nuevas formas de intimidad psíquica. Simplemente tocar una pantalla (táctil) permi­te tener una experiencia real gracias, paradó­jicamente, a lo virtual. Con el advenimiento de estas tecnologías también hemos observado la propagación de nuevos lenguajes expresivos, nuevos comportamientos, nuevos espacios de  Identidades sexuales fluidas: cuando el objeto de amor se convierte en intercambiable Psicopatol. salud ment. 2020, 36, 57-6261  encuentro, que contribuyen a la definición de la identidad y expanden las formas de experiencia, los métodos y los lenguajes de la interacción en­tre los seres humanos. Seguramente todo esto ha ayudado a encontrar nuevos contextos de experimentación más adherentes a la experien­cia subjetiva; ha ayudado a informar y a abrir nuevas perspectivas y ha creado nuevas formas de sexualidad que se agregan a los que ya están presentes.  Con referencia a la adolescencia, el mundo vir­tual también ha favorecido la acción, la emula­ción, la división; todos los aspectos que siempre han afectado notoriamente a esta fase evolutiva pero que precisamente en estas otras dimensio­nes han encontrado contextos de mayor riesgo, con frecuente ausencia de un límite y dificultad para combinar los diversos elementos que per­tenecen a la experiencia. En este escenario, descrito por estas evolucio­nes, ha crecido el fenómeno de la atracción elás­tica: hay algo que atrae en el otro, además del género y del cuerpo; el objetivo se convierte en apoyar el proyecto del hoy y descubrir nuevas partes de sí mismo a través de esta experiencia. El objeto de amor puede ser, en este sentido, intercambiable, porque permite una nueva ex­periencia destinada a cultivar el proyecto sobre uno mismo en un sentido narcisista y no a defi­nir una unión perdiendo partes de posibles ex­periencias. En un momento como la adolescencia, de im­portancia crucial para la formación de una iden­tidad estable, la presencia de experiencias, inclu­so profundamente vividas, pero desconectadas entre sí, interfiere con el proceso de individua­lización y, por lo tanto, también de separación. Es, precisamente, en la división y en la falta de simbolización que encontramos el mayor ries­go evolutivo con respecto a la sexualidad fluida; en el hecho de que estas diferentes experien­cias que contribuyen a definir la propia imagen corporal y sexualizada, incluso en diferentes di­recciones, puedan permanecer fragmentadas, no mentalizadas, con repercusiones a nivel de la estructura de la personalidad; con el riesgo de proceder a través de acciones y no dar forma a una narración coherente sobre la propria iden­tidad. El sujeto se convierte luego en un usuario de experiencias, en un coleccionista de estas en sentido consumístico, sin que conduzcan a cam­bios profundos. Reflexionamos sobre la importancia de poder aportar la propia experiencia subjetiva incluso fuera de un marco forzosamente psicopatoló­gico. En este sentido, el espacio de consulta al adolescente y joven adulto es útil que reser­ve hoy una atención a informar y descalcificar cualquier estereotipo de género, manteniendo abierta la posibilidad de identificarse de forma autónoma y personal. Recordamos cómo la sexualidad, en su fun­ción evolutiva, puede chocar con estereotipos, creencias disfuncionales, defensas, conflictos, prejuicios, experiencias traumáticas o fragili­dades personales. El proceso evolutivo corre el riesgo, en este caso, de encallarse en diferentes formas clínicas, entre las cuales recordamos las de inversión excesiva de la imagen corporal o retirada del cuerpo. La consulta con el adoles­cente tiene como objetivo apoyar, incluso en la fluidez, el proceso de individualización de estos niños, superando el estrés del rol de género a través de la deconstrucción de estereotipos, conflictos y no patologizando, manteniendo en cambio abierta la posibilidad de identificarse de acuerdo con su experiencia subjetiva.  A nivel de identidad sexual de muchos jóve­nes actuales, ¿qué consecuencias tendrán estos cambios en dimensiones posteriores como la paternidad? El nuevo ciclo evolutivo que se está formando debe ser necesariamente releído, ya no solo uni­direccionalmente, sino de acuerdo con las nue­vas trayectorias que redefinen los conceptos de sexualidad, conyugalidad, paternidad y familia en nuevas direcciones. La apertura a nivel de la paternidad ya ha encontrado un primer de­bate en la definición, también institucional, del progenitor 1 y 2, admitiendo nuevas -ahora ya anticuadas- formas de paternidad y liberando el concepto de función materna y paterna del sexo biológico de los padres, ámbito que ya ha tenido reflexiones iniciales y desarrollos que aún contemplan la presencia de una pareja. Incluso las nuevas madres solteras y las fami­lias monoparentales son fenómenos que ya han evidenciado nuevas formas de ser padres fuera de la tríada tradicional, en una posible hiperin­versión del ser, como la contraparte psicológica  N. P. Nosadini y M. Paduanello Psicopatol. salud ment. 2020, 36, 57-6262  de una cultura capitalista dominante o de un es­cenario social donde los roles de género están profundamente modificados hacia autonomías cada vez mayores de los individuos. El mayor recurso del divorcio, el establecimiento de nue­vas familias y familias alargadas también pre­sentan a nivel social una tendencia recurrente a revisar la propia experiencia de relación, inclu­so con cambios drásticos, con todas las conse­cuencias del caso, especialmente para los hijos. La identidad sexual fluida, como fenómeno nuevo, pone ulteriormente en juego las dife­rentes formas en que puede surgir este deseo de procrear y cómo se puede desarrollar una función parental en el nivel psicológico que precede al nivel material. Como evidencian las estadísticas, la atracción elástica afecta princi­palmente a la población juvenil y debe ser re­leída y observada como fenómeno psicológico relacionado con los cambios socioculturales de la sociedad contemporánea y del cual aún se desconoce una trayectoria evolutiva. Precisamente en una estructura de personali­dad fragmentada, con experiencias que perma­necen potencialmente aisladas, que han inverti­do más en el aquí y ahora, observamos cómo se hace más difícil mentalizar una función parental o hacerlo en un modo que prevea e implique al otro en parejas y roles de género tradicionales. Muchos de los chicos que encontramos no muestran ninguna idea al respecto, especial­mente si no encuentran en su familia y en sus padres un modelo que haya funcionado. Inten­tan construir caminos completamente nuevos, con una fragmentación de su deseo en diferen­tes modalidades, direcciones y formas de rela­ción que tienen más que ver con el presente que con una inversión afectiva hacia el futuro. Consideramos que el espacio de consulta y terapéutico dirigido a adolescentes y jóve­nes adultos en crisis, también en términos de orientación sexual, tiene que mantener abierto el proceso de individualización, apoyarlo evi­tando la catalogación y las respuestas prees­tablecidas y apresuradas, evitar la psiquiatri­zación, acompañar a los jóvenes a activarse y poder reposicionarse con respecto a su propia experiencia, ayudando a mantener unidos en la relación lo vivido con las experiencias frag­mentadas en un terreno nuevo, de límite y de frontera. El estrés de género y la escisión pueden supe­rarse permitiendo una nueva experiencia en la que se puede sentir, pensar y narrar. El mentali­zar, integrar una imagen de sí mismo coherente y estable, energizar las propias ideas con res­pecto al propio deseo, a la propia experiencia corporal y a las experiencias que uno hace o de­sea hacer, resultan factores protectores impres­cindibles para poder llegar a posteriores formas funcionales de paternidad, aunque sean nuevas.

Bibliografía

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