El papel de la mentalización en la etiología de la conducta violenta

Izaskun Viloria Rodríguez y Sergi Ballespí Sola

 

 

RESUMEN

Este es el primero de dos trabajos que abordan la relación entre la mentalización (MZ) y la conducta violenta. La MZ o función reflexiva es una forma de actividad mental imaginativa involucrada en la percepción e interpretación del comporta­miento humano en términos de estados mentales intencionales. Se considera un mediador en la relación entre las experien­cias tempranas en el sistema de apego y posteriores dificultades en la regulación afectiva, la atención y el autocontrol. Las experiencias traumáticas en la infancia son un aspecto crucial en la psicogénesis de la violencia y si se llevan a cabo por una figura de apego, interfieren en el proceso de desarrollo de la MZ. Por ello, se ha vinculado la violencia a un fallo significativo de la función reflexiva. Asimismo, se cuenta con una amplia evidencia biológica consistente con este supuesto. PALABRAS CLAVE: mentalización, apego, violencia, mirroring.

ABSTRACT

The role of mentalization in the etiology of violent behaviour. This is the first of two papers addressing the re­lationship between mentalization (MZ) and violent behavior. Mentalizing can be defined as a form of imaginative mental activity involved in the perception and interpretation of human behaviour in terms of intentional mental states. It is con­sidered a mediator in the relationship between early attachment system experiences and subsequent difficulties in affect regulation, attention and self-control. Traumatic childhood experiences are crucial in the psychogenesis of violence and when perpetrated by an attachment figure, it is suggested that trauma interferes with the mentalization development pro­cess. Therefore, violence has been linked to a significant failure in mentalization. KEYWORDS: mentalization, attachment, violent behaviour, mirroring.

RESUM

El paper de lamentalització en l’etiologiade laconductaviolenta. Aquest és el primer de dos treballs que abor­den la relació entre la mentalització (MZ) i la conducta violenta. La MZ o funció reflexiva és una forma d’activitat mental imaginativa involucrada en la percepció i interpretació del comportament humà en termes d’estats mentals intencionals. Es considera un mediador en la relació entre les experiències primerenques en el sistema d’aferrament i posteriors dificultats en la regulació afectiva, l’atenció i l’autocontrol. Les experiències traumàtiques en la infantesa són un aspecte crucial en la psico­gènesi de la violència i si es porten a terme amb una figura d’aferrament, interfereixen en el procés de desenvolupament de la MZ. Per això, s’ha vinculat la violència a una fallida significativa de la funció reflexiva. Al mateix temps, es compta amb una ampla evidència biològica consistent amb aquest supòsit. PARAULES CLAU: mentalització, aferrament, violència, mirroring.

Este es el primero de una serie de dos trabajos des­tinados a mostrar, por una parte, la relación entre la mentalización (MZ) y la conducta violenta y, por la otra, la adaptación de la Terapia Basada en la Mentalización (Mentalization Based Therapy o MBT), inicialmente dise­ñada para el trastorno límite de la personalidad (TLP), al abordaje de la agresividad de tipo reactivo.

Este primer trabajo tiene como objetivo explicar el papel de la MZ en la etiología de la conducta violen­ta. El segundo trabajo se centrará en la MBT, que está siendo adaptada para pacientes con trastorno de perso­nalidad antisocial (TPA), ya que las personas violentas, según propone Peter Fonagy, muestran alteraciones en la capacidad de mentalizar, del mismo modo que las personas con TLP. Los resultados preliminares de los estudios piloto dirigidos por Yakeley (2013) muestran una reducción de la sintomatología agresiva en dichos pacientes.

Con el fin de ofrecer la información más actualizada posible, se ha revisado exhaustivamente una serie de publicaciones indexadas en las bases de datos PsycNet, Scopus, Web of Science y PubMed, así como en los princi­pales manuales sobre el tema.

Sobre el origen de un paradigma

La MZ o función reflexiva (RF) es una forma de ac­tividad mental imaginativa involucrada en la percep­ción e interpretación del comportamiento humano en términos de estados mentales intencionales (Fonagy y Target, 2006; Stein y Allen, 2007). El término “men­talización”, como ahora lo conocemos, fue popula­rizado por Peter Fonagy hace ya más de dos décadas (Fonagy, 1989) con la intención de ofrecer una nueva comprensión del desarrollo de la psicopatología. Pos­teriormente, junto con Anthony Bateman, se centró en la investigación en el ámbito del TLP para ofrecer a los pacientes un abordaje terapéutico eficaz centrado en el desarrollo de la MZ alterada –de ahí surgió la Terapia Basada en la Mentalización o MBT- (Fonagy, 1991; Ba­teman y Fonagy, 2004). Sin duda, la MZ ha resultado ser para los investigadores una gran herramienta para empezar a entender los mecanismos que median las re­laciones entre las experiencias tempranas y el posterior funcionamiento psicológico (Macintosh, 2013).

Definición de mentalización

La MZ se define como una forma de actividad men­tal imaginativa involucrada en la percepción e inter­pretación del comportamiento humano en términos de estados mentales intencionales (Fonagy y Target, 1997; Stein y Allen, 2007). Se trata de un proceso que concede al individuo la consciencia de sus propios es­tados mentales subjetivos, así como de los del resto. Esta capacidad permite al individuo atribuir al com­portamiento de los demás, y al propio, una serie de creencias, sentimientos, deseos, intenciones, fantasías, planes, etc. subyacentes (Bateman y Fonagy, 2013). Mediante esta atribución de estados mentales, las per­sonas damos sentido tanto a nuestro mundo interior como al mundo social que nos rodea.

Esta capacidad para ser consciente de los propios es­tados mentales linda con términos afines como el de insight o la metacognición. La capacidad para “ver” o “leer” la mente de los demás se asemeja a la definición de otros constructos como el de Teoría de la Mente (Theory of Mind o ToM), inteligencia emocional o empatía.

La multidimensionalidad que logra poner orden

La MZ o función reflexiva, aun relacionada con mu­chos conceptos afines, se distingue de ellos porque los abarca. Siendo la MZ un constructo multidimensional, cada uno de los conceptos emparentados se refiere a un aspecto concreto o a parte del concepto global de mentalización.

Según el contenido de los estados mentales (p. ej. sentimientos versus creencias), la MZ puede ser afectiva (como en el caso de la empatía) o cognitiva (como en la ToM). Según el nivel de representación puede ser más explícita (consciente, deliberada, narrativa, como en la ToM) o implícita (inconsciente, automática, intuitiva, como en la empatía). Según el objeto puede estar refe­rida a los propios estados mentales (insight, inteligencia intrapersonal) o a los de los otros (empatía, ToM, inte­ligencia interpersonal).

La MZ puede aplicarse a comportamientos presen­tes, pasados o futuros, y puede tener en cuenta sólo los estados mentales del momento (temporalmente más concreta) o el contexto biográfico de la persona (más amplia). Finalmente, según el tipo de aspectos o indicadores en los que se centre, puede estar basada en signos observables (mirada, tono de voz, expresión facial, ademanes) o no observables.

Un paso hacia la sistematización, la ontogenia y la neurociencia

Una de las grandes aportaciones del paradigma de la MZ es la sistematización de términos emparentados bajo un mismo término paraguas: mentalización. Ade­más, la MZ no sólo da nombre e importancia a esta función universal humana que es la base de la inter­subjetividad y de la cognición social, sino que trata de explicar su ontogenia, es decir, cómo aparece y cómo se desarrolla, en base a las relaciones de apego temprano, vinculando así la teoría de la MZ con la teoría del apego de Bowlby (1969). De este modo, además, Fonagy (Fo­nagy et al., 2011) contextualiza el desarrollo de la MZ en el marco de la psicología del desarrollo e incorpora en su formulación (definición, multidimensionalidad y ontogenia) las contribuciones de los últimos hallazgos en neurociencia.

La MZ es una habilidad innata (Katznelson, 2014) que emerge de los cambios en el desarrollo estructural del cerebro (Giedd, 2003). Encontramos varias teori­zaciones sobre cómo se adquiere la capacidad de men­talizar, y aunque difieren en algunos aspectos, parece haber un consenso respecto al énfasis que le conceden al entorno social. El desarrollo de la MZ depende del mundo social de la familia, con su red interactiva de relaciones complejas y, a veces, cargadas de intensas emociones. La naturaleza de las interacciones familia­res, la calidad del control parental (Dunn et al., 1991), el discurso parental sobre las emociones (Denham et al., 1994), y la profundidad del discurso parental implican­do la afectividad (Dunn et al., 1991a) están fuertemente asociados a la adquisición de la capacidad de entender el comportamiento de los demás en términos de inten­cionalidad. Por lo tanto, la teoría de la MZ localiza las raíces de la intersubjetividad y la empatía en el vínculo temprano entre el infante y su figura de apego (Fonagy, Gergely y Target, 2007).

La MZ es una habilidad dinámica que puede variar en distintos contextos sociales (Humfress et al., 2002). Se ve influida por el estrés, especialmente en las situa­ciones de apego (Allen, Fonagy y Bateman, 2008): a medida que el estrés aumenta, parece que se activa un cambio desde los modos de MZ controlados hacia los modos más automáticos (Taubner et al., 2010). Las ex­periencias adversas en la infancia se consideran factores de riesgo para el desarrollo de disfunciones relaciona­das con la salud, tanto sociales como psíquicas (Anda et al., 1999). Pero todavía no se conocen con exactitud cuáles son los mecanismos específicos que asocian las experiencias con los fallos de MZ.

Desde la infraestructura de la teoría del apego (Bowlby, 1969) y desde la investigación de ella derivada, la inhibición de la MZ se ha propuesto como uno de los posibles vínculos entre el comportamiento de ape­go disfuncional y el desarrollo de psicopatología (Fona­gy et al., 2002). Concretamente, los modelos recientes sobre el origen de la conducta violenta subrayan que los déficits en el sistema de apego seguro impiden el desarrollo de la MZ (Taubner et al., 2013). Sabemos que el trauma juega un papel significativo en la psico­génesis de la violencia (Johnson et al., 1999). Cuando el suceso traumático es perpetrado por una figura de ape­go, autores como Fonagy (1989) sugieren que el trauma interfiere en el proceso de desarrollo de la MZ.

Mentalización y apego

La teoría de la MZ se sustenta en el concepto de apego (attachment), y propone que la adquisición de la función reflexiva forma parte del proceso intersubjetivo entre el niño y su cuidador: el cuidador facilita la creación de modelos de MZ a través de procesos lingüísticos de gran complejidad, es decir, se comporta con el infante de un modo que le permite ver que el comportamiento del cuidador puede entenderse mejor asumiendo que éste posee ideas y sentimientos que determinan sus ac­ciones, lo cual puede ser generalizado a otras situacio­nes similares (Fonagy, 1997). El cuidador sensible sirve de puente entre la realidad y el mundo interior del niño. De este modo, el niño identifica las contingencias entre las experiencias internas y externas. Por consiguiente, la capacidad de la madre para entender la mente de su hijo junto con su capacidad para mostrarle y transmi­tirle esta comprensión, así como para fomentarla en el pequeño, son el vehículo mediante el cual la organiza­ción del sistema de apego se convierte en un aspecto de gran relevancia para el sentido del self del niño, así como para sus relaciones con el resto de personas.

La capacidad parental de comprender el desarrollo de la mente del infante provee al niño del sentido de su propia mente (Fonagy et al., 2002; Slade, 2002). El desarrollo de la MZ y el de la relación de apego, por tanto, van indisolublemente unidos, hasta el punto que una buena MZ depende intensamente de la seguridad del apego inicial y viceversa.

La relación de apego seguro como base de la men­talización

Fonagy (1997) apunta que un apego seguro pro­porciona la base psicosocial para adquirir la función reflexiva. Los niños con apego seguro se sienten có­modos atribuyendo estados mentales para explicar el comportamiento de su cuidador. Hay un acuerdo ge­neral sobre que la “armonía” de la relación madre-hijo contribuye a la emersión del pensamiento simbólico: las madres con capacidad mentalizadora son capaces de dar sentido a sus propias experiencias como cuidado­ras, así como a los estados mentales de sus hijos, de una forma coherente y flexible que facilita el surgimiento de las raíces de la MZ del infante (Grienenberger, Kelly y Slade, 2005).

Fonagy y su equipo presentan en su libro Reflective Functioning Manual (1998) tres supuestos nucleares en el desarrollo del self en su teoría de la MZ: 1) el sentido del self como agente tiene sus raíces en la experiencia de atribución de estados mentales a través de un “otro” significativo; 2) esta capacidad emerge de la interacción con el cuidador que normalmente -aunque no necesa­riamente- suele ser la madre, y se basa en un proceso de “imitación contingente” (mirroring); y 3) esta capacidad puede verse afectada por experiencias traumáticas. El apego, en esta teoría, toma un rol cognitivo, ya que da soporte al desarrollo de los mecanismos atencionales, a la función reflexiva, y a capacidades como la de formar representaciones internas de los estados afectivos.

El mirroring congruente

Un mirroring efectivo, en esta teoría, se caracteriza por la “congruencia” y la “distinción” (traducción del término markedness que se usa en la literatura inglesa; Weinberg, 2006). El cuidador debe percibir con exacti­tud el estado mental del infante, y asimismo debe refle­jar este estado mental al propio infante, de una manera que quede claro que el mensaje que el cuidador verbali­za pertenece al infante y no al cuidador. Es decir, que lo que hace la madre no es hablar de sus propios estados mentales sino poner en palabras los estados mentales de su pequeño, para que éste los pueda mentalizar (Fo­nagy et al., 2002; Macintosh, 2013; Rossouw, 2013).

Si la relación de apego no es segura, el niño no tie­ne el marco y el respaldo necesario para explorar la incertidumbre, ni la del mundo físico (externo) ni la del mundo emocional (interno), con lo que la MZ podría verse alterada. Además, en las relaciones de apego inseguro la madre está menos disponible emo­cionalmente y es mucho menos -o nada- propensa al mirroring, afectando así también la posibilidad de MZ. Al no desarrollar esta capacidad, el niño no aprende a “ver” y a “leer” los estados mentales propios y aje­nos, no es capaz de ponerlos en palabras, no es capaz, por tanto, de traducirlos al código del pensamiento (el lenguaje) y no puede ponerlos a disposición del self. Al no poder “pensar” estos afectos, el niño se expresa mediante la acción. Así es como la inhibición de la MZ puede dar lugar a la conducta violenta (Fonagy y Target, 1999).

Abuso, apego inseguro y conducta violenta

Aunque no existe una relación causal directa entre un determinado tipo de apego y la conducta violenta, se han asociado determinadas tipologías de apego a los problemas exteriorizados. En concreto, se ha encontra­do una elevada incidencia de apego inseguro-desorga­nizado en niños que han sufrido abusos. Esto tiene tres implicaciones: 1) paradójicamente, la figura y fuente de protección a quien el niño debería poder acudir en caso de amenaza es justamente la amenaza y la fuente de estrés; 2) se deducen las repercusiones de esta situa­ción sobre el desarrollo de la MZ; 3) parece plausible considerar que el apego desorganizado impide usar es­trategias para reducir el estrés apropiadamente en un contexto de abuso (Taubner y Curth, 2013).

Asimismo, los niños que han sufrido malos tratos presentan más riesgo de fracasar en el proceso de bús­queda de sus propios estados mentales en la mente del cuidador, y por ello están en riesgo de desarrollar una MZ empobrecida (Fonagy y Target, 1997). Según un estudio de Beeghly y Cicchetti (1994), los infantes de entre uno y dos años con historia de malos tratos pre­sentaban un déficit en el lenguaje productivo, así como una ausencia de palabras relativas a los estados menta­les. Se constató que el lenguaje interno de estos niños era particularmente escaso en términos de palabras pertenecientes a estados cognitivos o creencias, aunque se mostraba rico en percepción y deseos.

Según Bowlby (1969), si las figuras de apego son re­ceptivas, cariñosas, sensibles y amables, el niño proba­blemente interiorizará la experiencia de que sus necesi­dades de seguridad y cariño serán satisfechas de forma apropiada cuando lo necesite (situación de sistema de apego seguro). Por el contrario, la conducta agresiva en la infancia y la adolescencia se ha relacionado prin­cipalmente con patrones de apego inseguro-evitativo (Allen et al., 2007; Renken et al., 1989; Rosenstein y Horowitz, 1996). Preescolares con apego inseguro-evi­tativo mostraron, en un estudio de Suess, Grossmann y Sroufe (1992), elevada conducta agresiva y atribución de intenciones hostiles en los demás. En otro estudio prospectivo longitudinal (N = 1.060), niños de tres años con apego inseguro-evitativo obtuvieron pun­tuaciones más altas en agresión instrumental que ni­ños con apego inseguro-ambivalente (McElwain et al., 2003). Los adolescentes con patrones de apego evitati­vo mostraron más estrategias disruptivas de resolución de conflictos mediante la exclusión de otros. Por con­siguiente, los adolescentes evitativos tendieron a usar menos recursos de interacción social (Zimmerman et al., 2001). Como consecuencia, el tipo de apego inse­guro-evitativo se considera un factor de riesgo para los problemas exteriorizados (Allen et al., 2002; Rosenstein y Horowitz, 1996).

Desde la teoría de la MZ, hay muchos autores, como De Zulueta (1994), Gilligan (1996) y Fonagy (Fonagy, 2003, 2004; Fonagy y Target, 1995; Fonagy et al., 1991; Fonagy, Moran y Target, 1993) que enfatizan el rol del vínculo en la etiología de la violencia. Fonagy considera que la agresión tiene raíces biológicas, pero que la agre­sión patológica y el comportamiento violento surgen en respuesta a amenazas percibidas por el self. De ahí que haya desarrollado un modelo explicativo de cómo los traumas tempranos y los vínculos perturbados (con posible abuso físico y psíquico) pueden desencadenar agresión y violencia, relacionando así la violencia con el concepto de “mentalización” (Fonagy et al., 2002).

Hay como mínimo tres procesos cruciales que vin­culan la violencia a un fallo significativo de la función reflexiva (Fonagy y Target, 1999). En primer lugar, los individuos sin un sentido de la propia identidad bien establecido pueden sentir fácilmente que no son res­ponsables de sus propias acciones, porque carecen verdaderamente de la habilidad humana que asocia las intenciones a las acciones y crea un sentido de agencia. Para que este sentido de agencia surja, la figura de ape­go en la infancia debe de haber estado presente para percibir las intenciones del infante y ayudarlo a darle sentido a sus comportamientos, de modo que el impac­to de sus acciones sobre su entorno pueda vincularse a una intención previa. Así se forja el sentido de agencia.

En segundo lugar, la MZ es crucial en la anticipación de las consecuencias de un acto sobre otra persona, y los pacientes violentos carecen de dicha capacidad.

Por último, las limitaciones en la MZ causan ciertas variaciones dentro del sistema representacional del in­dividuo, específicamente en relación con los estados mentales. Los sentimientos o pensamientos no se expe­rimentan como reales o con sentido, sino que son varia­bles, pueden desecharse, y la consecuencia observable es un estado disociativo que puede ser una muestra del tipo de MZ del sujeto.

A continuación se explicará con más detalle cómo se asocian los fallos de MZ con la conducta violenta. Acabamos de sugerir que la emersión de la MZ está profundamente arraigada a las relaciones objetales pri­marias del niño, principalmente a la relación con un cuidador en la que es posible el mirroring. La ausen­cia o distorsión del mirroring puede generar un mundo psicológico en el cual las experiencias internas están pobremente representadas, y por lo tanto hay una ne­cesidad desesperada para encontrar maneras alternati­vas de contener la experiencia psicológica y el mundo mental. Clínicamente, esto significaría que el infante ha recibido imágenes irreconocibles o modificadas de sus estados afectivos, y podría tener problemas en un futuro para diferenciar la realidad de la fantasía, y la realidad física de la psíquica, la realidad propia de la de los demás. Esto podría limitarlo a un uso del afecto instrumental (manipulativo), en lugar de comunicativo (Fonagy y Target, 1999).

Este uso instrumental del afecto es un aspecto clave en la tendencia de los pacientes violentos para expresar y lidiar con los pensamientos y los sentimientos pro­pios y de los demás, con lo que se acaban realizando comunicaciones de estos fenómenos en vez de “en pa­labras”, mediante la acción física, bien sea contra sus propios cuerpos (autoagresiones) o en relación a otras personas (Fonagy, Moran y Target, 1993; Fonagy y Tar­get, 1995). Si la emoción (del latín emotio, –ōnis: “aquello que mueve hacia”) no es traducida al código de la pala­bra y puesta al servicio del self, fácilmente cumplirá su propósito: la acción o movimiento.

La mentalización alterada como factor mediador entre el trauma y la violencia

Como ya se ha mencionado, el trauma es un aspec­to crucial en la psicogénesis de la violencia (Johnson et al., 1999) y si es llevado a cabo por una figura de apego, el trauma interfiere claramente en el desarrollo de la MZ. Según Fonagy y Target (1999), la evidencia respalda esta afirmación, ya que los niños que han su­frido abusos severos presentan: a) una persistencia del modo de equivalencia psíquica, en que la experiencia del mundo interno equivale a la experiencia del mundo ex­terno; b) una propensión a desplazarse hacia el pretend mode (estado disociativo); y c) una incapacidad parcial para reflejar los estados mentales de otra persona. Es­tos modos de pensamiento persisten en la adultez, pues no han sido sustituidos por la capacidad de MZ y, en consecuencia, predisponen a la violencia.

Refiriéndonos a un modo más específico relacionado con la realidad física, el self ajeno o alien self, sabemos que la carencia de un sentido estable del self es una difi­cultad central en los pacientes violentos (Fonagy y Tar­get, 1999). El paciente carece de una auténtica imagen del self, pues no ha podido construirla, como ocurre cuando se da la MZ, en base a las representaciones que puede haber ido interiorizando de sus propios estados mentales. La ausencia o debilidad de un self de dichas características deja al niño, y más tarde al adulto, con un afecto que permanece sin etiquetar, confuso.

Esto genera desesperación por encontrar un signifi­cado, y un deseo por asimilar reflejos o imágenes de los demás, los cuales no encajan con nada dentro de la propia experiencia del infante. Por consiguiente, se llega a una interiorización de las representaciones de los cuidadores en lugar de disponer de una versión “en condiciones” de la propia experiencia del self, lo cual da lugar a entender (y confundir) por self lo que en rea­lidad es parte del self ajeno. Este self ajeno o falso self destruye el sentido de coherencia e identidad del pro­pio self, el verdadero, el que debiera estar construido e identificado en base a los propios estados mentales. Este error en la ontogenia del self sólo puede corregirse con una constante e intensa proyección en el terapeuta, y por tanto sólo una psicoterapia conseguirá restablecer realmente la conexión con el verdadero sentido del sí mismo.

Como ya se ha señalado, una de las contribuciones del paradigma de la MZ, además de sistematizar el cam­po de estudio, abordar el concepto desde la perspectiva del desarrollo y explicar su ontogenia en el marco de las relaciones de apego, es que avala sus planteamientos de acuerdo con los últimos avances en neurociencia. Pues­to que los avances en neurociencia también apoyan la idea de que la violencia se asocia a una MZ defectuosa (Fonagy, 2014), el propósito de este apartado es señalar las principales áreas del cerebro implicadas en la capa­cidad para mentalizar y qué relación guardan estas áreas con el comportamiento violento.

La capacidad de mentalizar emerge de los cambios estructurales durante el desarrollo cerebral (Giedd, 2003). Aunque los estudios pediátricos de neuroima­gen no han abordado directamente el proceso de la MZ, los principios generales del desarrollo del cerebro pueden arrojar luz a su neurobiología. Los estudios de neuroimagen, que se han llevado a cabo únicamente en adultos, revelan un sistema de tres componentes con­sistentemente activados durante la MZ tanto implícita como explícita: el córtex prefrontal medial, los lóbu­los temporales y el surco posterior superior temporal (Frith y Frith, 2003).

Corteza prefrontal

Un amplio número de estudios basados en resonan­cia magnética funcional indican que, junto con los ló­bulos temporales, esta región está implicada en el pro­ceso de MZ (Frith y Frith, 2003).

Esta región cerebral interviene en los procesos de planificación, organización, estrategia y otras funciones ejecutivas (Giedd, 2003), así como en la regulación y control de los procesos psicológicos (Luria, 1986). Se divide en tres áreas: orbital, dorsolateral y medial. Esta última, en concreto la región del córtex prefrontal me­dial, participa activamente en los procesos de inhibi­ción, en la detección y solución de conflictos, así como también en la regulación y esfuerzo atencional (Badgai­yan y Posner, 1997). También participa en la regulación de la agresión y de los estados motivacionales (Fuster, 2002), y está implicada en varias formas de problemas de personalidad antisocial (Raine et al., 2000).

Es probablemente la base del mecanismo que per­mite separar y distinguir las representaciones de los es­tados mentales de las representaciones de los objetos físicos. Esta región se activa en tareas de MZ cuando los individuos están atendiendo a los estados mentales de otros, debido a que una de sus funciones es com­prender dichos estados. Por ende, las alteraciones en estos circuitos implican dificultades para leer los esta­dos mentales de los demás y dan lugar, así, a respuestas equivocadas.

Lóbulos temporales

La zona de los lóbulos temporales está implicada en la génesis de un amplio contexto semántico y emocio­nal necesario para procesar adecuadamente lo que ocu­rre en el presente.

Esta región, en concreto su parte anterior, es el cen­tro para la potencial convergencia de todas las moda­lidades sensoriales, así como de los inputs límbicos (Moran et al., 1987). Luego se trata de una región clave para la integración de la información sensorial y afec­tiva, por lo que se ha llevado a señalar como una de las estructuras clave en el buen funcionamiento de la MZ. Lo avala el hecho de que resultados de varios estudios muestren una pérdida de tejido neuronal en los lóbulos temporales de pacientes violentos (Laakso et al., 2001; Tonkonogy, 1991) o pacientes antisociales (Barkataki et al., 2006; Laakso et al., 2001; Tonkonogy, 1991).

Amígdala

La amígdala está implicada en el desarrollo de la con­ducta de apego y en la regulación emocional, sobreto­do de emociones desagradables (Gross, 2007). Algu­nos estudios como el de Blair et al. (1999) relacionan la violencia reactiva (afectiva, defensiva, impulsiva o de sangre caliente) con las lesiones del córtex prefrontal, y la violencia instrumental (predatoria, proactiva, con propósito o de sangre fría) con un déficit en el procesa­miento del estrés debido a fallos en el funcionamiento de la amígdala. Luego la amígdala es una estructura que relaciona fisiológicamente la violencia instrumental con el procesamiento del estrés y, por tanto, con la MZ de las propias emociones desagradables.

Se ha sugerido una amígdala disfuncional como uno de los correlatos principales con la psicopatía (Blair et al., 2005; Blair, 2003, 2006). Las disfunciones en la amígdala podrían conducir a un déficit en el aprendiza­je emocional, el cual a su vez podría ser una de las ra­zones detrás del desarrollo de la psicopatía (Blair, 2003, 2006; Blair et al., 2006). A ello se suma un conjunto bastante extenso de estudios que han demostrado que los individuos con psicopatía fallan en reaccionar a los estímulos amenazantes (Birbaumer et al., 2005; Patrick, Bradley, y Lang, 1993; Patrick, Cuthbert, y Lang, 1994; Raine, 1996; Raine et al., 2000).

Surco posterior temporal

Respecto al surco posterior superior temporal, los resultados sugieren que esta región no está específica­mente implicada en el comportamiento de los seres vi­vos, sino en el comportamiento complejo de cualquier naturaleza o origen (Frith y Frith, 2003). El conoci­miento sobre comportamientos complejos y, en par­ticular, la habilidad para predecir los movimientos en una secuencia de comportamiento es extremadamen­te valiosa en cualquier interacción social y podría ser la base de algunos de los precursores de la MZ, tales como “seguir con la mirada” (gaze following) y el pensa­miento compartido (joint attention).

Discusión

El comportamiento violento resulta, como ocurre con la mayoría de fenómenos psicológicos, de una red de interacciones entre factores genéticos y ambientales que todavía requieren de mayor investigación. No obs­tante, es posible afirmar, ahora con el aval de la ciencia, que el contexto tiene un gran peso en la patología vio­lenta, sobre todo el entorno social de los primeros años de vida, en el cual las figuras de apego tienen un papel crucial en el desarrollo de la capacidad de mentalizar del niño.

La relación entre MZ y violencia se ve respaldada por la teoría y avalada por las investigaciones sobre el ape­go, el abuso y la conducta violenta. Además, la neuro­ciencia también apoya esta relación al señalar diversas estructuras cerebrales como los posibles substratos fi­siológicos de esta relación. Sabemos que mediante las experiencias tempranas, el ambiente modela la estruc­tura y funcionamiento neuronal, modificando el cere­bro del pequeño. Es por ello que la MZ, que implica regiones cerebrales tales como la corteza prefrontal, los lóbulos temporales y la amígdala principalmente, puede verse afectada cuando ocurren experiencias traumáticas o aversivas que implican estrés. Así, aunque no se ha vinculado ningún tipo de apego concreto a la génesis del comportamiento violento, los nuevos modelos so­bre el origen de la conducta violenta destacan que los déficits en el sistema de apego seguro impiden el desa­rrollo de la MZ.

El concepto de mentalización da nombre a una capa­cidad multidimensional que se supone promotora de la salud mental global y se postula como factor de riesgo, cuando falla o se inhibe, de un amplio abanico de tras­tornos. Sin embargo, las investigaciones futuras debe­rán contrastar esta hipótesis y averiguar qué patologías concretas se asocian a las alteraciones o déficits de las distintas dimensiones de la MZ, con el fin de poder prevenirlas o abordarlas con el mayor conocimiento disponible para ello.

Por tanto, dos conclusiones deben extraerse de los planteamientos aquí desplegados. En primer lugar, que siendo la MZ una capacidad con gran probabilidad de estar relacionada con la salud mental en general, se abre tanto en la psicología como en la psiquiatría, todo un mundo de posibilidades en cuanto a la investigación en psicopatología. En segundo lugar, si se demuestra empíricamente y de forma contundente el papel de la mentalización en la psicopatología, los planteamientos terapéuticos también deberían evolucionar en conse­cuencia. Esto significa que los abordajes predominantes se planteen nuevas formas de entender la psicopatolo­gía, desde un punto de vista más complejo y profundo que implica a la persona en su totalidad, desde su in­fancia hasta sus condiciones actuales, pasando por el mundo social que la rodea, cargado de interacciones con el mundo social y simbólico.

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