El falso trauma

Juan Manzano

 

RESUMEN

El interés teórico y clínico de la noción de trauma es innegable. Sin embargo, es importante precisar el concepto y evitar generalizaciones abusivas. En mi opinión, la existencia de una fantasía universal que se manifiesta como una necesidad de creer en traumas facilita errores diagnósticos o conceptuales, con repercusiones para la prevención y la teoría y práctica en psicoterapia y psicoanálisis. Presentamos nuestra comprensión del origen y de la naturaleza de esta fantasía subyacente. PALABRAS CLAVE: trauma, fantasma, psicoterapia, transferencia.

ABSTRACT

False trauma. The theoretical and clinical interest of the concept of traumatism is undeniable. However, it is impor­tant to define the concept and avoid incorrect generalizations. I believe that there is a universal fantasy that manifests itself as a need to believe in traumas, and that this tendency prompts diagnostic and conceptual mistakes that hinder efforts at prevention and have negative consequences for the theory and practice of psychotherapy and psychoanalysis. We present our understanding of the origin and nature of this underlying fantasy. KEY WORDS: trauma, phantasm, psychotherapy.

RESUM

El fals trauma. L’interès teòric i clínic de la noció de trauma és innegable. No obstant això, és important precisar el concepte i evitar generalitzacions abusives. En la meva opinió, l’existència d’una fantasia universal que es manifesta com una necessitat de creure en traumes facilita errors diagnòstics o conceptuals, amb repercussions per a la prevenció i la teoria i pràctica en psicoteràpia i psicoanàlisi. Presentem la nostra comprensió de l’origen i de la naturalesa d’aquestes fantasies subjacents. PARAULES CLAU: trauma, fantasma, psicoteràpia, transferència.

Introducción

El interés teórico y clínico de la noción de trauma es innegable. Este interés posee una importancia capital e indiscutible en las actividades preventivas primarias y secundarias, especialmente en los casos de maltrato y abuso sexual. En estos últimos años, hemos realiza­do progresos considerables en la lucha contra el muro de silencio que, a menudo, rodea estas situaciones. Sin embargo, la noción de trauma resulta igualmente im­portante para el psicoanálisis y en la psicoterapia en calidad de teoría implícita o explícita, la cual influye en la comprensión de los fenómenos de transferencia o contratransferencia y determina, algunas veces, el conjunto de la técnica. Dado el propio interés por esta noción y por su eficacia operativa tanto en el trata­miento analítico como en las acciones preventivas, me parece importante precisar y determinar claramente lo que nosotros llamamos “trauma” y su diagnóstico eficaz. Hay que luchar contra un riesgo de trivialidad y generalización abusiva que estropearía el concepto y que se volvería contra nuestros objetivos.

No trataré aquí la que es, sin duda, la cuestión cen­tral, es decir, el papel y la función de la estructura de la personalidad ante unos hechos externos a partir del nacimiento. Tampoco voy a discutir la definición; acepto la que, después de los trabajos de Freud, se ha convertido en usual para la corriente principal del psi­coanálisis. Lo que me propongo es tratar, muy breve­mente, un punto de vista sobre lo que podemos llamar “falsos traumas”.

En busca del trauma perdido

Existe, en mi opinión, una fantasía universal pre­sente y activa en todos nosotros; una necesidad de creer en traumas, que se manifiesta de diferentes ma­neras.

Se manifiesta culturalmente por la creación de mitos, todos equivalentes: la expulsión del paraíso.

Se manifiesta individualmente por la tendencia a con­siderar que todos nuestros males y problemas tienen una causa más o menos similar: una madre trauma­tizante, una insuficiencia, una carencia, un aconteci­miento.

Esta creencia se manifiesta, igualmente, en lo que Kris (1956) y Etchegoyen (1986) han llamado en los pacientes en tratamiento psicoanalítico un “falso in­sight”. Kris lo describe como la típica sesión psicoana­lítica falsamente positiva tanto para el terapeuta como para el paciente. Los dos se sienten satisfechos. “La vida entera del paciente se ve desde una perspectiva simplista y unilateral. Han descubierto una especie de revelación luminosa (insight). Todo deriva de un mo­delo explicativo determinado, de un cataclismo pre­coz y concreto ocurrido en la infancia” (Etchengoyen, 1986).

En las acciones preventivas y de detección de los trau­mas, especialmente y de forma significativa de los abusos sexuales, la creencia derivada de esta fantasía universal puede conducir a errores y generalizaciones. Como todos sabemos, los casos más extremos son posibles. Podemos citar, como compendio general de estos excesos, el libro de Edward Behr Une Amérique qui fait peur (1995). Entre los ejemplos, no excepcio­nales, que ofrece, está el de un psicoterapeuta que tes­tifica en un juicio por daños y perjuicios. Su paciente adulta sufre graves problemas psicológicos como con­secuencia de haber sufrido durante la infancia abusos sexuales por parte de su padre (incesto). La prueba invocada reposa sobre el hecho de que, justamente, la paciente no puede recordarlo y resiste a pesar de los esfuerzos del terapeuta.

Científicamente, esta fantasía puede, pues, infiltrarse en nuestro pensamiento, en nuestro razonamiento y perturbar así nuestra visión de la realidad.

El mismo Freud, influenciado por las creencias de sus primeras pacientes, fue llevado a elaborar su primera teoría, la cual establecía el origen traumático (abusos sexuales) de todas las neurosis. Han tenido que pasar varios años para que esta apreciación fue­ra corregida. Sin embargo, desde entonces, y con una cierta periodicidad, analistas post-freudianos resuci­tan de manera más o menos explícita este concepto unilateral. Lo mismo ocurre en numerosas publicacio­nes psicoanalíticas y psiquiátricas, a menudo america­nas, sobre el origen traumático de múltiples y diversas psicopatologías adultas, especialmente los problemas borderline.

¿De dónde viene esta fantasía?

Los argumentos propuestos que nos recuerdan el argumento tautológico de San Anselmo sobre la exis­tencia de Dios no pueden convencernos. Este filósofo medieval había establecido una demostración sobre la existencia de Dios que fue ampliamente aceptada y que puede resumirse de este modo: “todos los hom­bres tienen una idea, una necesidad de que Dios exista y esto demuestra que Dios existe”. El poder de con­vicción de este razonamiento se fundamenta, pues, sobre la misma creencia sobre la cual se basa.

La existencia de esta fantasía de trauma original vie­ne determinada por diversos factores del desarrollo. Sin embargo, para mí, el factor más importante resulta de las características de la evolución del niño pequeño, las cuales ya fueron remarcadas por Freud: se trata de las características psicobiológicas asociadas a la lenta y progresiva estructuración y maduración del sistema nervioso desde el nacimiento, en un proceso que ha sido seleccionado por la evolución por sus ventajas adaptativas. El hecho de no estar completamente or­ganizado ha permitido que nuestro cerebro sea plás­tico, moldeable y abierto a las experiencias exteriores.

Muy esquemáticamente, y a partir de un modelo de desarrollo del narcisismo que hemos elaborado en co­laboración con F. Palacio y en el cual se reconocerán fácilmente nuestras referencias a Freud y a otros auto­res post-freudianos, podría formularlo de la siguiente manera. El yo (la parte organizada de la personalidad) se ve amenazada desde el nacimiento por la desorga­nización, el aniquilamiento y la muerte. Se trata de una amenaza interna, propia de la estructura. Esta amenaza interna destructiva se proyecta inmediatamente ha­cia el exterior, como un modo defensivo (paranoico) de organización. De esta manera, el yo está seguro y permanece positivo e ideal. Este estado de perfección ideal del yo (narcisismo) se perderá, con la desilusión, en contacto con la realidad y le conducirá a asumir la responsabilidad de sus angustias, sus tendencias auto­destructivas y heteroagresivas.

Pero el deseo de reencontrar este estado paradisía­co “perdido” persistirá y, con él, la tendencia a con­siderar nuestros males como si llegaran del exterior. Se trata, pues, de una resistencia al reconocimiento de nuestra desilusión narcisista, de nuestras debilidades y nuestros riesgos internos, que se encuentran en la base de esta creencia en un “trauma exterior exclusivo”.

Es evidente que este fantasma, esta creencia, no ex­cluye la posibilidad de que exista un trauma real, del mismo modo que una personalidad paranoica, que se siente perseguida, también puede serlo realmente en al­gunos casos. Esta dificultad de diferenciar entre fanta­sía y trauma real existente puede ilustrarse con un ejem­plo “contrario” que demuestra que el trauma, aunque exista, no se encuentra siempre ahí donde se pensaba.

Se considera generalmente que, entre otros proble­mas de desarrollo, los comportamientos violentos de los trastornos de conducta (trastornos de la persona­lidad antisocial) en el niño y en el adolescente están a menudo en correlación con un contexto social y económico desfavorable. De ahí se deduce un origen traumático, asociado a la carencia de base económica: la miseria y sus consecuencias. Ahora bien, algunos estudios modernos de epidemiología de la salud, resu­midos recientemente por Wilkinson (2001), han podi­do demostrar que el trauma no se encontraba donde esperábamos. En efecto, estos estudios han demostra­do que la mayor incidencia de problemas psicológicos, sobretodo conducta violenta, ansiedad, depresión, así como varios problemas somáticos (aumento de enfer­medades cardio-vasculares, metabólicas, aumento de la mortalidad, esperanza de vida más corta) no esta­ban en relación directa con la pobreza y las carencias económicas y sociales de una población. Sin embargo, sí que lo estaban con el hecho de que estas poblacio­nes vivían en una sociedad faltada de cohesión, con grandes diferencias sociales que evidenciaban la dife­rencia de estatus entre sus miembros. Con un igual nivel de pobreza y de carencias económicas, sociales y sanitarias, pero en una población más homogénea y sin grandes diferencias de estatus social, no aparece esta mayor incidencia de problemas de salud.

La comparación de su propio estatus con el es­tatus superior de otros se vería permanentemente como una humillación, un ataque a la dignidad; en resumen, como una amenaza permanente contra la autoestima. Esta amenaza permanente contra la au­toestima del medio familiar sería pues el factor de estrés crónico traumático (cuantificable incluso fisio­lógicamente) y, en cambio, no lo sería el nivel econó­mico por sí mismo.

Pienso más concretamente que esta amenaza cró­nica contra la autoestima favorece muy precozmente en los niños el establecimiento de una organización narcisista defensiva de la personalidad; estas defensas implican necesariamente una megalomanía compen­satoria y es precisamente el fracaso de esta estructura frente a la realidad la que produce los síntomas de la violencia.

Se podría, pues, deducir que el trauma (el factor traumático) no siempre existe, aunque estemos con­vencidos de ello. En otros casos existe pero no es necesariamente un agente causal o incluso no se en­cuentra allí donde nosotros pensamos; se encuentra en otro lugar.

Bibliografía

Behr, E. (1995). Une Amérique qui fait peur. París: Plon.

Etchegoyen, H. (1986). Fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.

Kris, E. (1956). On some vicissitudes of insight in Psychoanalyse. International Journal of Psychoanalyse, 37, 443-455.

Wilkinson, R.G. (2001). Mind the Gap: hierarchy, health and human evolution. Darwinism Today’s Series.