Evaluación del desarrollo de la identidad en la adolescencia (AIDA)
Klaus Schmeck, Susanne Schlüter-Müller, Pamela Foelsch y Kirstin Goth
RESUMEN
La identidad se integra como un criterio central en el diagnóstico de los trastornos de la personalidad en el actual DSM V. Ante la falta de un cuestionario autoadministrado que evalúe el desarrollo de la identidad en adolescentes sanos o con trastornos, se diseñó un inventario de evaluación de la patología relacionada con el desarrollo de la identidad en la adolescencia (AIDA) y sus propiedades psicométricas en una muestra escolar y clínica. A partir del método deductivo y tomando como referencia teorías psicodinámicas y cognitivo sociales, se elaboró una tabla especial de ítems que contestaron 305 estudiantes (de 12 a 18 años) de una escuela pública y 52 niños y adolescentes pacientes psiquiátricos hospitalizados y ambulatorios con diagnóstico de trastorno de personalidad (N = 20) u otros trastornos mentales (N = 32). La AIDA mostró excelentes índices de fiabilidad en las escalas y subescalas. El total de la escala “difusión de la identidad” y cada una de las escalas primarias “discontinuidad” e “incoherencia” diferían significativamente entre los pacientes con trastorno de personalidad y los controles con un tamaño de efecto notable de 2,17 y una desviación estándar de 1,94. Con estos resultados, la escala AIDA puede verse como un instrumento fiable y válido para evaluar la identidad normal y alterada en los adolescentes. PALABRAS CLAVE: identidad, cuestionario, revisión, trastorno de la personalidad, adolescencia.
ABSTRACT
Assessment of identity development in adolescence. Identity is integrated as a central diagnostic criterion for personality disorders in the current revision of the American Diagnostic and Statistical Manual (DSM V). As there is no elaborated self-rating questionnaire to assess identity development in healthy and disturbed adolescents, we developed an inventory to assess pathologyrelated identity development in adolescence (AIDA) and evaluated its psychometric properties in a mixed school and clinical sample. Test construction was deductive, referring to psychodynamic as well as social-cognitive theories, and led to a special item pool that was tested in 305 students aged 12-18 attending a public school and 52 child and adolescent psychiatric inpatients and outpatients with diagnoses of personality disorders (N= 20) or other mental disorders (N= 32). AIDA showed excellent scale and subscale reliabilities. The AIDA total scale “Identity Diffusion” and each of the primary scales “discontinuity” and “incoherence” differed significantly between personality disordered patients and controls with remarkable effect sizes (d) of 2.17 and 1.94 standard deviations. Referring to these results, AIDA can be seen as a reliable and valid instrument to assess normal and disturbed identity in adolescents. KEY WORDS: identity, questionnaire, overview, personality disorder, adolescence.
RESUM
Avaluació del desenvolupament de la identitat en l‘adolescència. La identitat s’integra com un criteri central en el diagnòstic dels trastorns de la personalitat en l’actual DSM V. Com no existeix un qüestionari autoadministrat que avaluï el desenvolupament de la identitat en adolescents sans o amb trastorns, es va dissenyar un inventari d’avaluació de la patologia relacionada amb el desenvolupament de la identitat en l’adolescència (AIDA) i les seves propietats psicomètriques en una mostra escolar i clínica. A partir del mètode deductiu i tenint com a referència teories psicodinàmiques i cognitivo socials, es va elaborar una taula especial d’ítems que van contestar 305 estudiants (de 12 a 18 anys) d’una escola pública i 52 nens i adolescents pacients psiquiàtrics hospitalitzats i ambulatoris amb diagnòstic de trastorn de personalitat (N = 20) o altres trastorns mentals (N = 32). L’ AIDA va mostrar excel·lents índexs de fiabilitat en les escales i subescales. El total de l’escala “difusió de la identitat” i cadascuna de les escales primàries “discontinuïtat” i “incoherència” diferien significativament entre els pacients amb trastorn de la personalitat i els controls amb una mesura d’efecte notable de 2,17 i una desviació estàndard d’1,94. Amb aquests resultats, l’escala AIDA es pot veure com un instrument fiable i vàlid per avaluar la identitat normal i alterada en els adolescents. PARAULES CLAU: identitat, qüestionari, revisió, trastorn de la personalitat, adolescència.
En las teorías psicoanalíticas y psicodinámicas, la identidad y su perturbación son vistas como construcciones centrales mientras que en el ámbito de las teorías socio-cognitivas se utilizan términos de base como “autoconceptos” y “representaciones mentales”. El intento de encontrar una definición global muestra de inmediato que la definición general de, “unidad del ser” es de naturaleza híbrida porque la identidad es, a la vez, intrapsíquica e interpersonal, con diversos aspectos fenomenológicos que complican el funcionamiento de sus componentes (Akhtar y Samuel, 1996).
Erikson describe la identidad como un principio organizador fundamental que se desarrolla constantemente a lo largo de la vida y proporciona una sensación de continuidad en el sí mismo y en la interacción con otros (“mismidad”), así como un marco para diferenciar entre el yo y los demás (“singularidad”), que permite al individuo funcionar de manera autónoma (Erickson, 1959). La consolidación de la identidad se describe como una tarea central en el desarrollo normal de los adolescentes, cuando las identificaciones e introyecciones anteriores deben mudar y transformarse, en un proceso que se llama “crisis de identidad”. En el inventario diagnóstico psicodinámico operacionalizado (OPD-2), la identidad normal se describe como “… la totalidad de las imágenes internas de uno mismo”, muy relacionada con el . Considerando su desarrollo, “determinadas fases que pueden dar lugar a una sensación subjetiva de continuidad y coherencia, cuando la integración de las nuevas imágenes del sí mismo tiene éxito” (Grupo de Trabajo OPD, 2007). Como resultado, una identidad estable juega un papel importante en la autoestima, en una imagen realista de sí mismo y de los demás, y en la comprensión que uno tiene sobre el otro (Foelsch et al. 2008). Por tanto, la identidad es fundamental en el funcionamiento autoreflexivo, en la autonomía, en los intercambios sociales adecuados, y proporciona previsibilidad y continuidad en el funcionamiento de una persona, en situaciones diversas y a lo largo del tiempo (Kernberg, Weiner and Bardenstein, 2000).
Una distinción entre dos aspectos diferentes de la identidad puede encontrarse en muchas teorías de la psicología social-cognitivo y del desarrollo (Resch 2005; Resch and Freyberger 2009). James (1890 en: Resch, 2005) hizo la distinción clásica entre el “yo” (“I” en el original), una experiencia vital autoevidente, emocional, intuitiva, y el “yo” (“Me” en el original), resultado de un proceso de autoreflexión que conduce a una conciencia integrada y al conocimiento de uno mismo. Por tanto, la identidad se puede dividir en dos dominios de orden superior, el “yo subjetivo” (centrado en la continuidad, “núcleo estable”, de acceso emocional) y el “self definitorio” (centrado en la coherencia, “un todo integrado”, de acceso cognitivo). Por el contrario, Stern (1985 en: Resch, 2005) postuló cuatro componentes del self: “autonomía del sí mismo” (sentido de autoría), “coherencia del sí mismo” (sentido de no fragmentación, el todo físico con límites), “afectividad del sí mismo” (experimentar cualidades internas de una sensación) e “historia de sí mismo” (“permanecer siendo”, la posibilidad de cambiar sin dejar de ser uno mismo). Diferentes autores introdujeron diversos conjuntos de autoconceptos únicos para describir por completo el “sistema de identidad” de una persona. Bracken (1992) articuló seis autoconceptos que se refieren a diferentes áreas de funcionamiento psicosocial: social, competencia, emocional, académico, familiar y físico. Deusinger (1986) describe diez autoconceptos que reflejan: la eficiencia, la resolución de problemas, la certeza en el comportamiento y la toma de decisiones, regulación de la autoestima, sensibilidad y afectividad, persistencia, habilidad social, aprecio de otros/seguridad en el rol, emociones y relaciones. Refiriéndose al concepto de Erikson (1968) sobre el crecimiento del ego, la fuerza y la síntesis, Marcia (1966) distingue entre los cuatro estados de la formación de la identidad: difusión, exclusión, moratoria y logro de la identidad. Cada formación se define por una combinación específica de alto o bajo, “compromiso” y “exploración”, considerados como áreas centrales para la definición de la identidad. Ambas áreas se subdividen en los dominios de identidad profesional, ideológica y sexual. Investigación adicional desarrolló estos subdominios de la identidad en dos ámbitos principales: la “identidad ideológica” –identidad educativa, política, religiosa, profesional– y la “identidad interpersonal” –amigos, familia, relaciones románticas– (Kroger, Martinussen y Marcia 2010). Otro enfoque consiste en subdividir el área de la formación de la identidad “exploración” en “exploración en profundidad” y “reconsideración” (Meeus, Branje and Schwartz, 2010) para reforzar el aspecto de la necesidad de una elaboración más profunda y con un propósito cognitivo, de los compromisos para constituir el logro de la identidad, que está vinculada a un desarrollo saludable (Marcia, 2006).
Fonagy y colaboradores (2002) combinaron los conceptos psicoanalíticos con la teoría del apego y la “teoría de la mente” en un concepto común de mentalización, que describe el desarrollo de representaciones mentales complejas de uno mismo y de los demás basadas en el desarrollo de la regulación emocional (autocontrol, control del afecto), la capacidad para la intersubjetividad (imitación, aceptación de la función, cambio de perspectiva), y funciones de autoreflexión. Estas representaciones mentales evolucionan progresivamente como resultado de la autoreflexión y facilitan la comprensión, predicción y consideración de los estados mentales de uno mismo y de los demás. Esto puede ser visto como un requisito básico para la formación de una experiencia de identidad. Además, Seiffge- Krenke (Seiffge-Krenke and Weyers, 2005) enfatiza los cambios significativos en la adolescencia, no sólo por la necesidad de desarrollar completamente nuevas imágenes de sí mismos y nuevas funciones (por ejemplo, una pareja sexual), sino también por los cambios cognitivos relacionados con la edad que pasan de patrones de pensamiento concretos a patrones operacionales formales (abstractos) y por la necesidad de “despegarse” de los padres. Esto crea sentimientos de soledad, tristeza, ira y desapego emocional y una erosión de la precedente y estable identidad del niño.
Según Otto Kernberg (1978), la crisis de identidad es el resultado de la discrepancia entre la rapidez de los cambios físicos y las experiencias psicológicas, por un lado, y una brecha cada vez mayor entre la percepción de sí mismo y las experiencias de la percepción de los demás sobre uno mismo, por el otro. En las crisis de identidad, la continuidad del sí mismo se mantiene a través de situaciones y del tiempo a pesar de experimentar con diferentes roles y, generalmente, se resuelve en una identidad normal y consolidada con un funcionamiento flexible y adaptable (Kernberg, Weiner and Bardenstein, 2000). Esto permite al adolescente o adulto joven establecer amistades gratificantes y satisfactorias, plantearse objetivos de vida claros, interactuar adecuadamente con los padres y maestros, establecer relaciones sexuales e íntimas, y desarrollar una autoestima positiva (Foelsch, Odom and Kernberg, 2008).
Por el contrario, la difusión de identidad es vista como una falta de integración del concepto de sí mismo y de otros significantes. Esto se traduce en una pérdida de la capacidad de autodefinirse y de compromiso con los valores, metas, o relaciones, y una dolorosa sensación de incoherencia. Esto se observa, a menudo, en “descripciones irreflexivas, caóticas y contradictorias del paciente acerca de sí mismo y de los demás” y en la “incapacidad para integrar o incluso percibir contradicciones” (Clarkin, Yeomans and Kernberg, 1999; 2006). Según Kernberg, una identidad incompletamente integrada puede, además, manifestar sensaciones de vacío crónico, comportamiento contradictorio y superficialidad, o cualquier otro signo de debilidad en la fortaleza del ego como baja tolerancia a la ansiedad y un pobre control de los impulsos. El desarrollo de la identidad puede ser descrito como un continuo con la difusión de identidad (incoherente imagen de sí mismo, fragmentación del self) en un extremo y una identidad personal integrada en el otro extremo (Kernberg, 1985). En conjunto, la difusión de la identidad es un elemento central de la “organización límite de la personalidad” (Kernberg, 1985) y es considerada como la base de la patología de la personalidad, lo que conduce a un amplio espectro de comportamiento desadaptativo y disfuncional (Marcia, 2006).
Desde que el grupo de pacientes con trastorno límite de la personalidad (TLP) muestra una perturbación grave de la identidad, muchos autores se centran ella en sus estudios. Westen describe la “perturbación de la identidad” como el constructo central para la detección de patología grave de la personalidad y, sobre todo, para el TLP, en adultos y adolescentes, que contiene las dimensiones siguientes: falta de compromiso, excesiva identificación de roles, incoherencia dolorosa y falta de consistencia, evaluada con el cuestionario IDQ validado por expertos (Westen, Betancourt and Defife, 2011). Crick elaboró un cuestionario (BPFS-C) para evaluar características de la personalidad borderline en niños, basado en el concepto de Morey para los adultos, que integra “problemas de identidad”, además de los factores de inestabilidad afectiva, relaciones negativas y autolesiones (Crick, Murray-Close and Woods, 2005). Poreh estableció un cuestionario basado en los criterios del DSM-IV (BPQ) para evaluar la personalidad límite en adultos con nueve subescalas: impulsividad, inestabilidad afectiva, abandono, relaciones, imagen de sí mismo, suicidio/automutilación, vacío, ira intensa y estados cuasi-psicótico, todo lo cual contribuye empíricamente a un factor borderline común llamado “identidad/ interpersonal” (Poreh et al, 2006; Chanen et al, 2008). En el DSM-IV (APA 1994), la perturbación de la identidad (es decir, “autoimagen o sentido de sí mismo marcada y persistentemente inestable”, página 654) se incluye como uno de los componentes del TLP. Esto fue apoyado empíricamente por muchos hallazgos, incluyendo el de Becker (Becker et al, 2002) que encontró la alteración de la identidad y la desregulación afectiva en adolescentes, siendo los síntomas más significativos que conducen a un diagnóstico correcto de trastorno límite de la personalidad.
La falta de apoyo empírico para un método categórico del diagnóstico de los trastornos de la personalidad, sus umbrales y la heterogeneidad de los mismo (Widiger et al, 2005; Livesley, 2007), llevó a una revisión completa (Skodolet al, 2002) de los diagnósticos de TP para el nuevo DSM-V, utilizando una serie de criterios basados en las deficiencias fundamentales en el funcionamiento de la personalidad y en los rasgos patológicos de personalidad a partir de dos ámbitos diferentes: el funcionamiento del self (disfuncionalidad) y el funcionamiento interpersonal (desadaptación social). Deficiencias en el funcionamiento del self se reflejan en las dimensiones de la identidad y del sentido del self. Las deficiencias interpersonales consisten en alteraciones de la capacidad para la empatía y la intimidad. Con esta revisión, el concepto de identidad per se y el concepto de Kernberg de difusión de identidad jugará un papel central en la definición y la detección de trastornos de la personalidad a nivel general, no sólo como un rasgo específico del trastorno de límite de la personalidad.
Los primeros signos de trastornos de personalidad, con una estabilidad considerable a pesar de la etapa de desarrollo (Coid et al, 2006; Zanariniet et al, 2006; Chanen, Jovev and Jackson, 2007), son evidentes antes de los 18 años (Sharp and Romero, 2007; Miller, Muehlenkamp and Jacobson, 2008). Por tanto, desviaciones del desarrollo normal de la personalidad en niños y adolescentes pueden y deben ser identificadas y seleccionadas para la intervención (Kernberg, Weiner and Bardenstein, 2000; Schmid, Schmeck and Petermann, 2008; Schmeck and Schlüter-Müller, 2009; Westen, Betancourt and Defife, 2011). Paulina Kernberg dilucidó en 2000 un modelo para entender la patología de la identidad en niños y adolescentes y postuló que la difusión de la identidad es el resultado del fracaso de la consolidación de la identidad en cada etapa de la infancia hasta la adolescencia (Kernberg, Weiner and Bardenstein, 2000). Su énfasis en la adolescencia radicaba en la necesidad de diferenciar la “crisis de identidad normal” con la “difusión de identidad” e intervenir directamente durante este período de desarrollo para mejorar la integración de la identidad y, por tanto, aumentar el funcionamiento y el comportamiento adaptativo mediante la mejora de sus relaciones con amigos, padres y maestros, adquiriendo autoestima positiva, clarificando los objetivos de vida y una mejor preparación para iniciar relaciones amorosas (Foelsch, Odom and Kernberg, 2008; Kernberg and Foelsch, 2008).
Basándose en los conceptos descritos anteriormente, nuestro grupo de investigación suizo-alemán-americano, empezó en 2010 a desarrollar el cuestionario de “evaluación del desarrollo de la identidad en la adolescencia” (AIDA) para medir el desarrollo de la identidad en los adolescentes. AIDA está diseñado para superar las deficiencias psicométricas del cuestionario IPO-CH (Kernberg, 2001), una adaptación del “inventario de organización de la personalidad” (IPO) [Clarkin, Foelsch and Kernberg, 2001] para niños y adolescentes.
Construcción de la escala AIDA
Nuestro objetivo inicial era evaluar el desarrollo de la identidad en una escala Likert que va desde “saludable” a “alterado”, con el fin de diferenciar el desarrollo sano de la identidad de una crisis de identidad común, así como de la difusión grave de la identidad. Los enfoques existentes estaban demasiado centrados en la patología y no evaluaban las variantes normales del desarrollo de la identidad de forma adecuada, o bien se centraban en el desarrollo normal haciendo caso omiso de una integración estructurada de la personalidad alterada. Por eso decidimos desarrollar un nuevo cuestionario sobre la base de una descripción general de la materia. Para mayor claridad conceptual y una captura amplia de lo normal, así como del desarrollo alterado de la identidad, el proceso de construcción de la escala AIDA integró los enfoques concordantes de la psicología psicoanalítica y de la psicología social cognitiva.
A partir de las descripciones teóricas mencionadas sobre el desarrollo de la identidad, se pudieron distinguir claramente dos áreas en línea con la dicotomía de los constructos de la psicología social cognitiva así como de las descripciones psicopatológicas de orientación psicodinámica: la distinción básica entre “continuidad” y “coherencia”, que sirvieron como un marco teórico bien elaborado para resaltar la estructura asumida de integración de la identidad vs difusión de la identidad.
El contructo “continuidad” representa la experiencia vital del “yo” (“I” en el original) y de la subjetiva emocional (mismidad) en una línea de tiempo interna estable. “Continuidad alta” se asocia con la estabilidad de la descripción del sí mismo en cuanto a objetivos, talentos, compromisos, roles y relaciones y un buen acceso a las emociones propias. El contructo “coherencia” es sinónimo de “ser idéntico a sí mismo” y la claridad de la autodefinición como resultado de la autoconciencia reflexiva y la elaboración del “yo” (“Me” en el original). La falta de “coherencia” se asocia con ser contradictorio o ambivalente, sugestionable, superficial, con escaso contacto consigo mismo y con representaciones mentales superficiales.
De acuerdo con la “naturaleza híbrida” del constructo (que es tanto intrapsíquico como interpersonal, Akhtar and Samuel, 1996), los estudios relacionados con el desarrollo de la formación de la identidad (Kroger, Martinussen and Marcia, 2010), y en referencia a la concreción de la difusión de identidad de Otto Kernberg (1985) y Westen (Westen, Betancourt and Defife, 2011), diferenciamos además dos aspectos principales: “difusión de la identidad en relación con sí mismo” (no tener intereses, atributos, comportamientos e imágenes interiores estables, siendo contradictorio o ambivalente) y “difusión de la identidad relacionada con el mundo social” (no tener roles o relaciones sociales estables, sobreidentificación y dependencia). Respecto a Fonagy (Fonagy et al, 2002), separamos el tercer aspecto “difusión de la identidad en relación con las representaciones” (falta de autoreflexión emocional y cognitiva).
Se hace una diferencia importante en relación con la asunción de la integración de la identidad si un adolescente está cambiando aficiones y objetivos de vida a causa de: a) tener un temperamento impulsivo; b) una falta de continuidad temporal interna de sí mismo, su entorno social y sus sentimientos (mismidad) o c) tener aficiones diversas con cada grupo de pares diferente, como un “camaleón”, mientras que los sí mismos diferentes no se conectan a un nivel más alto (baja autocoherencia). Para detectar a los verdaderos constructos “identidad” que son objetivos, es crucial separarlos de subconstructos que son obviamente distintos en cuanto a su impacto clínico y psicológico (“inestable, no-persistente” frente a “caótico, vacío, con dos caras”), a pesar de que pueda parecer lo mismo desde el exterior (fenotipo “cambio de hobbies”) y dejar de lado los constructos que no son objetivo en la escala y en el proceso de construcción de los ítems, especialmente la “impulsividad”. El rasgo impulsividad en sí no se considera como un factor de riesgo para desarrollar un trastorno de la personalidad y sólo puede ser utilizado para caracterizarlo, si se presenta un trastorno de la personalidad durante la vida. Teniendo en cuenta esto, es crucial evitar todo ítem sobre la impulsividad para detectar el fenómeno “identidad”, en referencia a un desarrollo alterado. La impulsividad, como una tendencia emocional casi automática para cambiar intereses y aficiones, para tomar decisiones rápidas, para reaccionar antes de pensar, y para ser propensos a la búsqueda de sensaciones, puede considerarse como una hipótesis alternativa perfecta a lo que se describe como “discontinuidad de identidad” en términos de estar inseguro de sus capacidades, sentimientos propios, afiliaciones propias. En resumen, ser impulsivo puede ser divertido y animado y experimentado como un activo “yo” (“I” en el original). Por el contrario, no tener continuidad interna no es en absoluto divertido ni para sentirse activo o animado. Por otra parte, en la puesta en marcha del aspecto de la identidad, usado con frecuencia como “inestable, no-persistente”, el aspecto “flexibilidad positiva” debe considerarse como un constructo que no es objetivo y debe excluirse de forma atenta, ya que al ser estable puede volverse rígido y, en extremo, desadaptativo.
Otro aspecto que hemos desmontado y vuelto a montar es la “autoreflexión”. En el modelo de Kernberg, el mal funcionamiento reflexivo emocional y cognitivo se mezcla para constituir la difusión de identidad, que representa correctamente el fenotipo, siendo todo comportamiento o decisión el resultado de una combinación de los procesos emocionales y cognitivos. Pero para hacer frente a las posibles variaciones en relación con la sintomatología específica o la conveniencia de los enfoques terapéuticos, hemos seguido el modelo de Fonagy para distinguir teóricamente entre el “funcionamiento emocional reflexivo” (visto como la base para la empatía, cambio de perspectiva y asunción de rol) y el “funcionamiento cognitivo reflexivo” (visto como la base de las representaciones mentales diferenciadas).
En total, el inventario de AIDA es el modelado de la patología relacionada con el desarrollo de la identidad (escala de orden superior “difusión de la identidad”) constituida por dos dominios funcionalmente separados (escalas primarias) de “discontinuidad” e “incoherencia”, cada una evaluada como la suma de tres subescalas que reflejan diferentes áreas del funcionamiento psicosocial. Estos aspectos no deben ser evaluados por separado, sino que se ha definido para facilitar la claridad conceptual y para disminuir la rigurosidad de la escala y la construcción de los ítems. Todas las escalas están codificadas hacia la patología, por lo que las puntuaciones altas indican perturbación alta (ver Tabla 1).
El presente estudio analiza las propiedades psicométricas del cuestionario AIDA. La validez diagnóstica se comprueba mediante la comparación de las puntuaciones del AIDA en el nivel de escala y subescala entre pacientes psiquiátricos y controles sanos.
Método
Se evaluó una muestra clínica y una escolar. La muestra escolar (I) la integraron 305 estudiantes adolescentes de sexto grado a segundo de bachillerato (148 chicos y 157 chicas) de dos escuelas públicas de la zona. La edad media fue de 15 años (desviación estándar de 2,0). La muestra clínica (II) la formaron 52 niños y adolescentes (17 chicos y 35 chicas), con edades comprendidas entre los 12 y los 18 años y una media de 15,6 años (DE = 1,8). Los participantes eran pacientes hospitalizados y ambulatorios de un hospital universitario psiquiátrico de niños y adolescentes y de la práctica psiquiátrica infanto-juvenil. Los criterios de inclusión fueron la edad (entre 12-18 años), suficientes habilidades lingüísticas y cognitivas para dominar la tarea escrita y ningún episodio psicótico actual. Entre los pacientes se detectaron diversos diagnósticos psiquiátricos: trastornos de la personalidad (20, de los cuales 18 tenían un diagnóstico de TLP); 12 eran trastornos afectivos (ansiedad, depresión); 7 trastornos de la atención y la conducta y otros 13 presentaban una alta comorbilidad.
Medidas
AIDA
El cuestionario AIDA se desarrolló siguiendo procedimientos sistemáticos de construcción de tests con dos etapas. La primera etapa fue la explicación teórica del constructo objetivo y la generación de una tabla inicial específica de ítems por consenso de expertos. Estos ítems fueron probados previamente para asegurar la comprensión y la claridad de los ítems en el grupo de edad diana. Esto sirvió como base para modificaciones posteriores de los ítems. La segunda etapa fue la selección empírica basada únicamente en las propiedades estadísticas y psicométricas obtenidas de los ítems de la muestra principal para, derivar en la tabla final y establecer las escalas específicas. Después, todos los ítems del AIDA fueron revisados detenidamente por los autores, introduciendo diferentes enfoques y experiencias, hasta obtener el consenso final. Valoramos su verdadero potencial de manera que pudiera ser contestada correctamente por los adolescentes en temas como la deseabilidad social, los prejuicios de género y el acceso consciente de los contenidos (por ejemplo, la afirmación “admiro a la gente para sentirme seguro” puede ser preguntada por un experto en una entrevista, pero plantearía dudas de validez en la autoaplicación). Esto último implica consideraciones especiales sobre la capacidad para la autoreflexión en relación con la edad y/o el malestar emocional, especialmente en temas sexuales del cuestionario, ya que no hay una relación con el investigador. Si bien el tema es clínicamente relevante, un componente de la identidad y un marcador fenotípico del constructo, se omitió de la tabla de ítems debido a la falta de fiabilidad y validez en un formato de autoinforme. Por tanto, los temas importantes de “sexualidad” e “identidad de rol de género” tienen que ser evaluados por un terapeuta, ya que no todos los problemas se pueden preguntar en un cuestionario. La tabla inicial con 102 ítems fue probada por 15 adolescentes, lo que llevó a algunas modificaciones y una versión piloto reducida de 96 ítems (en este caso se dejaron de lado los ítems sobre el desarrollo sexual debido a las altas tasas de no respuestas o al feedback negativo de los adolescentes).
Los ítems se puntuaron en una escala Likert de 5 puntos (0 = muy en desacuerdo, 1= en desacuerdo, 2 = más o menos, 3 = de acuerdo, 4 = muy de acuerdo). Además seis preguntas semiabiertas sobre aficiones o intereses propios, de mejores amigos, afiliaciones grupales percibidas y atributos típicos se añadieron para contrastar la productividad de los participantes y simular una situación de entrevista para la creación de un conjunto de variables de apoyo en la calificación de expertos, utilizando un esquema de codificación fija. Esta versión piloto del AIDA fue probada en una muestra combinada de 47 adolescentes no derivada, de 11-19 años y de 22 pacientes (12 con diagnóstico de TP) de nuestra muestra clínica (edad media 15,9).
SCID-II y K-DIPS
Para evaluar la patología del eje I y II se utilizaron las dos entrevistas semiestructuradas de diagnóstico SCID-II (Wittchen, Zaudig and Fydrich, 1997) y KDIPS (Suppiger et al, 2009) que están bien establecidas. Entrevista Clínica Estructurada para el DSMIV Eje II (La SCID-II ) fue diseñada para evaluar los trastornos de personalidad según el DSM-IV. La Entrevista de Diagnóstico para las Enfermedades Psiquiátricas (K-DIPS- Niño) está diseñada para evaluar la psicopatología del eje I en niños y adolescentes de acuerdo con los criterios de la CIE-10 y el DSM-IV.
Resultados
Selección de ítems y fiabilidad de la escala
El análisis y selección de los ítems llevó a una versión final de la AIDA de 58 ítems, con fiabilidades de escala muy buenas y un contenido equilibrado en consonancia con el modelo teórico derivado. Los coeficientes de fiabilidad α de Cronbach fueron excelentes para la escala total de difusión de identidad con 0,94 y muy bueno para las dos escalas primarias de identidad de Discontinuidad e Incoherencia con 0,86 y 0,92 respectivamente y, muy buenos para las subescalas, oscilando desde 0,73 a 0,86. La Tabla 2 presenta un resumen de las fiabilidades de escala y subescalas, el rango y las correlaciones medias ítem-total, para las escalas principales y los ítems más representativos por subescala.
Diferencias de sexo y edad
Las diferencias de puntuación entre niñas y niños fueron significativas excepto una (subescala de 1.1), pero el tamaño del efecto no superó el criterio de d > 0,80 para indicar una diferencia significativa. En cambio no hubo diferencias significativas entre la puntuación de los adolescentes más jóvenes y los más mayores, lo que llevó a los tamaños de efecto alrededor de cero. Por tanto, en contra de nuestros supuestos, los datos no apoyan la existencia de un grupo específico relacionado con las etapas del desarrollo de la identidad.
Validez diagnóstica
Se compararon las puntuaciones de la escala y la subescala de la AIDA entre la población escolar y la submuestra clínica de 20 adolescentes con diagnóstico de un trastorno de personalidad. Todas las escalas y subescalas diferían notablemente entre los dos grupos con tamaños de efecto d desde 1,04 hasta 2,56 desviaciones estándar, mostrando una excelente discriminación entre los pacientes y los estudiantes. Las subescalas “1.2 Discontinuidad-Relaciones” (d = 2,27) y 2.1 “Incoherencia-Autoconceptos consistentes” (d = 2,56) mostraron la mayor discriminación, mientras que “2.2 Incoherencia-Autonomía” mostró la menor discriminación entre los adolescentes de la escuela y del grupo clínico con TP (ver Tabla 3).
En los seis preguntas semiabiertas, la variable valorada por el experto “sentido/conformidad” (d = 1,90) y la frecuencia de respuestas negativas para el “yo” (d = 1,55) y para “amigo” (d = 0,99) mostraron diferencias notables entre estudiantes y pacientes. Mientras que el 97,4% de los estudiantes dieron respuestas totalmente adecuadas a las preguntas, sólo lo hizo el 22,4% de los pacientes. Sólo el 34,7% de los pacientes respondieron con un sentido “bastante apropiado”, y el 26,5% dio respuestas que eran “medianamente apropiadas”. Mientras que el 14,3% de los pacientes dieron respuestas que eran “bastante de estilo libre” (por ejemplo, dando respuestas sin sentido o describiendo atributos y experiencias cuando se le preguntaba acerca de los hobbies). Fue particularmente interesante que los estudiantes rara vez describieron atributos o roles negativos (por ejemplo, vengativo, aburrido, mentiroso, perdedor), ni de ellos mismos ni de su mejor amigo. Por el contrario, el 94,1% de los pacientes mencionaron atributos negativos de ellos y 91,3% de sus mejores amigos.
Discusión
En la nueva revisión del DSM, los dos criterios principales de los trastornos de la personalidad serán “un deterioro significativo del sí mismo” y en el “funcionamiento interpersonal”. De acuerdo con esta próxima conceptualización de los trastornos de la personalidad, el funcionamiento del sí mismo está definido por los dos constructos identidad y sentido del self. Como la evaluación de la identidad fiable, válida y apropiada a la edad será de gran interés, hemos desarrollado el cuestionario Evaluación del desarrollo de la identidad en la adolescencia (AIDA) y comprobado sus propiedades psicométricas en muestras referenciadas y no referenciadas.
La identidad es un constructo psicológico muy complejo. Por tanto, era esencial para basar la nueva herramienta de evaluación en una amplia base teórica, incluyendo las teorías psicodinámicas y cognitivo-sociales, así como conceptos sobre el desarrollo de la identidad. Los resultados de nuestro estudio sobre las propiedades psicométricas del AIDA son muy prometedores, tanto para la adecuación del modelo derivado de identidad, así como para la construcción de la prueba a nivel de los ítems. El análisis estadístico y de selección de ítems, basado en una tabla inicial establecida deductivamente a través del consenso de expertos y probada en una muestra mixta de escolares y clínica, ha llevado a una sólida versión psicométrica final del AIDA con buenas fiabilidades de escala, con contenido equilibrado consistente con el modelo hipotético y con un número mínimo de ítems.
Basada en la teoría, distinguimos la dimensión de orden superior integración de la identidad vs difusión de identidad articulada en dos áreas “continuidad” (mismidad subjetiva emocional y estabilidad en el tiempo) y “coherencia” (claridad cognitiva de la autodefinición y consistencia a lo largo de situaciones), en línea con la dicotomía de los constructos de la psicología socialcognitiva, así como de las descripciones psicopatológicas de orientación psicodinámica. Cada dominio (escala principal) se compone de tres subdominios basados en diferentes teorías (subescalas), que cubren y reconstruyen el conocido subconstructo de identidad empleado en los modelos establecidos, especialmente de Kernberg (1985), Westen (Westen, Betancourt and Defife, 2011), Fonagy et al (2002), y Akhtar and Samuel (2009). A pesar de esta heterogeneidad en el contenido, AIDA se muestra favorable, con excelentes fiabilidades de escala con consistencias internas de α = 0,94 para la escala total, α = 0,86 para la escala continuidad, α = 0,92 para la escala coherencia, y una gama de α = 0,73 – 0,86 para las subescalas. Estos resultados se mantienen estables en las submuestras respecto al género y la edad, lo que implica una construcción exitosa de los ítems que evita el sesgo sistemático de los ítems.
Poco se sabe sobre el desarrollo de la identidad a través del tiempo y si el proceso de formación de la identidad es diferente en niñas y niños. De acuerdo con nuestros datos, podemos suponer que la forma en que los adolescentes más jóvenes describen su identidad utilizando los elementos de AIDA no es muy diferente de la de los adolescentes de mayor edad (no hay diferencias significativas, tamaños efectos alrededor de cero). Por tanto, podemos suponer que el desarrollo de la identidad, como es medido con el AIDA refleja la integración de la identidad independiente de la edad vs la difusión de identidad. Así, normas de poblaciones separadas serían redundantes por grupos de edad. Por el contrario, las diferencias entre las niñas y los niños fueron significativas en todas las escalas y subescalas en niveles del 1%, a excepción de la subescala 1.1 (estabilidad en los atributos y metas). El tamaño de efecto medio es lo suficientemente grande como para establecer normas separadas de género en esta etapa del desarrollo del instrumento, hasta que se analicen más datos de los estudios actualmente en curso.
Nuestro enfoque de integrar algunas preguntas semiabiertas para simular una situación de entrevista y para captar algunas facetas adicionales de difusión de identidad tuvo éxito en parte y todavía no está totalmente explorado su potencial. Deriva al menos un contenido válido adicional que se integra en el concepto de Westen (Westen, Betancourt and Defife, 2011), de “autoestigmatización”, que puede verse como un signo de desarrollo de la identidad alterada. La frecuencia en “dar respuestas negativas” sobre sí mismo y sobre el mejor amigo parece ser, en general, notablemente diferente entre los estudiantes y los pacientes; los estudiantes raramente (menos del 10%), se etiquetan a sí mismos o a su mejor amigo con términos negativos (por ejemplo, “perdedor”), mientras que los pacientes lo hacen con frecuencia (más de 90%).
Como hemos señalado anteriormente, las perturbaciones de la identidad se ven como uno de los componentes principales de trastornos de la personalidad. Por tanto, un instrumento que está diseñado para captar los trastornos de la identidad en los adolescentes debe tener la capacidad de distinguir entre los adolescentes normales y aquellos que sufren de un trastorno de personalidad. La validez de criterio se ha logrado, dado que las dos escalas primarias del AIDA, así como todas las subescalas, revelaron una excelente discriminación entre los pacientes con trastornos de la personalidad y los sujetos control con tamaños de efecto (d) entre 1,04 y 2,56 DS. Las subescalas “relaciones estables y roles” (d = 2,27) y “autoconceptos consistentes” (d = 2,56) fueron las que más diferían (comparable con un CI de 85 a 122,5), mientras que la subescala de “autonomía vs sobreidentificación-” fue la que difería (aunque por encima de los criterios) menos (d = 1,04) entre los adolescentes con y sin TP. Relaciones distintas entre los contructos de desarrollo de la identidad y diagnósticos diferentes serán de interés constante. Los estudios futuros deberán explorar la eficacia del AIDA para detectar cambios en la integración de la identidad dado que la consolidación de la identidad es uno de los principales objetivos de la psicoterapia con adolescentes con trastorno de personalidad.
No evaluamos los trastornos psiquiátricos en la población escolar. Pero, con respecto a los resultados de los estudios epidemiológicos, podemos suponer que hasta un 15-20% de esta muestra de adolescentes de la población general presentan menores o mayores signos de problemas mentales. Por tanto, suponemos que las diferencias en las puntuaciones del AIDA entre nuestro grupo clínico y un grupo de control completamente sano serían aún mayores.
Nuevas investigaciones y la comparación de las etapas de desarrollo hasta la edad adulta entre las muestras escolares de diferentes países y muestras clínicas con diagnósticos diferentes o problemas especiales de desarrollo sería de gran interés, no sólo sobre la validez de criterio, sino también sobre la validez de constructo del AIDA. A pesar del corto período de tiempo transcurrido desde la construcción del cuestionario ya hay ocho traducciones (y contratraducciones) lingüísticas del AIDA (inglés, alemán, español, portugués, albanés, búlgaro, serbio, croata) y algunas más están en curso (francés, griego, árabe, tailandés). Los primeros resultados (Goth et al., en preparación) muestran resultados comparables de fiabilidad en los diferentes idiomas y suficiente equivalencia de las propiedades psicométricas de la versión en español en diferentes muestras de México (Kassin y Goth). Será de gran interés el estudio del desarrollo de la identidad en culturas diferentes.
Conclusión
Los datos actuales sugieren que el AIDA es un instrumento fiable y válido para evaluar la identidad normal y alterada en los adolescentes y discrimina bien entre los pacientes con TP y los controles sanos. Por tanto, la comparación de los estudios que abordan el desarrollo de la identidad en los diferentes países o submuestras adolescentes sigue siendo de gran interés. Además, el desarrollo de la identidad a través del tiempo debe ser analizada con enfoques longitudinales, ya que no parecen estar solo relacionada con la edad. Varios estudios de traducción y validación del AIDA (de Chile, Brasil, México, España, Kosovo, Bulgaria, Serbia, Croacia, Grecia), así como estudios para su mayor validación con análisis detallados de co-variación con el desarrollo de la personalidad a nivel de subescala, de discriminación entre los distintos trastornos psiquiátricos como ansiedad, depresión, trastorno de déficit de atención, trastorno de la conducta y trastornos de la alimentación, en contraste con trastornos de la personalidad ya están en marcha (Jung et al).
Traducción del inglés de Brenda Tarragona
Bibliografía
Akhtar, S and Samuel, S (1996).The concept of identity developmental origins, phenomenology, clinical relevance and measurement. Harvard Review of Psychiatry, 3(5), 254-267.
Akhtar, S and Samuel, S (2009).The identity consolidation inventory (ICI): Development and application of a questionnaire for assessing the structuralization of individual identity. The American Journal of Psychoanalysis, 2009, (53–61).
Becker, D, Grilo, C, Edell, W, and McGlashan, T (2002). Diagnostic efficiency of borderline personality disorder criteria in hospitalized adolescents: Comparison with hospitalized adults. American Journal of Psychiatry, 159, 2042-2046.
Brackens, A B (1992). MSCS: Multidimensional Self ConceptScale. Pro-Ed.
Chanen, A M, Jovev, M and Jackson, H J (2007). Adaptive functioning and psychiatric symptoms in adolescents with borderline personality disorder. Journal of Clinical Psychiatry, 68, 297-306.
Chanen, A M, Jovev, M, Djaja , D, McDouga ll, E, Yuen, H P, Raw lings, D, et al. (2008). Screening for borderline personality disorder in outpatient youth. Journal of Personality Disorders, 22, 353–364.
Clarkin, J. F., Yeomans, F. E and Kernberg, O. F (1999). Psychotherapy for borderline personality. New York: Wiley.
Clarkin, J. F., Foelsch, P. A and Kernberg, O.F (2001). The Inventory of Personality Organization.White Plains, Personality Disorders Institute, Weill Medical College of Cornell University, New York.
Clarkin, J. F., Yeomans, F. E and Kernberg, O. F (2006). Psychotherapy of borderline personality: Focusing on object relations. Washington, D.C.: American Psychiatric Publishing, Inc.
Coid J., Yang, M., Tyrer, P., Roberts, M and Ullrich, S (2006). Prevalence and correlates of personality disorder in Great Britain. British Journal of Psychiatry, 188, 422 – 431.
Crick, N. R., Murray-Close, D and Woods, K (2005). Borderline personality features in childhood: A short-term longitudinal study. Development and Psychopathology, 17, 1051–1070.
Deusinger, I. M (1986). Frankfurter Selbstkonzeptskalen (FSKS). Handanweisung. Göttingen: Hogrefe.
APA (1994). Diagnostic and Statistical Manual, Fourth Edition.
Erickson, E. H (1959). The theory of infantile sexuality. In Childhood and Society (pp. 42-92). New York: W. W. Norton.
Erikson, E. H (1968). Identity, youth and crisis. New York: W.W. Norton, Inc.
Foelsch, Odom, Schmeck, Schlüter-Müller and O. Kernberg (2008). Behandlung von Adoleszenten mit Identitätsdiffusion – Eine Modifikation der Übertragungsfokussierten Psychotherapie (TFP). Persönlichkeitsstörungen: Theorie und Therapie, 12 (3): 153-162.
Foelsch, P. A, Odom, A and Kernberg, O.F (2008) Treatment of Adolescents with Identity diffusion: A Modification of Transference Focused Psychotherapy, Santé mentale au Québec, 33(1), 37-60.
Fonag y P, Gergely G, Jurist El, Target M (2002). Affect regulation, metallization, and the development of the self. New York: Other Press.
Jung E, Pick O, Schlueter-Mueller S, Schmeck K, Goth K. Identity development in child psychiatric disorders – results of the AIDA (Assessment of identity development in adolescence) questionnaire in a Swiss clinical sample. Submitted to CAPMH.
Kassin M, Goth K. Psychometric properties of the Spanish version of the questionnaie AIDA (Assessment of identity development in adolescence) in Mexico.Submitted to CAPMH.
Kernberg, O (1978). The diagnosis of borderline conditions in adolescence. In S. Feinstein & P. Giovacchini (eds.), Adolescent Psychiatry, 6, 298-319. Chicago: University of Chicago Press.
Kernberg, O (1985). Schwere Persönlichkeitsstörungen. Stuttgart: Klett-Cotta.
Kernberg, O. F and Foelsch, P.A (2008) Übertragungsfokussierte Psychotherapie für Jugendliche: Ein vorläufiger Gedankenaustausch, Kinderpsychiat. 59, 418-434.
Kernberg, P. F, Weiner, A. S and Bardenstein, K. K (2000). Personality Disorders in Children and Adolescents. Basic Books: New York.
Kernberg, P. F (2001). The Inventory of Personality Organization for Children/Adolescents (IPO-CH).White Plains, Personality Disorders Institute, Weill Medical College of Cornell University, New York.
Kroger J, Martinussen M, Marcia J E (2010). Identity status change during adolescence and young adulthood: A meta-analysis. Journal of Adolescence 33, 683–8.
Livesley, W. J (2007). A framework for integrating dimensional and categorical classifications of personality disorder. Journal of Personality Disorders, 21(2), 199-224.
Marcia, J. E (1966). Development and validation of ego identity status. Journal of personality and Social Psychology, 3, 551–558.
Marcia, J. E (2006). Ego Identity and Personality Disorders. Journal of Personality Disorders, 20(6), 577–596.
Meeus W, Branje S, Schwa rtz S J (2010). On the Progression and Stability of Adolescent Identity Formation: A Five-Wave Longitudinal Study in Early-to-Middle and Middle-to-Late Adolescence. Child Development, 81 (5), 1565–1581
Miller, A. L., Muehlenkamp, J. J and Jacobson, C. M (2008). Fact or fiction: Diagnosing borderline personality disorder in adolescents. Clinical PsychologyReview, 28, 9–981.
Poreh, A. M., Raw lings, D., Claridge, G., Freeman, J. L., Faulkner, C and Shelton, C (2006). The BPQ: A scale for the assessment of borderline personality based on DSM-IV criteria. Journal of Personality Disorders, 20, 247–260.
Resch F (2005). Zur Entwicklung von Identität. In: D Bois R, Resch F (Hrsg.). Klinische Psychotherapie des Jugendalters. Stuttgart: Kohlhammer, 55-64.
Resch, F and Freyberger H (2009). Struktur und Identität. In: Fegert J, Streeck-Fischer &Freyberger H (Hrsgb.). Adoleszenzpsychiatrie – Psychiatrie und Psychotherapie der Adoleszenz und des jungen Erwachsenenalters, editedby. Stuttgart: Schattauer. 105-111.
Schmeck K. And Schlüter-Müller S. (2009). Persönlichkeitsstörungen im Jugendalter. Heidelberg Springer.
Schmid, M., Schmeck, K and Petermann, F (2008). Persönlichkeitsstörungen im Kindes- und Jugendalter? Kindheit und Entwicklung, 17(3), 190-202.
Seiffge-Krenke I and Weyers B (2005). Coping Trajectories from Adolescence to young Adulthood: Links to Attachment State of Mind, Journal of Research on Adolescence, 15(4), 561–582.
Sharp, C and Romero, C (2007). Borderline personality disorder: A comparison between children and adults. Bulletin of the Menninger Clinic, 71, 85–114.
Skodol, A. E, Gunderson, J. G, Pfohl, B., Widiger, T. A, Livesley, W. J and Siever, L. J (2002). The borderline diagnosis I: Psychopathology, comorbidity, and personality structure. Biological Psychiatry, 51, 936–950.
Suppiger, A, In-Albon, T, Hendriksen, S, Hermann, E, Margraf, J and Schneider, S (2009). Acceptance of structured diagnostic interviews for mental disorders in clinical practice and research settings. Behavior Therapy, 40, 272-279.
Taskforce OPD (2007). Operationalized Psychodynamic Diagnosis OPD-2: Manual of Diagnosis and Treatment Planning, Hogrefe and Huber.
Westen D, Betan E and Defife J, A (2011). Identity disturbance in adolescence: Associations with borderline personality disorder. Development and Psychopathology, 23, 305-313.
Widiger, T. A, Simonsen, E, Krueger, R, Livesley, W. J and Verheul, R (2005). Personality Disorder Research Agenda for the DSM-V. Journal of Personality Disorders, 19(3), 315-338.
Wittchen, H.-U., Zaudig, M. & Fydrich, T. (1997). SCID II – Strukturiertes Klinisches Interview für DSM-IV. Göttingen: Hogrefe.
Zanarini MC, Frankenburg FR , Hennen J, Reich DB, Silk KR (2006) Prediction of the 10-year course of borderline personality disorder. Am J Psychiatry; 163: 827–32.